Esta historia está en la tercera parte de una saga. Si no la has leído y quieres leerla los capítulos publicados están en :
Las Refugiadas 1: https://www.todorelatos.com/relato/195640/
Con un resumen en: https://www.todorelatos.com/relato/203840/
Las refugiadas 2: https://www.todorelatos.com/relato/203244/
Con un resumen en: https://www.todorelatos.com/relato/204059/
Naturalmente en el resumen te vas a perder todas las escenas de sexo.
Y en cuanto a los capítulos de esta parte:
Susana: https://www.todorelatos.com/relato/204105/
Pilar y Susana: https://www.todorelatos.com/relato/204178/
Susana y Pilar: https://www.todorelatos.com/relato/204712/
Contrataciones: https://www.todorelatos.com/relato/204860/
Carmen la lesbiana: https://www.todorelatos.com/relato/204992/
Sara la sumisa: https://www.todorelatos.com/relato/205057/
Ama y puta: https://www.todorelatos.com/relato/205363/
El inicio de los problemas: https://www.todorelatos.com/relato/205594/
La importancia de las tetas: https://www.todorelatos.com/relato/205705/
Reclutamiento: https://www.todorelatos.com/relato/205746/
La fuga de Nuria: https://www.todorelatos.com/relato/205825/
Y ahora os dejo con la historia:
Abrieron el motor y Cristian desmontó el posicionador GPS de la furgoneta. Lo metió en su coche, los enganchó a un montaje que había preparado Pedro y lo enchufó en el «hueco de mechero», aunque ahora los coches ya no tenían mechero.
—Lleva a María Eugenia a su casa —ordenó a Cristián—. Luego te reúnes con Vanessa y os vais al lugar que te he indicado y llamas para alargar el alquiler de la furgoneta. Dejas ahí tu coche con el rastreador y regresáis con el mío. El martes volveréis allí en la furgoneta y cambiáis los localizadores.
Cristian y Vanesa abrieron las lonas para que sacaran la furgoneta, luego las dejaron caer y las recogieron enrollándolas tirando de la cuerda.
Pedro salió y tomó camino de las playas, al terminar la autovía tomó una estrecha carretera secundaria entre los campos…
«Pip, pip»
—Ya solo queda un cinco por cien de batería —informó Olha.
—¿Dónde está?
—A tres kilómetros mar adentro, más o menos.
—Que suelte la caja. Y que se aleje a máxima velocidad.
—Soltada.
—¿Y el otro?
Olha miró el móvil.
—Rosa indica que ya ha llegado a la terraza.
—Bien. Atenta a cualquier señal.
—Seguimos en silencio.
Terminaron la pequeña carretera uniéndose a la autovía dirección Alicante, pero salieron pasados unos kilómetros para de nuevo rodeando pueblos y yendo por carreteras secundarias llegar a la autovía hacia Madrid a unos cincuenta kilómetros de la ciudad. Avanzaron por esta hasta la salida de Requena. Allí volvieron a las carreteras secundarias y después caminos de tierra. Pararon la furgoneta delante de un par de contenedores, puestos uno encima del otro para formar una oficina de dos pisos. Olha sale de la furgoneta, sube al techo y baja las antenas clavándolas en el suelo de forma que cubren la furgoneta y la extraña residencia. Pedro sube por la escalera de mano al techo desde dónde hace bajar una escalera metálica con barandilla. Baja por ella, abre la furgoneta y coge el fardo que contiene a Nuria, que sube al contenedor alto en el hombro. Olha se queda fuera de la zona marcada por las antenas. Pero deja dentro a Nuria y se asoma.
—Ninguna emisión Amo —informa Olha.
—Recoge los móviles, apágalos y ven.
Olha recoge los dispositivos, los apaga y cierra la furgoneta.
—A partir de ahora soy Maestro.
—Sí, Maestro.
Subieron al terrado y pusieron allí las cuatro antenas. Luego bajaron al cubículo superior. Pedro abrió el envoltorio que contenía a Nuria. Sudada y mareada por el poco aire que le quedaba ambos tuvieron que ayudarla a salir. Una vez de pie la miraron de arriba abajo.
—Menudo destrozo —comentó Pedro—. ¿Lo hiciste sola?
—No. Me habría sido imposible Amo…
—De momento serás aspirante y me llamaras Señor. Tu Ama es Olha, aquí presente, aunque estarás un tiempo sin verla.
—Como ordenéis Señor. —Se hizo un tenso silencio. Pedro indicó con la mano que siguiese—. Me habría sido imposible, Señor. Y no hablo solo de zonas de difícil acceso sino del dolor de los cortes. María me ayudó.
—Sospechaba, de la ocasión que ella me electrocutó, que algunas de las joyas eran emisores… también usamos un lector veterinario, para detectar algunas ocultas…
—Todas lo eran… incluso tu muela —la interrumpió Pedro—, aunque esa emitía en otra frecuencia. Ahora veamos que cubren esos vendajes y cómo tratarlos.
Pedro empezó los las vendas que cubrían los pezones. Tenían mal aspecto y aún sangraban por alguna zona. Además, las grapas no estaban del todo fijas. Ayudado por Olha lo rebozó con antiséptico de color anaranjado y dejó que este se secase un poco. Luego lo cosió con una aguja curva manejada por dos mosquitos. Unas pinzas especiales con la misma forma que unas tijeras, pero sin filo. Solo cuando había terminado de atarlos los ocho puntos que le dio en cada uno de los pezones usó las mismas pinzas para extraer las grapas. Volvió a rociar todo con antiséptico.
—No queda bonito —indicó Pedro—, pero curará más rápido al aire y cómo vas a estar sola no importa no taparlo. Vayamos con el otro.
Nuria suspiró. Le había dolido bastante. Tanto el cosido como la retirada de las grapas y el desinfectante escocía un montón. Por otra parte, aunque no había nada que no fuese meramente sanitario, pese a que Pedro no lo era, los pinchazos habían sido los imprescindibles, ni más ni medios que los necesarios. Sin embargo, Nuria era consciente de la forma en como sus pezones ahora estaban enhiestos y como , bajo las vendas, su coño estaba húmedo y no precisamente, o al menos no solo , de sangre. Nuria percibía como la mayor parte de esa humedad era su flujo.
Nuria pensaba en lo incoherente que era. Odiaba el dolor mientras lo sufría. Cualquier tipo de dolor, pero a la vez la excitaba. Había pasado con cada tatuaje y cada piercing que se había hecho. Pero también se había corrido luego de ellos en muchos casos, solo luego. Por mucho que la excitase, era incapaz de disfrutar del dolor como otras. Y nunca era solo eso suficiente para llevarla al éxtasis. De ahí su miedo a que su amo, Joaquin González, su antiguo amo, la mutilase. Necesitaba rozarse, o que le rozaran, el clítoris para llegar al orgasmo.
Hacía ya años que apenas había tenido más satisfacción que masturbare ella misma después de la palmetadas de su amo. O con alguno de los clientes cuando se prostituía para complementar los ingresos de la tienda. A sus 20 años era vieja. Demasiado vieja para su amo, solo válida para proporcionarle ingresos. Y ya estaba demasiado tiempo con él, desde que a los doce se fugó de casa. Se había hecho ilusiones al ver a Pedro con Anastasia. Ella era por lo menos 15 años mayor que ella. Había sacrificado poco huyendo. Estaba convencida de ser mutilada si se quedaba, pero ahora viendo la juventud aparente de quien Pedro indicaba como su Ama le entraba otra vez miedo. Parecía tan joven como las captadas por su anterior Amo, bueno quizá algo menos. A los dieciocho su amo, su anterior amo, había recortado sus labios, tanto los mayores como los menores, porque habían ido cediendo a los maltratos y estirones permanentes y le colgaban bastante. También, con ayuda de un amigo que se decía médico, le cortaron un trozo de vagina y se la estrecharon. Después le dolió mucho follar, pero las continuas, e inmediatas, violaciones a las que la sometió ya la habían ensanchado algo, aunque le seguía doliendo cada vez que follaba. Pero con lo que ahora la amenazaba era con extirparle el clítoris.
—Ya está el segundo —pronunció Pedro tras quitar las grapas del otro pezón y rociarlo con desinfectante, lo que la sacó de sus pensamientos—. No vamos a tocar la cara. Está hecha un desastre, pero al menos ahí ha usado solo puntos adhesivos… que podamos ver, así que la dejaremos tal como está.
»Date la vuelta —ordenó Pedro—, vamos a curar las heridas de tu espalda. Esas las coseras tú, Olha.
—Pero… Maestro, yo no sé…
—¿Cómo crees que se aprenden las cosas? Haciéndolo. Seguramente le dolerá más que si lo hiciese yo, pero la hemos rescatado. Y tienes que aprender a curar cualquier herida que puedan tener tus esclavos.
Indicó a Nuria que se tumbase sobre la mesa y retiró la venda que cubría parte del omoplato. Lo roció con desinfectante.
—Aprovecha que los lados están unidos por las grapas.
Olha necesitó de tres intentos para lograr pasar la aguja curva de un lado a otro de la herida, manejándola con el mosquito.
—¿No podría hacerlo a mano?
—No. Quiero que aprendas con las pinzas. Además, es más seguro cuando hay herida. Más adelante las coseras con los dedos, cuando le cosas el coño, por ejemplo, y no haya herida, pero ahora hazlo así.
Nuria suspiró. Cada intento era un doloroso pinchazo. Seis puntos (y quince intentos en total) después Pedro dio por valida la cura e indicó como retirar las cuatro grapas que cubrían los cinco centímetros de corte.
—¿Puedo ir al baño, Señor? —preguntó Nuria. Necesitaba un descanso. Y era cierto que tenía la vejiga llena, o al menos lo bastante llena como para que empezase a ser molesta.
—Sí, quizá sea conveniente hacer una pausa —aceptó Pedro—. Así Olha puede bajar a la furgoneta por la cena.
Pedro guio a Nuria a un banco que había en el lateral en el que levantó una tapa cuadrada de plástico. Dejó ver un simple agujero redondo a un hueco tapado por una plancha metálica.
—Aquí está. Es una simple tubería a la cisterna química del piso bajo. Aunque estés sola quiero que siempre que lo uses te acuclilles. —El banco del retrete tenía la altura suficiente para sentarse—. Y además lo harás con las piernas bien abiertas, incluso ahora que estas vendada y usas la sonda.
Nuria subió a duras penas, pues aún le dolía mucho la entrepierna. Se acuclilló y abrió el grifo de la sonda. Olha entró. Llevaba dos bocadillos en la mano.
—¿No voy a cenar? —preguntó Nuria.
—Aun no. No quiero que nos vomites por el dolor. Cenarás cuando acabemos.
»Como supongo que habrás deducido hay cámaras y sensores en todo el habitáculo, aunque, de momento, Olha y yo seremos tus únicos espectadores. —La ayudó a bajar del banco de retrete—. Ahora túmbate en la mesa boca abajo. Después de cenar Olha te coserá la raja del culo.
Nuria esperó tumbada en la mesa a que acabasen se cenar. Entonces Pedro levantó el apósito que cubría la parte superior de la nalga. Fuese porque ahí tenía algo más de musculo hasta el hueso o porque Olha había cogido práctica con la anterior, eso Nuria no lo sabía, pero solo precisó de ocho intentos para darle siete puntos, tras lo cual estiró y retiró las grapas. Entonces le hicieron extender el brazo.
No lo había visto, pero Pedro se quitó el cinturón y lo enrolló en la parte alta del brazo apretando a fondo, hasta que este se le empezó a dormir. Entonces le soltó la venda. Inesperadamente no tenía grapas. Solo una gruesa capa de adhesivo que parte se soltó dejando que se abriese la herida.
—Esta parte es más delicada —explicó a Olha mientras soltaba el vendaje—. Si puedes evitar actuar sobre ella es lo ideal.
»El corte de María debió ser limpio, sin tocar ninguna vena, pero las grapas podían haber perforado una… o ahora la aguja podría hacerlo. ¡Oh! No hay grapas, pero los puntos pegados no aguantaran mucho en esta zona.
»Iremos con cuidado. —Le entregó los dos mosquitos y él tomó un tercero que llevaba en la bolsa—. Tú estiraras ambos lados de la piel, para unirnos, y yo lo coseré.
Manteniendo estirada la piel Pedro procedió a coserla con 8 puntos pequeños y muy poco profundos. Cuando la tenía y aprovechando que el desinfectante de las dos heridas de la espalda se había secado hizo que se diese la vuelta y le cosió con la misma técnica la herida del ombligo, preocupado por las venas y arterias cercanas.
Para finalizar cogió un saco de papel grueso lleno y lo puso en el borde de la mesa haciendo que apoyase el culo sobre él y quedado con el coño levantado y separado de la mesa. Le quitó la gasa que lo tapaba y luego fue quitando todas las capas. Olha se extrañó de lo pequeños que tenía los labios.
—No son así de origen —respondió Pedro—, su anterior dueño la mutiló. Y ahora quería ir más allá, como leíste en el foro.
—Sí, tanto fuera como dentro. —Nuria se alertó al oír la expresión, «¿Qué querían decir “por dentro” —pensó—, qué más le iba a quitar su anterior amo?».
—Así es.
Le quitaron las vendas. Pedro le examinó el coño y decidió que necesitaría ayuda. Olha le sujetó el labio izquierdo con dos mosquitos estirándolo lo máximo posible hacia la derecha, pero de forma que la punta de la pinza llegase más adentro que el coste trasversal interior. Eso la obligó a apretarlos a tope, lo que motivó un gesto de dolor de Nuria. Mientras Pedro enhebró dos agujas, la que venía usando y otra menos curva. Alternó puntos superficiales, como en las otras heridas, con algunos que traspasaban completamente el labio. Retiró las grapas y dio de estos últimos en su lugar. Hizo que Olha mantuviese el labio estirado mientras quitaba las grapas de los tres cortes, perpendiculares a este, correspondientes a los antiguos piercings. Después dio cuatro puntos que quedaban interiores al corte trasversal, aunque en lugar de ser independientes, como todos los demás se unían a uno sobre él mismo y sobre otro más al exterior, dejando una leve holgura en este último. Las dos cadenas de puntos centrales quedaban más o menos en el centro de los huecos entre las heridas de los piercings y los dos cortes exteriores a la misma distancia que el correspondiente interior.
Entonces lo roció de desinfectante y poniendo una gasa sobre la ingle ordenó a Olha que lo estirase todo lo posible hacia la izquierda. La herida trasversal apoyó sobre la gasa empapada en desinfectante. Entonces Pedro pasó la aguja por la holgura del primer punto y luego por el muslo haciendo que la cadena de puntos quedase unida a este. Repitió la operación con las otras tres dejando el labio estirado sobre la pierna.
Olha soltó los dos mosquitos dejando sendas líneas violáceas. Tal era la presión aplicada. Y no fue menor en el otro labio, que al no tener corte trasversal fue estirado incluso más. Tras ello trató igual los menores cosiéndolos sobre los mayores.
Examinó el clítoris. El corte en la piel del capucho, y el piercing previo en el propio órgano hacían que este sobresaliese algo más de centímetro y medio. Las dos mitades de piel apenas se ganaron atención de Pedro, salvo un punto cada una sobre el pubis estirándola todavía más.
—Esto es todo lo que puedo hacer por tu capuchón —manifestó Pedro entre gritos de dolor de Nuria—. No sé si la doctora Melanie podrá hacer algo más o si finalmente decidiremos cortar los trozos. A fin de cuentas, la piel de esta parte no sirve para mucho.
—Pero… ¿solo el capuchón? ¿Verdad?
—Sí, solo el capuchón. De hecho te lo he estirado más porque necesito espacio para trabajar con tu clítoris. Hay que quitar esas grapas y coserlo bien, asegurándonos que la herida se une, si no queremos perderlo. O que por una cicatriz demasiado gruesa pierda la sensibilidad y su función, que viene a ser lo mismo. No soy como tu antiguo dueño que quería extirpártelo del todo.
—¡Oh él no quería extirpármelo! —pareció que Nuria lo defendía—. Le gustaba aplastármelo con la fusta , la vara o una regla de madera para ver mi dolor. Se ha corrido algunas veces solo golpeándonos ahí a las chicas y oyendo nuestros gritos de dolor.
»Pero tiene muchos contactos con lugares donde sí les gusta que las mujeres no tengan clítoris. Y supongo que me iba a vender a uno de ellos.
—Bien. —Pedro le entregó un «hueso de caramelo», una especie de hueso hecho con piel de cerdo endurecida como golosina para perros—. Muerde esto y sujétate a la mesa. —Tomó un mosquito y sujetó la parte del clítoris que no estaba cortada. Nuria aulló de dolor. Pedro le entregó el mosquito a Olha y con el otro extrajo las grapas—. Sé que duele, pero también que lo puedes soportar, aunque lo odies. Lo que son las cosas, de estar en tu lugar Olha estaría corriéndose.
Nuria pensó que por desgracia no era Olha la que estaba en su lugar. Cuando notó la segunda puntada sintió como se desmayaba por el dolor. Pedro acabó de coserla y roció toda la zona con desinfectante. Después la tapó con una gasa, ya que sangraba, y puso esparadrapo sujetándola de forma que tapaba todo el coño y rodeando el ano subía por la nalga para llegar al punto de partida.
Le soltó un par de guantazos para despertarla. Entonces la hizo tomar una pastilla con un vaso de agua.
—Sería mucho desear que fuese un calmante, ¿verdad? —susurró con voz ronca Nuria.