Me llamo Carlos y quisiera contarles algunos aspectos de mi vida que nunca confesaría a las personas que saldrán en estas narraciones, no sé si por pudor, cobardía o sencillamente falta de confianza mutua.
Actualmente cuento con 48 años y mi morbo por experimentar el sexo me sigue llevando por derroteros a veces inesperados.
Por dar un comienzo, os contaré cómo fue mi despertar sexual, tenía once años, era mi primer año de instituto y ocurrió en Villasol.
Así se llama la finca que heredamos de mis abuelos, una enorme casa de campo rodeada por cuatro hectáreas de terreno, con piscina, pista de tenis y padel, árboles frutales y huertos. Un sitio a ocho kilómetros de la ciudad, muy confortable y aislado lo suficiente del mundanal ruido. Actualmente es propiedad de mi padre, mi tío y mi tía y las tres familias la usamos para nuestro ocio y esparcimiento. Y otras cosas más como ya les iré contando.
Pues aquella tarde llegamos en bicicleta mi primo Ángel y yo. Fuimos a recoger hojas del campo para un trabajo de biología pero antes de empezar mi primo sigilosamente me dijo:
En Villasol cada familia tenía asignada sus habitaciones. Llegamos al dormitorio de sus padres y de un cajón sacó un montón de revistas eróticas de las de antes: el Lib, el Interviú, el Penthouse… Tengan en cuenta que por aquel entonces no había los medios que hay ahora y para ver un desnudo tenías que verlo en fotos o ir al cine a ver alguna peli clasificada X y ser mayor de edad.
Y mira ahora. ¿has visto el mostachón que tienen estas tías entre las piernas?
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Tienes suerte Ángel, yo no he visto ninguno y a decir verdad, esta es la primera vez en estas revistas, confesé un poco azorado
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Primo, creo tienes un problema y es que aún no te pica la polla, estás verde en el sexo y te digo que cuando uno se excita, poco importan algunas cosas
Nos dividimos y mientras recolectaba las hojas no paraba de pensar en las mujeres del penthouse. Así que me apresuré y volví de nuevo a la habitación de mi tío, cogí un par de revistas y me fui al baño para mirarlas tranquilamente a solas.
Mi corazón palpitaba con más rapidez en cada escena, pude notar sus pulsaciones en mi garganta. Mi respiración se precipitó y un dulce candor invadió mi cuerpo al punto que el sudor hizo que me tuviera que desprender de la ropa.
Al bajar mi calzón comprobé que se me había puesto muy tiesa, más que las veces que amanecía duro al despertar. Era la primera erección consciente y me sorprendí un poco de cómo se había puesto.
Por entonces mi pene tenía unos diez centímetros y era más bien delgado, me lo medí porque todos los de mi clase siempre hablaban de eso. Aún conservaba el prepucio aunque a final de curso me tuvieron que circuncidar porque al tener el capullo casi cerrado decían que cogería infecciones. Recuerdo la de veces que me tiraba hacia atrás soportando el dolor a fin de evitar la intervención, pero solo conseguía terminar con el frenillo enrojecido negándose a desvelar la cabeza del glande. Después de operarme me fui al baño, me metí en la bañera y me quedé contemplando aquella maravilla largo rato. Tenía una cabeza perfecta, rosada, redondeada y notoriamente más gruesa que el resto del miembro. La sensación al tacto era muy extraña porque estaba muy sensible, tanto que no aguantaba el calor del agua tibia. Mi glande había conocido el mundo exterior.
De la parte central de la revista desplegué un póster donde una mujer era penetrada por un hombre mientras chupaba el pene de un chico muy joven.
Mi mente se apoderó de mi voluntad y de manera impúdica e incomprensible imaginé que los protagonistas de la fotografía eran Ángel, su padre y su madre. No podía dar crédito a lo que estaba fantaseando cuando minutos antes había tachado de aberrante la conducta de mi primo invadiendo su intimidad. Pero lo cierto es que mi excitación me empujaba y deseaba experimentar eso que ya todos los chicos de mi clase se habían hecho: una buena paja.
El chico, que ahora era mi primo, sacó su pito de la boca de ella y le dijo a él, mi tío, que lo dejara follar a su madre. Mi tío entonces la puso a cuatro patas e invitó a Ángel a montarla por detrás.
Mientras tanto yo no paraba de agitar mi pene, noté que lo hacía torpemente y me sorprendí de usar la mano izquierda para ello. El calor me subía desde los tobillos mientras tensaba los músculos poniéndome de puntillas. Sujetaba la revista con la otra mano observando que cada vez la imagen era más borrosa, no sé si estaba perdiendo el conocimiento o era aquel temblor acompañado de calambres que recorrían mi espalda.
En la siguiente escena mi primo estaba acostado y la sujetaba con fuerza por la cintura mientras su madre lo cabalgaba y miraba con cara de lujuria. Su padre se mostraba extasiado mientras metía su falo entre los jugosos pechos de su mujer.
Sentí cómo la sangre hinchaba mi pene de sobremanera al imaginar a mi primo con el miembro dentro de su madre. Fue entonces cuando sentí una especie de contracción que me hizo parar el movimiento de mi mano. Vi cómo me salían unas gotas transparentes y pegajosas que formaban un hilo sostenido antes de llegar al suelo. Continué el movimiento de vaivén que no tardó en coger ritmo.
Me centré en cómo se debería sentir mi tía siendo penetrada por su hijo con el consentimiento de su marido. Y si no tendrían reparo incluso en que yo llegara y la follara también.
Una contracción me vino obligándome a encoger el culo hacia adelante. Mi verga asomaba dejando ver sus venas hinchadas. Mi mano no se detenía, apretando con fuerza y agitando sin control. Un fuerte nudo se me hizo en la garganta, contemplé en el espejo mi rostro enrojecido, mi boca de par en par dejando asomar mi lengua que quería chupar los pezones de mi tía.
¡Uahh! Un escalofrío me recorrió de dentro a fuera mientras salía de mi un chorro de líquido lechoso hasta ahora nunca visto. Gemía sin control con cada convulsión expulsando más y más leche a medida que mi mano estrechaba aquella picha primeriza. Con la respiración aún entrecortada, el agotamiento me pudo y me senté.
Delante mía quedaba un charco de leche que había alcanzado larga distancia y que también mojaba mis rodillas ya que mi cuerpo seguía manando. Sentí curiosidad, la olí y la probé de mis dedos. Era densa y tenía un sabor extraño. Sabía de oídas que había a quienes les gustaba y a quienes no. A mi en aquel momento no me sedujo mucho su sabor, cosa que cambiaría con el tiempo.
Mientras me relajaba me preguntaba cómo había sido capaz de montar aquella escena en mi cabeza. Quizás todo partió del comentario de Ángel que se quedó viendo a sus padres hacer el amor y de tacharme después de estar verde en temas de sexo. Ahora no me parecía tan mal, lo veía de otro modo aunque pensaba que eso nunca ocurriría en la realidad. La mente es maravillosa, pensé.
Escuché a mi primo entrar en la casa y llamarme. Me apresuré a recoger todo con una toalla y bajé.
Sacamos las bicis y mientras cerraba la cancela del portal de Villasol me quedé contemplando el lugar donde me masturbé por primera vez, donde probé lo que era correrse de gusto, como decían mis amigos. Donde probé por primera vez mi leche y sobre todo donde me hice una idea de hasta dónde llega la mente cuando te atrapa el impulso sexual.