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TODORELATOS » INTERCAMBIOS » HISTORIA DE UNA MUJER FÁCIL (EXTRACTO)
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Fecha: 07-Abr-23 « Anterior | Siguiente » en Intercambios

Historia de una mujer fácil (extracto)

Abel Santos
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Tiempo estimado de lectura: [ 22 min. ]
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Berto tontea con Rocío, prima de su novia, intentando follarla. A base de insistir, lo consigue. Cuando están dándole que te pego, aparece el marido de ella y entonces... (Aunque ninguno sabe que alguien está grabando todo desde su escondite). Version para imprimir

—Entonces de follar, ni hablamos… —dijo Berto. Hablaban a media voz, pero no en susurros.

Parecían no tener miedo de que alguien los sorprendiese. En cualquier caso la escena, de momento, aparte de las palabras, no podía ser de lo más púdica.

—Joder que perra te ha entrado con lo de follar —replicó ella con la sonrisa pintada en su rostro—. ¿Qué pasa? ¿Sofía no te tiene bien atendido?

—¿Por qué hablas de Sofía? Yo no la veo por aquí.

Rocío rió bajito.

—Además, tú y yo somos primos o algo así. Un polvo entre nosotros sería algún tipo de incesto, ¿no crees?

—Jajaja… Menuda novedad. Y me dices eso en una casa en la que todos follan con todas.

—¿Ah, sí? —replicó ella—. ¿Y tú con quien follas?

—De momento con nadie… —Berto no se arredró—. Pero si tú me dejaras te iba a comer viva.

—Vamos, venga, Bertito, que nos conocemos hace años… Eso tú se lo dices a todas.

Berto rió y Rocío se cruzó de piernas.

A Clara la frase de Rocío no le pareció muy exacta. «¿Eso se lo dices a todas?». Anda ya… El marido de Sofía era lo menos parecido a un seductor. Alto, sí, pero desgarbado. Tirando a feo, también, y con patentes síntomas de alopecia galopante. Lo único que destacaba en él era su sonrisa y sus ojos pícaros, cargados de deseo, pero que a Clara le parecían deseos incumplidos. Más ganas que otra cosa.

—Bueno, vale, pues no me dejes follarte, ¿pero ni siquiera una mamada?

—¿Una mamada? —rió Rocío—. Una mamada equivale a medio polvo, ¿no? Eso sigue siendo mucho, Bertito…

—Joder, Rocío, que dura te pones…

—¿Me pongo… o te la pongo?

El juego de palabras de la mujer estaba poniendo caliente no solo a Berto, sino también a Clara, quien se apretaba la vulva sobre el pijama sin dejar de grabar.

—También, también… Me la pones como una piedra, jodía… y lo sabes…

—Bueno —replicó ella—. ¿Y por qué tenemos que ser siempre las mujeres las que nos pongamos de rodillas? ¿Por qué no me lo comes tú a mí?

Y se echó a reír de nuevo.

—No me tientes, no me tientes…

—A ver… —provocó ella—. ¿Por qué no me enseñas el material…?

—¿Qué…? —se atragantó Berto. Parecía que la cosa, aunque poco a poco, avanzaba.

Se bajó el pantalón del chándal con el que se movía por la casa y su verga asomó orgullosa y mirando al techo. Los bajó un poco más y los huevos quedaron al descubierto.

—Aquí está… ¿Qué te parece?

—No está nada mal… —rió la mujer.

—¿Cómo la ves? ¿A ti te parece pequeña?

—Uy, no, para nada, a mí me parece estupenda. Incluso grande…

—Pues Sofía se empeña en decir que le parece normalita, tirando a pequeña.

Rocío sonrió para sí. No le extrañaba que Sofía pensara eso de la polla de su novio. Acostumbrada a la polla de Ramón, gruesa y larga como la de un caballo, cualquier polla le parecería de juguete.

—Venga, es tu turno. Enséñame tu chochete…

—Vale… tachán, tachán…

Rocío se descruzó de piernas, se subió la falda y separó los muslos. Berto se quedó perplejo, pero desilusionado.

—Joder, eso es trampa —se quejó—. Con bragas no vale. Y además son bragas de abuela…

Rocío no respondió. Metió los pulgares bajo el elástico y de un tirón se deshizo de las bragas con un femenino arqueo de caderas.

—¿Y ahora? —picó al hombre—. ¿Te gusta más así?

—Joder, me encanta… —respondió Berto babeando—. Y lo tienes depilado, con lo que a mí me gustan los coñitos tipo Barbie.

Rocío rió y volvió a cerrar las piernas.

—Joder, no me dejes así… —protestó el hombre—. ¿Me dejas verlo más de cerca? Desde aquí son todo sombras.

Rocío levantó el dedo índice y le hizo un gesto con él para que se acercara. Berto no se hizo esperar. Dio un salto y se sentó junto a ella.

Rocío volvió a abrir las piernas. Berto volvió a babear.

—¿Puedo… tocarte…?

—Puedes… —respondió la mujer con mirada lobuna.

Berto posó su mano en la cara interior del muslo más cercano y empezó a acariciarlo, subiéndola hasta llegar a la ingle.

—Joder, chica, que muslos tan suaves… ¿Cómo los consigues?

—Trucos de mujer… —respondió ella con un guiño.

Un dedo de la mano sobre el muslo se alejó del resto y se posó tímido sobre la hendidura de Rocío. Berto esperaba algún tipo de interrupción por parte de su prima, pero un suspiro quedo de la mujer le convenció de que no sería así. El dedo se envalentonó y empezó a recorrer la hendidura en ambas direcciones. Cuando llegaba a la zona superior, removía el clítoris trazando círculos sobre él.

—Pero, Rocío, tú no te quedes quieta… —le dijo Berto—. Puedes tocar mi colita si quieres…

Ella le hizo caso y agarró la polla de Berto con suavidad. Tiró de la piel hacia abajo y acarició el glande con el dedo pulgar. Luego empezó a mover la mano y pajeó al hombre lentamente.

—Ay, hijo, despacio… —se quejó ella cuando el atrevimiento de Berto subió de nivel—. Todavía no, no ves que no estoy lubricada, si me metes el dedo me vas a hacer daño.

—Uy, perdona… —replicó el hombre y acercó su cara a la de ella—. ¿Puedo… puedo besarte…?

—Debes, Berto, debes…

El hombre sacó su lengua y lamió lentamente los labios de Rocío. Luego se los abrió y entró en su boca con mimo, sin querer ofender. Ella la abrió con un jadeo y le dejó entrar.

Morrearon durante un par de minutos. En ese momento, Berto se decidió a explorar de nuevo. El dedo índice entró en la vagina de la mujer y esta abrió más las piernas para recibirlo.

—Lo ves… —dijo ella—. Ahora está mojadito, ahora sí puedes meterlo. Mete otro si quieres y muévelos. Quiero sentirlos dentro.

Berto no se hizo esperar y la escena se convirtió en un sinfín de jadeos, gemidos y ronroneos.

Clara, desde su posición, no podía evitar que las braguitas se le empaparan. No obstante, se mantuvo fiel a sus intereses y priorizó la grabación a su deseo.

Tras unos instantes de magreo mutuo, el hombre se echó hacia atrás. De la forma más lenta que pudo, tomó a Rocío por el pelo e intentó bajarle la cabeza hacia su polla. La mujer supo lo que pretendía y se zafó de él.

—No, querido, de mamar nada…

—Pero, Rocío, ¿por qué no? Tú me la mamas un poquito y luego te como el chochete yo también. Y así los dos en la gloria.

—Que no, Berto, que te he dicho que no… Que a saber cuándo te la has lavado por última vez y a qué sabrá esa polla guarra. ¡Menudo asco!

—¿Lavarme? Pero si estoy hecho un pincel. Me he duchado antes de comer y luego he pasado toda la tarde en la piscina. La tengo brillante, cariño, te lo juro… Anda, chupa un poquito, aunque solo sea la puntita, mujer…

—Mira Berto, creo que te has pasado…

Rocío se separó de su primo y se puso en pie. El hombre la miraba desolado.

—Tengo que irme, es muy tarde —dijo ella.

Berto se levantó a su vez, desesperado por la huida de la mujer que le había puesto a más de cien.

—Por dios, no me dejes así… —le espetó tomándola de las manos.

—Lo siento, Berto, pero si no vuelvo pronto, Juan se puede mosquear.

—Espera, mira… —le rogó Berto—. Echamos un polvo rápido y luego te vas. Te prometo que no son más de cinco minutos.

Rocío pareció pensarlo.

—Perdona, pero no puede ser… —dijo antes de ponerse las bragas, ajustarse la falda y la blusa por donde le asomaban los erectos pezones, y de dirigirse hacia la puerta.

—Hasta mañana… —sentenció al salir.

Tras desaparecer Rocío, Berto se sentó en el sofá y se llevó las manos a la cara, no sin antes darle varios puñetazos a uno de los cojines. Luego, se bajó el elástico del pantalón y los bóxer y, sacando la verga dura como una piedra, empezó a pajearla.

*

Clara le miraba atónita desde su posición tras la mesa sin mover un músculo. Había dejado de grabar, pero no se atrevía a moverse. No sabría dónde meterse si Berto la descubría y se daba cuenta de que les había estado espiando. Sentía las piernas entumecidas por estar agachada, así que cambió de postura y permaneció inmóvil. Debía reconocer que la paja de Berto la estaba calentando aún más, pero salir del escondite y agarrar aquella polla no hubiera sido políticamente correcto.

No habían pasado ni tres minutos cuando la puerta de la buhardilla volvió a abrirse. Rocío se movió como un ciclón y se plantó ante Berto. Éste se levantó sin esconder su erección y abrazó a Rocío.

—Mi marido ronca como un bendito, tenemos tiempo para lo que quieras…

Sonreía excitada.

—¿Follamos? —preguntó él.

—Vale… —replicó ella—. Si quieres follarme, fóllame… pero…

—¿Pero… qué? —se estremeció Berto. Esperaba nuevos impedimentos.

—Necesitamos un condón, ¿tienes tú?

—¿Yo…? —elevó sus manos vacías—. No, yo no he traído… ¿Cómo iba a imaginar que acabaríamos follando esta noche?

—Pues vaya faena… —se lamentó Rocío mordisqueándose la uña de un pulgar—. Estoy en un descanso de la píldora, así que no sé…

—¿Tendrá tu tío? —se preguntó Berto pensando en voz alta—. Se supone que es aquí donde se folla a sus amantes, ¿no?

—Sí, es posible —respondió Rocío con ansiedad contenida—. Voy a mirar.

La mujer se dirigió hacia el escritorio. Clara, con el móvil de nuevo a pleno rendimiento, se escurrió bajo la abertura central de la mesa, muy profunda y cubierta por el extremo exterior.

Rocío rebuscó en los cajones y, en pocos intentos, levantó una mano triunfal.

—¡Aquí están!

—¡Joder, genial!

Rocío se acercó a Berto, al tiempo que rasgaba con los dientes uno de los sobres que acababa de coger del cajón. El hombre se acercó a ella y le entregó la verga para que le colocara el condón. Una vez colocado, la mujer le acarició los huevos con ternura. Berto aprovechó para morrearla, lo que ella recibió con gusto.

—¿Cómo nos ponemos? —preguntó Rocío cuando Berto le liberó la boca.

—¿Cómo te apetece a ti? ¿Arriba o abajo?

—A mí me da igual… Con tal de que me eches un buen polvo me puedo poner como tú quieras.

—Pues no lo hagamos más difícil, ponte boca arriba con la cabeza en el brazo del sillón y yo me pongo encima.

—Vale…

Rocío se liberó de la falda y de las bragas, se extendió en el sillón todo lo larga que era y se abrió de piernas. Las tetas le asomaban por el escote de la blusa.

—Ven… campeón… —le dijo con un movimiento de manos.

Berto se pajeaba para que la erección no aflojara mientras se acercaba a ella. Se colocó entre sus piernas, apuntó la verga entre sus labios hinchados y de un empujón la penetró hasta los huevos.

Rocío emitió un suspiro de satisfacción y sonrió agradecida.

—¿Está mojadito mi coño? —preguntó jadeando por las embestidas de Berto.

—Está genial, en su punto… —respondía Berto lamiéndole los labios mientras la culeaba—. ¿Y mi polla? ¿Está lo suficiente dura para ti?

El plas-plas de los huevos de Berto contra la vulva de Sofía sonaba como música de fondo.

—Oh, sí… —respondía ella suspirando—. Está maravillosa… como una piedra, como a mí me gusta.

—¿La sientes bien?

—Como una delicia… —volvía a jadear—. Me toca algo ahí dentro que me mata de gusto.

Parecía un polvo radiado, lo que provocaba unas enormes ganas de reír a Clara. La grabación iba a ser épica.

Durante un par de minutos los amantes callaron. En ese tiempo solo se oía el chapoteo de sus bocas al comerse vivos y el «plas-plas» de los huevos de Berto.

—Una cosa… —dijo Berto tras el largo silencio—. ¿Tú has follado con Ramón?

Rocío emitió una risita entre suspiros.

—¿Qué pasa, Bertito? —respondió con otra pregunta—. ¿Estás celoso?

—Celoso, no… Celoso debería estarlo tu maridito…

—Ya te digo…

—¿No me vas a responder? —insistió Berto.

—¿Por qué no me preguntas mejor si Ramón se ha follado a tu novia?

Berto dio un respingo y detuvo las embestidas. Luego se lo pensó mejor y siguió embistiendo, con el quejido sonoro de la mujer.

—No te pares, anda… que solo era broma…

—Dime la verdad… ¿Ramón se ha follado a Sofía?

—Ay, Berto, y yo qué sé…

—Ya, tú sabes más de lo que parece…

Rocío rió bajito y le dio un azote en el culo.

—Venga, guapo, tú folla y calla, que ya me viene…

Berto se limitó a hacer lo que le pedía. Al cabo de unos instantes, empezó a jadear ruidosamente.

—Oye, Berto, ¿no te irás a correr tan pronto? —se lamentó ella.

—¿No decías que tú estabas a punto?

—No, ni de coña… aguanta un poco, hombre, que me vas a dejar a medias…

—Vale, aguanto, pero tú concéntrate y apura, no me vaya a correr sin querer.

—Pues cómeme las tetas, eso me acelera el orgasmo.

Berto le abrió la blusa y le extrajo las tetas al exterior en su totalidad. Las chupeteó con la verga fuera de la vagina de Rocío. Ésta empezó a gemir más fuerte y el hombre supuso que se acercaba su momento. Volvió a empotrarla y los jadeos de la mujer se intensificaron.

Rocío se abrazaba al cuello de Berto y le mordía la camiseta para no gritar. Tenía los ojos apretados y parecía querer estrangular a su amante. Berto la agarraba de las nalgas y la cabalgaba enloquecido. Sabía que ella estaba a punto y él se dejó ir para derramarse dentro de ella.

Y entonces la voz del hombre les cortó el clímax en seco.

*

Clara esperaba aquella aparición en escena desde hacía unos minutos. Había comenzado con una sombra que se movía en un hueco oscuro en el lado opuesto a su posición.

Al principio la presencia la aterrorizó. Después, el terror se convirtió en pánico puro. Aquella sombra pertenecía a Juan, marido de Rocío. Le había reconocido a pesar de la oscuridad por su ridículo bañador de leopardo —más un tanga que otra cosa— y su camiseta blanca con una inscripción igual de ridícula.

Clara pensó que iba a desmayarse. Allí se iba a armar la marimorena de un momento a otro. Para su sorpresa, Juan había permanecido quieto en su posición y… ¡Joder! ¡Se estaba masturbando mientras miraba como Berto se follaba a su mujer!

Mientras los amantes radiaban el polvo, él no dejaba de mover su mano de adelante atrás y Clara podía adivinar, aunque no ver, cómo babeaba el mirón. Porque no cabía ninguna otra posibilidad. El primo de su marido estaba gozando de la escena. ¿Sería lo que se denominaba un «cornudo consentido»? Vete a saber, no era ella experta en esas lides. Pero en aquella familia cabía de todo.

Cuando los amantes demostraron que iban a llegar al clímax, Juan se había movido hacia ellos, se había plantado a sus pies y entonces habló para cortarles el orgasmo.

—¡Alto, tío! —dijo y Berto dio un bote, saliéndose de Rocío—. Échate a un lado y deja que me termine a mi mujer.

Clara odió la expresión del marichulo: ¿«que me termine a mi mujer»? ¿Qué coño era su mujer para él? ¿Un objeto a medio hacer al que él tenía que «terminar»?

Berto se puso en pie de un salto y se alejó de Juan. Se temía que la primera hostia le llegara por la espalda.

Muy al contrario, el tipo se metió entre las piernas de su mujer y la tiró del pelo. La cara de Rocío estaba desfigurada por el placer inalcanzado. Se comportaba como un muñeco al que se le podía hacer lo que se quisiera. Y Juan le propinó una bofetada y comenzó a follarla como un depravado. Ella se dejaba hacer y le sonreía con una mueca.

Clara sumó dos más dos. La interrupción de un rato antes no había sido casual. Estaba segura. ¡La escena la habían preparado entre el marido y la mujer! La salida de Rocío había sido para avisar a Juan de que había conseguido un pardillo y que lo tenía medio cocinado. Después había vuelto y con expresión de inocente calentura, se había «dejado meter la polla para deleite de Berto», cuando quien más iba a disfrutar era su propio hombre.

Clara no perdía detalle con su móvil y se hizo un resumen mental de la situación:

Juan cabalgaba a su mujer de una forma salvaje.

Rocío daba muestras de irse a correr de un momento a otro, aunque hacía esfuerzos por resistir. Quería que su marido la acompañara para tocar el cielo al unísono.

Berto se tapaba las vergüenzas y miraba a la pareja con ojos alucinados.

—Pero, tío —le dijo Juan a Berto al verle tan acongojado—. ¿Qué haces ahí parado? Arrodíllate y fóllale la boca a mi mujer, so capullo…

Rocío miró a Juan y le negó con la cabeza. Se hallaba intimidada por la falta de vergüenza de su marido. Por complacerle había llegado hasta el punto que él quería, pero que se la follaran a dos, siendo uno de ellos un extraño, la desagradaba sobremanera.

—¡Vamos, coño, que no muerde! —azuzó Juan.

Berto se acercó y se arrodilló junto a la cara de Rocío. Acercó su polla, a medio erguir, a la boca de la mujer y ésta apretó los labios para que no se la metiera.

Juan agarró del pelo a su mujer y, de un fuerte tirón, la colocó en la posición más propicia para Berto. A continuación, la obligó a abrir la boca con un pulgar. Berto no se hizo de rogar, la empaló con su verga y, perdido el temor, comenzó a follarle la boca a la mujer sin ningún pudor.

Rocío tosía y sufría arcadas mientras Berto la follaba sin piedad, tirándole del pelo para que no escabullera la boca. El marido de Rocío reía a carcajadas.

—¡Así, tío, muy bien! —le arengaba Juan a su primo político—. Fóllate bien a esta puta, que parece remilgada pero es una zorra de primera.

Clara no sabía dónde meterse. Si hasta ahora había disfrutado de la sesión, ahora le parecía vomitiva.

Berto llegó al punto de no retorno y se apartó de la mujer. Rocío aprovechó la liberación para respirar profundo y toser.

—¿Qué te pasa, tío? —resopló Juan sin dejar de culear—. ¿La vas a dejar así a medias?

—No, Juan, es que… —se excusó Berto—. Estoy a punto de correrme… me voy al baño y allí lo echo.

—Y una mierda en el baño, joder… —le respondió el marichulo—. Échaselo en la jeta, no ves que lo está pidiendo.

Muy deseándolo no parecía estar Rocío, porque movía la cabeza hacia los lados negando lo que se veía venir.

—No, joder, Juan… —arengó Rocío a su marido—. Eso no. Habíamos quedado que en la cara ni hablar. Que se corra en mis tetas y va que se mata…

—¡Y una polla! —le respondió él—. Yo no te prometí nada. Vamos, tío, llénale la cara de lefa a esta zorra.

Berto ya no podía más y, arrodillándose, comenzó a soltar chorros de semen sobre la cara de Rocío, quien no podía zafarse de la presa que su marido la había realizado agarrándola por el pelo de nuevo.

El resto de la función ocurrió como un cúmulo de acontecimientos que se superponen. Juan empezó a correrse dentro de su mujer con un gruñido sordo. Por suerte se había colocado un condón antes de penetrarla, pensaba ella mientras le agarraba del pelo y tiraba de él cuando el orgasmo la alcanzó de pleno. Por otro lado, había abierto la boca al jadear muerta de gusto y Berto aprovechaba para lanzarle chorros de leche sobre la lengua gruñendo a su vez como una vulgar imitación de su primo político.

*

Cuando Rocío se vio liberada, cogió una papelera y escupió todo el semen que no había podido tragar. Los dos hombres la miraban riendo, especialmente su marido que la jaleaba impúdicamente.

—Así me gusta, putita, échalo todo… jajaja

Rocío le miró sin un gesto por un par de segundos. Al tercero, le sonrió con una mueca de enfado fingido.

—Cabronazo… —le gruñó.

Clara no salía de su asombro, aunque se había perdido esa última imagen al pensar que ya era hora de parar la grabación.

Una vez los tres amantes recobraron el resuello, Juan fue el primero en desaparecer de escena.

—Me voy a la cama, cielo —le dijo a Rocío con voz amorosa—. No tardes mucho, ¿vale?

—Vale, cariño —le respondió ella.

*

Berto, sentado en el suelo no salía de su asombro. ¿Era verdad lo que acababa de vivir, o era solo un sueño? Daba igual, porque aquella historia no iba a salir de allí. Nadie le iba a creer si la contaba, por lo que nunca lo haría.

Rocío se irguió en el sofá y con las manos intentaba limpiarse los goterones de lefa de Berto.

—Joder, Berto, mira que eres asqueroso… —se quejó al hombre sentado en el suelo y con cara de pasmo.

—Lo siento, Rocío, te lo juro…

—Ya, mucho «lo siento, lo siento», pero me has pringado la cara y la blusa. Y la leche no se quita fácilmente de la ropa.

Por fin Berto pareció reaccionar.

—Espera un segundo —dijo, y salió corriendo hacia el baño.

Cuando volvió llevaba en las manos una toalla humedecida que le entregó a su prima política. Ella se limpió con esmero, se arregló el pelo y la ropa y se sentó en el sofá, cruzando las piernas como si allí no hubiera pasado nada.

Berto, entretanto, tras colocarse los bóxer y el pantalón se sentaba a su lado.

Rocío le sonrió.

—¿Te lo has pasado bien?

—Ufff… de puta madre… —bufó el hombre relajado. Parecía que su prima no estaba enfadada—. ¿Hacéis esto a menudo?

—¿Hacer… qué…? —respondió ella con otra pegunta.

—Pues… esto… —replicó él no muy convencido—. Lo de follar con otros…

—Oh, no… —dijo ella con su sonrisa pícara—. Esto ha salido así, sin prepararlo…

Berto no se lo tragó, pero hizo como si lo hubiera hecho.

—Vaya… —suspiró echándose hacia atrás en el sillón—. ¡Qué pasada!

Ella soltó una carcajada.

—¿Y lo de comerte mi polla y la lefa? —Berto quiso indagar un poco más—. ¿Eso de que te da asco es de veras o es también fingido?

—¡Que va…! —refunfuñó Rocío—. Eso es de verdad. Puaggg… ¡Qué mierda echáis por el pito los tíos, joder…! Lo que pasa es que al cerdo de Juan le gusta hacerme sufrir y verme la cara pringosa.

Volvió a reír ella, pero Berto se quedó pensativo.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó—. ¿Te vas a dormir con Juan como si no hubiera pasado nada? Y mañana en el desayuno… ¿hablaremos del tiempo como siempre?

—¿Es que ha pasado algo?

—No sé… yo creo que sí…

—Pues vale, mañana se lo cuentas a Sofía y nos reímos todos un rato en la piscina.

Berto calló. La mujer tenía razón. Allí no había pasado nada porque a ninguno de los tres les beneficiaba que se supiera.

Clara, por su parte, sonreía para sus adentros. Aquellos dos idiotas habían abierto un melón que a Berto le estaba costando tragar. Y no quería ni pensar cómo se le atragantaría saber que Sofía era la sumisa de su tío. Familia de locos…

—Oye, Berto, una cosa… —dijo Rocío tras un paréntesis.

—Dime…

—¿Se te han vaciado los huevos?

Berto tragó saliva.

—Más o menos, aunque se me rellenan rápido, no creas… —respondió—. ¿Por qué lo preguntas?

—No sé… —dijo ella—. He pensado que a lo mejor te apetecería echarme otro polvo.

El primo de la mujer se removió en el asiento.

—A ver… —replicó con cautela—. ¿Qué pasaría con Juan? ¿Volvería a interrumpir de nuevo?

Rocío rió bajito.

—Oh, no, ni hablar… —respondió con rapidez—. Ese tonto una vez que descarga se queda dormido y ya no molesta más. En estos momentos estará ya roncando como un bendito hasta la hora del desayuno.

—Vale, entonces… —aceptó Berto—. Por mí, si quieres, follamos otro poco…

Rocío se puso en pie y comenzó a desabrocharse la falda.

—De acuerdo, coge otro condón… Están en el cajón central de la mesa.

Clara dejó de grabar mientras los dos tortolitos se magreaban y se comían la boca sentados en el sofá a la búsqueda de la temperatura adecuada para volver a empezar. Luego se levantó, gateó hasta la salida y se perdió escaleras abajo. No le apetecía quedarse allí ni un minuto más. Ya había tenido suficiente sexo por esa noche.

EXTRACTO DE MI NUEVA NOVELA "HISTORIA DE UNA MUJER FACI", publicada en Amazon hoy mismo (6-abr-23). No te la pierdas!!!

 

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