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 3.863 Lectores conectados [ Comunidad de Cams +18 ]  23.926 Autores | 139.839 Relatos eróticos 
Fecha: 14-Jun-23 « Anterior | Siguiente » en Grandes Relatos

Terapia de grupo 24

ant5cont
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¿Qué pueden tener en común una limpiadora de clubs nocturnos a la que sus amigas definen como “un imán de gilipollas”, un putero casi sesentón que se deja todos sus ahorros en sexo de pago... Version para imprimir

Epílogos.

Andrea oye abrirse la puerta. Como siempre, deja lo que está haciendo y sale a recibir a la única persona que tiene llave de su piso.

Se abraza a Pedro y le da dos besos, uno de ellos en los labios. Le agradan las cosquillas que le hace con su bigote pasado de moda. Hace un mes le comentó que se lo iba a afeitar (ahora Pedro cree que no acaba de sentarle bien) pero ella lo disuadió. Su compañero está más preocupado por su forma de vestir y su por su condición física, de hecho lleva más de un mes acudiendo regularmente al gimnasio. Dice que ya es hora de cuidarse un poco pero ella sabe que lo hace para gustarle, lo cual la enternece y la pone cachonda a partes iguales. Andrea también está más pendiente de su aspecto: ha vuelto a pintarse y se arregla con clase y estilo, como cuando era más jovencita, consciente de lo orgulloso que se siente Pedro cuando camina de su brazo, como diciéndole al mundo: ¡mirad! ¡Esta es mi mujer!

Se sorprende de lo bien que han encajado los dos. Lo que comenzó casi sin ninguna esperanza de durar, por el contrario se va afianzando cada semana que pasan juntos.

- ¿Que te apetece que haga de cenar?

- Nada. Hoy salimos a comer fuera.

- Estupendo ¿Hay algo que celebrar? ¿Te han dado una medalla?

- Me han dado una mierda pinchada en un palo, como siempre.

- Vaya cariño, lo siento ¿estás decepcionado?

- No ¡qué va! para estar decepcionado hay que esperar algo y yo, en mi oficio, lo único que espero es que me dejen trabajar.

- Pues me arreglo y salimos, ya me cuentas luego todo…

- Vale.

Pedro va a la nevera, sabe que todavía le quedan unos veinte minutos largos hasta que Andrea esté lista. Es muy meticulosa para componerse. Saca un trozo de queso añejo y se corta unas cuñitas, pone por encima unos picos de pan y se abre una cerveza. Luego, se sienta en el sofá y pone la tele mientras espera. Está seguro que Andrea le va a pedir que la ponga al día porque esa tarde ha habido reunión con su jefe. Una reunión que no es una reunión cualquiera. Trataban el tema de Carmen, la Mari, y el tiroteo en el aparcamiento.

Después de más de un mes de investigación el caso no avanza. Y eso que esta vez ha contado con los medios necesarios: un tiroteo en plena calle y un muerto no es algo que Gabriel pueda ignorar. Su jefe estaba hoy más que cabreado. Han llegado tarde a la movida y ahora cuesta recomponer los pedazos y mucho más obtener pruebas que puedan servirles para meter a alguien en la trena. Le jode, no porque actuara mal, que lo hizo según el procedimiento (sus medios son finitos y no podía desviar a nadie de otras investigaciones), sino por no haber sabido fiarse del olfato de Pedro. Las señales estaban ahí. Si Pedro (que tiene más calle que los barrenderos de la Gran Vía), señalaba como un podenco con el hocico hacia la gaditana (la tal Carmen) es porque algo se cocinaba. De algún lado podía haber sacado algún refuerzo para enviarle, quizás hubiese sido suficiente para evitar el fiambre y tener algún hilo del que tirar. Que no es que sea un gran misterio lo sucedido, por el barrio siguen los mismos camellos pero ya se ha detectado la presencia de algunos colombianos afincados en Madrid. Es la primera vez que se les ve en el negocio de la venta minorista, hasta el momento sólo venían a hacer transacciones y se iban, pero ahora parece que han llegado para quedarse. Y mira por donde, su oficial más veterano es el que podía haberle puesto en bandeja el cabo suelto que quizá hubiera  permitido hacer alguna detención, o tener de dónde tirar de la manta para ir haciéndole la puñeta a esos tipos. A Gabriel no le gusta un pelo verlos establecerse, ya bastante problema es lo que mueven. Que ahora se hayan hecho con una zona de venta es tan buena noticia como que el Carrefour abra un supermercado enfrente de tu tienda de alimentación.

No hay ni rastro de los antiguos dueños del cotarro: el Chivo no aparece por ningún lado y algunos de sus guardaespaldas tampoco, todo hace imaginar que han cogido unas vacaciones o bien están dos palmos bajo tierra, enterrados en cualquier sitio de la Sierra de Madrid. El caso es que ha habido un cambio de dueños, haya sido por las buenas o por las malas, y la gran duda que le queda a Pedro es que coño pintaba la Carmen en todo aquello y por qué de repente, ella y la Mari aparecen, una con la ceja partida y la otra con un tiro en el hombro en una sesión de terapia, con uno de los secuaces del Chivo esperándolas fuera para darles plomo, el mexicano ese al que ya no pueden apretarle las tuercas para que cante. Las dos mujeres están bien asesoradas y no han abierto la boca haciendo caso de su abogado. Lo cierto es que no tienen nada contra ellas, ni una sola prueba que las implique aunque para todos resulte evidente que estaban hasta el culo metidas en la trama, fuera esta la que fuera.

Por lo tanto, si no hay denuncia, si no hay droga, si no aparece dinero por ninguna parte, si no hay ningún cadáver más que el de un agresor que nadie sabe por qué dispara y al que es la policía quien ha quitado en el medio, pues no hay caso.

Al menos, Pedro ha conseguido que la investigación quede solo en suspenso y no archivada, por si pueden reabrirla más adelante. En este caso cuenta con la total aprobación de su jefe. Gabriel no es tonto y sabe que todo ha pasado delante de sus narices sin poder hacer nada, pero no tira la toalla: esta espinita se les queda clavada y a partir de ahora van a poner foco en lo que se cuece en el barrio y sobre todo, en esos turistas colombianos que parece que vienen a instalarse.

Pedro solo se reprocha una cosa: la clave pudo estar en la maleta que esas dos llevaban. Pensó cuando las vio aparecer por sorpresa en la reunión tan juntitas y escoltándose la una y a la otra, que llevaban equipaje con intención de emigrar, de darse el piro, de borrarse de la ciudad. Sin embargo, después de toda la movida, la maleta no apareció y ellas se mostraron muy inquietas en el momento que ya dejaron de temer por sus vidas. Su preocupación siguiente fue donde estaba la puta maleta. En ese momento fue difícil ver las cosas, Pedro estaba ofuscado concentrando su atención en Carmen y en cómo obtener una orden para evitar que saliera por patas de la ciudad. Es lo que hacía después de llamar a Lucas y a Manolo para que acudieran a toda leche al centro donde hacían terapia. Todo eso mientras salía a la calle a buscarlas con la intención de seguirlas. Gonzalo fue una vez más quien se interpuso. Pensaba que se había largado el abogado pero no, ahí estaba para entretenerlo, pararle los pies y decirle que cuidadito con acosar a sus defendidas.

Luego todo se precipitó: gritos, carreras y de repente la Mari que aparece (desde no se sabe dónde) y se planta enfrente llamándolo y pidiéndole que acuda rápido, que van a matar a Carmen. Demasiadas cosas al mismo tiempo, demasiadas prioridades que cubrir: evitar que maten a la mujer, evitar que le peguen un tiro a uno mismo, intentar capturar sin resultado al Wey vivo, pedir refuerzos, una ambulancia y aislar la zona… solo mucho más tarde, cuando ya ha podido pensar con tranquilidad, es consciente que quizás la clave estuvo en aquella dichosa maleta.

- Pensábamos irnos un tiempo de vacaciones, solo eso, ahí llevábamos el bikini… bueno el bikini esta, yo los tangas porque a mí me gusta ponerme moreno el culo - fue lo que dijo con todo su papo en el interrogatorio la Mari, coincidiendo con la declaración de Carmen.

Pedro es perro viejo y sabe que cada una representa su papel. Sea lo que sea lo que haya pasado está claro que Carmen tiene mucho que ocultar; que la desaparición del Chivo no es casual ni seguramente sea voluntaria; que nadie cede un territorio así por las buenas a unos colombianos recién llegados que a partir de ahora entran también al comercio minorista además de distribuir, lo cual seguramente va a provocar más de un jaleo entre bandas si no una guerra abierta hasta que todo se ajuste y vuelva a una cierta normalidad; que Gonzalo hace su trabajo como abogado lo mismo que él hace el suyo como policía; que su jefe hace lo que puede con el presupuesto y el personal que tiene… en realidad todo está en orden: a veces ganan unos y a veces pierden otros. Otras veces es más complicado porque no se sabe ni siquiera quién gana o pierde.  De momento aquí parece que se llevan la mano los colombianos pero no tiene muy claro en qué apartado situar a Carmen. Con el que no tiene duda es el mexicano, al que un plomazo de 9 milímetros ha colocado definitivamente en el bando de los perdedores.

¿Y él? ¿Dónde está? se pregunta Pedro mientras apura la cerveza.

- Solo es un trabajo - dice una voz a su espalda mientras una mano se cuela por el cuello de su camisa y le acaricia el pecho. Nota el aliento de Andrea en su oído y como ella le besa la cara desde atrás. Parece que adivinara su pensamiento lo cual hace sonreír a Pedro.

Tiene razón, en realidad simplemente es su trabajo: ni gana ni pierde, simplemente lo hace lo mejor que puede. Le basta con saber que es bueno en lo suyo y que así se lo reconocen los que saben. Se queda con el comentario de Gabriel que aparte de despotricar mucho y de dejar el caso en suspenso, antes de irse le ha dicho:

- Lo viste desde el principio ¿no?

 Él se limitó a afirmar. A pesar del tono con que lo dice su jefe no parece un reproche sino una felicitación, un reconocimiento, de la misma forma que sin necesidad de palabras el asiente cuando Gabriel se encoge de hombros, dando a entender que él tampoco podía hacer gran cosa en ese momento. “Es lo que hay” parecen decirse el uno al otro animándose.

- Venga - dice levantándose y tomando de la mano a Andrea - hoy te voy a invitar a un buen pescado con un excelente vino blanco.

- ¿Vamos al Trasmallo?

- Si tú quieres…

- Genial, pero entonces quítate esa cazadora mugrosa y cámbiate de camisa. Con esos pantalones te pega la chaqueta oscura, espera que voy a por ella.

Pedro está encantado de que alguien se ocupe de él. Pensaba que su misión era cuidar a Andrea, aunque en realidad ahora no se sabe muy bien quién cuida de quién.

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Carmen se detiene sobre la arena, justo en el límite donde las pequeñas olas dejan un rastro de espuma. Pasean por la playa de Palmones, realizando el recorrido desde la factoría a la desembocadura del estuario del río. Acaba de sonar el móvil y cuando ve el número se lo lleva rápidamente al oído.

- Hola, dime.

Diego camina a su lado y puede observar el mohín serio y preocupado, la rigidez de los músculos envolviendo su cara, una máscara sólida e inexpresiva. Ya le conoce el gesto y sabe es el de los momentos complicados. Va contestando con monosílabos y a veces asiente con la cabeza, como si su interlocutor pudiera verla. Poco a poco se relaja y tras finalizar la conversación con un “gracias seguimos en contacto” exhala el aire muy lentamente.

- Era Gonzalo - Diego asiente, no hace falta que se lo confirme porque ya lo ha adivinado por lo poco que ha podido captar de conversación y ahora la invita con la mirada a que continúe - El juez ha decidido que no hay caso. No hay ninguna prueba clara que permita imputar ninguna de las acusaciones y los principales implicados continúan desaparecidos sin que se pueda certificar la muerte de ninguno. De momento yo soy la única víctima que puede demostrar que ha salido herida, pero si no denuncio no hay nada que hacer. La investigación sigue abierta pero nos mantenemos solo en calidad de testigos.

Diego respira aliviado. Se acerca y la abraza. Ella se funde con su pecho. Esta tibio y sabe a mar. Se queda así unos instantes, disfrutando del calor del sol en su espalda y de los brazos de su hombre sosteniendo su cuerpo.

- Ha merecido la pena – susurra - Después de todo ha merecido la pena.

Diego sabe a qué se refiere: a que ha dejado Madrid, está de nuevo en la costa, en su costa, con su gente. A nadie le agrada perder una fortuna que ya tenía empaquetada en una maleta, pero si se compara con cómo estaba hace unos meses cuando empezó todo y antes de que apareciera aquel fardo, lo cierto es que Carmen es más feliz, mucho más. De vuelta al Sur, un negocio que funciona, una casita con hipoteca y por supuesto está Diego, junto al que ha encontrado la estabilidad.  La cuestión de la pasta escuece, claro que escuece. Haber visto todos esos fajos juntos en tus manos y que vuelen en tus narices es algo que de vez en cuando todavía le quita el sueño. Vaya regalazo que se encontró quien quiera que fuera. Ojalá se le atraganten, piensa todavía resentida. Pero se le pasa pronto cuando ve lo que ha ganado. Y sobre todo cada vez que se rasca la cicatriz que le pica con el cambio de tiempo, recordándole que podía estar ahora mismo en una urna hecha cenizas. O en la cárcel. Ni en un sitio ni en otro se puede disfrutar del dinero así que se conforma con lo que tiene, que no es poco. La venta del piso de Madrid, el dinero que Diego tenía ahorrado que tampoco es mucho y aproximadamente unos 80.000 euros de las primeras entregas al Richard que aún conservaba, aunque de este último le dio de su parte también un pico a la Mari. La verdad es que la chica se lo había ganado: todavía no se explica la ristra de casualidades que la llevaron a acabar juntas en aquel trastero y que las pusieron a las dos al borde de la fosa, pero lo cierto es que jamás pensó que tuvieran la capacidad para ayudarse mutuamente y salir de aquello. De manera que también compartió con ella algo del dinero, eso sí, después de pagar los honorarios de Gonzalo. Tiene que llamarla para contarle las últimas novedades y para asegurarse que todo va bien, aunque si después de seis meses no ha tenido ningún tropiezo ni nadie la ha vuelto a molestar, es de suponer que están a salvo.

Con el Juanma también estuvo muy preocupada. Que haya perdido un dineral es algo que puede asumir aunque le joda, porque al fin y al cabo fueron sus acciones a las que la llevaron a esta situación. Pero el Juanma confiaba en ella y de repente ha perdido cientos de miles de euros. Por mucho que fueran uña y carne y se conocieran desde siempre, Carmen tenía sus reparos acerca de cómo podía reaccionar, desde que pensara que lo estaba engañando hasta que la culpara del desaguisado. Pero Juanma es el Juanma, un tío básico y sencillo que pone lealtades y confianza por encima de la pasta. Básico y sencillo pero una gran persona, como le demostró cuando se sentó frente a él y le explicó todo lo que había pasado.

- Tendrás que conformarte solo con 40.000 - le dijo a modo de resumen - lo siento Juanma, ha sido culpa mía.

Estuvo serio, cavilando un rato y al final le respondió con toda la retranca algecireña:

- No pasa nada, lo que da el mar, el mar lo quita. Lo importante es que tú estés viva - dijo señalando su hombro - De todas formas no sé qué hubiera hecho yo con tanta pasta… seguro que el gilipollas.

Y ahí acabó el asunto: sigue feliz saliendo a pescar, haciendo sus chapuzas, fumándose sus canutos, bebiendo cerveza con Diego, con el que ha congeniado de puta madre y además les echa una mano en el pub que los dos han montado, que no es que haga falta, pero Carmen se siente obligada a darle trabajo y además lo hace de buena gana. El negocio va bien, no se harán millonarios (es un local pequeño y solo abren por las noches) pero tampoco trabajan demasiado y tienen la mayor parte del día libre.

- ¿Volvemos? - Propone Diego sacándola de sus pensamientos.

- Sí, es temprano y me apetece echar un polvo - contesta ella deshaciendo el abrazo - Y por lo que he podido notar a ti también - dice señalando la erección que se le ha puesto.

Los dos ríen mientras giran y toman el paseo que sigue la ribera del Palmones. Más adelante está aparcada su motocicleta y en apenas diez minutos estarán en casa. Parecen impacientes porque sin darse cuenta aceleran el paso. Ahora predomina el silencio, bastante habitual cuando salen a pasear. Diego es un tío serio y Carmen se ha acostumbrado a que hable poco, en realidad no necesitan decirse la mayoría de las cosas. Han encajado como pareja tan bien como lo hicieron como amantes. Ella está bastante satisfecha y no ha vuelto a sentir la tentación de enrollarse con ningún chulo. Se siente distinta, en otra etapa de su vida y cree haber superado esa adicción al sexo con tipos problemáticos. Claro, también ayuda mucho que te hayan intentado secuestrar, violar, asesinar y que te haya perseguido la policía. Una, madura bastante después de eso.

Ya en la moto, mientras aceleran en dirección a su casa en Los Barrios, ella concluye que todo está bien, que en realidad (a pesar de que los planes se torcieran) su historia no podía tener mejor fin. Se abraza fuerte a Diego y cierra los ojos pensando en las cuatro horas que tienen todavía por delante antes de los que los chicos vuelvan del cole.  

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La Mari cuelga el delantal y se pone la cazadora.

- Hasta la tarde – grita a su compañera que asoma la cabeza tras la barra.

- Vente pronto que hoy abres tú.

- Valeeeeee…

Cruza la acera y se monta en el scooter. Lo tiene desde hace una semana y es de segunda mano. Lo compró muy barato con un pellizquito de lo que le dio Carmen, le viene bien para ir y venir del trabajo que le ha conseguido una amiga, poniendo cafés y copas. No es la primera vez que hace de camarera, pero sí la primera que parece encajar en un local. En otras ocasiones la ha liado parda y no ha durado más de una semana, ya sea porque se ha largado o porque la han puesto de patitas en la calle, pero la nueva Mari, aun manteniendo el carácter y los vicios de la antigua, es más responsable y procura conservar el empleo. Un sueldo de mierda pero que le da para comprarse algo de ropa y salir. También para entregar a su madre una ayuda. Antes, había contribuido poco a las finanzas de casa, en parte porque no duraba mucho en ningún sitio y en parte porque sus adicciones al alcohol y otras sustancias eran caras. Todavía recuerda el gesto de asombro cuando le dio la mitad de lo recibido de Carmen y, más aún, cuando le entregó parte del primer salario.

- Gracias hija – pocas palabras pero mucho sentimiento en el abrazo con el que la envolvió ¿Cuánto hacia que no se abrazaban? Fue como si se hubiesen reunido después de mucho tiempo separadas. Pensándolo bien, era exactamente eso: estar juntas no significa necesariamente estar.

Con su hermana Anita ha costado más trabajo volver a conectar. Después de todo el follón se asustó muchísimo y no salía de su habitación. Que Mari desapareciera tampoco ayudó. Estaba en Cádiz escondida, con Carmen, hasta que las cosas se tranquilizaron un poco. Los primeros días juntas no le dirigió la palabra a pesar de sus intentos de contarle su versión de lo sucedido (al menos la versión limitada, no era cosa de comprometerla ni asustarla aún más).

Ana no entendía muy bien donde se había metido y darse de bruces con una realidad tan peligrosa, así como enterarse que su novio había intentado violar y asesinar a su hermana la dejó traumatizada. Fue un despertar feroz pero efectivo: verle las orejas al lobo de la vida nos hace espabilar y entender cuál es el tablero de juego en el que nos movemos. Mari no sabía que pensar ante su silencio y despego. Especulaba que quizás había una buena dosis de enfado por darse cuenta de que ella tenía razón respecto a la mala compañía que era su novio y también porque (de alguna forma), la hacía culpable de que aquella relación hubiera acabado tan trágicamente.

- ¡Qué quieres que te diga, mejor él que nosotras! - fue de los pocos comentarios que intercambió con su hermana esos primeros días, dejando clara su postura aunque sin atreverse a añadir lo que realmente pensaba: se alegraba profundamente de que le hubieran dado matarile a aquel hijo de puta que era un peligro con patas que amenazaba la existencia de Ana y la suya propia.

Sin embargo, a la semana más o menos que Mari había vuelto a casa sucedió algo. Más tranquila después del tiempo que había pasado con Carmen en Cádiz, sabiendo que nadie había importunado a su familia y que la policía no tenía pruebas para imputarla, ella había también dulcificado un poco su carácter y su actitud. Pasaba más tiempo en casa ayudando y descargando de labores a su madre, y también cuidando de su abuelo. Aún no había empezado a trabajar en el bar. Precisamente estaba aseando al abuelo cuando Ana entró en la habitación. Sin decir una palabra se puso a su lado y la ayudó a quitarle la ropa, a lavarlo y a cambiar las sábanas. Luego se sentaron a desayunar juntas. En un gesto insólito, Mari le preparó unas tostadas y un Colacao caliente. Al segundo sorbo, Ana se levantó y llorando se abrazó a ella. Parece que no solo había recuperado el calor de su madre, sino también de su hermana, que sólo era capaz de murmurar:

- Perdón… perdóname.

Había estado mucho tiempo angustiada, dándose cuenta del error que había cometido con su novio y culpándose sobre todo por haberle indicado donde podía encontrar a Mari aquella mañana. La culpa se había macerado y cocido a fuego lento en su interior. María pensó que estaba preocupada porque fueran a buscarla a ella, que alguna mafia echara bajo la puerta de su casa para hacerle daño, pero en realidad su hermana estaba ansiosa porque creía que Mari podría acabar con dos tiros en la cabeza, metida en una fosa y que todo habría sido por su culpa, por haberse echado ese novio a pesar de que ya se lo advirtió, por haber abierto la boca cuando no debía, por no haber hecho nada cuando su hermana en realidad se había jugado la vida por protegerla.

Aquel abrazo todavía la reconforta cuando lo recuerda. Ahora que ella trabaja fuera, Anita ha empezado a hacerse cargo de la casa y del abuelo sin necesidad de broncas, sin que nadie se lo diga, simplemente ocupando su puesto en la familia y aportando el granito de arena que puede. Sí… aquello empieza a parecerse a una familia de verdad.

Aparca frente al instituto. No todos los días puede ir a recoger a su hermana pero cuando cuadra lo hace. Aunque lo niegue, todavía se asusta al salir sola a la calle. La Mari, en cambio, no puede evitar ser optimista, siempre lo ha sido, incluso en los peores momentos. Es su defensa contra una vida que se les pone muy cuesta arriba: ignorar lo negativo y tratar de encontrar siempre el lado positivo de las cosas, así que ojalá que esté equivocada su hermana y el peligro haya pasado definitivamente. Ella trata de contagiar a Ana de sus buenos pensamientos, recuerda los días pasados en Cádiz y le propone ir juntas. Carmen las acogerá sin problemas unos días en su casa. Se ríen imaginando que van a la playa, que se emborrachan y follan con surferos. Son pensamientos muy locos pero felices porque están comenzando a restablecer la complicidad de cuando eran niñas.

Anita levanta la mano cuando la ve al otro lado de la calle esperándola. Se despide de las compañeras y cruza.

- No hace falta que vengas, nadie me sigue.

- Vengo porque me pilla casi de paso ¡que más me da cinco minutos más!

Su hermana no dice nada, solo le sonríe y toma el casco que le tiende. Sabe que tiene que dar un rodeo ni de coña son cinco minutos, como también sabe que aunque se haga la valiente, se sigue sintiendo reconfortada cuando la ve allí plantada en la acera aguardándola. Monta y se van ambas para casa. Mari levanta la visera. Siente el aire fresco en la cara y el abrazo fuerte de su hermana agarrada su cintura.

Ni tan mal, oye”, piensa.

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El hombre pulsa el timbre junto a la puerta de cristal que cierra la entrada a la oficina de Matías Brunch en la Torre Picasso. Observa a través del vidrio transparente como la secretaria se mueve con andar sinuoso en un traje de falda larga que le entalla perfectamente las caderas, con una chaqueta abierta a través de la que pugnan por salir sus dos pechos. Un suéter los marca tan pegados que podría decirse que es una segunda piel. La cabellera morena flota mientras le sonríe con los ojos negros y sus labios carnosos a la vez.

- Hola señor Urrutia. Don Matías le espera, pase por favor.

- Hola guapísima ¿qué pasa, que estáis de mudanza?

Urrutia, cuyo verdadero apellido es Ospina pero que ha decidido españolizarse un poco desde que ha echado el ancla en Madrid, observa los archivos amontonados encima de la mesa, las cajas ya cerradas y los aparatos desenchufados que indican a las claras que allí hay movimiento de retirada.

- De mudanza definitiva don Alfredo.

- Llámame solo Alfredo por favor. Entonces ¿es cierto que cerráis?

- Ya lo ve, el Señor Matías se jubila.

- Pues es una lástima, siempre se van los mejores.

- Eso dicen - sonríe ella coqueta mientras le ofrece una amplia panorámica de su culo andando hacia la puerta del despacho - pase por favor - dice después de anunciarlo.

- ¿Le apetece beber algo? ¿Un Coñac? todavía recuerdo en qué caja está guardado el Luis Felipe.

- No gracias, hoy es demasiado temprano para mí.

- Hombre, Urrutia.

- Matías… no me lo quería creer pero parece que sí es cierto. Te retiras.

- Ya se lo dije a Marcial: yo con estos temas no bromeo nunca.

- Ahora, cuando más falta nos haces…

- Yo siempre voy a hacer falta así que este es tan buen momento como cualquier otro. Mira, a mí no me disgusta trabajar, pero me gusta más disfrutar de la vida ¿Para qué coño me la he estado jugando todo este tiempo? ¿Para acabar pasando entre rejas los últimos años de mi vida? Tengo nietas ¿sabes? me apetece disfrutar un poco de ellas.

- No te veo a ti haciendo de abuelo.

- Vale, pues entonces imagíname viajando, follando con alguna puta de lujo mientras se me levante aunque sea una vez a la semana y disfrutando de la buena bebida y la buena comida, hasta que el médico me deje, eso sí.

- Ahí encajas mejor.

- ¿Lo ves? Déjame darte un consejo: salta a tiempo del barco del trabajo al yate del placer, disfruta lo que has ganado. Si no ¿para qué tanto esfuerzo? ¿Para acabar contando batallitas en el geriátrico?

- Cuando me llegue el momento lo pensaré, descuida. Gracias por el consejo, pero por ahora queremos saber que hay de lo nuestro.

- Ya lo hablé con Marcial, el gabinete que os he recomendado es de toda confianza, solo tenéis que hacerle llegar la información que os he pasado en los discos duros y él asumirá todo el trabajo. El tipo es bueno y sabe lo que hace.

- Pero no tiene tus mismas relaciones ni tu experiencia…

- Al principio estaremos al habla y yo lo guiaré en todo lo que sea necesario. También le facilitaré los contactos pertinentes para que pueda hacer su trabajo. Tenéis mi teléfono, si hay algún problema me podéis llamar y yo intentaré ayudar, pero me retiro de la primera línea, esto tenéis que entenderlo.

- Qué remedio.

- Es algo que tarde o temprano tenía que pasar, aunque solo fuera por viejo o porque me diera un infarto aquí trabajando para vosotros. Mejor hacerlo ahora con una transición controlada y con alguien preparado, que no deprisa y buscando con urgencia. Manuel Barroso es de los mejores, puedes estar tranquilo. En poco tiempo le tendréis tanta confianza como a mí o quizá más.

El otro afirma ligeramente con la cabeza. La verdad es que ya tenían prevista la contingencia, no es la primera vez que tienen que cambiar de abogado o de asesor en España. Le irán pasando poco a poco la información con pequeños temas, a ver cómo se desenvuelve. Hasta que no estén seguros de él no le pasarán el grueso del expediente. Además, ya han estudiado al tal Barroso y efectivamente sus referencias son buenas. Si Matías les ha allanado el camino y dice que el otro está dispuesto a trabajar con ellos, conociendo al argentino, eso implica que ha hecho bien su trabajo. Como siempre, se asegura de hacer lo mejor para sus clientes, es su mejor seguro de vida teniendo en cuenta con quien trata. Pero Urrutia no está allí por esto, la verdad es que se podía haber ahorrado la visita: ha venido porque hay un fleco suelto por el que quiere preguntar en persona.

- Oye ¿Qué hay del tema del Polígono Sur?

- Tenemos buenas noticias: han suspendido la investigación. Falta de pruebas me han dicho mis contactos, la policía no tiene donde arañar. Se imaginan lo que ha pasado y tontos no son, saben que el territorio del Chivo ha cambiado de manos, así que se imaginarán quien anda detrás de todas las últimas movidas, pero no tienen ninguna prueba contra vosotros y eso es lo importante.

- ¿Y las dos mujeres detenidas?

- No estaban detenidas, ni siquiera imputadas, solo las interrogaron en calidad de testigos. Ellas no han puesto demanda ni denuncia alguna y han mantenido la boca cerrada.

Alfredo mueve la cabeza afirmativamente:

- Tontas no son…eso es bueno.

- De todas formas, aunque la abrieran, no hay ninguna prueba con la que puedan sostener sus testimonios. A menos, claro está, que apareciera el Chivo o algunos de sus dos machacas ¿Podemos estar seguros al respecto de eso?

- Completamente seguros: esos no van a aparecer, estate tranquilo. Nosotros atamos todos los cabos, no nos gusta dejar hilos sueltos que puedan darnos problemas. Hay otro tema: se suponía que aparte de la droga había un maletín con el dinero del Chivo.

- Ya. Me enteré que el trato era una mitad para el tontaina ese que se ha hecho pegar un tiro y la otra para vosotros. Yo daría por perdida esa parte.

- Pues yo diría que si le hacemos una visita a esas dos que estaban en el almacén, igual se les suelta la lengua. Quizás sepan algo.

- Podéis hacer lo que queráis pero mi consejo es que os olvidéis. Tenéis la merca, tenéis la plaza, tenéis por delante trabajo para ponerla en marcha y conservarla…para la que está cayendo habéis salido muy bien parados con la suspensión de la investigación pero el jefe de estupefacientes, ese tal Gabriel Ortigo, no es de los que se olvidan y por lo que me han comentado el inspector al cargo de la investigación tampoco, de modo que yo pasaría del dinero. A veces no se puede tener todo. Ni la droga, ni ese dinero, ni la plaza eran vuestros. Ahora tenéis dos de tres y yo dejaría de agitar el palo en el avispero. Si me aceptas el consejo, olvídate de esas dos tías, están quemadas, la policía las ha interrogado y seguramente las tenga vigiladas. Da igual si se han quedado con el dinero ellas o lo ha escondido el gilipollas ese al que pusisteis al mando. Aquí lo que importa ahora es desviar el foco de atención, dejar que pase el tiempo y las cosas se calmen para que podáis colocar la mercancía y trabajar tranquilos la plaza. Si en los periódicos o en la tele sale que hay movida en el Polígono Sur, quienes mandan presionarán a narcóticos para que vayan a por vosotros. Hazme caso: perfil bajo. No son necesarios más fiambres y menos todavía dos mujeres.

- Gracias por el consejo. Ya veremos.

- Urrutia, de momento vais ganando, no lo estropees. Ya sé que en tu país os gusta hacer las cosas de otra manera pero esto no es Colombia.

El otro se acaricia el bigotito a lo Pablo Escobar que recorre su cara. Arruga el labio en lo que parece un intento de sonrisa y tras un momento pensándolo parece decantarse.

- Quizás tengas razón. Bien, Matías, no estés muy lejos del teléfono por si te necesitamos. Y gracias por los servicios prestados.

- Gracias a vosotros – añade el abogado con sentimiento no del todo fingido. Al fin y al cabo son clientes como esos quienes le han hecho rico.

- ¿Me permites una pregunta indiscreta?

- Claro, esas son las que más me gustan.

- ¿Y tu secretaria? ¿No te la llevas?

- ¿Patricia? Si tuviera veinte años menos no solo me la llevaba sino que además me casaba con ella. Pero ahora que voy a pasar más tiempo con la familia ¿qué pinta esa maciza morenaza a mi alrededor? lo único que conseguiría es un divorcio y que mi mujer se llevara la mitad de lo que he ganado. Y la verdad, ya no follo tanto como para permitirme ese lujo.

- Entonces ¿se queda sin trabajo?

- No, la he colocado con un amigo. Es un gabinete pequeño, no va a cobrar lo que está acostumbrada aquí y posiblemente se va a aburrir mucho, pero es un sitio donde no le va a faltar trabajo. Ya veremos lo que aguanta allí. Es una chica de recursos y no te preocupes que seguramente no tardará en encontrar algo mejor.

- Bueno Matías, lo dicho, nos vemos y que disfrutes de tu retiro.

- Eso espero y ya sabes cuál es mi consejo: cuando puedas haz tú lo mismo. Hasta entonces tranquilidad y buena letra. Hazme caso y déjate aconsejar por Manuel Barroso, es un buen profesional que entiende muy bien cómo funciona esto.  Discreción, calma y prosperaréis como habéis hecho hasta ahora.

Alfonso Urrutia se levanta y estrecha la mano de Matías que lo acompaña hasta la oficina.

- Ha sido un placer.

- Lo mismo digo.

Urrutia todavía se recrea un poco en la oficina, observando a la secretaria que sigue amontonando carpetas frente a una destructora de papel.

- Lo que más lamento de todo esto es que vamos a dejar de vernos. Eres la alegría de esta oficina ¿lo sabías?

- ¡Pues claro que lo sé! - repite ella con una sonrisa de suficiencia. Como si no tuviera claro en qué ambiente se mueve, cuáles son sus armas y también el efecto que causa a los hombres.

- Me han dicho que ya tienes trabajo.

- Sí señor, me incorporo a un nuevo bufete - responde ella, resoplando traviesa con el labio de abajo contra uno de los rizos que ha caído sobre su frente.

- No pareces muy entusiasmada, igual en el nuevo sitio te vas a aburrir…

- Yo soy muy profesional y seguro que encuentro algo en lo que entretenerme, pero me temo que este nuevo trabajo no va mucho con mi estilo… ni tampoco con mi sueldo - remata con un mohín de enfado.

- Te entiendo. Mi lema es siempre para adelante y nunca para atrás, cuando uno se acostumbra a un nivel de vida es muy jodido bajarse del escalón.

- Cierto… pero bueno, ya prosperaré, siempre lo hago.

- No me cabe la menor duda - dice él mientras la recorre de arriba abajo con la mirada - Oye ¿y no te gustaría tomarte unas vacaciones antes de empezar en el nuevo despacho? Vuelvo a mi país a dar una vuelta a los negocios de por allí, estaré unos tres meses y podrías ser mi invitada.

- Suena bien pero verás, es que no me gustan mucho los sitios peligrosos, yo soy más de playa y resort.

- Pero mi niña ¡si no hay ningún riesgo! todo lo contrario, nuestra empresa ya está muy consolidada. Te trataré como una reina. Las mejores playas del caribe están allí: Santa Marta, Islas del Rosario, Barú, San Andrés… tenía pensado dar una vuelta en avión incluso por el Salto del Ángel ¿sabes que es la cascada más alta del mundo?

- ¡Wow! eso suena muy bien. Y yo ¿qué tendría que hacer? ¿Llevarte los papeles?

- Nada de trabajo, solo vacaciones. Tú solo tendrías que estar conmigo, guapa, aunque quién sabe: igual te animas… las mujeres lindas y decididas siempre encuentran acomodo en nuestra organización.

- Lamentablemente no puedo permitirme estar tres meses de vacaciones, aunque sea invitada – la morena no es tonta y tantea a Urrutia poniendo carita de pena.

- ¿Cuánto te va a pagar tu nuevo jefe?

- Una miseria comparado con lo que gano ahora: 1800 euros al mes.

- Te ofrezco el sueldo de un año si vienes conmigo.

- ¡Vaya! ¡Tú sí que sabes convencer a una chica! ¿Seguro que no hay peligro?

- Cero riesgo. Quizá tenga que hacer un par de visitas a la selva a revisar unas factorías, un sitio un poco insalubre, pero serán apenas un par de días y tú puedes esperarme en el hotel.

Patricia escribe algo en una tarjeta y se la desliza al otro en el bolsillo.

- ¿Esto qué es?

- ¿Que va a ser?: mi número de teléfono particular ¿tardas mucho en irte?

- Tengo previsto viajar de aquí a una semana, más o menos.

- Mira, tiempo de sobra para que me invites a cenar e intentes convencerme de que te acompañe. Si me decido podemos aclarar todos los detalles…

- No tengo mucho tiempo libre pero te llamaré esta misma noche para quedar mañana o pasado.

- De acuerdo - dice ella manteniendo la sonrisa de oreja a oreja.

Alfonso Urrutia sale de la oficina satisfecho. Que se haya suspendido la investigación por falta de pruebas es una buena noticia para su jefe; que la morena de la oficina esté disponible y dispuesta a viajar es una buena noticia para él: la chica le gusta y su olfato le indica que puede ser muy útil. Es inteligente y decidida. Le ha hecho olvidar el detalle de que hay una maleta perdida con una buena cantidad de dinero, pero como Matías dice, mejor dejar las cosas así. Ellos salen ganando de todas formas y queda mucho trabajo por hacer, no es cuestión de estropear el negocio. Solo la droga que se han llevado más los rendimientos que esperan obtener de la plaza, ya compensan sobradamente todo lo demás. Perfil bajo y dejar enfriarse el guiso mientras toman posiciones y organizan su nuevo territorio. Ya controlan una buena parte de la distribución y este es el primer paso para controlar también la venta, o al menos una parte de ella. Habrá muchas oportunidades de aquí en adelante si todo va bien, lo cual solo se puede traducir en más dinero para Urrutia y más posibilidades de ascenso en su organización. Ya apenas se mete en el barro y pronto no tendrá que ensuciarse nunca más las manos. En pocos años (tal vez meses) será unos de los que se limitan a dar órdenes desde los despachos sin tener que jugarse el tipo, con los suficientes intermediarios como para garantizarse que no le vuelva a salpicar la sangre y que difícilmente acabe pisando cárcel.

Pero eso todavía está por llegar. Las buenas perspectivas son solo eso, buenas perspectivas. No debe confiarse porque la confianza en su oficio lleva al desastre. De momento centrémonos en lo cercano. Y dentro de lo cercano, en el viajecito de vuelta a Colombia a revisar cómo anda la producción por allí y a los tres meses (que si todo va bien) se va a pegar con aquella morenaza española. Si todo lo que promete la vista se confirma, desde luego está para ponerle un piso y no dejarla escapar.

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Gonzalo se retuerce de dolor cuando la cera caliente cae en su pecho desde la vela roja y luego continúa hasta su vientre, dejando un reguero que parecieran gotas de sangre. Hace un esfuerzo arqueándose, como si pudiera librarse de las esposas que lo mantienen atado al cabecero de la cama. El saber que es un arranque inútil y no va a poder evadirse del dolor lo excita aún más. Su erección se tensa y provoca que se levante su verga como si fuera una vela impulsada por el viento.

- Parece que esto te pone cachondo ¿no? - dice la chica mientras se sube a horcajadas sobre su abdomen y con la mano libre le retuerce los testículos.

Grita Gonzalo, o más bien lo intenta, porque la mordaza que tiene en la boca le impide emitir más que una especie de sordo gorgoteo.

- Esto está a punto de caramelo - indica ella - pero escúchame asqueroso, no se te ocurra correrte hasta que yo te lo mande o te clavo el tacón en la polla. El otro día te vaciaste casi sin que llegar a metérmela y hoy no te consiento que me dejes con las ganas.

La chica le coloca unas pinzas de la ropa en cada uno de sus ya castigados pezones. Su coño desnudo sobre el estómago, percibe cada vibración del cuerpo de Gonzalo que se encoge de nuevo al notar sus uñas clavarse en el costado. Su sexo mojado deja un rastro pegajoso de flujo en su ombligo y barriga mientras se retira, buscando ansioso el contacto con la verga. Cuando topa con la punta juguetea un rato con ella mientras esta resbala a un lado y a otro sin llegar a entrar. Luego, ella se da la vuelta, se pone en cuclillas y cogiéndola muy fuerte con la mano la aprieta hasta que el glande se pone casi morado y es entonces (solo entonces), cuando escupe sobre ella, la envuelve de saliva y se deja caer a plomo metiéndosela hasta los huevos. Deposita todo su peso sobre él un rato, hasta que se echa hacia adelante y empieza a mover circularmente el culo, para sentir como el falo se pega aún más a las paredes de su vagina. Empieza una cabalgada frenética metiéndola y sacándola a placer, a la vez que se pellizca los pezones y se muerde el labio inferior. Golpea con sus nalgas contra el pubis mientras Gonzalo resopla como puede, sin considerar si el ángulo es correcto para él, si le molesta o le hace daño, solo busca su propio placer y en esa postura puede metérsela fuerte sin que le incomode a ella. Nota como el gusto le viene y clava sus uñas en un muslo del hombre, mientras con la otra mano se acaricia el clítoris.

Una serie de gruñidos lastimeros le hacen volver la cara y por la expresión, denota que el hombre ya no puede aguantar más. La mira con ojos suplicantes como pidiéndole permiso para correrse. Finalmente, acaba cerrándolos y componiendo una pose entre excitada y resignada, asumiendo que es inevitable su eyaculación y que aceptará el castigo que ella quiera imponerle por no haberse corrido a su orden. Pero la chica no parece enfadada. Inma cierra los ojos y arquea su cuerpo hacia atrás continuando con sus sentones, abriendo bien sus muslos para que Alex, que está sentado en una butaca en frente de la cama masturbándose, no pierda detalle.

Cuando lo siente derramarse en su interior, afloja un poco el ritmo y se la mete y la saca con más suavidad varias veces. Un pegotón de semen blanco asoma por la comisura de su coñito, lo que hace que su marido ponga los ojos turbios. Ella se la vuelve a introducir hasta el fondo, pasa un dedo por el borde de su sexo y recoge la leche recién eyaculada mojándose los labios con ella. Después, poco a poco, se incorpora dejando salir la verga hasta que se oye un ploff y el glande abandona la vagina mientras esta expulsa un chorro de esperma.

Gonzalo no es el amante mejor dotado que han tenido, ni mucho menos, pero es increíble la cantidad de leche que suelta en cada corrida. Todo un hallazgo, piensa Inma. Se deja caer aplastando con el culo la polla, todavía dura, exprimiéndola para que suelte las últimas gotas que se pegan a sus nalgas. Continúa abierta de piernas separando los labios para que su chico pueda ver bien como se introduce los dedos y saca restos de semen, que recoge y se restriega contra los pechos. A continuación se levanta sin olvidarse de darle su premio a Gonzalo (un pellizco en los testículos que lo hacen saltar de nuevo) y se dirige rápidamente hacia Alex, sentándose a horcajadas y metiéndose el pene tremendamente duro y resbaladizo de líquido preseminal.

Pubis contra pubis, la polla penetrando en su coño hasta el fondo, sus pechos pringados de leche restregándose contra su chico, sus bocas fundidas en un beso húmedo con sabor a semen. Ella mueve su cintura de forma espasmódica, buscando el mayor roce posible. Inma está a punto de llevar la mano a su sexo para darse el último empujoncito estimulando su clítoris, pero de repente, nota como Alex la abraza con fuerza y su cuerpo tiembla, anticipando la inminente eyaculación. Esto la pone muy, pero que muy cachonda, tanto que no necesita tocarse y se corre mientras le vuelven a llenar la vagina de esperma. Jadean, gritan, intentan respirar, vuelven a jadear, se comen la boca… el orgasmo se prolonga en forma de caricias, besos y palabras cariñosas.

El otro vértice del triángulo los observa desde la cama, complacido y contento. Él también ha tenido un excelente orgasmo. Gonzalo tiene sentimientos encontrados: por un lado las malas noticias son que, tras un período en que parecía que tenía controlada su adicción, ha vuelto a recaer. Todo por culpa de Diego. Él había sido el enlace con Carmen, el que se ocupó de todas las gestiones para vender su piso en Madrid y de varios papeleos para los que también recurrieron a Gonzalo. Cuando se trasladó definitivamente a Cádiz, le dejó el contacto de Alex e Inma, unos amigos suyos (como él los presentó). Se podrían encargar si había que realizar alguna gestión en persona de cualquier tema que surgiera.

Ese fue el motivo por el que se conocieron, puramente profesional, porque ellos también recurrieron a él para un tema relacionado con la herencia de Inma que Gonzalo solucionó rápida y eficientemente. Agradecidos y sabiendo que Diego confiaba en él, decidieron invitarlo a un almuerzo cuando finalmente tuvieron solucionado el tema. Allí congeniaron los tres tanto que Gonzalo les confesó de qué conocía a Carmen y a la Mari. Ellos se mostraron vivamente interesados en su adicción. Al principio pensó que era simplemente morbo. No tenía muy claro por qué había acabado contándoles aquello, quizá porque después de las sesiones de terapia llevaba mucho tiempo sin poder hablar con nadie y se había acostumbrado a desahogarse. Con ellos había establecido una buena conexión y de repente sintió el impulso de confesarse. Para cuando quiso darse cuenta, ya les estaba contando todas sus preocupaciones. Le cuesta reconocerlo pero echaba de menos las reuniones del grupo.

Después de aquello pensó que no le volverían a llamar, que lo considerarían un tío raro. Su sorpresa fue cuando no tardaron ni una semana en invitarlo a tomar una copa. Durante ese encuentro, la pareja se sinceró y les explicó cuál era su relación con Diego y como ellos también tenían sus apetitos ocultos. Se preguntaban si de alguna forma podrían compenetrarse porque la marcha de Diego los había dejado huérfanos y no estaban dispuestos a liarse con cualquiera, ya no, en ese aspecto habían madurado: no estaban interesados en volver a los clubs liberales, ni a andar quedando con desconocidos por internet. La propuesta vino enseguida y Gonzalo la aceptó, sin más.

Inma ha demostrado ser una excelente dómina. No tardó apenas nada en meterse en el papel y lo cierto es que ella también lo disfruta, ha descubierto que le gusta someter. Es un plus a su filia, un buen complemento. Alex disfruta viéndola divertirse y también jugando con su rol de cornudo consentido, sobre todo relacionado con el tema de ver a Inma manchada de fluidos. Y Gonzalo también goza, ahora en un entorno mucho más seguro, sin tener que pagar para que le zurren, con una enfermera que es capaz de controlar el daño sin dejar marcas y sin que sea un riesgo para su salud. Esas son las buenas noticias. La verdad es que todos los intereses del triángulo que conforman están más que cubiertos y satisfechos, así pues ¿cómo va a dejarlo ahora? Cada vez siente menos remordimientos y le plantea menos problemas el asunto, lo cual no sabe si es bueno o malo. Si todo está controlado y todos son felices ¿Qué necesidad hay de arriesgar su matrimonio contándole nada a su mujer?

Todo esto va en contra de la terapia personalizada que está siguiendo con Carla. Allí trabajan en otra dirección. Pero como la última decisión es suya, se está planteando reconsiderar el tema de confesarse a su esposa.

Mira a la pareja que sigue abrazada, dándose ahora un nuevo beso con lengua, sin pensar para nada en ir al baño a ducharse. Sabe que todavía tardaran un rato, se están solazando, satisfechos y felices. No parecen en este momento un cornudo salofílico y una dominanta salida, sino lo que realmente son: una pareja joven que se quiere y que han encontrado la forma de disfrutar del sexo sin barreras ni tabúes.

Si no tuviera la mordaza, Gonzalo sonreiría con sana envidia. Ojalá el tuviera ese tipo de relación con su esposa.

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Berto se recrea repantingado en la cama. Las piernas abiertas y ligeramente incorporado para que la prominente barriga no le tape la visión. Una buena perspectiva por cierto, unas excelentes vistas sobre la pelirroja que está empleándose a fondo en sacarle brillo con la lengua a su sable. Es una experta que chupa bien y además una auténtica monada, alrededor de veinticinco años, ojos grises y pecas por toda la cara.

Berto eleva una silenciosa plegaria hacia el Creador por haber derramado sus dones de manera tan pródiga con ciertas criaturas para su goce, en este caso, en forma de una adorable criatura bermeja con dos pechos normalitos, tirando a pequeños pero que presentan dos botones en forma de pezones que quitan el hipo cada vez que rozan su muslo; y también en forma de morena maciza: la que tiene a su derecha acurrucada junto a él, con unas curvas que ríete tú del circuito de F1 de Austin. Aquí los pechos son ya exagerados, en consonancia con la parábola que forman sus caderas y con su prominente pero firme culo. A pesar de su volumen apuntan al cielo desafiando cualquier ley de la gravedad, lo que indica la ayuda de la cirugía. Si Newton se hubiera encontrado con esas ubres en vez de con un manzanazo en la cabeza, ni teoría de la gravedad ni hostias. El conjunto se cierra con una rubia natural de pelo largo, cuerpo esbelto y pechos (esta vez sí) naturales. También jovencita, los sostiene con elegancia de modelo. Lo de rubia natural no es cosa menor para Berto, odia las pelucas y los tintes que disfrazan la realidad que él busca en sus fantasías. Si paga porque se la chupe una rubia, pues que sea rubia ¡coño! Es lo que piensa. Y hablando de pagar: el asunto le va a salir por un ojo de la cara pero, mire usted por donde, el dinero ya no es problema. No desde el otro día. A estas alturas y después de muchos años sin pisar una iglesia, Alberto se va a hacer creyente, fervoroso creyente, porque desde que salió aquella mañana de la última reunión del grupo de terapia ya cree en los milagros. No en los milagros de curar leprosos o resucitar muertos (tampoco hay que exagerar ni llevar las cosas al extremo, que uno puede ser un poquito limitado pero no tan tonto como para no saber cuándo le toman el pelo para que pase la Visa por el cepillo), pero sí en los milagros del azar, como por ejemplo que de repente (por no sabe que carambolas del destino) aparece debajo de tu auto una maleta con cientos de miles de euros.

Todavía recuerda su cara de pasmo cuando fue a arrancar su Dacia Logan color rojo y oyó el ruido de algo que arrastraba debajo, golpeándose contra el tubo de escape. Pensó que sería un cartón o algo así, hasta que se agachó y vio que se trataba de una pequeña maleta con ruedas.

No tuvo duda alguna de que debía abrirla. Por fuera ningún signo ni etiqueta y la verdad es que su intención era ver si podía encontrar algún documento dentro que le permitiera devolverla, intención que se le pasó muy rápida cuando se dio cuenta de lo que había en su interior. Le bastó abrir la cremallera de una esquina y comprobar lo que asomaba por una de las bolsas rotas. La cabeza no le daba para calcular cuánto dinero podría haber, el señor (sabio en su sabiduría), le dio el entendimiento justo para saber que lo que tenía que hacer era cerrar la maleta, echarla al asiento del copiloto y salir disparado de allí. Durante unos días estuvo mirando las noticias a ver si decían algo de un maletín repleto de dinero perdido, pero nada de nada.

La verdad es que estuvo tentado de acudir a la policía, pero es una tentación fácilmente soportable, que de hecho Berto superó sin demasiados problemas. Cuando él se pone, se pone, y si hay que vencer la tentación se vence. Al fin y al cabo, en esta ocasión no estamos hablando de sexo sino de dinero, que no es lo mismo ni mucho menos. Además, de repente le ha dado por creer en el destino y los milagros. Su mujer, que ha rezado tanto para que dejara de andar por ahí de putas, parece que ha sido malinterpretada por el altísimo, que de improviso pone en sus manos los medios para que no le falte una buena hembra en la cama ¿Cómo decir NO a todo eso? ¡Sería casi un sacrilegio!

Se imagina haciendo el idiota en una comisaría de policía, devolviendo una maleta llena de fajos de billetes, que cuando alguien la tiró debajo de un coche por algo sería, seguro que no es dinero limpio y para que se lo quede otro, pues ahí está él dándole el mejor uso posible, piensa mientras la pelirroja sigue con la felación. Está tentado de decirle que pare, que ya está bien, porque aunque ha disfrutado de las tres, solo se ha podido correr un par de veces y ya a su edad no está para un tercer disparo, pero la deja que continúe que para eso le ha costado un ojo de la cara. La sensación de que la chupen, aunque no llegues a correrte, es muy placentera así que siga un ratito más.

Cosas de la edad: ahora lo que más le apetece es echar mano a la bandeja con el catering donde un suculento jamón de bellota, un buen vino y un queso delicatesen lo están llamando. La tripa ha conseguido igualar a la polla en cuanto a prioridades, lo cual le hubiera parecido tan solo hasta hace unos pocos meses algo imposible. Como también le parece increíble sentirse ahíto de sexo, vacío y desmotivado con aquellas tres potrancas dando vueltas alrededor. Pareciera que ya no es cuestión de número, ni de intensidad, ni de descender peldaños en la escala de guarrerías ¿De qué entonces? porque Berto siempre se ha jactado de sentirse satisfecho con cualquier agujero húmedo y palpitante que le permitiera vaciar sus instintos. Y entonces ¿porque ahora siente que nada le conforma?

Acaricia el pelo de la pelirroja y le pide que lo deje. La otra se retira mecánicamente, muy profesional ella, sin mostrar satisfacción por acabar ni tampoco enfado porque no la dejen terminar su trabajo, aquí el cliente (o lo que es lo mismo: la pasta) manda.

Alberto hace una seña a la rubia que se acerca con la bandeja y una copa de vino. Está a gusto allí en la cama después de haberse desahogado, que está muy bien eso de desatrancar las cañerías de vez en cuando y mejor aún rodeado de tres bellezas, con un carísimo vino y chupándose los dedos con el jamón de bellota. Y sin embargo no está satisfecho del todo, más bien cada minuto que pasa en esa habitación se siente un poco menos pleno. Alberto se pregunta quién podría llenar ese hueco, con quién podría compartir ahora la cama y sentirse colmado una vez satisfechas sus necesidades perentorias de sexo, comida y bebida. Enseguida desecha la idea de traer allí a su mujer: esta, después de follar, como mucho lo premia con su indiferencia si no con algún reproche. Concluye que solo hay una persona con la que le apetece compartir todo: el antes, el durante y el después, alguien que si ahora estuviera tumbada a su lado, posiblemente conseguiría que sintiera algo lo más posible parecido a ser feliz.

Se deshace del abrazo de la morena voluptuosa, aprovechando para pasar la mano por su cadera y darle una palmada en el culo macizo y respingón. Su primer orgasmo fue con ella a cuatro patas, viéndola mover la grupa sin que él tuviera que hacer esfuerzo. Le hizo un twerking (o como se llame el baile ese nuevo que hay ahora) que lo dejó seco. Va al servicio y desagua parte del caro champán con el que empezaron la velada.

Suspira un poco, como si estuviera por decidirse aunque sabe que ya lo ha hecho. Luego toma el móvil y busca el número que le ha facilitado el investigador privado que contrató hará una semana. Es la mejor inversión que ha hecho quitando el abogado que hace un par de días le está moviendo los papeles del divorcio, un tío listo y espabilado que se ocupa de todo. Aunque la verdad es que se lo ha puesto a huevo porque le ha dado orden de acordar una razonable paga de manutención para su mujer e incluso le ha dejado el usufructo del piso de Leganés donde viven. Lo de que ahora es millonario no ha considerado necesario decírselo a ella ni a nadie, que ya se sabe que la gente es muy envidiosa.

Antonio marca el número de teléfono que le han facilitado y exhibe una sonrisa cuando al otro lado reconoce una voz aguardentosa que le contesta.

- ¿Si? ¿Quién es?

- Hola Charo, soy Alberto ¿te acuerdas de mí?

- ¿Alberto?

- Sí hombre ¡tú pichurri!

- ¡Ah! Claro, claro que sí… oye ¡cuánto tiempo!

- Hija, como desapareciste sin más y no hubo forma de encontrarte…

- A ver Pichurri, si es que ya no ejerzo. Me retiré que esa era muy mala vida y una no tiene edad para según qué faenas.

- Te entiendo, todos no se portaban tan bien como yo ¿verdad?

- Eso es - dice ella con un timbre irónico en la voz que Alberto o no capta, o ignora.

- Oye ¿y no harías una excepción conmigo? es que me gustaría hacerte una proposición.

- ¿Qué proposición?

- Mira, ahora mismo estoy en una habitación del hotel ese tan alto que hay en la plaza de España ¿Por qué no coges un taxi y te vienes a cenar? Yo te pago la carrera, te invito a una comida por todo lo alto y te hago un buen regalito por pasar la noche conmigo. Así tenemos tiempo para hablar tranquilos.

- ¿Hablar el qué?

- Pues eso, mi propuesta. Si no te gusta pues mañana cada uno para su casa y ya está.

El fino olfato de la Charo detecta que puede haber donde rascar para arreglarse el mes, que viene un poco achuchado. Y quién sabe si para arreglarse el año, que nunca se sabe. De modo que acepta sin pensárselo demasiado.

- Dime la dirección y la habitación que voy para allá.

Berto sale del aseo frotándose las manos. “Ahora sí”, se dice, aquello está tomando un color que ya le gusta mucho más.

- Chicas… Encantado de haberos conocido pero hay que ir evacuando la habitación. Recogedme un poquito esto antes de iros, por favor, que tengo visita.

Las chavalas se miran entre sí mientras el otro se mete de nuevo en el baño a darse una ducha.

- Menudo gilipollas - murmura la rubia (que es la única que parece un poco enfadada) mientras las otras dos se encogen de hombros, como asumiendo que aquello son gajes del oficio y este no es ni mucho menos de los peores con los que se han encontrado. Además, paga por adelantado, así que cuanto antes se acabe la faena mejor, que ya va siendo hora de emigrar y  activar los móviles por si acaso llaman nuevos clientes, que la noche aún es joven.

Mientras salen oyen silbar a Berto bajo el agua.

FIN

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