A modo de guía os dejo los enlaces a los relatos de la saga ya publicados:
Jaime - El Amo novato: https://www.todorelatos.com/relato/177686/
Subasta sorpresa - Jaime: https://www.todorelatos.com/relato/177814/
Vendida: https://www.todorelatos.com/relato/178220/
A casa: https://www.todorelatos.com/relato/179407/
¿Viaje del infierno al paraíso?: https://www.todorelatos.com/relato/180805/
Profilaxis de cuarentena: https://www.todorelatos.com/relato/181974/
De médicos: https://www.todorelatos.com/relato/182469/
¿De médicos?: https://www.todorelatos.com/relato/182944/
Comida, bebida y todo lo contrario: https://www.todorelatos.com/relato/189385/
Examen médico – María: https://www.todorelatos.com/relato/192144/
Examen médico – Rocío: https://www.todorelatos.com/relato/194961/
Examen médico – De niña a mujer… aparentemente: https://www.todorelatos.com/relato/195836/
Examen médico – conclusiones: https://www.todorelatos.com/relato/196666/
Maria: Historia y vida: https://www.todorelatos.com/relato/201086/
Maria: Historia y vida 2: https://www.todorelatos.com/relato/201322/
¿Muerta en vida?: https://www.todorelatos.com/relato/203160/
Comida y obediencia: https://www.todorelatos.com/relato/203598/
Comida y obediencia 2: https://www.todorelatos.com/relato/204566/
Y ahora os dejo con la historia:
—Me has llevado varias veces la contraria —informa Jaime—, y además has tardado en comerte el pienso.
—Perdón Amo… incluso ablandándolo me cuesta.
—Bien. Pensaré si te doy mas tiempo ahora tengo que castigarte por las tres faltas que has cometido.
»Tres castigos. Voy a darte a elegir: puedes elegir uno de ellos o dos. En cualquier caso, si me parece que eliges uno demasiado ligero lo multiplicaré por lo que considere necesario.
—Mi Amo anterior nunca me dejaba elegir…
—Lo supongo. Por eso lo hago. Si eliges algo más duro que lo que yo te iba a aplicar te aplicaré lo que elijas. Si elijes algo menor me tomaré la libertad de multiplicarlo por lo que considere.
»Y para ponértelo más difícil tendrás que decidir dos: uno serán golpes y el otro no. Solo cuando me digas los que has elegido te diré el que te aplicaré yo.
—Sí, Amo. Puedo… ¿puedo preguntar?
—¿Sí?
—Sobre el equipamiento. ¿Tiene cepillo del pelo de púas metálicas? Y otra cosa ¿Tiene una máquina de follar?
—Si por maquina de follar te refieres a una maquina de las que se ponen consoladores y se mueve automáticamente sí, pero no he comprado aun ningún consolador, eso lo haréis vosotras.
—Sí, Amo… ¿Y un cepillo de dientes de sobra?
—Sí, tengo varios sin estrenar. Pero hoy no me habéis satisfecho… además ¿Para qué quieres tú un cepillo de dientes?
—El primer castigo elegido, Amo, si os parece bien serán cien golpes del cepillo sobre mis nalgas…
—Para eso te da igual como sean las púas.
—…aplicados con la parte de las púas, no con el reverso.
—Bien. Anotado. ¿Y el otro?
—Veinte minutos con la maquina de follar, a la velocidad que elija, penetrando mi uretra con el cepillo de dientes. Que sea nuevo para que roce más.
—Vale. Aceptado. Y además ese determinará a final el tercer castigo.
—¿No lo tenía decidido, Amo?
—Sí, pero viendo los que has elegido creo que deberé darte más caña. Te iba a aplicar un bastinado de cincuenta bastonazos en las plantas de los pies.
—Pero ya que en la primera has elegido cien golpes de cepillo, este tercero serán también cien.
»Por otra parte beberás tres litros antes del castigo con el cepillo de dientes. Pondré debajo de tu coño, entre tus piernas, un barreño. Según como esté de lleno al final de la prueba será tu castigo: Si está seco serán en los pies, si tiene entre cero y un litro serán en tu abdomen, si tiene entre uno y dos litros serán en tus tetas, si tiene entre dos y tres litros serán en tu coño y si tiene más de tres litros serán cien en tus tetas y cien en tu coño.
—Vamos al estudio, allí está la máquina de follar.
Pasaron por el baño de la habitación de invitados donde Jaime abrió un cepillo de dientes nuevo. El resto, no solo la maquina de follar, estaba en el estudio, lo que incluía el cepillo del pelo de púas metálicas. En origen había sido un cepillo acolchado, de los que tienen una goma con cámara de aire y de púas metálicas terminadas en una bola de plástico. Pero solo en origen. Jaime había cortado la punta de las púas eliminando las protectoras bolas plásticas. Por supuesto no se había molestado en lijar el bisel del corte. Además había rellenado la almohadilla de masilla epoxi, con lo que la flexibilidad de la misma, ahora, era nula.
En el propio estudio , bueno en el de lado, pero tenia una puerta comunicando ambos, disponía de un grifo. Llenó tres veces la jarra de un litro y se la hizo beber. La tripa se le hinchó más de lo habitual.
—Empezaremos con la del cepillo de dientes que es la que más tiene que preparar. Túmbate en la mesa boca arriba.
María lo hizo mientras Jaime miraba como sujetar el cepillo de dientes con un adaptador y un pasador a la maquina de follar. Luego lo soltó y rodeó de cinta americana la tapa del cepillo.
—No queremos que se suelte y se quede dentro, ¿verdad? —comentó irónico Jaime.
—No, Amo —aceptó María pensando que con la tapa de plástico sería un castigo bastante más suave de lo que esperaba.
Untó la cabeza del cepillo de lubricante y se lo introdujo a la fuera en la uretra. Dolía. Bastante.
—Bien. Baja de la mesa y ponte en pie. —Lo hizo—. Ahora ponte a cuatro patas delante de la máquina, como una niña andando a gatas.
La había fijado en la posición más adelantada del palo. La hizo ir retrocediendo hasta que el cepillo lo pudo unir al palo de la maquina y sujetar con el pasador. Pulsó en el mando la posición que dejaba el palo más metido en la máquina. El cepilló se le salió de la uretra y quedó unos cinco centímetros del coño.
Jaime soltó el cepillo y se bajó al sótano a la parte de taller. Rebusco y encontró un prolongador de brocas. Otro de los enganches era de tipo tetón, así que serviría. Tomó el más grande, para brocas de hasta 12 mm. Apenas tuvo que lijar un poco el cepillo para que entrase. Pero el tornillo no llegaba a sujetarlo. Lo cambió por uno de punta, pero el metal del prolongador era muy duro. Con una pequeña broca de solo milímetro y medio agujereó la parte opuesta a la entrada del tornillo entonces volvió a fijar el cepillo con el tronillo. La cabeza sobresalía un milímetro y la punta otro por el opuesto.
Regresó al estudio. María seguía igual. Cambió el tipo del enganche. La hizo volver a la mesa y después de meterle el cepillo hasta más de la mitad del prolongador a la posición de gatas. Fijó el prolongador al palo de la maquina y pulsó el botón para que este volviese a la posición más retraída. Hizo que Maria se separase un poco de la máquina. Justo para que se mostrase la cabeza del cepillo en la boca de la uretra. Pulsó el botón para que el palo avanzase a la posición más extendida. Sacó un rotulador del bolsillo y marcó en el prolongador. Ordenó a María que volviese a la mesa. El cepillo le salió por completo y unas gotas de orina roja tiñeron el suelo. Soltó el cepilló y quitó la tapa de plástico protectora. Fue al estudio anexo y bañó el cepillo en alcohol. Fue a la mesa y se lo insertó en la uretra hasta que la marca quedó en el límite de la boca. Volvió ha hacer que se pusiera a cuatro patas. Fijó el prolongador al palo de la máquina. Sacó dos cilicios, mosquetones y cadenas de un cajón. Ciñó los cilicios a los muslos, enganchó en ellos sendos mosquetones en los que pasó también las cadenas y luego sujetó esta a los soportes de la máquina. María no podría alejarse de la máquina. Puso entre sus piernas una palangana y activó la velocidad uno. El palo se movía y el cepillo entraba y salía, sin llegar a salir de la uretra en ningún momento. Satisfecho programó veinte minutos a velocidad cinco y añadió el movimiento de rotación. Salió del estudio. María empezó a gritar.
Notaba el roce del cepillo. También un extraño roce donde ya no debía detener cepillo, o este terminaba el mango. Cuando entraba y salía manualmente o a pequeña velocidad era tolerable. Un par de veces Pedro Orgaz su anterior amo, la había torturado metiéndole un cepillo viejo. Pero este estaba nuevo y rascaba bastante más. Y la máquina era mucho más rápida de lo que fue nunca Pedro. A los diez minutos notó como su coño goteaba y su sensación no era de placer, su humedad no era de flujo.
Veinte minutos de gritos después la maquina paraba. Jaime entró en el estudio. Soltó el prolongador de brocas del palo de la máquina y lo apretó dentro de la uretra. Entonces desenganchó los cilicios e indicó a Maria que subiera a la mesa boca arriba y abriese las piernas. Tomó otra palangana y la sujetó apoyando el borde en la mesa, bajo del culo de la esclava. Estiró del prolongador y sacó el cepillo. Un chorro de orina sanguinolenta cayó en la palangana.
—Haz fuerza y mea. Será tu última oportunidad en un tiempo.
María apretó para vaciar su vejiga, No salió mucho. Jaime apartó la palangana. Tomó una jeringuilla de 100 ml y la llenó de alcohol. La metió en la abierta uretra y la vació de chorro. María aulló. Sacando un tampón del bolsillo se lo puso en la uretra retirando el aplicador.
—Date la vuelta.
María rodó y se quedó tumbada boca abajo. Jaime roció del alcohol el culo de la esclava y mojó el cepillo. Se situó al lateral de la mesa y extendiendo el brazo dio el primer golpe.
—Como en un castigo tradicional. Cuenta y dame las gracias.
Saco el cepillo. Cientos de pequeños agujeros empezaron a sangrar.
—Uno. Gracias por corregirme, Amo.
Jaime golpeó de nuevo. Una tras otra hasta llegar a cincuenta todas en la nalga derecha. Volvió a rociar con alcohol ambas nalgas y cambió de posición. Empezó a golpear el glúteo izquierdo.
Tras dos horas, Jaime tenia los brazos cansados. Se estaba pensando si dejar para el día siguiente el último castigo, pero pensó que mejor no. Eso sí informó a Maria que no se moviera y que iba a cenar. Puso un paño de algodón sobre el culo y lo empapó en alcohol. La mujer rugió. El paño impediría que la sangre circulase y cerraría las heridas.
Cenó y vio una película, descansó ambos brazos y se dio friegas con bálsamo de tigre. No se lavó las manos. Midió el contenido de la palangana. Dos litros novecientos cincuenta mililitros. Le dijo la cantidad a María.
—…tu coño se salva por poco. Tus tetas pagaran el precio. Siéntate sobre la mesa.
Mientras ella se cambiaba de posición Jaime fue al estudio de al lado regresó con un bastón de bambú, de los usados para apoyarse al caminar. Se situó a la derecha y golpeó los pechos. María dio un repullo. Jaime se situó a la izquierda y golpeó de nuevo. María se cayó sobre la mesa. Jaime la ordenó bajar al sótano y subir la escalera plegable. Mientras preparó una de las cámaras que estaban en un rincón y la conectó con un trípode. Todo se estaba grabando, pero desde la altura de los ojos y mayor. Ahora quería grabar desde bajo. María entró con la escalera. Era una escalera de 4 tramos que se podía extender en línea, en V invertida o de forma asimétrica mediante rotulas planas. Dejó un tramo en el suelo y configuró los otros tres en forma de meseta, con dos tramos casi verticales y el central horizontal a algo más de metro y medio de alto. Hizo que se tumbase sobre el tramo horizontal y pasase las tetas entre dos escalones dejándolas colgar.
—Sí, esa es la posición inicial —aceptó Jaime al verla. Colocó la cámara apuntando hacia ella desde una altura de medio metro—. Empezaremos. Te daré cuarenta y nueve golpes desde tu arriba y otros cuarenta y nueve desde tu abajo. Empieza a contar desde el tres.
—Gracias Amo.
Jaime se situó a la altura de sus caderas y oscilando el bastón golpeó las tetas desde bajo. Estas se desplazaron hasta golpear los escalones, entonces oscilaron como un péndulo.
—Tres. Gracias Amo por corregirme.
Siguió hasta que María contó cincuenta y uno. Jaime no podía golpearlas con toda la fuerza que quería. Situados sus pechos sobre dos tercios del tramo, la parte vertical de la escalera le impedía hacer todo el recorrido que le permitiría golpearla con todas sus fuerzas. Aun así cada golpe del bastón en la parte inferior de los enormes y colgantes pechos hacia que estos se balancearan hasta golpear los escalones que protegían su cara. Sin embargo, Maria no daba ninguna muestra de dolor. Tampoco de placer. Lo que molestaba profundamente a Jaime.
En la mente de María solo cabía un pensamiento: resistir. Acostumbrada a su anterior y único amo, Pedro Orgaz, al que las muestras de dolor solo estimulaban a causarle más, pensaba que la mejor solución era no mostrarlo. Había adquirido mucha práctica en ello. Pese a la costumbre, cada golpe era como si le arrancase los pechos. Estos quedaban temporalmente aprisionados entre el palo y el escalón superior. Tanto que en su movimiento pendular se alzaban hasta golpear la escalera causando un nuevo daño. Cada golpe era en realidad un dos por uno. Lloraba, pero procuraba que las lagrimas no salieran de sus ojos. Sabía que la subasta no podía depararle un amo suave, pero esperaba que Jaime no fuese peor que su anterior amo. Le había destrozado la uretra, aunque es cierto que eso se lo había pedido ella. Al ser acusada de haberle fallado necesitaba algo que la hiciese sentir dolor, pero no esperaba que fuese tanto. No solo el cepillo. Algo más en lo que había usado. El cepillo le habría causado irritación, pero no las heridas y la sangre que había visto en la palangana. Dudaba sobre cuando se recuperaría su uretra. También su culo había sangrado, abundantemente. No era la primera vez que era castigada con golpes de un cepillo de púas, aplicando las púas, en el culo. Pero este parecía más duro que el que usaba Pedro, con las púas más afiladas. Y lo peor es que su meato urinario demostraba que la sangre de su culo no había sido bastante para su nuevo amo.
Cuando Jaime acabó de golpearla por debajo hizo que se cambiase de posición. Se levantó, bajo y, siguiendo instrucciones de su Amo Jaime, metió los pechos por entre el primer y el segundo escalón de la zona plana. Eso permita a Jaime tener un arco mayor para golpear los pechos por su parte superior.
Aplicó el primero golpe. Los pechos se bambolearon y chocaron con la escalera vertical creando un segundo impacto en la zona ya magullada. María contó cincuenta y dos. Jaime dejó ir el siguiente golpe hasta que apretó los senos contra la escalera. Hizo cinco y cambió de lado. Después volvió a cambiar. Cuando acabó los cien golpes los pechos de Maria estaban amoratados y en algunos lados mostraban rayas de sangre. Jaime roció los pechos de alcohol. Tomó dos grandes pinas de bricolaje y las pinzó sobre los pezones. Después cogió dos pesas de dos kilos pasando una cadena por el centro de las mismas y enganchó ambos extremos de la cadena en un mosquetón. Enganchó cada mosquetón en una pinza y la ordenó poner las manos en la parte de atrás del cuello.
—Abre las piernas.
María abrió las piernas. Jaime tomó cuatro pinzas de bricolaje mediana y las pinzo en los labios menores, dos en cada. Tomó pesas de medio kilo con su cadena y mosquetón y las colgó de cada pinza. Después seis más, iguales a las anteriores, y puso tres más en cada labio mayor. De estos colgó una pesa de un kilo de cada.
—No te muevas. Ya volveré a quitarte las pinzas.