Viernes, 15 de julio
La mano de Vika seguía acariciando su sexo dentro de su braga, única prenda de su tan escueto pijama, mientras su brazo izquierdo hormigueaba por soportar el leve peso adolescente. El brazo dormido despertó a la nínfula durmiente. Se desperezó con energía y sueño a la vez, como amanece la juventud. Su nariz quiso oler aquel dedo que tanta satisfacción le había proporcionado y había encontrado en su sexo su hogar más confortable. Le encantó el aroma que desprendía a sus propios deseos y recordó las extraordinarias nuevas sensaciones de la noche anterior. Había tenido los primeros orgasmos de su corta vida y aún estaba fascinada por el placer obtenido. Volvió a tocarse todos los pliegues de su sexo, a pensar en aquellos chicos de la playa, en el piercing del clítoris de Muriel, en su madre jadeando conmigo,... La magia del orgasmo tardó poco en aparecer de nuevo, esa descarga hasta hace poco desconocida, y continuó hasta conseguir correrse otra vez en pocos segundos. No quería parar, pero estaba exhausta, así que permaneció inmóvil un rato más en la cama. Aún así esta vez no le bastó comprobar el olor de sus dedos y quiso probarlos. Un sabor dulce y salado, amargo y fresco inundó su boca.
Al cabo de media hora, se levantó de la cama y abrió la ventana. Se maravilló de todo ese sol de España que entraba por la ventana desde primera hora del día, aunque cegara sus ojos desacostumbrados. Se dirigió a la cocina. Le hubiera gustado ver a su madre en el desayuno, pero al ver a Muriel vestida de verano, o simplemente desnuda, se le dibujó una bonita sonrisa con hoyuelos en su cara de muñeca. Muriel se había convertido en un referente para Vika, casi una hermana mayor con la que siempre soñó y que nunca tuvo. Muriel le indicó dónde estaban el pan y la leche, la taza y la cuchara. Aunque Vika era muy independiente para su edad, agradeció esa pequeña ayuda para prepararse el desayuno en su nueva casa grande.
El teléfono de Muriel volvió a sonar y vibrar mientras Vika recuperaba fuerzas de la noche y el viaje. Muriel lo cogió preocupada: una nueva llamada de Maui. La exangüe rubia reunió las escasas fuerzas que le quedaban y solo pudo balbucear dos frases:
-¡Ven, por favor! ¡Ven a por mí!
Muriel, preocupadisima, quería hacerle un millón de preguntas. La interrogó infructuosamente sobre qué pasaba, dónde estaba, qué había ocurrido. Como si fuera culpable, Maui actuó como un acusado en un juicio e hizo del silencio su inútil defensa, ninguna respuesta, solo sollozos.
-Salgo hoy para Barcelona -zanjó Muriel.
Maui cortó la llamada. La decisión estaba clara, tenía que ir a rescatar a su amiga, pero Barcelona estaba algo lejos y no se iría sin pedirme permiso. Yo tenía el teléfono en silencio. A la tercera llamada perdida de Muriel, llamé desde el hospital.
-¿Qué pasa, Muriel? -pregunté extrañado, Muriel nunca me había llamado al trabajo.
-Amo, tengo que viajar a Barcelona. Maui me necesita, no sé qué le pasa, pero tengo que rescatarla. Sé que hoy quería castigarme delante de Katia. Prometo aceptar cualquier castigo adicional a la vuelta, sabe que siempre puede hacer conmigo lo que desee y mostrarme ante quien quiera, pero ahora necesito ir a Barcelona y rescatar a Maui -imploró Muriel.
Reconozco que la súplica de Muriel me conmovió, no solía hacerlo y sabía que le encantaba mostrarse como sumisa orgullosa ante quien yo decidía, no tenía muchas ocasiones en las que demostrar hasta qué punto yo podía hacer con ella lo que quisiera, ni muchos testigos que aceptasen presenciar ese espectáculo, aunque el escaso público selecto que lo veía, nunca quedaba indiferente. No podía negárselo, entendí que era algo muy importante para ella.
-Está bien, puedes irte unos días. De todas formas, mi casa no es una comuna, no quiero que traigas a Maui a vivir aquí, prefiero que estés con ella el tiempo que necesites a que vuelvas con ella. Preferiría que no viajaras sola, es un viaje largo y creo que por la urgencia quieres ir en coche.
-Sí, había pensado ir en el Cabrio, el descapotable. Tal vez Vika quiera acompañarme - sugirió Muriel menos alterada.
-Le preguntaré a su madre. Ese puedes llevártelo, no lo uso nunca para ir al hospital y supongo que no tardarás más de una semana en volver. ¿Cuándo sales?
-En cuanto estemos preparadas -respondió la artista catalana.
-Debes dejar las anillas de los pezones y la barra del clítoris en mi mesita de noche. No quiero que te distraigas mientras conduces -ordené a Muriel, conocedor de su fisiología.
Vika había entendido dos palabras: viajar y Barcelona, y bastaron para que se le iluminara la cara. Desde Ucrania, Barcelona sonaba a fiesta, playa, sangría, tapas y todas las palabras internacionales del español que aprenden los guiris de vacaciones.
-¿Vas a Barcelona? -preguntó entusiasmada Vika a Muriel.
-Sí, pero no de turismo. Tengo que socorrer a una amiga, pero si quieres, puedes acompañarme.
-Sí, quiero. Sí, quiero -repitió entusiasmada la adolescente.
-Tenemos que pedirle permiso a tu madre -concluyó Muriel -De todas formas, puedes ir preparando tu equipaje para una semana, pero ahora acompañáme a mi dormitorio.
Muriel tiene un dormitorio junto al de Vika, para las noches que no la quiero ni a mi lado, ni a los pies de mi cama. Era la primera hora del día y había mucha luz en su habitación. Muriel se quitó las anillas de los pezones y las dejó en un bonito joyero. Para la barra del clítoris necesitaría ayuda. Se tumbó sobre la cama y abrió al máximo las piernas. Separó sus labios y le pidió a la púber ucraniana:
-¡Acercate! Tú tienes que desenroscarlo. A mí me cuesta un poco.
Vika se quedó inmóvil observándolo maravillada. Podía ver con todo lujo de detalles lo que más le gustaba de Muriel iluminado por la cegadora luz ibérica. Adaptó sus pupilas a esa ingente cantidad lumínica y enfocó con precisión en el clítoris neofraterno. Vio en detalle cómo la barra atravesaba el prepucio del clítoris, aunque ella no tenía palabra para esa parte de la anatomía, y sendas bolitas metálicas golpeaban la pepita del placer y la parte superior. Era la joya que soñaba, una joya que la hiciera disfrutar sin interrupción día y noche. Antes de desenroscarlo, la tocó con detalle y tiró un poco de ella, hasta que Muriel le ordenó:
-Solo desenróscala. Just unscrew -e hizo el gesto con dos dedos de cada mano.
Vika dirigió sus dedos a la anhelada barra y giró las bolas sobre su eje común. Tiró suavemente de las bolas y la barra salió del prepucio con facilidad. Vika observó con detenimiento la piel taladrada y el leve agujero que permanecía como huella de su marca. Muriel cerró las piernas e interrumpió el espectáculo que tanto le fascinaba a Vika, le encantaba ser observada, pero iba a ser un día muy ajetreado.
-Ahora vamos a hacer las maletas, primero ayúdame con la mía -conminó Muriel.
Vika se sorprendió de lo provocativa que era cada prenda de Muriel y se quedó impresionada con su guardarropa lleno de ropa de verano, de pantalones y falditas minúsculas,camisas transparentes, camisetas escotadas y ceñidas. Toda su indumentaria estaba pensada para incendiar la libido adormilada de un impotente gordo con hipercolesterolemia. Una maleta para siete días de ese vestuario ni ocupaba, ni pesaba mucho. Al revolver en su armario, Vika se quedó mirando los diferentes vibradores e insertos anales de distintos tamaños.
-¿Qué son? -preguntó indiscreta.
-Si te portas bien en este viaje, te compraré alguno y te enseñaré a usarlo. Te viene bien usarlos antes de que te use algún hombre -remató Muriel a la intrigada adolescente.
Katia llegó a casa. Había recibido un mensaje mío con la propuesta de que Vika acompañase a Muriel. Al fin y al cabo, seguía de vacaciones y seguro que le apetecía conocer más de España. Al oírla, Muriel se acercó rápidamente a la entrada y Vika se quedó observando la panoplia de imitadores fálicos.
-Katia, quería pedirte un favor. Tengo que ir a Barcelona y me gustaría que Vika me acompañase. No haremos mucho turismo, pero intentaré enseñarle algo. Debemos salir cuanto antes. ¿La dejas venir? -explicó Muriel.
-Так, будь ласка...Будь ласка...Будь ласка -suplicó Vika haciendo mohínes.
-No sé. ¿Qué vais a hacer? ¿Cómo iréis? ¿Cuándo volveréis? -preguntó la madre algo nerviosa. Yo le había comentado que prefería que Vika acompañase a Muriel, pero un viaje tan largo en coche no dejaba de ser un riesgo para su hija. Por otro lado, ella quería que disfrutase de su primer verano en España y la cara de ilusión de la chiquilla era innegable.
-Iremos en coche, salimos cuanto antes, volveremos en unos días, como mucho, una semana -resumió Muriel intentando ser concisa.
Vika miraba a su madre como un cachorro suplicante, no podía evitar complacerla cuando ponía esa carita. Vika vislumbró la sonrisa de su madre y ya intuía la respuesta:
-Está bien. Volveremos a hacer la maleta de Vika. Tres maletas en tres días… -suspiró Katia algo agotada.
A las once ya estaban preparadas, las dos jóvenes estaban sentadas en el descapotable y las maletas en el maletero. Comenzaban su viaje en sentido contrario al sol. Cada camionero que adelantaban evocaba a Alicia Silverstone y Liv Tyler en el video Crazy y tocaba su bocina durante la maniobra. La observación descarada y atenta de las dos beldades desde el elevado asiento del conductor del camión durante aquellos adelantamientos, Muriel con su camiseta escotada y sus pantalones supercortos y Vika con su vaporoso vestido corto de verano, pudo provocar más de un accidente, pero sus ángeles de la guarda tampoco querían dejar de observarlas.
Katia se quedó en casa, aún instalándose, organizando la casa, preparando la comida y reconociendo su nuevo hábitat. Yo llegué a casa sobre las tres y media y Katia me recibió vestida con una sonrisa y su piel blanca y arrodillada junto a la puerta. Su boca entreabierta invitaba a hacer uso de ella. Me pareció que había tomado la decisión de satisfacerme en todos los aspectos de mi vida, no sé si porque intuía que era una oportunidad única de demostrarme a solas hasta dónde era capaz de llegar. La vi muy feliz con esta intimidad renovada y solo me apetecía disfrutarla, no quería alentar sus celos, pero sabía que nunca podría ser fiel sexualmente a ninguna mujer en mi vida. La erección fue inevitable al ver mi chica perfecta dispuesta para mí, desnuda y entregada, y decidí no despreciar el uso de esa boca que se me ofrecía. No quería correrme, pero no pude evitarlo, su maestría y esmero lamiendo y succionando me llevó a derramar todo mi esperma en su boca.
Cuando terminó de tragar la última gota de mi semen, la conduje al comedor cogida de mi mano, como dos novios enamorados, yo aún vestido, ella siempre desnuda. Había preparado la comida y dispuesto un solo plato con un servicio y mucha comida. La senté en mi regazo y yo decidía qué bocado iba a mi boca y cuál a la suya. Era divertido mirar su carita suplicando por los champiñones mojados en smetana y después, cuando yo introducía el tenedor en su boca, observar las manchas blancas de la crema de yogur en sus labios que tanto recordaban lo ocurrido hacía pocos instantes. Durante todo el almuerzo mantuvo una sonrisa pícara y al terminar me sugirió que fuéramos a recorrer la casa. Tenía especial interés en ir al estudio de Muriel y no paró hasta que comenzamos la ruta por la parte baja de la casa. La realidad era que quería detenerse en la mazmorra. Se quedó un rato observando las fustas, los látigos y sobre todo la cruz de San Andrés. Después de remolonear en la mazmorra hasta que entendí que no quería irse de allí por un tiempo, estiró sus brazos y quedó dispuesta para ser atada con su espalda y su trasero ofrecidos.
-¡Átame! ¡Sujétame y azótame como a Muriel! Quiero satisfacerte en todo.
-Aquí no, Amor. Túmbate sobre esa mesa -le indiqué y la conduje sobre una mesa corta con dos argollas laterales y cuerdas de sujeción cercana a la argolla de la pared. Ella me sostuvo la mirada desconcertada y se tumbó en decúbito supino siguiendo las indicaciones de mis manos, que la sostenían del hombro y el cuello. Su garganta sintió cómo se cerraba el aro metálico unido a la mesa que en tantas ocasiones había aprisionado el cuello de Muriel. Até sus muslos con las cuerdas a las argollas laterales y sus piernas quedaron suspendidas en el aire, sujetas por los muslos atados a los aros, y su sexo ampliamente expuesto quedó al borde justo de la mesa y sin posibilidad alguna de protección. Nuestras respiraciones aceleradas se mezclaron cuando até unidas sus muñecas a la argolla que había en la pared, yo respiré el aire cálido que salía apresurado y nervioso de su nariz y ella aspiró mi anhelante aliento. Cogí una venda y tapé sus ojos.
En ese momento Katia me parecía más mía que nunca y me aparté unos segundos para admirarla detenidamente. Pasé mi mano por su sexo y lo noté húmedo y cálido. Alejé mi mano y por sorpresa le di una fuerte palmada en su entrepierna inevitablemente abierta, primer anuncio de cómo iba a someterla. La segunda palmada no fue tan bien recibida, Katia no esperaba ser castigada en su sexo y cerró lo poco que pudo sus piernas, aunque solo consiguió tensar las cuerdas que retenían sus muslos. La tercera no fue una palmada. fue directamente un fuerte golpe con la fusta directo en su pepita del placer. Katia se asombró, una fuerte descarga de dolor y placer recorrió instantáneamente todo su cuerpo. Ese primer azote por sorpresa provocó una llamada a su torrente sanguíneo. El segundo azote dio de lleno de nuevo en el ahora henchido clítoris. Una nueva descarga de dolor y placer volvió a electrificar el cuerpo cortocircuitado de Katia. Solo había un canal que llevaba a la vez las señales de placer y dolor sin que ella fuera capaz de distinguirlas, ni apenas procesarlas, solo sentía un electroshock en el suplicio del gozo.
Nunca había imaginado disfrutar y sufrir a la vez con mi castigo. Estaba dispuesta a entregarse sin reservas, quería satisfacerme plenamente para que no necesitase de otras mujeres, pero no esperaba que su cuerpo reaccionara de esta manera: excitándose como nunca antes en su vida y rindiéndose a mis castigos. Notaba el bullir de la sangre entrando torrencialmente en su clítoris todavía rosáceo cuando un tercer azote provocó una nueva descarga en su rubor más enrojecido. Asombrosamente no sabía si se encontraba al borde del orgasmo o del desmayo. Diez azotes la dejaron en el abismo. Mis dedos entraron en aquella cueva infernal cercana a la sublimación. No estaba tan húmeda como imaginaba Katia por lo excitada y caliente que se sentía, pero la presión de mis dedos índice y corazón sobre la cara anterior de la vagina, rodeando su uretra, hizo que las glándulas de Skene fabricaran tanto líquido como eran capaces de forma muy acelerada, tan rápida que Katia no pudo retenerlo y mojó mi mano y el suelo. Su orgasmo involuntario acompañó aquel despliegue de fluidos.
Observé por enésima vez aquel coño. Sus labios delgados, su pubis perfectamente depilado, su entrada estrecha pero que siempre se adaptaba a mí como un guante, dilatándose en el momento oportuno, dificultando la entrada al principio para explotar en el éxtasis. Ahora se veía aún más hermoso a mis ojos, la delicada piel blanca que rodeaba la rosácea estaba veteada por preciosas líneas rojas que escribían en su piel que era mío y no conocía límites en su entrega. Quise beberlo y mis lametones en su centro ardiente provocaron un nuevo clímax en su organismo desorientado.
-я твоя -susurró Katia.
-No has pedido permiso para correrte, pequeña. Limpia mi mano y besa a quien te da placer y dolor sin que seas capaz de distinguirlo ni sepas qué prefieres, solo yo soy el dueño de tu cuerpo y hago con él todo lo que deseo -le aclaré e introduje mis dedos en su boca. Su lengua y sus labios querían demostrar lo que todo su cuerpo agradecía. Saboreó en su boca todos sus flujos.
Apenas se despedía su boca de mis dedos dejando entreabiertos todos sus labios cuando sintió un nuevo latigazo en su entrepierna. Otros diez azotes eléctricos descompusieron todas sus defensas. Sin cambiar de posición, la follé con sus pies a la altura de mis hombros. Mi falo entró en aquel mar cálido y sus brazos suplicaban por liberarse para abrazarme. El placer que recorría su cuerpo se traducía en multitud de vibraciones inarmónicas en su vagina. En un momento de lucidez, entre el tercer y cuarto orgasmo, Katia imploró:
-¿Puedo correrme?
-Hoy puedes correrte lo que quieras, pero siempre debes pedir permiso -le expliqué y la abofetee mientras ella besaba la mano que la golpeaba.
Cuando llegó mi orgasmo, ella estaba desfallecida. Salí de su cuerpo y lo rodee para llegar a su boca con la mía. Nos fundimos en un apasionado beso. Liberé su cuello del collar de la mesa y volvió a apresarlo con mi mano para seguir besándola. Ella me miraba agradecida y no reprimió un susurro:
-¡Gracias!
En ese momento introduje mi sexo en su boca para que disfrutara del sabor de nuestros placeres mezclados. Cuando su boca golosa parecía saciada, volví a besarla y ella sentía mi mano rodeando su cuello.
-Nunca pensé que se pudiera amar así -admitió Katia.
-Te quiero demasiado, casi tanto como te deseo -confesé yo.
El resto de la tarde consistió en recuperar nuestros hálitos tumbados perezosamente en el jardín, en las tumbonas junto a la piscina, ambos desnudos. Nos arreglamos para cenar y fuimos a un chiringuito junto al mar que olía a mar y marisco. Katia radiante llevaba un vestido corto de terciopelo color turquesa que dejaba toda su espalda al aire solo combinado con sus sandalias de tacón. El maquillaje consistía en el rubor de sus mejillas y una ufana sonrisa de cuerpo saciado. Antes de bajar del coche, saqué una caja. Ella estaba sorprendida.
-Cierra los ojos y abre las piernas -le ordené.
Subí su vestido e introduje en su vagina un dispositivo vibrador con un brazo que se abrazaba a su clítoris y dejé el inserto más grueso en su interior.
Hicimos nuestra discreta entrada poco antes de la puesta de sol en el Atlántico, pero todos los asistentes dirigieron sincronizados su mirada a mi estrella del este, en lugar de mirar hacia el crepúsculo, como acostumbraban hacer a esa hora, especialmente en un día de rayo verde como aquel. Cada vez que Katia bajaba un peldaño, sus cabellos saltaban y formaban una corola rubia ondulante donde reverberaban los estertóreos naranjas del sol. Bebimos Albariño y compartimos los manjares de ambos platos. Katia sonreía cuando le explicaba cómo comer el marisco y me chupaba los dedos cuando se los ofrecía a su boca. Antes del postre, activé el vibrador y le prohibí correrse. Durante el postre, Katia estaba absolutamente enervada. Compartíamos un pastel y yo decidía a qué boca iba cada cucharada. Ella seguía diciendo en voz baja: “Por favor, por favor, por favor”, y lo que los vecinos entendían como la súplica por una cucharada era solo un ruego por su orgasmo. Realmente no sabía si sería capaz de reprimirlo hasta que se lo autorizase. Finalmente agarré con fuerza su muslo, clavé mis uñas en su piel y acelereré las vibraciones con el móvil.
-Ahora puedes -concedí a Katia.
En ese momento cerró los ojos y finalmente susurró: “Gracias”. Le acerqué mi mano y me la lamió y besó. Algunos miraron sorprendidos cuando al acercarle la mano, le di un pequeño golpe en sus labios y ella se apresuró a besar la mano que la golpeaba con gratitud y entrega.
Al terminar la cena, Katia recibió un mensaje en su móvil. Me lo tradujo del ucraniano: en una hora llegarían a Barcelona. El ex novio de Muriel las acogerá e intentarán recoger antes a una tal Maui. No pude evitar sonreír al oír hablar de nuevo de Manuel, el enfermero. Muriel mantenía la amistad con él después de haberle ayudado a salir del armario. Ahora vivía con su novio, un discreto profesor que trabajaba para un colegio del Opus Dei y no podía reconocer su sexualidad abiertamente.
Si estás interesada en conocer algo más de mí puedes leer mis primeros 5 relatos donde cuento experiencias personales reales al 100%, o puedes escribirme a sirstephe@gmail.com. Si te decides a contactarme, exijo que me trates de usted y que seas mayor de edad (más de 18 años, NO VALE 17 años y once meses). También puedes buscarme en las redes a través de mis enlaces. (3/19).