Capítulo 3
En mi vida hubo muchas traiciones. La peor, sin dudas, fue la de mi amiga Micaela cuando se acostó con tío Eduardo. De hecho, ese fue el desencadenante del que creí que iba a ser la ruptura definitiva con el hermano de mi papá. Después de eso estuvimos separados durante un año. Estaba harta de ser su juguete sexual. Él usaba el hecho de que nadie podía vernos juntos como una excusa para hacer lo que quisiera. Micaela me lo contó con toda la inocencia del mundo. Tío Eduardo le había estado escribiendo durante unos meses y él se la cogió en la misma cama en donde me cogía a mí.
Pero ahora no tengo ganas de ahondar en esa anécdota. Muchas veces fui víctima, pero otras tantas fui la victimaria. Tío Eduardo no era el único que hablaba con otras personas mientras salíamos. Yo también lo hacía, aunque jamás me había acostado con alguien a sus espaldas. Mientras estuve con él solo intimé con otras personas en tres ocasiones y todas ellas fueron con su consentimiento, pero eso también es para otra historia.
Tenía a un chico comiendo de mi mano. Se llamaba Ariel, y tenía mi edad, veinticuatro años. Representaba un buen cambio con respecto al tío. No solo teníamos una edad similar, también tenía todo lo que yo necesitaba en ese momento: era un chico sano y dulce, que mostraba devoción hacía mí. Cuando sucedió lo de Micaela me dejé contener por él, y con el tiempo confirmé todas las especulaciones que me había hecho con respecto a su personalidad.
Para ese entonces ya vivía en mi propio departamento, aunque lo alquilaba. Nos pusimos de novios enseguida, y después de un par de meses ya estaba viviendo conmigo. Aunque en realidad no fue algo que lo charláramos, sino que de a poco fue pasando más tiempo en mi casa, y también de a poco fue trayendo sus pertenencias, y de un momento a otro ya nos encontrábamos conviviendo juntos, como marido y mujer. Hasta adoptamos un gatito al que llamamos Milo.
Yo necesitaba eso. Necesitaba acelerar nuestra relación para sentir que lo del tío había quedado atrás. Ariel también había terminado en una ruptura traumática, y parecía tener las mismas necesidades que yo. Solía decirme que éramos dos almas rotas que necesitaban reconstruirse. Era cierto.
No se merecía lo que le hice. Pobrecito.
Llevábamos diez meses de noviazgo. Los roces se hacían más frecuentes, y lo que antes veía en él como una virtud, ahora me hacía sentir hastiada, al menos por momentos. Su sensibilidad, que había sido la característica principal por la que vi en él un perfecto reemplazo del otro, que siempre se había mostrado dominante y egoísta, ahora se me antojaba empalagosa.
De todas formas, sentía que aún lo amaba, aunque ahora me doy cuenta de que más bien era que lo necesitaba.
Tío Eduardo había intentado acercarse un par de veces. En todas las ocasiones sentí unas terribles ganas de verlo, pero el orgullo, ese orgullo que había estado ausente durante la mayor parte de mi vida, ahora aparecía para salvarme de volver a lo mismo. Pero si me había escapado de las garras de tío Eduardo —al menos momentáneamente—, no iba a poder escaparme de mi autodestrucción.
Estaba en el departamento, terminando de limpiar, cuando me llamó Ariel.
—Amor, ¿te acordás de mi amigo Joel? Habíamos quedado en que iba a pasar por casa a dejarme la comida para Milo. Es una bolsa grande. Ni te calientes en subirla, decile que la deje ahí en portería que cuando llego del trabajo yo la subo.
—Pero Ariel, si sabés que a José no le gusta que dejen paquetes en portería —le recordé yo, refiriéndome al quejoso encargado del edificio.
—Bueno, de última que Joel te de una mano. Pero no creo que haya problema.
Claro que recordaba a Joel, y no entendía cómo es que usaba el término “amigo” para referirse a él. Lo había visto por primera vez en una cena en la que Ariel me presentó a su entorno. En realidad Joel formaba parte de un grupo de chicos con el que Ariel iba a jugar al fútbol todos los viernes. Era en más bien un amigo de un amigo. Pero supongo que decirlo así puede sonar rebuscado, así que él simplemente lo denominaba se “amigo”.
Joel era un rubio alto y musculoso, de ojos celestes. Un tipo imponente. Mi novio era un alfeñique a su lado. Recordaba sus miradas constantes hacía mí en aquella cena. Habían asistido casi veinte personas y era imposible tener una verdadera conversación con alguien, cosa que agradecí ya que me evitaba ser el centro de atención. Pero lo malo de que fueran tantos era que se habían colado personas que no eran tan cercanas a Ariel. Los chicos del equipo de fútbol habían ido algunos con sus parejas y se sumaron otros tantos que se conocían de algún lugar. Joel se sentaba en la otra punta de una de las dos mesas que el restorán había reservado para mí. Su arrogancia era casi palpable. Y en más de una ocasión había intentado dejar en ridículo a Ariel.
—Cuando necesitamos un zurdo en el primero que pensamos fue en Ariel —dijo en un momento—. Como tiene las dos piernas izquierdas nos vino como anillo al dedo.
Todos se rieron a carcajadas. Ariel se puso un poco rojo, pero no pareció molesto. Aunque el otro siguió durante toda la noche metiéndole el dedo en la llaga.
—Cómo estás linda, no te conozco a vos —dijo en un momento, dirigiéndose a mí.
Ya había tomado un par de cervezas y se lo veía muy animado.
—Es la novia de Ariel, boludo —le dijo un chico al oído.
—Pero mirá vos Ariel, felicidades —dijo después.
Se notaba la ironía con la que lo decía, como queriendo decir: mirá a la mina que te estás comiendo con esa cara de boludo que tenés. Mi novio era bello, pero su actitud apocada lo hacía ver muy poco masculino, y eso hacía que los de su mismo género lo subestimaran constantemente. Esta vez Ariel se puso un poco nervioso. No era una persona agresiva ni conflictiva, pero en ese momento deseé que al menos tuviera más carácter y pusiera a ese grandulón en su lugar.
Cuando la cena terminó, fui al baño. Ariel me esperó en la mesa. Esa actitud me irritó un poco. ¿Cómo podía dejarme sola cuando sabía que había buitres revoloteándome? Debí hacer fila. Como era de esperar, Joel apareció en seguida, acompañado del chico que le había dicho que yo era la novia de Ariel. Sentí su mirada desubicada, pero hice de cuenta que no lo veía. Igual se acercó a saludarme.
—Chau, disculpá si me puse un poco pesado. A veces me pongo medio boludo —me dijo, dándome un beso en la mejilla que pareció más largo de lo normal.
—Está todo bien, no hay problema —respondí.
La verdad era que me parecía que a quien le debía esas disculpas era a Ariel.
Cuando se metieron en el baño lo escuché decir.
—Viste lo que es esa pendeja. La boquita que tiene… sí, le re cabe amigo.
Estaba claro que lo decía por mí, y estaba claro que hablaba en voz alta para que lo escuchara. Entré al baño y cuando salí fui directo a encontrarme con Ariel, rogando que no me cruzara a aquel musculitos de nuevo.
Por un tiempo quedó en el olvido. Pero cuando Ariel volvía de sus partidos de fútbol, había veces que lo mencionaba. Me di cuenta de que, si antes no eran realmente amigos, ahora al menos estaban cerca de serlo. Porque desde esa cena el nombre de Joel sonó más de seguido en casa, cosa que me daba malas vibras.
Un día recibí su solicitud de amistad en Facebook. Tenía un local de venta de alimentos para mascotas, y estudiaba veterinaria. No podía creer que alguien tan arrogante como él amara las mascotas. A veces me escribía, siempre entrándome por el tema de mi gato, pero cada vez que podía desviaba la conversación y me hacía preguntas personales. Y también era muy común que se hiciera el tonto y preguntara por Ariel. Era obvio que estaba tanteando el terreno, pretendiendo averiguar si seguía de novio con él. Al principio me pareció algo irritante, pero con el tiempo me sacó alguna risa y en un par de ocasiones tuvimos conversaciones divertidas. En general, las veces en las que permitía que la conversación se extendiera era cuando estaba molesta con Ariel por algún motivo, como si sintiera cierto desahogo al darle cabida a ese tipo que lo menospreciaba. Luego sentía culpa, pero seguía haciéndolo igual.
Nunca le dije a mi novio de esas conversaciones. Solo una vez le mencioné que me había enviado la solicitud de Facebook. No pareció molestarle. Pero en sus ojos vi una pizca de duda. Eso era algo que odiaba de Ariel. Fingía no ser celoso y confiar en mí ciegamente, pero era obvio que no lo hacía, al menos no al cien por cien. En el fondo se consideraba poco hombre para una mujer como yo. Tenía el autoestima muy baja y pensaba que con no expresar sus sentimientos, estos no se notarían. Ojalá me hubiese ordenado que eliminara a ese imbécil de entre mis contactos, pero no lo hizo.
Y ahora tenía que recibir a Joel en mi departamento. Le había dicho a Ariel que si le compraba una buena cantidad de alimentos le haría un descuento y mi novio había aceptado. Y ahora, casualmente, tenía que dejar las bolas cuando Ariel no se encontraba.
El timbre sonó. Sentí temor. Temor por la presencia de Joel, y temor por el deseo que sentía en mi interior y que comenzaba a materializarse en mi cuerpo.
Le dije a través del intercomunicador que ya bajaba. Me peiné un poco, pues estaba hecha un desastre, y tomé el ascensor.
Joel llevaba una remera que se ajustaba a su poderoso torso. Tenía el pelo rubio atado en una cola de caballo. Era un hombre hermoso, pero a la vez tenía ese salvajismo masculino que ni siquiera tío Eduardo tenía, y se había dejado crecer la barba en el mentón. Parecía una especie de tarzán del conurbano. Su arrogancia no era casual. Debía de poder cogerse a la mujer que quisiera, o casi.
Miré a José, el encargado. Tenía el ceño fruncido. Estaba listo para negarse a que yo dejara esas bolsas ahí en el hall de entrada. Ni me molesté en pedírselo. Preferí evitar la humillación.
—Hola Brisa —me saludó Joel.
Apoyó su mano en mi cintura y me atrajo hacía él, con la misma facilidad con la que movería una muñeca de trapo. Tenía una fuerza impresionante, que se reflejaba en cada uno de sus músculos y en las gruesísimas venas que se marcaban en su brazo. Y sus manos eran enormes. Podría alzarme con una sola de ellas.
Sentí que mis piernas temblaban, casi con la misma intensidad con la que me hacía temblar tío Eduardo.
—Las podés dejar por ahí, yo las subo —dije.
En realidad, pensaba subirlas de a una, y si José se quejaba por dejar una bolsa por unos miserables minutos ahí sí que lo iba a mandar a la mierda. Eran dos bolsas de diez quilos, y yo era una pequeña mujercita de cuarenta cinco kilogramos. No podía con ambas a la vez.
—No seas tonta, yo te las subo. No me cuesta nada —dijo él.
Había estado rogando que no haya logrado conseguir un buen lugar para dejar el auto y se viera obligado a irse enseguida, pero evidentemente las cosas no iban a salir como yo pretendía.
—Bueno, gracias —dije, resignada.
Él era una mole de noventa kilos, y además estaba acostumbrado a levantar peso, así que agarró las bolsas como si no pesaran nada. Cuando la puerta del ascensor se abrió, vi por el reflejo del espejo que largó una furtiva mirada a mi trasero, aunque la desvió enseguida.
La puerta corrediza se cerró y en ese espacio reducido mi ansiedad fue en aumento. Sonreí, nerviosa. Me miré en el espejo. Era mi clásica media sonrisa con la que se formaba un hoyito en mi mejilla. Corrí mi pelo detrás de la oreja y agaché la mirada, pero no pude reprimir la sonrisa. Tío Eduardo decía que era por ese sonrisa que los hombres pensaban que yo era una mujer fácil. Porque era una risa provocadora. Y lo que dijo después Joel confirmó la teoría machista de mi tío.
—Estás muy bonita —me dijo, y después, como para atenuar lo desubicado del comentario, agregó—. Qué suerte tiene Ari.
Yo solté una risa.
—Si estoy hecha un desastre. Recién terminé de limpiar el depto.
Llevaba una pollera negra, algo viejita, suelta y cómoda, y una remera celeste. Sabía que al decir esa frase le estaba dando pie a que continúe con sus piropos, y así fue.
—Si estás divina. Nada mejor que una linda chica al natural.
Llegamos a mi piso.
—Dejalas ahí nomás —dije, señalando el piso, unos centímetros antes de la puerta de mi departamento.
Él rio, incrédulo.
—Pero si ya vine hasta acá, no me cuesta nada.
Abrí la puerta. Le señalé la cocina, y dejó las bolsas ahí.
—¿Querés tomar algo? Solo tengo agua y Coca cola —lo invité, ya que me parecía una descortesía despacharlo inmediatamente ahora que de todas formas ya estaba adentro.
Me dijo que agua estaba bien. Se apoyó en la mesada, con los brazos cruzados.
—Y vos qué onda Bri —dijo.
Agarró el vaso de agua. Sonreí con nerviosismo, esa sonrisa que según tío Eduardo invitaba a los hombres a pensar que era una mujer fácil.
—Que onda de qué —dije.
—No sé —dijo—. A veces ni me contestás los mensajes. A veces tenés buena onda. Hace un rato parecías incómoda, y ahora te ves divertida.
—No estoy divertida, solo un poco nerviosa —dije.
—¿Y por qué? —preguntó.
—Por cómo me mirás —dije, agachando la cabeza.
—¿Y cómo te miro? —dijo.
Me acarició el rostro y me levantó el mentón, para que nuestras miradas se encontraran. Los hombres estaban cortados por la misma tijera definitivamente.
—Así, como me estás mirando ahora —dije yo, sin apartar su mano ni la mirada de él—. En realidad, vos sos el que me tendría que decir qué onda. No sé, te hacés el amigo de Ariel y me tirás onda, y ahora me agarrás así. Sos un desubicado —terminé de decir, ahora sí apartando su mano cuando moví la cabeza hacia atrás, aunque igual me quedé frente a él.
—Es que me calentás mucho —dijo.
La sinceridad violenta con que largó esas palabras me hicieron estremecer. Entonces hizo algo que me sorprendió, porque ningún hombre con los que estuve hizo algo así. La mayoría intentaba tocarme, o robarme un beso, o atraerme con un abrazo. Pero Joel se quitó la remera y la tiró al piso. Después se bajó el pantalón. Un gruesa verga medio erecta apareció ante mí. Era probablemente la más grande que haya visto hasta el momento. Además, estaba depilado, por lo que su tamaño parecía descomunal.
Me gustan las pijas en general. Me parece que tienen una grotesca belleza, y esta me parecía preciosa. Ante mi inmovilidad y mi silencio él aprovechó para quitarse las zapatillas y deshacerse del pantalón de una vez.
Pensé que se iba a abalanzar sobre mí. Pero se quedó ahí parado, sin hacer nada.
—El portero te vio entrar. Se va a dar cuenta de que estuviste mucho tiempo. Si Ariel se entera… —dije.
Pero Joel seguía ahí. Parecía una escultura. Sus piernas eran gruesísimas y los muslos anunciaban una potencia impresionante. Su abdomen estaba marcado y su torso era muy fuerte. Las venas se marcaban por todo su cuerpo, incluso las de su verga, que ahora, sin más estímulo que el visual, se encontraba totalmente erecta.
Me acerqué a él. Su presencia imponente y su mirada dura me bajaba la poca resistencia que tenía. Sentí todo su cuerpo trabado haciendo contacto con el mío. Agarré la pija y la apreté. Apoyé mi mentón en su pecho y lo miré desde abajo. Lo primero que pensé fue que este era el hombre con el que cualquier mujer querría coger. Quizás era un imbécil, quizás sería un pésimo novio, pero para echarse un polvo era perfecto. Hermoso, soberbio, varonil. Todo lo que no era Ariel.
Pensar en mi novio me dio una terrible punzada de pena, pero ya no había marcha atrás. Las poderosas manos de Joel fueron a un lugar obvio. Empezó a masajearme el culo mientras yo hacía lo mismo con su impresionante falo.
—Jurame que esto va a quedar entre nosotros —dije—. Jurame que nadie se va a enterar de esto.
—Te lo juro —dijo.
Ahora me agarró del culo con ambas manos, y entonces me levantó en el aire, con la misma facilidad con la que había intuido que podría hacerlo. Me besó. Un beso tan salvaje como él mismo. Me llevó cargando.
—No, en el dormitorio no —dije, temiendo que Ariel perciba algún olor o algún desorden—. Cogeme allá.
Cerca de la ventana había un puf enorme que había comparado hacía poco. Me gustaba tirarme ahí durante horas para leer. Joel me llevó hasta ahí. Mi cuerpo entero entraba a la perfección, aunque no recostado, sino que mi torso estaba un poco inclinado, en una postura intermedia entre estar acostado y sentado. Milo nos miraba desde una esquina con curiosidad.
Joel se acercó. Separó sus piernas para poder flanquear las mías. Ahora tenía su imponente cuerpo a centímetros de mi cara. Extendí la mano y acaricié su abdomen. Él lo trabó y entonces sentí su impresionante dureza. Una dureza solo superada por la de su pija que pedía a gritos una mamada.
Obvio que lo hice. La agarré y me la llevé a la boca. Los tiempos de aquella primera mamada con el tío Eduardo habían quedado muy atrás. Había tenido tiempo de practicar y ahora sabía hacerlo como les gustaba a los hombres. Con mucha saliva, manteniendo el contacto visual todo lo que podía, concentrándome mucho en el tronco y jugando con el glande solo por momentos cortos ya que si me concentraba mucho tiempo en él, se aceleraba la eyaculación. Y después me lo metía en la boca, y lo chupaba y chupaba.
Joel la tenía muy grande, lo que hizo que me cansara las mandíbulas muy pronto, y eso que en ese punto ya las tenía bien ejercitadas. Pero a pesar de eso mantuve todo lo que pude a ese voluptuoso miembro en mi boca, porque me encantaba escuchar los gemidos de ese hombretón que ahora estaba bajo mi control.
—Quiero que me cojas —dije al fin, tanto porque mi cansancio había llegado a su límite como porque de verdad quería esa pija adentro de mi cuerpo cuanto antes.
Joel fue a buscar el preservativo que tenía en el pantalón. Entonces escuché que sonaba su celular. Volvió con ambas cosas en la mano.
—Voy a poner el altavoz. No digas nada —ordenó.
No entendía por qué tenía que atender ese llamado en ese mismo momento, y mucho menos por qué tenía que poner el altavoz. Pero enseguida lo averiguaría.
—Hola Ari —dijo.
—Qué hacés. ¿Pudiste dejar eso? —preguntó mi novio.
Joel se inclinó. Metió la mano adentro de mi pollera y me sacó la bombacha. Yo estaba demasiado sorprendida como para poder reaccionar.
—Sí tranqui. Solo me retrasé un poco, pero ya se las dejé a tu chica —respondió Joel.
Estaba agarrando mi bombacha de un extremo, y la observaba con atención. Pareció fascinado cuando descubrió que estaba mojada.
—Ah por que le mandé un mensaje a Brisa, pero no me contesta —dijo Ariel.
Yo había cerrado las piernas, pero Joel se agachó de nuevo y me hizo separarlas. Las fuerzas de mis muslos no podían hacer nada contra él. Después levantó la pollera. Mi sexo hinchado quedó expuesto ante él. Yo lo miraba incrédula. Pero no quería hacer un escándalo por temor a que Ariel oyera mi voz.
—Y andá a saber. quizás está con otro —dijo Joel, y soltó una carcajada—. Te estoy jodiendo chabón. Ya sabés cómo soy.
—Sí. Está todo bien loco —dijo Ariel—. Y gracias por la gauchada, che.
—Gracias a vos campeón. ¿Tenés para rato en el laburo? —dijo Joel, antes de hundir un dedo en mi sexo.
—Sí, para un par de horas más. Justo es mes de balance viste.
—Mal ahí chabón —dijo Joel, hurgando con más intensidad en mi sexo. Tuve que taparme la boca para no soltar un gemido.
—Bueno, te dejo que tengo que volver a lo mío. Ahora me voy a culear una mina que no sabés lo buena que está. Un abrazo, y gracias de nuevo.
Cuando colgó, le di un cachetazo. Lo hice con toda mi fuerza, pero tenía la cara tan dura como el resto de su cuerpo. Ni se inmutó.
—Hijo de puta —dije. Pero su dedo seguía entrando y saliendo de mi sexo—. Sos un hijo de puta —reiteré, sintiendo que las lágrimas empezaban a brotar de mis ojos.
—Tranquila. Él nunca va a saber nada. ¿No te lo había prometido acaso?
Si mi ira no se desató solo fue porque mi excitación la superaba. Pero ¿qué me excitaba? ¿Su dedo penetrándome? ¿Su cuerpo perfecto totalmente desnudo? ¿Su linda y enorme pija a punto de enterrarse en mi sexo? ¿O la idea de que me estuviera poseyendo mientras mi novio estaba al otro lado de la línea? ¿Había sentido algo parecido tío Eduardo cuando se cogió a Micaela? Nunca había entendido por qué lo había hecho, teniendo tantas otras opciones. Justo con mi mejor amiga. Pero quizás ahora lo estaba entendiendo. El costo era muy alto, porque, al menos por ese momento, me estaba convirtiendo en una persona vil. Pero lo prohibido era mi vicio, como ya bien sabía.
Joel me dio un beso. Se me quedó mirando, sentado en cuclillas.
—Qué hermosa carita que tenés —me dijo.
—Carita de ángel. Así me dicen muchos —dije.
—Sí —afirmó él.
—Carita de nena —dije después.
—Sí, es verdad. Tenés una hermosa carita de ángel. Una carita de nena. De nena puta —dijo él, con perversidad, regodeándose en esas palabras que de seguro consideraba insultantes y humillantes. Completamente seguro de que, aunque me denigrara, no recibiría ningún castigo.
—Eso también me lo dicen de seguido —dije yo.
Aunque Ariel nunca me lo había dicho. No. Él siempre me trató con respeto, y ahora se lo pagaba así.
Cambiamos de lugar. Joel se sentó en el puf, y yo me puse a horcajas sobre él. La pija inundó mi interior. Fue doloroso, pero enseguida el placer opacó cualquier otra sensación. Joel estrujaba mis tetas y masajeaba mi culo mientras yo me movía adelante atrás, ya con la pija inmovilizada, casi hundida al completo en mi sexo dilatado. Sí, era hermoso saber que me estaba cogiendo a ese animal, a ese troglodita descerebrado que solo habría de servir para eso era excitante. Muchas veces había sido el objeto sexual de diferentes machos, y ahora este era mu propio juguete.
Me quité la remera, y antes de que pudiéra sacármela Joel me despojó del corpiño. Era muy hábil. Me vi en el reflejo del televisor. Mi pequeñez ahora era exacerbada, montada sobre ese hombre tan enorme. Éramos un hada y un centauro, un caniche y un rottweiler, una gatita y un león, un fitito y una cuatro por cuatro.
Sentía cada célula de mi cuerpo encendida. Era la primera vez desde tío Eduardo que sentía algo tan parecido al sexo incestuoso. Mis gemidos eran incontrolables. En un momento alguien golpeó la pared. Me estremecí, pero enviciada como estaba de esa pija en la que me montaba, no me molesté en detenerme.
Los únicos que podían haber golpeado la pared eran los vecinos del departamento de al lado. Más adelante contaré esa historia, pero ahora, como dije, quería ceñirme a la traición más deleznable llevada a cabo por mi persona.
Acabé, gritando ya como una loca.
—Lo tenías todo planeado, ¿no? —le pregunté, aún con su sexo adentro del mío, ya que él no había acabado—. Te acercaste a Ariel. Te hiciste el amigo. Te inventaste la historia del descuento, y esperaste hasta un momento en el que sabías que iba a estar sola.
Joel me agarró de las caderas y me levantó en el aire. Su pija no se salió en ningún momento.
—Obvio que hice todo para poder cogerte, trolita —dijo.
Caminó din ninguna dificultad, hasta que mi espalda se encontró contra la pared. Con la misma que habían golpeado hacía un rato.
—Entonces sos un hipócrita. Un falso. Si me querías coger me hubieses buscado a mí directamente. No te tenías que hacer amigo de Ariel.
—¿Y por qué no? Es un buen pibe. Macanudo.
—Y te cogés a su novia. Y lo llamás mientras lo hacés —dije, indignada.
Joel me cogió de parado. Otra vez golpearon la pared, ante mis incontrolables gemidos. Mis senos desnudos se sacudían por el frenético movimiento de sus penetraciones. Mi pollera levantada era la única prenda que me cubría un poco.
Joel acabó. Me llevó cargando hasta el puf y me dejó ahí.
—Andate —le dije.
—Pero si Ariel viene recién en unas horas —retrucó él.
—¡Andate! —grité, y me largué a llorar.
Si intentaba consolarme iba a ponerme a gritar como una loca. Pero Joel no era esa clase de personas. Se vistió y se fue. Yo me quedé sola, sintiéndome una porquería de persona.
Cuando me recompuse, le envié un mensaje, preguntándole si José, el encargado, lo había visto salir. “Sí, él me abrió la puerta. ¿Estás bien?”, respondió. No contesté a su última pregunta. José sabía que Joel se había quedado por mucho tiempo, y mis vecinos habían escuchado mientras me cogían. Solo me quedaba cruzar los dedos y apelar a ese dicho que dice que los cornudos eran siempre los últimos en enterarse.
Pero Ariel se enteró, claro que sí. Pero no por los vecinos ni por José. Fue el propio Joel que no pudo evitar guardar en secreto la anécdota. Le contó a algún amigo, quien a su vez le contó a otro, y así mi traición llegó hasta otro de los miembros del equipo de fútbol y luego hasta Ariel.
—¿Es verdad? Te cogiste a Joel —preguntó la noche en la que por fin sacaba su hombría y hacía las preguntas que tenía que hacer. Lástima que ya era demasiado tarde.
No respondí nada, lo que en sí mismo era una respuesta. Esa misma noche se fue de mi departamento. Era probablemente el mejor novio que podría tener. Al menos fue el mejor compañero que tuve hasta el momento, y yo le había destrozado el corazón.
Continuará
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