Apesadumbrado y cabizbajo el fotógrafo salió de nuevo de su hogar y estudio de trabajo.
Solo quedaba darle los últimos retoques a la ya superobediente modelo para prepararla para la fiesta. Íbrahima le quitó el vestido. Iría desnuda, con el collar de perra y la cadena metálica, las barras en los pezones,... Debería maquillarse un poco, así que Ibrahima la acompañó a su dormitorio para que se diera los últimos retoques. Pese al nerviosismo, fue capaz de mantener el pulso para dibujar la raya negra de sus ojos y poner de nuevo el carmín en sus labios. No necesitaba mucho más maquillaje, siempre estaba espectacularmente guapa. Antes de salir, la hicieron ponerse a cuatro patas. Ibrahima pisó su cuello para que su cara tocase el suelo. Sheikh le acercó a su boca un plug in anal metálico y lo sostuvo por su remate trasero de bisutería imitando diamantes y se lo hizo chupar. Como colofón final, se lo introdujo en el ano sin muchos miramientos, aunque la saliva de Maui ayudaba a penetrarlo con cierta facilidad.
La fiesta empezó a la siete de la tarde, ellos llegarían a las ocho, cuando gran parte de los asistentes ya estuvieran en la fiesta. El jeque saludaba a todos los asistentes varones a la entrada del yate. Primero entraron unos jugadores de fútbol que no eran muy duchos en protocolo, casi hicieron una genuflexión ante el jeque, pero el jeque cordial tiró de sus manos y los abrazó e incluso los besó en la frente, de hecho los deportistas sintieron una mano que bajaba más allá de donde terminaban sus espaldas.
Un magnate ruso vino acompañado de cuatro esculturales modelos bielorrusas. Dos de ellas, Alina y Polina, hablaban árabe, ruso, español e inglés y el jeque las aceptó como regalo para esa noche, ya había estado con ellas en otras ocasiones y les había dado buenas propinas. Alina y Polina eran casi una réplica la una de la otra, las dos tenían caras redondas de muñecas, labios gruesos, piel extremadamente blanca, ojos aniñados, grandes y azules como los de un husky siberiano, dientes níveos, pequeños y regulares, pechos de más de dos kilos cada uno, cuerpos con forma de guitarra que ensanchaban en sus caderas como perfectas agarraderas, muslos delgados que formaban ocho rectas paralelas, culos perfectos trazados con compás bajo los simpáticos hoyuelos de sus espaldas, barrigas planas con ombligos minúsculos, orejas redondeadas y pegadas a la cabeza, pelo fino y muy rubio, manos delgadas con dedos largos y uñas largas y pintadas.
Un helicóptero dejó en el helipuerto al hijo de un antaño todopoderoso político catalán, a un importante cargo del principal partido de la oposición y a un representante varón de la realeza española. Los políticos se arremolinaron alrededor del jeque queriendo dar cada uno más muestras de cercanía con el jeque que el anterior, pero el jeque solía dar un paso atrás y les hacía ver que debían inclinarse ante su realeza girando sus manos en lugar de estrecharlas. Vinieron también muchos empresarios y a la infinidad de modelos que venían en busca de las generosas propinas el jeque no le dedicó especial atención al inicio de la fiesta. No se esperaba ningún director de cine, ni ningún escritor, ni ningún músico, ni siquiera un científico.
A las ocho menos cuarto, subieron a Maui desnuda, maquillada, con el inserto metálico brillando en la entrada de su ano y con sus barras atravesando sus pezones al coche del comisario. Ibrahima se sentó detrás a su lado. Los dos negros también formarían parte del espectáculo, iban vestidos de blanco, como guajiros cubanos y con la camisa desabrochada y anudada. Al llegar al Puerto Olímpico se detuvieron junto a un pantalán en cuya entrada había una jaula con ruedas y donde estaba amarrado un yate de más de 120 metros de eslora.
Encerraron a Maui en la jaula. El comisario fue a perderse en la fiesta y repasar los dispositivos de seguridad y grabación e Ibrahima encendió cuatro bengalas en cada una de las esquinas de la jaula. ¿Quién se extrañaría de ver una gogó vestida solo con sus tatuajes en una jaula atravesar un pantalán en el Puerto Olímpico de Barcelona en verano escoltada por dos negros de 2 por 2 metros vestidos de guajiros? Aunque llevase un collar de perra y llevara los pezones anillados y en su trasero el tatuaje explicara en tres lenguas el manual de uso de aquel ano brillante, nadie vería nada extraño en todo ello, solo algo habitual en una fiesta privada y nada que no pudiera recordar a cualquier noche en Pachá u Opium. De todas formas, los accesos al pantalán estaban restringidos y solo las mejores cámaras podrían apreciar todos los detalles.
La entrada de la jaula al barco llamó la atención de casi todos los asistentes. Las bengalas eran un reclamo evidente, los negros enormes que escoltaban la jaula eran llamativos, pero sin duda la expresión de miedo de la cara de Maui era la que acaparaba todas las miradas, parecía propia de una actriz ganadora de un Oscar de la Academia. La jaula quedó instalada en el centro del gran salón, delante de la barra donde se servían las bebidas y todos los invitados pudieron acercarse a observar con detenimiento a la asustada modelo. Maui no tenía obligación de bailar, aunque era lo que muchos invitados esperaban, la jaula no tenía altura para ello y ella estaba a cuatro patas como una leona en un circo del siglo pasado.
Sheikh se alejó un rato y habló con uno de los camareros que le llevó a un camarote vacío y le pagó por la bolsa de cocaína el dinero acordado. También tendría que darle su comisión al comisario por esta transacción comercial, pero no sería el cincuenta por ciento, como en el caso del espectáculo del salón.
El barco zarpó sobre las nueve de la noche. Conforme se alejaba del puerto, podía verse mejor el anochecer en la península. Cuando terminó el espectáculo diario de la puesta de sol, la mayoría de los asistentes se quedaron en el gran salón. Ibrahima volvió a encender otras cuatro bengalas y como si fuera una leona enjaulada y Sheikh su domador, el jefe sacó a Maui dirigiéndola con varas puntiagudas, tirando de su cadena y mirándola a los ojos amenazador. Ella salió gateando como pudo y terminó en una plataforma de dos vigas de madera paralelas donde podía apoyar sus brazos y sus piernas y con un travesaño bajo su cabeza.
En cada viga le sujetaron un tobillo, una corva y una muñeca con sendas correas de cuero y rematadas con hebillas y agujas de acero, de forma que Maui podía usarse solo en tres posiciones:
· Postura 1, arrodillada y con los brazos estirados como una esfinge, muy práctica para que hiciera mamadas.
· Postura 2, a cuatro patas para follársela como una perra o para usarla bucal y vaginalmente de forma simultánea por dos hombres.
· Postura 3, con el culo mirando al techo y la cabeza muy baja apoyada sobre el travesaño para disponer de mejor visión de su trasero al encularla.
Adicionalmente se podían liberar sus corvas para ponerla en lo que un yogui llama postura del perro cabeza abajo, pero a la que un occidental suele referirse como V invertida, esta postura estaba pensada como otra opción para follársela o encularla. Al terminar de sujetarla con las correas le vendaron los ojos, no era necesario que viera nada, ni sobre todo, reconociera a nadie. Ya con los ojos vendados, sintió el feroz pellizco de unas pinzas metálicas en sus pezones. Al principio de la noche, mientras se animaba la fiesta estaba pensado usarla como mesa, así que la dejaron a cuatro patas con las corvas sujetas. Sheikh recorrió desde el clítoris hasta el cuello de Maui con la punta de la fusta antes de dejarla sobre su espalda, y se detuvo al principio del recorrido un rato en su ano. La plataforma de madera también tenía un sistema motorizado que con dos botones permitiía subir o bajar a la chica para que sus orificios estuvieran de forma cómoda a la altura deseada, normalmente a la altura de alguna polla empalmada y con el tercer botón permitía girar todo sobre su eje, para alternar el uso bucal del anal o vaginal, sin necesidad de moverse.
La primera conversación que se tuvo alrededor de la mesa humana fue entre el jeque, el magnate ruso y las cuatro modelos bielorrusas. Las modelos se repartieron a partes iguales entre los jerarcas y cada uno podía admirar una beldad a izquierda y derecha. El árabe le hizo un gesto a Sheikh y el senegalés dispuso doce rayas de coca sobre la espalda desnuda de Maui. Primero aspiro el jeque, después el ruso y finalmente las modelos. Parecía que iba a ser una noche larga a juzgar por el grosor de las rayas. Como sobró algo de coca, el jeque la recogió en su mano, se la aplicó en su dedo y frotó el clítoris y la pared anterior de la vagina de Maui. La cocaína hizo una llamada al torrente sanguíneo de Maui para que acudiera en tropel y su fuente del placer creció enormemente dentro de su cuerpo. Privada de la vista, Maui casi escuchó la sangre dirigirse a su centro. La conversación continuó animada, hasta que el jeque apoyó su vaso de whisky en la espalda de Maui, que sintió el frío de los hielos por sorpresa y lo tiró. El jeque rió y explicó en inglés:
–¡We must punish this table!
Cogió la fusta recién caída al suelo y comenzó a fustigar el clítoris inflamado de Maui. Ella soltó dos gritos, por lo que la mirada del jeque se fijó en Sheikh, que rápidamente puso una bola en la boca de la española para ahogar sus quejidos. Continuó azotando el culo amoratado de Maui y dejó varias líneas rojas con alguna gota de sangre que disputaba realismo con las tatuadas. Finalmente el jeque leyó en árabe:
–Aightisab li. We must do what it says –comentó sonriendo.
El ruso miró a Alina y Polina y ellas entendieron que no podían dejar al jeque sin asistencia para usar ese culo perfecto. Ambas se desprendieron de la escasa ropa que llevaban: solo un vestido ceñido y muy corto de tirantes y se lo dieron a sus compañeras, aunque se dejaron puestas las sandalias de tacón de aguja. Alina cogió el cuello de Maui y con fuerza lo empujó hacia abajo hasta que su cara sintió el contacto de la madera del travesaño. En esta postura, le sacó la bola de la boca que le había puesto Shiekh, tenía otros planes para ese orificio. Le dio al botón para bajarla un poco y cruzó una pierna sobre la cabeza de Maui, quedando sentada a horcajadas sobre su nuca y sus manos separando los cachetes de la mesa humana, reconvertida en culo y alrededores. Sabía que el jeque se decantaría en algún momento por aquel trasero y decidió liberarlo del inserto anal. Se lo sacó con su propia boca y lo depositó en su mano para llevarlo a la boca de Maui, que tuvo que tragárselo y en ese instante volvió a sentirse humillada.
Polina se arrodilló frente al jeque, le remangó la chilaba blanca y encontró una verga depilada y circuncidada. Aplicó toda su sabiduría bucal hasta hacerla crecer más de veinte centímetros. Mientras, Alina daba palmadas en el sufrido culo de Maui, lo abría con ambas manos para mostrárselo bien al jeque y lamía su ano para lubricarlo. El jeque disfrutó de las dos estampas, la preciosa cara de muñeca esforzándose en hacer crecer su polla y el ángel de grandes pechos humedeciendo la entrada de la modelo española para que lo usara a su antojo. Indicando la dirección del movimiento con una mano en la mejilla de Polina, quien tuvo que ir de rodillas hasta situar su cara bajo el sexo chorreante de Maui, el jeque consiguió que su polla se situara a la entrada del humedecido ano de Maui. Durante un segundo, Polina dudó qué orificio querría usar el jeque, pero los ojos negros fijos en un punto no dejaron lugar a dudas, siempre elegía el mismo orificio independientemente del sexo del amante. Las manos de Alina separaron ambos cachetes y la mano de Polina desde abajo ayudó a que la dirección de la flecha de carne se introdujera sin errores por el orificio recién preparado para ello. El jeque decidió marcar el ritmo del movimiento agarrando las marcadas caderas de Maui sobre las manos de Alina, cuya boca se abrió y mostró una lengua que suplicaba por un buen chorro de semen. Polina, arrodillada en el suelo, lamía el clítoris de Maui.
Maui permanecía inmovilizada en la postura tres, con el chorreante sexo de Alina frotándose contra su nuca, cuya boca, después de haberle preparado bien el ano a la española, se encontraba sobre su culo con la lengua fuera esperando la corrida del jeque, mientras la inquieta lengua de Polina seguía trabajándole el clítoris henchido de sangre por la coca y mientras su culo era ensartado por la vigorosa polla del jeque. La suma de sensaciones era suficiente para que su rebelde sexo se mostrase más que simplemente excitado, la lengua de Polina era especialmente hábil y el sexo del árabe era suficientemente determinado para que se sintiera abriéndose para él. El sexo húmedo de Alina sentada a horcajadas en su cuello y llenando de aromas intensos su nariz y su boca ocupada por el plug in anal completaba una escena que volvía a llevarla a un orgasmo involutario.
El jeque y Polina apreciaron el orgasmo de la española, pero ambos siguieron con su labor hasta que el jeque se corrió. Entonces sacó su verga y descargó sobre la ansiosa Alina que llevaba un rato esperando por el semen de la polla circuncidada. Polina se unió a la fiesta y salió de su escondite para pelear con su lengua por limpiar aquel sexo moreno. Maui permaneció avergonzada confiando que nadie se hubiera dado cuenta de que el grito ahogado de su orgasmo había dejado escapar el plug in anal y no podría recogerlo del suelo.
–It’s your turn –sugirió el jeque cuando se recuperó a Ígor, el magnate ruso.
El ruso repitió la coreografía del jeque con sus dos modelos, pero su sexo empalmadísimo era casi la mitad que el del árabe, así que Maui apenas sintió nada, solo los lametones de la siguiente chica que se arrodilló bajo ambos genitales hicieron alguna mella en su sexo.
Al terminar el ruso, el jeque siguió junto a la mesa humana que volvía a ser Maui en posición 2. Apoyó un nuevo vaso con whisky hielo en la espalda de Maui, pero primero hizo el amago de dejarlo y después lo dejó sobre la piel desnuda, ahora la modelo hizo por no moverse. Al poco se apretaron contra ellos los políticos españoles y el representante de la casa real. El jeque bromeó con ellos y los animó a que buscasen pareja en la fiesta. Había unas tres chicas por cada hombre, todas espectacularmente guapas y jóvenes. Solo tenían camarote los hombres y las féminas recibían una propina sustanciosa que determinaba el comisario según la información o las imágenes comprometedoras que hubieran ayudado a obtener. La que no conseguía que un hombre la llevase a su camarote, debía dormir donde encontrase entre los salones y la cubierta del yate. Estos detalles no los explicó el jeque, pero ayudaban a que las chicas estuvieran mucho más predispuestas a liarse con un hombre en esta fiesta que en otras.
Una mirada a Sheikh bastó para que el senegalés volviera a poner seis rayas de coca sobre la espalda de Maui. El catalán aspiró tres rayas con ansia, aunque se suponía que eran para tres personas. El representante de la casa real aspiró dos y el del partido opositor, la que le dejaron. Tras una breve conversación, el jeque e Igor continuaron su itinerario por el barco con su séquito de cuatro rubias y los españoles se quedaron hablando entre ellos. Oriol, el catalán, empezó a acariciar la espalda de Maui y terminó volviendo a la vida a la casi inmóvil mesa. No pudo evitar que sus dedos empezaran a juguetear con su sexo que volvía a humedecerse. Entre risas de los otros dos españoles, el catalán fue desabrochándose el pantalón y terminó por introducir su polla en la boca de Maui. Sheikh estaba cerca vigilando y con su mano derecha en la cabellera rubia dirigió los movimientos de la cabeza de Maui, que había aprendido a reconocer y obedecer la mano del jefe de narcotraficantes. Oriol se corrió muy pronto y Maui a ciegas tuvo que buscar los restos de semen con su olfato para limpiarlos.
Al ver a los dos jugadores de fútbol, los políticos se llevaron una alegría y los saludaron con efusividad desmedida para las circunstancias: aún estaba Oriol recomponiendo su vestimenta. Los animaron a que se unieran a su mesa, aunque ellos estaban detrás de cuatro italianas bastante atractivas. No obstante, su educación y la atractiva mesa les ayudaron a permanecer un rato con ellos. Los mayores pidieron whiskys y los jóvenes gin tonics y todos conversaron de la liga de fútbol. Resultaba algo ridículo ver a cinco hombres hablando de fútbol en una fiesta con cientos de mujeres espectaculares, pero volvía a ser una escena que no extrañaría a nadie en Barcelona, salvo por la mesa.
Finalmente los pólíticos volvieron a ver ocasión para hablar con el jeque y abandonaron a los futbolistas, que se quedaron tomando sus repectivas copas junto a la mesa más admirada esa noche, especialmente por Mar, una española morena de ojos azules muy guapa, que a menudo se quedaba hipnotizada mirando a Maui convertida en mueble.
Las cuatro italianas volvieron a acercárseles y cada una les pidió un autógrafo en alguna parte de su anatomía, cada una en un lugar más atrevido. Lucia les pidió que le firmaran un brazo, Eva una pierna, Marina un pecho y Cristina remangó su corto vestido y les ofreció su sexo depilado como papel. Aquello animó bastante a los deportistas y las chicas querían comparar el tamaño de sus sexos.
Como siempre andaban compitiendo, ninguno quiso aparecer con el sexo desanimado, así que retiraron las copas de la mesa y uno de ellos se bajó el pantalón y acercó su sexo a la boca de Maui para que se lo pusiera a punto mientras el otro se dirigió a la parte trasera para follársela a cuatro patas. Las italianas continuaban comentando la jugada mientras los futbolistas hacían uso de Maui. Arturo descubrió primero el botón que permitía hacer girar a Maui y así consiguió cambiar su boca por su coño rápidamente justo cuando intuía que Luis iba a correrse. Luis se sorprendió al ver cómo giraba el cuerpo de Maui y su polla salía de su coño involuntariamente y se corrió en el lateral de la mesa humana, pero al poco encontró una boca para que lo limpiase. Cuando Arturo estaba cerca de correrse, Luis volvió a darle al botón y manchó el otro lateral de Maui. Los futbolistas abandonaron la mesa en busca de sus camarotes para repartirse las italianas.
Cada cierto tiempo, pasaban dos chicas con agua con jabón y esponjas y limpiaban la mesa: las cuatro patas, las axilas, el sexo, el ano, la espalda,... Esto era especialmente humillante para Maui, pero era necesario para que volviera a haber interesados en usar esa mesa. Mar estaba absorta presenciando la escena de la limpieza, cuando un empresario francés empezó a hablarle y al poco le propuso llevarla al camarote. Por supuesto, Mar aceptó.
La noche fue pasando y cerca de treinta hombres usaron a Maui oral, vaginal o analmente, además de como mesa inerte. Las chicas la dejaron limpia por última vez a las cinco y media de la madrugada y durante media hora nadie le prestó atención. Maui pensó que todos los que tenían que usarla ya la habían usado, la mayoría de los hombres estaban descansando con alguna o algunas chicas en sus camarotes y solo quedaban algunas chicas despistadas y el servicio recogiendo. Además, el último hombre que la usó fue un sueco que quiso verle los ojos y le quitó el antifaz, así que su aspecto deshumanizado había dado lugar al de víctima abatida. El jeque pasó por allí y observó como uno de los camareros palestinos la miraba con ojos de odio. Al camarero le recordaba a la hija de un ocupante ruso askenazi que fue el culpable de que tuviera que huir apresuradamente de su pueblo. Cuando tenía trece años había ido con otros niños del pueblo a tirar piedras a los ocupantes y el ruso se lo contó al ejército israelí. Aunque él huyó del pueblo, la casa de sus padres fue destruida igualmente. Su larga huida terminó en Arabia donde pudo empezar a trabajar para diferentes señores, pero nunca olvidó a aquella familia ni a aquella niña que siempre llevaba ropa más atrevida de la que consentía su padre.
El jeque se acercó al camarero y le preguntó:
–Mahmud, ¿quieres usarla?
El camarero confesó:
–Me recuerda a una cerda judía de mi país. ¿Podría hacerle lo que siempre quise hacer con esa cerda judía?
El jeque, siempre afín a la causa palestina, consintió en que la usara a su antojo. Esta conversación transcurrió en árabe, pero he ofrecido la versión traducida.
Decidido, Mahmud se acercó a Maui que se asustó al ver cómo cogía la fusta del suelo y la elevaba con ojos de odio brillante. Ella estaba en la posición 2 pero podía ver todo lo que pasaba a su alrededor, no como el resto de la noche. Sus piernas estaban inmovilizadas por las correas de los tobillos y las corvas y sus manos no le servían para defenderse. Así vio como la fusta se dirigía hacia su clítoris sin poder evitarlo. Los latigazos fueron todos certeros y su sexo, muy usado aquella noche no esperaba terminar castigado de aquella manera. El palestino no parecía tener piedad y aunque ella intentaba inútilmente juntar las piernas para evitar el mordisco de aquella tira de piel dura, no podía hacer nada para impedirlo.
Los latigazos tuvieron un efecto parecido a la coca, enrojecieron su clítoris y lo llenaron de sangre que cualquiera que lo tocase podía notar cómo entraba a borbotones en la pepita del placer. El palestino quiso violarla y se dispuso a ello sin mediar más palabras ni caricias. Se sacó su generosa polla y entró sin pedir permiso por las doloridas y estrechas paredes de la vagina de Maui. El camino fue horadado sin descanso y los gritos de Maui no iban a despertar a las agotadas modelos que yacían aquí a allá, tal vez alguna incorporaría la despiadada violación de Maui a sus sueños.
El sexo de la española siempre reaccionaba igual ante un cipote abriéndose camino en su interior: humedeciéndose y queriendo frotar la cara anterior de su vagina contra la polla dura. El árabe se dio cuenta y no quería que su imaginaria cerda judía disfrutase, así que paró el ritmo, le dio diez fuertes y sonoros azotes con sus propias manos y decidió romperle el culo con aún menos miramientos que su sexo. Aún con la polla dentro de su coño, golpeó aquel trasero magnífico y separó los glúteos para contemplar esa otra abertura más estrecha. Maui intuía las intenciones del árabe, pero solo podía dejarse hacer sin poder ayudar siquiera a humedecer su ano. La primera embestida en su ano fue brutal, la polla del árabe estaba más dura que la de Sheikh, y entró como un huracán destrozando todo lo que encontraba a su paso. Continuó usándola hasta que notó como iba a correrse y mostrando cierta habilidad, sacó la polla del culo, le dio al botón de giro y ensartó su glande en la garganta de Maui que tuvo que ingerir todo ese falo con aromas anales. El árabe no paró hasta que comprobó que Maui había tragado todo el semen, pese a que sintió alguna arcada. Al terminar, la abofeteó con furia y le escupió en la cara y ella se sintió más desamparada que nunca.
Mahmud se volvió a recomponer su vestimenta y le besó la mano al jeque en señal de agradecimiento, quien le besó en la frente, pensando que había realizado una buena acción por la que sería recompensado en el séptimo de cielo.
Maui no quería llorar y sintió la mano descuidada de Sheikh sobre la suya. Sheikh no tenía intención de consolarla, simplemente pensó que viendo que el barco ´se acercaba al puerto, debía ser hora de ir recogiendo. Maui besó la manaza de Sheikh y cuando el negro le prestó atención le susurró:
–¡Viólame!
Maui nunca se imaginó conjugando el imperativo de ese verbo, pero la cruel acción del palestino sobre el cuerpo de Maui había alterado toda su percepción del mundo y necesitaba un calmante fuerte para olvidar y los orgasmos propiciados por la siempre milagrosa barra de acero de Sheikh eran lo más parecido a un opiáceo que tenía a mano. Desde luego Sheikh no podía decirse que le había hecho el amor hasta ahora y la petición de que la violase era más precisa que si le hubiera pedido simplemente que la follase. Sorprendía aún más la frase porque ella no había visto el tatuaje de la parte baja de su espalda pero parecía que empezaba a convertirse en su destino: ser violada y suplicar después por volver a serlo.
Sheikh vio bien obedecer la orden y se puso detrás de Maui. Recogió el plug in anal del suelo. Acarició ese culo castigado y le ensartó la joya de bisutería, recorrió sus tatuajes con la mano, introdujo dos dedos en su húmeda vagina y entró en el sexo de la española que se derretía como mantequilla al fuego. Pese al tamaño descomunal de su polla, la vagina de Maui se la tragaba entera y le daba paso con suavidad desconocida para el senegalés. Continuó moviéndola con fuerza con la intención de abrir el cuello del útero pero era tal la elasticidad y lubricación de aquel sexo que entraba toda su polla sin dificultad. Era la primera mujer que se follaba Sheikh que aceptase todo su sexo entero con ansia de más desde las primeras embestidas. Maui empezó a gritar y despertó al adormecido Ibrahima. Sheikh le indicó que debía callar a la puta y el hijo del Imán de Tambacounda no tardó en abofetear a Maui e introducir su polla en la boca de la modelo. Con la polla de Ibrahima en su boca, su culo lleno por el plug in y empalada por Sheikh, Maui se corrió por fin y liberó su cuerpo de la tensión acumulada. Aquel orgasmo salvaje y con réplicas sería de gran ayuda para que su mente optara por convertirse en una superviviente en lugar de en una suicida. Después recibir el semen de Ibrahima en la boca y poder volver a hablar, Maui dijo de forma inexplicable para los negros:
–¡Gracias!
Viernes, 15 de julio
Al llegar a puerto, un empleado del jeque fue pagando a las modelos que salían conforme a lo que decidía el comisario. Una sonriente Mar de eclipsantes ojos azules le preguntó al comisario:
–¿Cuánto pagan por ser una mesa humana?
–Si quieres serlo en la próxima ocasión, te haré una oferta. Dame tu móvil –respondió sonriente el comisario que le prestó un bolígrafo y le dio un cachete en el culo con descaro.
La morena sonrió pícaramente, cogió el antebrazo del policía y escribió los nueve números sobre su piel. Al terminar los números, dibujó un círculo y lo dividió en tres partes iguales con divisiones curvas y añadió un puntito a cada tercio. Al marcar cada punto, Mar susurró como una oración aprendida: “boca, ano, vagina”. El comisario reconoció el símbolo del BDSM a mitad de camino entre el triskel y el yin y el yang.
Cuando todas las chicas se fueron y cada quien había recibido su parte, liberaron de las ataduras a Maui y la llevaron en volandas los dos senegaleses hasta el coche del comisario. Éste condujo hasta el estudio de Luppo y allí dejaron a Maui con una última amenaza para que hiciera lo que le convenía: callar. Tocaron a la puerta y no esperaron a que Luppo abriera la puerta. Maui solo le dijo a Luppo:
–¡No me hables nunca más! –y corrió a encerrarse a llorar en el baño. Allí entre lágrimas descubrió por primera vez su tatuaje y las marcas en su espalda y su trasero y su cara de asombro solo fue percibida por su doble del espejo. Observó el casi arco iris que tenía en su culo dibujado a base de golpes, látigo y fusta, solo le faltaban el naranja y el azul, pero tenía el rojo, el verde, el amarillo y el morado, pero donde se pasó más tiempo observando fue mirando su tatuaje. Reconocía la belleza de las rosas y el realismo de las gotas de sangre asomando por su piel, pero no quería llevar ese mensaje sobre su culo el resto de su vida, odiaba que en su culo aparecieran esas instrucciones de uso, aunque hacía poco que había usado esa misma frase y se odiaba por ello. Tras una hora llorando, salió a buscar su móvil y marcó los nueve números que esperaba que le hicieran escuchar la cálida voz de su amiga Muriel. Cuando oyó su voz, solo pudo volver a llorar desconsoladamente y no reunió fuerzas para pronunciar una sola palabra.
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