Tuvo un primer atisbo de consciencia desconcertante, como si apareciera en el mundo de repente tras un vacío de vértigo. Tardó minutos en recuperar la noción de su propio cuerpo. Sentía una extraña agitación. Respiraba deprisa. Cuando consiguió abrir los ojos, le costó comprender lo que sucedía. Escuchó una voz de mujer:
- Mira… ya amanece la bella durmiente.
Tardó varios minutos en asimilar lo que sucedía. Se sentía sacudida y excitada. A medida que fue enfocando la vista, reconoció sobre su cara una polla grande y dura y la boca de una chica tragándosela, babeándole en la cara. Cuando su cerebro fue recuperando al menos un atisbo del control de sí misma, apenas la consciencia de tenerlo, aunque inane, incapaz de manejarlo, entendió que estaba tumbada sobre lo que parecía una cama. Tenía las piernas flexionadas. Alguien se las sujetaba con fuerza empujando hacia abajo sus rodillas con las manos y la follaba. Su cuerpo parecía responder al estímulo con autonomía. Sentía la respiración agitada y se escuchaba gemir. Carecía de voluntad para oponerse. La sobaban.
Le puso en la boca el capullo amoratado del tipo y, al instante, notó que se la llenaba de esperma. Se atragantó, tosió, se tragó una parte tratando de respirar, de no ahogarse, y el resto le salió por la nariz y por los bordes de los labios resbalándole por la cara.
Notó un estallido de leche en el chochito. Conocía aquel calor húmedo repentino. Se escuchó gemir. Consiguió enfocar la vista. Era Marta. La zorra de Marta. Se sintió manejar. Una nueva polla en su chochito. Perdió la consciencia de nuevo.
Al “despertar”, seguían follándola. Estaba boca abajo sobre la polla de alguien y alguien metía los dedos en su culo. Supo que no podría hacer nada por evitarlo. Marta se reía y le tocaba las tetas. Sentía el vértigo del vacío en su memoria, la absoluta nada, el tiempo transcurrido sin un recuerdo ni una impresión. Una polla entró en su culito. No sintió dolor. Comenzó un vaivén rápido. Su cuerpo se movía impulsado por el movimiento de los otros. Oía el cacheteo en sus nalgas y notaba las dos pollas entrando y saliendo de ella. Se corría inexplicablemente. Una nueva polla en la boca. De nuevo la mano de Marta conduciéndola. Manos en la cabeza, presión en la garganta, ahogo… Palmadas en el culo, un traqueteo infernal. La boca de Marta jugueteando con la suya, con aquel capullo violáceo y brillante entre ellas. El zarandeo, la mano agarrándole el pelo, la polla una vez más hasta la garganta, una explosión de esperma fluyendo por su nariz, aire de nuevo para poder respirar, estrellas de colores en los ojos, chorros de esperma salpicándole la cara, esperma en el coño, esperma en el culo... Volvió a correrse.
- ¡En la cama no, cabrones!
Alguien la agarró por el pelo. Tiró con fuerza y cayó al suelo. La rodearon, veía sus pies. Risas. Un primer chorro en la cara. Picor en los ojos. Otro, otro más. Tosió. Los sentía por todo el cuerpo. Veía sus pollas, el resto era borroso. No tenían cara. Cinco, quizás seis. Orinaban sobre ella. Tenía una mano en el coño, los dedos metidos chapoteando en el charco de esperma en que se lo habían convertido. Orinaban sobre ella riendo. Marta también, con un pie a cada lado de su cabeza, agachada. Le meaba en la cara. También la meaban a ella. Le puso el coño en la boca…
- ¡Eh! ¡Laura!
- ¿Qué…?
- Despierta, anda ¿Puedes levantarte?
- No… no sé…
- Venga, te ayudo. Vamos a bañarnos.
Todavía estaba mareada. Ya sólo quedaban ellas. Caminó con dificultad junto a su amiga, sujetándose en ella. La bañera estaba llena y olía a Cocó Chanel. Marta a sus espaldas, el calor del agua en la piel, la esponja recorriéndola tan reconfortante.
- Te has portado muy bien, zorrita, y te has ganado dos mil euros.
- ¿Has… has cobrado por que me follen?
- Mil euros por hijo de puta, para ser precisa.
- Puta cabrona…
En el agua caliente y perfumada, notando el roce de la esponja con que Marta recorría su cuerpo, se sentía mejor. La droga iba abandonando su cerebro. Sus ojos enfocaban, tenía plena consciencia de sus miembros y podía moverlos sin dificultad. Cuando dejó la esponja flotando para proseguir la tarea con las manos, experimentó un cosquilleo de placer.
- Si te has corrido como una perra.
- Esa no era yo.
- Bueno, pues vas a hacerlo cuatro veces más.
- ¡Una mierda!
- Mira, zorrita, tengo fotos y vídeos de tu fiesta, y no creo que quieras que las vean tus papis, ni la jefa del departamento, ni…
- Hija de puta.
- Sí.
- ¿Y volverás a drogarme?
- Mira, cariño: la gente no paga mil euros por follarse a una puta. Lo hacen por violar a una pijita ¿Entiendes? Son cuatro veces más, cielo, no te vas a echar a perder, y te vendrá bien el dinero.
No sentía dolor. Un poquito de irritación, cansancio. Nada que aquella caricia en el chochito no pudiera solucionar. Se dejó hacer gimiendo. Incluso sacó los pies por los lados de la bañera y echó la cabeza atrás cuando Marta la besó en la base del cuello. Dejó escapar un gemido coqueto entre los labios. Volvía a correrse con los dedos de aquella perra en el coño haciendo que el agua salpicara en el suelo por los bordes de la tina.
A Marta la conoció en la facultad. Era una adjunta de la doctora Portero, la jefa del departamento y teórica tutora de su tesis doctoral, que había delegado en ella aquella responsabilidad. Debía tener alrededor de cuarenta y era una mujer afable, una de esas personas con quien resulta fácil empatizar que, por si aquello fuera poco, tenía un cuerpo de infarto.
Sonia, que siempre se había sentido más atraída por las mujeres que por los hombres, aunque no había tenido muchas relaciones ni con unas ni con otros, quedó fascinada por su elegancia, por su personalidad arrolladora, por su inteligencia excepcional, y, por qué no decirlo, por sus muslos torneados, su culo grande y bien formado, sus tetas de infarto que dejaba entrever generosamente, y su rostro de rasgos marcados y fuertes, grandes ojos oscuros y sonrisa acogedora que acentuaba el brillo de su mirada desde detrás de las gafas de pasta oscuras que la dotaban de un aire de tutora que, por alguna razón que apenas intuía, le invitaban a adorarla.
Se quedó prendada de ella y terminaron por hacerse amigas primero, y amantes después. Se entregó a ella con absoluta sumisión. No era extraño que la llamara a medianoche, y ella acudía a su casa ilusionada y aceptaba cualquier proposición que quisiera hacerla. Con ella, así, conoció la sodomía, a que la sometía frecuentemente con cualquiera de los varios strapon de diversos tamaños, formas y colores que coleccionaba; descubrió el placer que se escondía en el dolor cuando azotaba su culo, sus tetas o su chochito, o la mordía, siempre en lugares ocultos que no fueran a causarle problemas ni a obligarla a dar explicaciones que era preferible no tener que dar. Los más de veinte años entre ellas, o la enorme diferencia física entre aquella mujer abundante, alta y poderosa y su aspecto infantil y escuetas dimensiones, lejos de suponer un problema, parecían acicates. A Marta le gustaba la fantasía de tener a una muñequita a su servicio, y Sonia se sentía seducida por el dominio que ejercía sobre ella.
- Bueno ¿Quieres verlas?
- ¿Qué?
- Las tetas. No paras de mirarme las tetas ¿Quieres que te las enseñe? ¡Vamos, zorra, tócalas! Te mueres por tocármelas.
La primera vez, Marta se enfrentó a ella en los aseos de un bar donde tomaban una copa al terminar una larga jornada de correcciones de su tesis. Habían entrado juntas y la abordó en el excusado donde fue a meterse. Entró tras de ella, cerró la puerta a su espalda, y se lo espetó mientras se desabrochaba la blusa. Quedó desconcertada, abrumada. Obedeció y sintió las masas mullidas en las manos a la vez que se le adueñaba de la boca con la suya. No se resistió a los dedos que desabrochaban los botones de sus jeans y permitió que metiera la mano bajo su falda para acariciarle el chochito. Gimió al sentirlos enredando entre sus muslos y los notó resbalar. Era cierto. Llevaba todo el día mirándoselas y estaba excitada. Aquella autoridad con que detectaba los errores y los corregía tenía la capacidad de generarle deseo.
- Este chochito te lo vas a depilar, zorrita. No pienso poner la boca en esta mata de pelo.
- Cla… claro…
Se lo acarició frenéticamente. La masturbó deprisa mordiéndole la boca, hablándole en la boca. Se corrió en minutos como una perra. La insultaba. Se dirigía a ella haciendo un alarde de autoridad que la desbordaba. Oía sus dedos chapotearle en el coño. Se oía llamar puta mientras lo hacía. Se sentía chorrear sobre las bragas.
- Córrete así, zorra.
- ¡¡¡Ahhhhhhh…!!!
Sin dejarle tiempo para rehacerse, se subió la falda de tubo negra hasta por encima de las caderas y apoyó un pie sobre la taza mirándola a los ojos sin dejar lugar a dudas sobre lo que esperaba, y Laura se arrodilló a sus pies. No llevaba bragas. Un triángulo limpio y pálido en el centro de su piel morena, los labios inflamados, entreabiertos. Comenzó a lamérselo, a hurgárselo torpemente con los labios y la lengua y la escuchó gemir y jadear. La jaleaba sujetando su cabeza con las manos, animándola a seguir, a insistir aquí o allá. Su coño le babeaba en la cara. Lo movía frotándose en ella.
- ¡Así…! ¡Así…! ¡¡¡Asíiiiiiii…!!!
Agarrada a sus nalgas grandes y mullidas con las manos, la sintió temblar. Culeó en su boca temblando, llamándola puta y diciéndole en voz alta que no parara, que siguiera comiéndoselo así.
- Anda, límpiate la cara, que pareces una puta.
Al salir del excusado, dos muchachas de su edad la miraban escandalizadas. Las ignoró mientras se limpiaba los restos de carmín extendidos por la cara frente al espejo con la toallita húmeda que Marta le había ofrecido. Se atusó la melena rubia, se colocó los faldones de la blusa, y salieron al bar de nuevo como si nada hubiera pasado. Las dos muchachas y sus amigas las miraban cuchicheando entre ellas. Sentía una vergüenza intensa que parecía causarle una inexplicable excitación.
- Venga, vámonos, zorrita. Te llevo a casa.