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TODORELATOS » HETERO: INFIDELIDAD » EVA, ESTUDIANTE PROMISCUA (EXTRACTO)
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Fecha: 30-May-23 « Anterior | Siguiente » en Hetero: Infidelidad

Eva, estudiante promiscua (extracto)

Abel Santos
Accesos: 6.286
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Tiempo estimado de lectura: [ 18 min. ]
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Jose es asaltado por Eva en el lavabo de caballeros del bar, mientras su novio bromea con los colegas de clase. Eva está juguetona y Jose se deja llevar, a pesar del acojone de que les pille el novio. Version para imprimir

(Jose y su grupo de amigos de la universidad, entre los que se encuentra Eva (Barbie para los amigos), están celebrando en una cervecería la llegada del fin de curso. Jose decide ir al baño y Eva, a pesar de que su novio la vigila de cerca, se decide ir tras él)

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Serían sobre las once cuando me entraron unas ganas de mear irrefrenables. Debía llevar en el cuerpo no menos de media docena de jarras y lo sorprendente era haber aguantado tanto tiempo, teniendo en cuenta que siempre he sido de muelle flojo.

Me levanté con ánimo de ir al baño y me zafé de mi silla a duras penas, con un mareo más que notable. No había dado dos pasos, cuando una voz a mi espalda me retuvo.

—Eh, Jose, ¿vas a cambiar el agua al canario?

Me volví y observé que era Eva la que me había hablado. Sonreía con ese tipo de sonrisa de la que os hablé antes. Se había levantado igualmente de la mesa e intentaba zafarse de su silla que, al igual que la mía, parecía intentar hacerle la zancadilla.

Me extrañó no haberme fijado en ella en las dos horas que llevábamos en la terraza del bar. Mas increíble aún si teníamos en cuenta que había estado todo el tiempo sentada a mi izquierda, hombro con hombro. Aquella chica se hallaba en una constelación a un millón de años luz de la mía, pensé. Y quizá por ello la había ignorado toda la tarde.

Cuando Eva se apoyó en mi brazo para mover su silla hacia atrás sin caer, otro detalle evidenció lo inalcanzable que era aquel bombón para un infeliz como yo. Me explicaré. Si Eva se hubiera agarrado del brazo de alguno de los otros compañeros, cachitas de gimnasio la mayoría, el celoso de su novio me habría mirado con ojo avieso y me habría enviado un mensaje fulminante: «ojito lo que haces con mi chica».

Al tratarse de mí, sin embargo, el muy imbécil ni se había inmutado. Muy al contrario, seguía impertérrito con el concurso de eructos que mantenía con los dos colegas sentados a su izquierda. Ni se había dignado a girar la cabeza hacia nosotros.

—Sí, voy a echar un pis —le respondí con voz turbia.

—Pues te acompaño, que yo siempre me pierdo por ahí abajo.

Se refería a que los baños se encontraban al final de una estrecha escalera en penumbra en la que el techo descendía tanto que tenías que tener cuidado para no golpearte la cabeza y bajar rodando.

Todo el trayecto lo hizo Eva con su mano derecha en mi hombro, como si intentara sujetarse por el mareo de las cervezas que había… ¡Espera! En mitad de mi neblina cerebral recordé un detalle: Barbie solo había bebido una cerveza, la primera de la tarde, con objeto de no brindar con una bebida sin alcohol. ¡El resto del tiempo había bebido coca-cola!

Joder, ¿por qué entonces se fingía mareada? ¿Por qué se aferraba a mí como si fuera una tabla en mitad del océano? Un escalofrío recorrió mi columna justo hasta la puerta de los baños.

El enigma se evaporó en cuento ella abrió la puerta del lavabo de señoras y se metió dentro. La fracción de segundo en que tardó la puerta en cerrarse con el muelle automático la miré absorto. Confirmé que no la había mirado prácticamente en todo el día.

Si lo hubiera hecho, no me habría pasado desapercibida su minifalda rosa de vuelo a medio muslo que hacía las delicias de los mirones mientras la movía al andar. Por encima llevaba un top blanco con tirantes que moldeaba sus apreciables pechos, ni demasiado grandes ni demasiado pequeños. Del tamaño que a mí siempre me han gustado. Ambas piezas eran de una sencillez exquisita, y más pensadas para mostrar piel que para cubrirla.

Suspiré y recordé que me meaba sin remedio. Corrí hacia el baño de los chicos y entré a la carrera. Por suerte se hallaba vacío. En el lado izquierdo había tres meaderos de pared; a la derecha dos lavabos con espejo; y, al frente, dos cubículos individuales cerrados por completo que te permitían mear tranquilo sin que te atosigaran por el hueco de encima o de debajo de la puerta.

Me colé en el menos sucio y lo cerré por dentro. Vacié la vejiga con un suspiro de placer y tiré de la cadena, antes de volver a cerrarme la bragueta al tiempo que abría la puerta. Y el corazón se me detuvo cuando un meteorito se abalanzó sobre mí y me empujó hacia dentro de nuevo.

—Joder lo que tardáis los tíos en mear —susurró una voz femenina que me dejó flipado.

*

La dueña de aquella voz me empotró contra los baldosines de la pared y, girándose, cerró el pestillo de la puerta. Acto seguido, bajó la tapa del wáter y dejó su bolso sobre ella.

—Hostias, Eva… —dije con los ojos como platos—. Vaya susto que me has dado. ¿Pasa algo…?

—Sssshh… —siguió con los susurros—. Habla bajo, que no nos oigan.

Se había puesto un dedo sobre los labios para reforzar sus palabras. Sus ojos chispeaban y sus mejillas arreboladas la embellecían aún más.

—Pero…

No pude continuar. Se acercó a mí, se puso de puntillas y me echó los brazos al cuello. Vi su lengua venir hacia mi boca y casi no tuve tiempo de abrirla para recibirla en mi interior. Los siguientes minutos nos comimos los morros con lentitud y parsimonia.

Su boca era suave y sabía a coca-cola y menta. Su lengua parecía una serpiente sedienta que buscaba todos los rincones de la mía. El calor que transmitía era tan agradable que era imposible resistirse a sus besos.

Me hubiera pasado toda la noche morreándola, pero comprendí que lo que hacíamos —lo que hacía ella para ser exactos— era una puta locura. Joder, ¡su novio estaba en una mesa a unos metros bebiendo cerveza como si no hubiera un mañana! En cualquier momento podría aparecer por allí con la vejiga a punto de reventar.

La empujé hacia atrás y soltó el lazo en mi cuello. No obstante, no me permitió alejar mi cuerpo del suyo ni un milímetro. Su entrepierna me llegaba al muslo, y allí notaba un calor y una humedad que hacía crecer mi erección de forma descontrolada.

—Pero… ¿qué haces, Eva, por dios…?

Me agarró la polla por encima del pantalón y sonriendo me dijo bajito:

—Sssshh… —volvió a repetir—. Te he dicho que susurres. Si nos oyen y mi novio se entera de que estamos aquí, va a correr la sangre… jajaja…

—Vale… —casi suspiraba las palabras, más acojonado que ella, por lo visto—. Pero dime que estás tramando…

—Verás… —replicó—. Es que esta noche me siento traviesa … Y quiero que juguemos a un juego…

Tragué saliva. Estaba claro que fuera lo que fuese que pretendía, no había hecho más que empezar. En mi mente solo había una idea: inventar algo para escapar de allí lo antes posible.

—¿Q-qué juego…? —conseguí articular intentando ganar tiempo.

—Al juego de tu mandas y yo obedezco…

Mi polla dio un salto dentro del pantalón y ella lo notó.

—Jajaja… está viva, se ha movido sola… —dijo con risa lasciva.

Pensé que lo mejor era llevarle la corriente y acepté jugar.

—Vale, juguemos… —dije—. ¿Qué quieres que hagamos?

—Hummm… —puso morritos de enfado—. Creo que no lo has entendido…

Mi expresión, en efecto, era de no entender nada… Sobre todo porque «no entendía nada». Y ella aprovechó mi desconcierto para proseguir.

—He dicho que «tú»… —me señaló con un dedo índice— mandas y «yo»… —se señaló a ella misma— obedezco… Así que dime, mi amo, ¿qué quieres que te haga…?

Deseé que se me tragara la tierra. ¿Qué coño se había tomado aquella chica? Le escruté los ojos para detectar algún tipo de droga. Ni rastro. Por suerte o por desgracia, tenía experiencia en detectar el efecto de las drogas en los ojos de las personas. Y pude certificar que en aquellos ojos no había ni un ápice de sustancias tóxicas. Su locura debía de provenir de alguna otra parte, aunque del alcohol tampoco podía ser. Quizá estaba simplemente cachonda, me dije.

Seguí intentando ganar tiempo.

—Una pregunta, esclava… Solo es una pregunta, ¿eh…?, no te lo tomes a mal… —susurré con gesto concentrado, como entrando en el juego—. ¿Qué cosas son las que puedo… pedirte… que hagas?

—Jajaja… —rió desenfadada—. ¿Qué quieres, un menú…?

Reímos los dos a coro y ella apretó mi polla con mayor fuerza.

—Piensa, mi amo, las posibilidades son muchas… —me lamió los labios y un estremecimiento me recorrió la columna vertebral.

Miré a mi alrededor y comprobé que no eran tantas las posibilidades en realidad. El cubículo era pequeño —aunque limpio— y la tapa del wáter estaba bastante deteriorada.

Follarla sobre el retrete iba a ser bastante jodido, valga la redundancia, porque sentarnos en la tapa para hacerlo la destruiría por completo y peligraba nuestra integridad. Por otro lado, follarla de pie era más que complicado. Yo era mucho más alto que ella y su entrepierna me iba a quedar muy baja para acertar con el orificio sin romperme la espalda.

Pensé en una solución intermedia.

—Quiero que me la chupes… —lo dije por decir. Estaba seguro de que se iba a burlar de mí y me iba a dejar allí tirado. Ya imaginaba su risa mientras salía del baño. Y la risa de sus amigas al siguiente lunes, cuando les hubiera contado a todas el vacile que se había traído conmigo.

No obstante, su respuesta pareció seguirme el juego.

—Ufff, amo, eres un cabroncete, ¿eh…? —sonreía malévola—. Acabas de mear, tu pilila va a estar muy guarra… ¿Vas a dejar que tu esclava se manche los morritos de pis…?

Por alguna razón, tras los primeros momentos de zozobra empezaba a tranquilizarme. ¿Qué podía perder por seguirle la corriente? Al fin y al cabo la acababa de morrear de lo lindo. ¡Había morreado a la diosa! ¡Yo, un simple mortal le había comido la boca! ¡Joder! Si me estaba vacilando y se reía de mí el lunes con sus amigas, al menos eso no me lo iba a quitar nadie.

Así que seguí con el cuento.

—Si mi pilila está sucia de pis y sabe mal, te jodes, esclava. Soy tu amo y te pido… no… te exijo… que me la chupes.

Apreté los labios esperando su respuesta.

—Vale, mi amo… —dijo sin cortarse—. No te enfades, por favor… estoy aquí para cumplir tus deseos…

Abrí los ojos flipando cuando se puso en cuclillas, me desabrochó el cinturón y tiró de mis pantalones hacia los tobillos. Tras los pantalones fueron los bóxer y mi rabo rebotó hacia arriba ufano y libre.

Eva lo agarró con las dos manos y lo miró con ojos de gata hambrienta.

—Joder… que duro lo tienes… y qué blanquito, ¿no es demasiado blanco?

—Sí, me lo dicen mucho… —repliqué consternado. La blancura de mi polla no solía ser un hándicap, sino todo lo contrario. Pero nunca se sabía si a una chica concreta le gustaría o no.

—Ya, claro, es que tú eres muy rubio… —me dio la razón y me hizo sentir bien.

Me amasaba los huevos con una mano y me pajeaba con la otra mientras hablaba…

—A mí me gustan más los morenos…

—Sí, ya, como tu… ejem… tu novio…

—Sí, tú lo has dicho, como el «capullo» de mi novio.

…Y parecía que no le hacía ascos a mi «pilila», como la había llamado.

Me apoyé en las dos paredes a mi alrededor para no caer porque las rodillas me temblaban. Mi polla se encontraba a dos centímetros de su boca y su aliento me llegaba nítido. Me concentré en no correrme para no liarla. Sería una real pena que se me escapara un chorro antes de sentirla dentro de su boca. Porque en ese momento ya no dudaba de que me la iba a chupar siguiendo las reglas de aquel juego tonto.

—¿Estás preparado? —me miraba a los ojos como una perrilla fiel.

—Espera… —la detuve—. Quiero algo más, esclava.

Me miró interrogativa, pero no la dejé hablar.

—Quiero que te recojas la falda y abras las piernas, me apetece verte el triángulo del coño mientras me la chupas.

Sacó la lengua por una comisura y se la mordió con expresión pícara. Después abrió las piernas y me enseñó su «piquito» de algodón blanco y rosa.

—¿Quieres que me quite las bragas, amo?

—No, no hace falta… esclava —tuve que aguantarme la risa—. Ya te las quitarás luego…

Y no hubo tiempo para más.

Posó su lengua en la base de los huevos y la subió con lentitud por el tronco de la polla hasta llegar al glande. Se notaba sus deseos de simular una película porno. Toda aquella tontería no era normal en un polvo de bar. Pero me dejé llevar, una vez más.

Y el recorrido de su lengua me produjo un escalofrío que me crispó el rabo de punta a punta. Al llegar a la parte superior, succionó el capullo y le dio unos lametones haciendo rizos con la lengua.

—Sí, es lo que imaginaba… —dijo pensativa—. Sabe a pis…

Pensé que allí acababa la aventura de esa tarde y cerré los ojos. Ya la imaginaba de nuevo corriendo hacia la salida.

Una vez más volvió a sorprenderme.

—¡Está riquísima…! —dijo golosa.

Miraba su sonrisa de dientes perfectos y nacarados a un par de centímetros de mi glande y no podía creer la suerte que tenía. Eva no se cortaba con nada. Cerré los ojos para no ver aquellos dientecitos infantiles, porque me temía que aquel gesto de su rostro podía hacerme correr antes incluso de que empezara a chupar de veras.

—Sí, cierra los ojitos, mi amo, que te lo vas a pasar en grande…

Y sin más dilación empezó a mover su cabeza adelante y atrás tragándose el rabo y soltándolo de forma alterna. Mi polla al completo era ya un escalofrío. Y no porque su boca no estuviera caliente. De hecho, quemaba como un volcán.

Los siguientes minutos —al menos tres o cuatro— me la mamó sin decir una palabra. Solo gemidos y ronroneos salían de su boca.

—Mmmm… ahhh… ahhh… Mmmm… Hummmm… gloglogló…

El sonido líquido de su boca al mamarla era música celestial. Yo no podía decir mucho al verla chupar, solo era capaz de animarla.

—Venga… venga… bien… chupa… chupa… pero qué guapa estás cuando chupas…

—Jajaja… —rió de nuevo—. ¿Estoy guapa?

—Sí, preciosa… pero chupa, por dios…

—Vale, mi amo…

Conseguí aguantar y no correrme demasiado pronto. De hecho, yo solía durar más con una mamada que follando. Así que me sentí capaz de soportar lo suficiente como para no parecer un pardillo, y mi autoestima me ayudó a sobrellevar la tensión del momento.

Tras unos instantes de chupar sin descanso, se sacó el rabo de la boca y se limpió las comisuras con el reverso de la mano. Y entonces volvió a hablar.

—A ver… —me tomó de las manos y se las llevó a la parte trasera de su cabeza—. Haz algo, amo, que estás como muerto.

Claramente se refería a que fingiese que la estaba obligando a chupármela. Y yo, obediente, no quise decepcionarla. La agarré del pelo y la apretaba contra los huevos cuando mi polla le tocaba las cuerdas bocales. La dejaba allí unos segundos —soportando su lucha para no asfixiarse— y luego la soltaba.

Alguna que otra arcada la hacía lanzar babas al suelo a porrillo, pero me había dicho que no me quedara quieto y yo obedecía. Así que tras la arcada volvía a jugar con ella. Y la cara se le teñía de morado cuando la mantenía cinco, siete, diez segundos sujeta y a un punto cercano a la asfixia.

*

En una de las ocasiones en que la permití respirar, Eva se echó hacia atrás y liberó su boca. La tiré aún más del pelo y quise volver a asfixiarla, pero ella se echó a un lado.

—Espera, amo, espera… —dijo tosiendo—. Solo una cosa: cuando vayas a correrte, avísame… amo… Como no me avises, te juro que te mato…

Solté una risita y confirmé con la cabeza. Y un par de minutos después el momento llegó.

—Joder… joder… Eva… su puta madre… me corro… joder…

Había aguantado hasta el último segundo y el primer lefazo le entró directo a la garganta. Eva, de un salto se puso en pie y se situó a mi costado, sujetándome con un brazo por detrás de la cadera. Con la otra mano comenzó a pajearme desbocada.

El segundo y el tercer chorro salieron con tanta fuerza que salpicaron los baldosines de la pared de enfrente, quedando colgados como escupitajos. El resto —tal vez fueron seis o más— salpicaron la tabla del wáter y el suelo más allá de él. Los restos finales inundaron la mano de Eva.

La chica se puso de puntillas y me dedicó un morreo póstumo, como un premio por la corrida: las dos orejas y el rabo. El sabor salado de su boca me confirmó que Eva se había comido el primer disparo. Me lo callé para evitar complicaciones.

—¡Vaya lefada, tío…! —silbó mirándose la mano pringada—. ¿Tú siempre echas tanto y con esa fuerza…?

—Bueno, más o menos… —respondí. Ni de coña era así. Mi cañón había disparado el doble de pólvora de lo normal, y había sido por lo cachondo que me había puesto aquella putita.

Se llevó la mano a la nariz y olió la lefa que le goteaba. Sentí un punto de asco e imaginé que a ella le pasaría lo mismo.

—Vaya, pues no huele tan mal… Se ve que eres un tío sanote… —dijo tan tranquila.

Sonreí sin saber qué decir. Por aquella época me faltaban muchos años para aprender que el olor del esperma humano tiene mucho que ver con la alimentación del hombre y, también, con su estado de salud. A más medicinas, peor olor.

Tomó el rollo de papel higiénico y extrajo un buen puñado de vueltas de él. Se limpió la mano pringada y, a continuación, me tomó la polla y le dedicó unos segundos a frotármela a conciencia.

Cuando terminó me miró sonriente.

—¿Así limpita está bien, mi amo…?

En esta ocasión no me corté.

—Así de puta madre… y le solté un morreo con lengua que me supo a gloria.

Me estaba subiendo los pantalones cuando unos golpes en la puerta nos sobrecogieron. Joder, nos habíamos olvidado de que estábamos en el baño de los tíos.

—Dile que está ocupado… —me susurró, esta vez con cara de susto.

—¡Ocupado, tío! —dije con la voz más bronca que conseguí poner.

—Joder, capullo, date prisa, que llevas ahí un montón de tiempo. ¡A meneártela a tu casa|

—Que no, coño, que estoy cagando…

Nos partimos de la risa, cada uno en un rincón del cubículo, y callamos para dejar pasar la tormenta. Unos segundos más tarde, las voces en el exterior desaparecieron y aproveché para salir y cubrirla a ella.

Eva salió a la carrera hacia el baño de chicas y yo aproveché para asearme en el lavabo.

*

Cuando volví a la mesa, algunos aprovecharon para meterse conmigo.

—¿Qué te ha pasado, tío? ¿Se te ha tragado la taza?

Las risas me cortaron un poco, pero busqué una salida airosa.

—No, joder, es que algo me ha debido de sentar mal… —me defendí posando una mano en mi vientre—. Y, claro, pasa lo que pasa…

Eva, que ya estaba por allí cuando yo llegué, aprovechó para apalancar su excusa. Al parecer habíamos elegido la misma sin habernos puesto de acuerdo. Aunque tampoco hacía falta demasiada imaginación.

—¿No me digas que a ti también te ha sentado mal algo…? —dijo poniendo la mano que había quedado pringada de leche en mi antebrazo. Luego miró a su novio—. ¡Lo veis, y no me creíais…! A Jose le ha pasado lo que a mí… Hemos debido de comer algo en mal estado. Yo aquí no vuelvo más.

Los comentarios cambiaron de rumbo y las conversaciones volvieron a lo de siempre. El principal tema era el fin de curso y las vacaciones a la vuelta de la esquina.

No podía evitar alucinarme al ver con qué naturalidad proseguía todo en aquella mesa. Continuábamos hablando de cualquier cosa o riendo ante la gracia de algún chiste, como si no hubiera pasado nada.

Si yo decía alguna sandez, Eva me miraba y reía la gracia. Si ella mencionaba alguna bobada sobre algún profesor, yo le daba la razón. Y Juanse allí, tan tranquilo, mirándonos a ella o a mí sin imaginarse que unos minutos antes me la estaba mamando en cuclillas mientras abría las piernas para que la viera bien el coño. O mirándose mi leche sobre la mano y oliéndola para ver si le gustaba el aroma.

Una puta locura. Era como si no hubiera pasado nada. Tengo que reconocer que mi visión del sexo cambió aquella tarde. Sobre todo la del sexo prohibido. Una vez echado el polvo, no quedaban ningún tipo de señales sobre la frente que acusaran a los implicados. No aparecía, por ejemplo, un cartel en la cara de la chica que anunciara con letras de neón: «recién follada». Ni tampoco algo parecido en la del chico que exclamara: «ganador del premio gordo, se ha tirado a la guapa del grupo».

Era increíble la naturalidad con la que transcurría la noche tras los minutos de adrenalina en los lavabos de caballeros. Me sentía genial por aquello. Y, además, con la próstata recién vaciada, la sensación de relax era fantástica.

Eva y yo nos mirábamos de reojo de cuando en cuando y nos sonreíamos con picardía. Pero yo apartaba la vista enseguida por miedo a que se nos notara lo vivido juntos.

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