Entre esos insoportables dolores Beatriz comprendió que había tenido otra pesadilla, pero esta vez había sido extraordinariamente real. En ella se salvaba de la muerte y la tortura pero quedaba condenada al infierno para la vida eterna.
Una vez al aire libre y entre los ladridos de los perros se formó la comitiva que llevaría a la condesa al cadalso.
Nuevamente Vulcano era el encargado de arrastrar a la prisionera tirando de los broches con una cadena anudada a su brazo.
El bufón iba ataviado con sus mejores galas, pantalones rojos y jubón rojo y verde a juego con el color de su sombrero de cuatro cuernos. Asimismo iba con sonajas y cascabeles en los cuernos de su sombrero y las puntas de sus zapatos.
En lugar del sonajero que solía llevar en la mano, el enano llevaba una muñeca de trapo con los miembros dislocados y retorcidos entre los radios de una rueda de carro en miniatura que, a su vez, estaba engarzada en un palo.
El sádico enano le mostró su juguete a la prisionera y luego lo llevó todo el rato enhiesto para que todo el mundo viera lo que le esperaba.
Beatriz fue conducida así al lugar del suplicio lenta y dolorosamente. Esta vez para evitar problemas fue escoltada por una nutrida guardia de más de veinte centinelas. Si flaqueaba o se negaba a caminar otros dos guardias la seguían armados de látigos y tenedores afilados.
El cortejo estaba precedido por el estandarte de la inquisición y varios hombres con cajas que marcaban el ritmo y anunciaban a todos los presentes la llegada del cortejo.
La tétrica procesión tardó casi media hora en llegar a la plaza que por supuesto estaba atestada de gente, pues, a pesar de que ese día sólo habría una víctima ésta no era otra que la condesa y todo el mundo quería ver cómo la torturaban salvajemente antes de enrodarla.
Al ver aparecer a la prisionera un impresionante griterío llenó todo el lugar haciendo que la joven temblara de terror.
Los centinelas iban apartando a la gente y entonces ella vio el patíbulo donde iba a sufrir un largo calvario antes de morir.
Para su desgracia la joven pudo ver todo lo que le tenían preparado.
Lo que más destacaba era una gran rueda de carro inclinada de cara al público para que todos pudieran ver las últimas torturas antes del enrodamiento. La rueda ya estaba ensartada en el largo vástago que le serviría de asiento y que los verdugos pondrían vertical cuando el cuerpo de Beatriz yaciera sobre ella. No obstante la rueda estaba en ese momento en un lateral del patíbulo pues sólo se utilizaría al final.
Junto a la rueda había una cruz en aspa donde procederían a romperle los huesos y un brasero de cuyas brasas salían los mangos de espetones y tenazas.
Al otro lado de la mesa habían situado un trono de las brujas que se podía transportar con dos angarillas. Este infernal torno de metal estaba erizado de centenares de pequeñas puntas y con restricciones para brazos, piernas ombligo y frente. Sólo que en este caso tenía un diseño peculiar. En realidad era una mejora encargada por la cruel Laure de Saint-Claire a un hábil escultor de la ciudad expresamente ideado para la ejecución de Beatriz.
El trono en cuestión tenía el respaldo adornado por la infernal figura de un demonio de rostro bestial, cuernos, ojos almendrados, dientes de fiera y pecho erizado de pinchos. Del plano del asiento salían dos enormes y gruesos falos de bronce. Asimismo el diablo tenía dos brazos articulados acabados en unas garras de afiladas uñas también de hierro como de diez centímetros de largas.
En la espalda del amenazador demonio había un agujero para verter por él carbones encendidos o agua hirviendo de manera que no solo la silla sino también los falos de bronce podrían calentarse a voluntad una vez hubieran penetrado en los orificios de la prisionera. Y lo mismo las garras que se podrían introducir entre las brasas y luego abrazar el torso de la condenada hincándose en sus tiernos senos.
El infernal trono había sido diseñado para prolongar los sufrimientos y padecimientos de Beatriz pero también para una ceremonia de escarnio en la que también se usaría una corona de hierro que fue colocada dentro de un brasero.
No obstante eso sería para después pues los verdugos tenían planeado empezar por una larga flagelación y para ello habían dispuesto unos postes de madera.
Beatriz se quedó paralizada de terror de modo que a la pobre mujer hubo que obligarla a subir al patíbulo donde le esperaban los ocho verdugos que se turnarían en la tortura.
Mientras el heraldo leía la sentencia los verdugos le quitaron todos los aditamentos con que la habían traido hasta allí incluido el anzuelo de la lengua.
Entonces le obligaron a beber una buena cantidad de poción de la tortura para evitar que se desmayara.
Luego la expusieron bien a la vista de todos tanto por delante como por detrás. A pesar de las largas sesiones de torturas recibidas en las últimas semanas el cuerpo de Beatriz se había recuperado lo suficiente para mostrarse bello y deseable como cuando era condesa.
Precisamente por eso los verdugos la mostraron bien al público acariciándola y magreándola en sus partes pudendas y obligándola a agacharse y abrir su culo y su sexo con las manos.
Mientras la humillaban así entre los gritos de la gente los verdugos y el enano Vulcano se burlaban de ella arrodillándose y preguntándole con humildad qué mandaba la condesa para luego darle patadas y bofetadas.
Una vez experimentada esa nueva humillación la llevaron a la estructura de postes para empezar la tortura propiamente dicha.
Justo bajo ella había un caballete en el que habían colocado dos grandes falos para ensartar el coño y el culo de la joven.
Con el primero no había problema pero alguien había exagerado con el tamaño del segundo.
Uno de los verdugos se lo hizo ver al inquisidor y abandonando el patíbulo por un momento fue al balcón de la casa consistorial donde estaban las autoridades.
- ¿Qué ocurre hermano Bernardo?
Al parecer no pueden meterle el falo anal pues tiene muy estrecho el orificio.
Fue entonces cuando Laure de Saint-Claire sugirió pedir voluntarios para abrir el orificio trasero de la excondesa con sus propios penes.
El conde Gastón dio también su visto bueno y los clérigos lo apoyaron.
- Excelente idea, condesa, dijo el obispo
De este modo Beatriz fue colocada en un cepo con su culo en pompa mientras el heraldo pedía voluntarios entre el público para sodomizarla
En un principio se había pensado en veinte voluntarios pero al final se presentaron muchos más.
- Así se alargará excesivamente la ejecución, protestó el inquisidor, pero el rijoso obispo sugirió otra cosa.
- Que algunos la tomen por el culo y otros por la boca, así será más rápido.
- Está bien, ilustrísima, así será.
De este modo se dispuso una larga fila de hombres para follar a la condenada por sus dos agujeros y así dilatarle el orificio pequeño.
Para ello se tomaron más de dos horas.
Cuando terminó el último de ellos, la mujer fue liberada de sus ataduras y los verdugos la mostraron bien a la concurrencia demostrando que su orificio trasero estaba cedido e irritado por lo que ahora no tendría problema en ser ensartada en los dos falos.
A pesar de eso Beatriz gritó al ser penetrada por esos dos príapos enormes. Diligentes y rápidos los verdugos ataron sus brazos y sus piernas a la estructura de postes dejando su cuerpo estirado como una piel al sol. Por último le pusieron una mordaza consistente en un palo tranversal atado a la nuca con una correa de cuero.
Así empezó una larga flagelación primero desde la espalda con un látigo largo.
SSSHAAACK
MMMMMMHHH
SSSHHAAACCK
MMMMMHHH
El público contaba los latigazos a coro y éstos llegaron a cincuenta. Entonces le
llegó el turno a la parte delantera de su cuerpo con un un látigo más corto.
SSSHAAACK
MMMMMMHHH
SSSHHAAACCK
MMMMMHHH
El verdugo era tan hábil que centró el castigo en los pechos y los muslos de la condenada y no paró hasta que le dio otros cincuenta latigazos.
A esas alturas la joven Beatriz estaba agotada de tanto encajar y gritar como una loca pero eso no había hecho más que empezar.
Para deleite del público dos verdugos acercaron un brasero y para desesperación de la rea uno de ellos empezó a torturarla con los hierros al rojo lenta y metódicamente.
Los hierros para marcar llevaban las letras B de bruja, A de asesina y P de Puta y se los fueron poniendo por todo el cuerpo desoyendo sus alaridos y desesperadas peticiones de piedad.
SSSSHHHH
MMMMMHHH
Al llegar la hora de comer hicieron un descanso breve de una hora y ya por la tarde procedieron a la ceremonia infamante diseñada por Laure y Gastón. Esta consistía en sentar a Beatriz en el diabólico trono de las brujas y recibir allí sentada el besamanos de todos los pobres y mendigos de la ciudad que subirían al cadalso para presentar sus respetos a la condesa.
Para ello sentaron a Beatriz en la silla llena de pinchos y encajaron sus dos orificios en esos dos falos enhiestos. En la postura en la que estaba parecía que se la estaba follando el mismo Diablo que mantenía abiertas sus dos garras articuladas.
Nuevamente la joven gritó de dolor pero eso sólo fue el principio.
Los verdugos le ataron los brazos, piernas, ombligo y frente con sólidas restricciones y luego empezaron a echar carbones encendidos por el orificio de la espalda del trono.
Poco a poco la chapa de metal empezó a calentarse hasta que su contacto llegó a ser insoportable y la joven Beatriz empezó a agitarse y gritar a pleno pulmón.
Por si la tortura no era suficientemente bestial metieron las garras articuladas en las brasas y tras colocarlas de vuelta en los hombros del diablo hicieron que se clavaran en los pechos de Beatriz como si el Diablo de metal la estuviera abrazando desde la espalda.
Nuevamente la joven gritó y gritó mientras su infernal amante de fuego abrazaba su cuerpo.
- Grita, grita, ja,ja, así experimentan las brujas sus diabólicos orgasmos.
- Qué amante tan ardiente ¿verdad bruja?, le dijo otro desde el público y los demás se rieron redoblando chanzas y burlas.
Sin embargo lo peor con mucho fue la ceremonia de coronación que consistió en colocar sobre su calva cabeza una corona de hierro incandescente.
Un verdugo cogió la corona con unas tenazas y con ayuda de otro se la pusieron a Beatriz en la cabeza.
Mientras la prisionera no paraba de dar alaridos y llorar desesperada una fila de mendigos y pordioseros pasó delante del trono y le presentó sus respetos como medio de burla y humillación.
El tormento duró hasta que Beatriz se desmayó cuando no pudo soportar más.
Antes del último y tremendo acto del cruel suplicio dejaron descansar a la condenada un par de horas y con ayuda de un embudo le volvieron a administrar la droga estimulante.
De este modo Beatriz o lo que quedaba de ella quedó atada a la cruz en aspa inclinada hacia el público para que todo el mundo pudiera ver cómo le rompían todos los huesos. Los verdugos se preocuparon de que sus miembros estuvieran bien atados y estirados a lo largo de los maderos antes de empezar.
Entre tanto Hilda había sido testigo del bárbaro suplicio con lágrimas en los ojos. Lamentablemente no le había sido posible proporcionar el veneno a su señora el día antes de la ejecución pues no tuvo oportunidad de sobornar a ninguno de los guardianes que guardaban las mazmorras.
Ahora sin embargo, tenía una última oportunidad, uno de los verdugos estaba probando las distintas barras de hierro y dedujo que ése sería el encargado de golpear el pobre cuerpo de su señora.
Intrépidamente la vieja se acercó al borde del patíbulo y llamó su atención exhibiendo disimuladamente unas monedas de oro en un saquito que había obtenido vendiendo la última joya de su ama.
Al verlo, el verdugo se acercó a ella pues los ejecutores estaban acostumbrados al soborno por parte de los familiares de los reos para aliviar el rigor de la ejecución.
Hilda le dio las monedas al verdugo y le prometió otro tanto si le daba a su ama el golpe de gracia. Este consistía en golpear fuertemente su pecho tras dos o tres golpes previos. Era un metodo muy común para aliviar el bárbaro tormento de la rueda y normalmente bastaba con dar unas monedas al ejecutor.
El verdugo no dijo nada pero dio a entender que estaba de acuerdo al coger el dinero por lo que Hilda se alejó del patíbulo aliviada.
Llegaba la hora del ocaso y por tanto del momento fatídico. Antes de proceder el verdugo colocó cuñas de madera en los puntos medios de los huesos largos de brazos y piernas para partirlos limpiamente con golpes secos de la barra.
Esta vez a Beatriz le quitaron la mordaza pues el inquisidor quiso que se oyeran bien sus gritos.
La joven miraba sudando y temblando de miedo los preparativos del verdugo. Este cogió una pesada barra de sección cuadrada y blandiéndola se acercó a Beatriz y disimulando mientras hacía que ajustaba una de las cuñas le dijo al oído.
- Hola Beatriz, ¿sabes quién soy?
La joven reconoció la voz al instante, era esa voz demoníaca que había oído en el sueño de esa noche.
Es posible que la prisionera ya estuviera agonizando por las torturas recibidas en el trono de las brujas pero igualmente creyó oir esa voz.
- Sí, sí que lo sabes. Desde que me invocaste en aquella cruz del Pirineo lo has intuido, por eso me encarné en la bella Marie para empezar a gozar de tu cuerpo cuanto antes.
- No, no, aléjate de mí Satanas, no existes, es una alucinación.
- Desgraciadamente para ti soy muy real, ¿Sabes una cosa? Tu criada Hilda se me ha escapado hoy mismo pues ha intentado hacer una buena obra contigo a consecuencia de lo cual seguramente se salvará su alma e irá al cielo. ¿Ves?, ha intentado comprarme para que alivie tus sufrimientos en el último momento. Y tras mostrar las monedas de oro a Beatriz las tiró al público que se apresuró a recogerlo del suelo.
- No tengo intención de aliviar en absoluto tus padecimientos, sin embargo, mientras quebranto tus huesos y luego cuando estés ahí arriba agonizando sobre la rueda piensa que en cuanto mueras me acompañarás a los infiernos para sufrir suplicio eterno.
- No, NOOO, NOO
Y levantando la barra de hierro el Diablo descargó el primer golpe……..
Epílogo
Mientras observaba el enrodamiento de la condesa Beatriz, Bernardo de Gaillac no podía quitarse de la cabeza la revelación que la Madre Superiora del Convento de Santa Marta le había hecho hacía sólo unos instantes.
La verdad es que fue por pura casualidad. Mientras hacían tiempo para que empezara el enrodamiento de Beatriz, de pronto el Inquisidor sintió curiosidad…
- Sor Angela, desde hace varios días tengo una duda que me corroe.
- Decidme Señor Inquisidor.
- ¿Por qué causa visitó la Condesa Beatriz el Convento de Santa Marta acompañada por su criada Marie?
Sor Angela sonrió
- Pero Bernardo, la condesa nunca estuvo en el convento, contestó Sor Angela.
- ¿Y la doncella?
- Tampoco.
- ¿Estáis segura?
- Completamente.
El verdugo había acabado y tras desatar el cuerpo de Beatriz lo colocó con ayuda de otros dos sobre la rueda y empezó a retorcer sus miembros rotos. Las extremidades rotas en mil pedazos parecían los tentáculos de un pulpo lo cual permitía que los verdugos los retorcieran entre los radios de la rueda como si fueran de goma. Era un procedimiento atroz y Beatriz tuvo la fortuna de desmayarse por el intenso dolor.
Entre tanto Bernardo seguía pensativo.
- De modo que ni la condesa ni su doncella habían estado nunca en aquel convento de clausura y esas novicias nunca habían visto a Marie. Entonces ¿cómo podían soñar todas con ella?. ¿Y cómo la doncella sabía tantas cosas del convento si nunca había estado allí?.
Por más vueltas que le daba aquello no tenía sentido. Además, ¿qué había ocurrido con esa mujer?, parecía que se le había tragado la tierra y eso que había removido cada rincón de la ciudad sin resultado…..¿cómo había podido una joven tan débil y tan frágil asesinar a ese bestia de Sansón de una manera tan brutal?.
Mientras izaban la rueda sobre la que agonizaba la joven, el público prorrumpió en vivas y aplausos pues se había hecho justicia, entonces Bernardo reparó en el verdugo que se retiraba de la palestra. En realidad sólo fue un instante, tan corto que no habría podido jurar lo que vio. Justo cuando desaparecía de su vista el verdugo se levantó la capucha y el inquisidor vio unos dorados rizos asomar bajo ella.
Bernardo se levantó lívido señalando con el dedo.
- Señor inquisidor, ¿qué os ocurre?, parece que habéis visto al Diablo, dijo el obispo Roger que estaba concentrado en contemplar la ejecución.
- Allí, allí, es ella….
- ¿Quién?
- La doncella…. Marie, la doncella de la condesa…. ¡Guardias!.
Los guardias acudieron presto y por orden del inquisidor fueron hacia donde les señalaba con su mano temblorosa, pero no encontraron rastro de Marie. Urgidos por las órdenes del inquisidor obligaron a todos los verdugos a quitarse sus capuchones pero fue inútil.
Los días siguientes volvieron a buscar a Marie por toda la ciudad pero no dieron con ella y Bernardo se convenció de que había visto visiones.
No obstante estaba obsesionado con el asunto de la doncella de modo que dedicó todos sus esfuerzos a esclarecerlo de la única manera que sabía, es decir interrogando y torturando brutalmente a todas aquellas novicias que aún permanecían en las mazmorras.
A pesar de aislarlas e interrogarlas una a una todas ellas confesaban en el tormento cosas muy similares. Todas soñaban con la bella mujer rubia con la que hacían el amor todas las noches. Durante el acto esa mujer se convertía en un ser monstruoso y demoníaco, en un íncubo malvado que prometía a arrastrarlas al infierno.
Todas ellas fueron ejecutadas de las formas más brutales en un espectacular auto de fe: la mayor parte murieron en la hoguera, pero otras fueron asadas sobre parrillas, sumergidas en agua hirviendo, etc.
Ni siquiera Carolina que las había denunciado a todas se libró de ser interrogada y murió sobre el potro de tortura en las mazmorras.
Con ese acto, Bernardo de Gaillac puso fin a las sangrientas actividades de la inquisición en Marchebourg y tras despedirse de los condes, del obispo y la madre superiora se encaminó con Robert y los verdugos a otra ciudad para seguir sus actividades.
Ocurrió días después que pasaron por el lugar en el que la joven Eve había sido raptada meses atrás. Una turba de campesinos armados estaba esperando a los inquisidores y los emboscó en un claro del bosque, evidentemente querían vengar a la joven raptada y asesinada por el tribunal.
Los campesinos superaban en número a los guardias y a pesar de que éstos lucharon bien, fueron cayendo uno tras otro al igual que los verdugos. Robert de Vienne también fue abatido por un golpe de guadaña pero Bernardo pudo huir a galope.
Los campesinos no tenían monturas así que tras una corta cabalgada Bernardo se creía ya a salvo cuando fatalmente su caballo tropezó y él dio con su cuerpo en tierra.
El jaco se levantó y continuó corriendo pero dejó al inquisidor inerme ante un grupo de campesinos que había corrido en pos de él.
Efectivamente cuatro de ellos se aproximaron a él con sus armas y cuando ya se creía perdido ocurrió lo que el inquisidor tomó como un milagro.
Un caballero montado acudió en su ayuda y tras ensartar a uno de los campesinos con su lanza, desenvainó su espada e hizo frente a los demás, de manera que huyeron.
El caballero le ofreció la mano y le ayudó a subirse a su caballo.
Bernardo oyó entonces cómo volvían a por él en mayor número y aceptó subirse a la grupa de manera que ambos escaparon a todo galope.
Ya a salvo, Bernardo se bajó a tierra y lo mismo hizo el caballero.
- Os doy las gracias en mi nombre y en el de la Santa Inquisición, ¿puedo saber a quién…?
Por toda respuesta, el caballero señaló a lo lejos y Bernardo se volvió viendo una cruz de hierro cobijada por una gran encina.
- Tenéis razón. Lo primero es rezar y dar las gracias.
Así pues, ambos se encaminaron hacia la cruz y ya junto a ella se arrodillaron uno al lado del otro.
Bernardo inició su oración de este modo.
- Gracias mi señor por haberme salvado. Veo que al hacerlo apruebas mi persona y la labor que realizo. A cambio de tu favor te prometo servirte y en lo sucesivo seguir extendiendo tu poder en la tierra como he venido haciendo hasta ahora.
Bernardo terminó su oración y entonces interpeló al caballero.
- ¿Puedo ahora conocer vuestra identidad?
Entonces el caballero soltó las restricciones del yelmo y se lo levantó.
- ¿Tú?, ¿cómo es posible?
Bernardo vio una cabellera dorada caer sobre el jubón y la armadura y el bellísimo rostro de Marie. La mujer no tardó en despojarse de su armadura y una vez desnuda se ofreció a Bernardo.
Minutos después ambos hicieron el amor junto a la cruz pero mientras lo hacían la mujer se fue convirtiendo en un ser demoníaco……
- No, no, apártate de mí Satanás gritó Bernardo despavorido y entonces se despertó entre las sábanas revueltas de su lecho, desnudo y empapado en sudor.
Bernardo comprendió en ese momento que había tenido una pesadilla,…….en el futuro tendría sueños y pesadillas parecidas y al final de su miserable vida sería recompensado con un lugar en el reino de Lucifer que él tanto había contribuido a instaurar en la tierra, pues eso era lo que había pactado ante la Cruz del Diablo.
Fin