Alex la besó cariñosamente, como muestra de que no había nada de qué temer, haciéndole saber que podía confiar en él, porque esta noche él era el encargado de consentirla, de hacerla sentir mujer, su mujer.
Ninguno de los dos se salvaría de aquello. Ninguno se salvaría del otro. Estaban condenados a enfrentarse, a verse cara a cara para descifrar el enigma más grande de sus vidas; el querer y el poder, el anhelar y el necesitar, el sentir y el desear.