Esta historia está en la tercera parte de una saga. Si no la has leído y quieres leerla los capítulos publicados están en :
Las Refugiadas 1: https://www.todorelatos.com/relato/195640/
Con un resumen en: https://www.todorelatos.com/relato/203840/
Las refugiadas 2: https://www.todorelatos.com/relato/203244/
Con un resumen en: https://www.todorelatos.com/relato/204059/
Naturalmente en el resumen te vas a perder todas las escenas de sexo.
Y en cuanto a los capítulos de esta parte:
Susana: https://www.todorelatos.com/relato/204105/
Pilar y Susana: https://www.todorelatos.com/relato/204178/
Susana y Pilar: https://www.todorelatos.com/relato/204712/
Contrataciones: https://www.todorelatos.com/relato/204860/
Carmen la lesbiana: https://www.todorelatos.com/relato/204992/
Sara la sumisa: https://www.todorelatos.com/relato/205057/
Ama y puta: https://www.todorelatos.com/relato/205363/
El inicio de los problemas: https://www.todorelatos.com/relato/205594/
La importancia de las tetas: https://www.todorelatos.com/relato/205705/
Reclutamiento: https://www.todorelatos.com/relato/205746/
La fuga de Nuria: https://www.todorelatos.com/relato/205825/
Las curas de Nuria: https://www.todorelatos.com/relato/205917/
El castigo de Nuria: https://www.todorelatos.com/relato/205972/
Pilar y Jonatan: https://www.todorelatos.com/relato/206003/ Corregido: https://www.todorelatos.com/relato/206119/
Pilar follada: https://www.todorelatos.com/relato/206040/
Pilar: https://www.todorelatos.com/relato/206148/
Fallas de fuego y sangre: https://www.todorelatos.com/relato/206192/
Despedida: https://www.todorelatos.com/relato/206268/
Partiendo hacia el infierno: https://www.todorelatos.com/relato/206476/
Ruta hacia el infierno: https://www.todorelatos.com/relato/206528/
Llegada al infierno: https://www.todorelatos.com/relato/206599/
Estableciéndose en el infierno: https://www.todorelatos.com/relato/206729/
Hacia el segundo infierno: https://www.todorelatos.com/relato/206750/
Comidas y propuestas: https://www.todorelatos.com/relato/206779/
Sexo público, explicaciones privadas: https://www.todorelatos.com/relato/206825/
Obras y pizzas: https://www.todorelatos.com/relato/206907/
La repartidora: https://www.todorelatos.com/relato/206951/
Ser Domina engancha: https://www.todorelatos.com/relato/206979/
Y ahora os dejo con la historia:
Las dos mujeres se besaban uniendo sus lenguas. Elisabeta rompió el beso en los labios para bajar por el cuello de su pareja. Ella se dejaba hacer mientras acariciaba la cabeza de la joven. Dejó que llegase a sus pezones y se los metiera en la boca. Los mordió suavemente.
—Más fuete —pidió la mujer madura—, aprieta. Hazme sangre.
—¿Estás segura? Después no podrás entregarlos a nadie en unos días como la última vez.
—Prefiero que mañana no podamos repetir ahí a que te vayas y quedarme con las ganas.
—Como desees —respondió Elisabeta, con la frase que siempre respondía a las peticiones de hacerla daño de la mujer.
Se metió más pecho en su boca hasta llegar más allá de la aureola, sabía que en esta o en el pezón la costaría algo más, pero no era eso lo que le paraba. Temía mutilarla. En realidad, temía dejarse ir, sentía deseos de morderla hasta cortar por completo el trozo y comérsela. Y eso la hacía sentir rara.
Apretó. Notó el sabor metálico de sangre. La mujer gritó. Abandonó ese pecho y pasó al otro. Recordó los pechos de Anastasia, totalmente llenos de mordiscos. En lugar de tomar el pezón se fue un poco más arriba. Mordió con fuerza.
—¡Ahugg! —gritó la mujer madura—. ¡Eso dolió!
—¿Quieres que pare?
—¡No!, al contrario. Sigue así. Estas mejorando mucho.
—¿Mejorando? lo dudo. Pero si te gusta te daré dolor , aunque luego me odie. —Mordió con ganas en el mismo pecho un poco desplazada, rompió la piel y notó el sabor metálico de la sangre.
—No tienes por qué odiarte. Solo me das lo que te pido. —En respuesta a las palabras de la mujer Elisabeta volvió a morderla—. Sí… me corro.
—Espera, espera —la ordenó Elisabeta cambiando de posición. Puso su boca sobre el coño—. Ahora.
—Necesitaré algo más —pidió la mujer mientras se apretaba sus sangrantes tetas. Elisabeta sorbió sobre su clítoris y tomándolo con los dientes apretó—. Síííííííí —gritó mientras se corría y abundante flujo pasaba de su coño a la boca de Elisabeta.
—Ahora me toca a mí —dijo Elisabeta mientras abandonaba el coño de la mujer—, pero tendremos que curarte antes.
—No. Déjame sangrar. Pocas veces lo consigo de ti.
—Como quieras. Cómeme el coño… al final harás que me guste hacerte daño.
—Me gusta que te guste hacerme daño. Y también me gustaría que me humillases meando en mi boca después de correrte.
—Ya sabes que no me nace… Sí, síííí. Chupa así.
La mujer aplicó su lengua para conseguir que Elisabeta se corriese una y otra vez, pero después de tres orgasmos esta le dijo que parase. No consiguió que mease en su boca, pero se quedaron dormidas y abrzadas.
«Toc, Toc, Toc»
«Toc, Toc, Toc»
«Toc, Toc, Toc»
—¿Quién cojones tiene probl…? —Una rubia de metro setenta y cinco abrió la puerta descalza y desnuda—. ¿Tú quién coño eres?
—¿Y tú? ¿Dónde está Elisabeta?
—Yo he preguntado primero —replicó la mujer.
—¿Quién es? —se oyó la voz medio dormida de Elisabeta.
—¡Yo! —gritó Minerva—. ¿Quién es esta mujer?
—Hola —saludó una dormida Elisabeta que salía de la cama—. ¿Ahora te vas a poner celosa?
—No es eso, pero se suponía que nadie iba a saber que seguíamos en contacto…
—Tranquila. Ella es Natasha, la dueña de este tugurio.
—Gracias, por lo que me toca —protestó irónica Natasha.
—Es un tugurio —replicó Elisabeta—, reconócelo. Si no fuese así no sería seguro que me dejases una habitación a cambio de sexo sin darme de alta.
—Ahora me dirás que no te gusto.
—Me gustas, pero es que a mí me gustan todas… o casi todas, al menos las que no sois machirulos.
—¿Podemos volver a lo que interesa? —preguntó Minerva—. Os recuerdo que estáis las dos en pelotas y tenemos la puerta abierta.
—¡Ah! Sí —aceptó Elisabeta—. Mejor entra y hablamos dentro. —Entró y cerró la puerta—. Vamos a ver, nadie sabe que estoy aquí, salvo Natasha que es la dueña. Ni siquiera su socio Boris. En cuanto a vosotros no lo sé.
—Yo tampoco —respondió Minerva—. David y Eva María se encargaron del registro mientras yo sacaba las maletas del taxi… bueno esperaba a ver si podíamos registrarnos y las sacaba cuando ellos fueron directos a la habitación.
Natasha tomó el teléfono.
—¿Boris? ¿Se ha reservado alguna habitación en las últimas horas?
—…
—¿Quién?
—…
—Ok. —Se giró hacia Elisabeta y Minerva después de colgar—. Vuestro amigo es listo, a menos que realmente se llame Lucas Pato, claro.
—Bien —aceptó Minerva—. Entonces vístete. Pedro quiere irse cuanto antes.
—Nos veremos —se despidió Elisabeta de Natasha. Se besaron en la boca—. Según me ha dicho del Cáucaso volveré aquí.
—Se supone que nadie debe saber que vamos al Cáucaso —afirmó Minerva—. David debería prescindir de ti.
—¿Estás celosa porque sabes que me voy a follar a anastasia en lugar de a ti?
—No me importa con quien se acueste Anastasia —replicó Minerva encogiéndose de hombros—, mientras la hagas disfrutar y no la lesiones permanentemente. —Esa frase provocó que Natasha alzase una ceja—. Lo que me preocupa es que no tienes ni puta idea de discreción y seguridad. ¡Vete a saber a quien más le has dicho que nos vamos allí!
—No se lo he dicho a nadie. —Minerva le soltó un guantazo—. ¡Qué!
—Mentirosa. Al menos se lo has dicho a ella.
—No se lo he dicho… se me ha escapado, ¡vale! No creo que sea algo tan grave. Ella es de confianza. Con ella hago cosas que no me atrevo a hacer con otras…
—Dirás cosas que criticas cuando las hacen otros —replicó Minerva mirando los pechos de Natasha—. ¡Hipócrita! Criticaste al camionero cuando se lo hizo a Anastasia y tú se lo haces ahora a ella.
—¡Tú no te metas! —protestó Natasha—. Se lo he pedido yo.
—Veamos hasta que punto eres fiable. Arrodíllate —replicó Minerva—. Traga todo sin dejar caer nada al suelo.
Natasha se arrodilló y abrió la boca. Minerva levantó la pierna y apoyó el pie sobre su hombro. Empezó a mear mientras Natasha tragaba sin cerrar la boca.
—Eso no prueba nada —le espetó Elisabeta cuando Minerva bajó el pie del hombro de Natasha—. Solo que ella es sumisa, pero eso ya lo sabias por sus tetas.
—Bien. Veo que te avienes a razones —aceptó Minerva—. Has metido la pata y tienes que ser castigada.
»Natasha ves a la cocina y treme una cuchara de madera, la más larga que tengas. Y si no usáis una espátula larga.
—No tenemos cocina, señora. Solo una máquina de café y un microondas, pero en el armario tengo un knut. Podéis usarlo en mí, pero por favor… no peguéis a mi Ama. Sí, aunque ella no quiera admitirlo.
—Iba a darle cuarenta golpes… con el knut pueden ser la mitad. Pero los debe recibir ella —reclamó Minerva—. Aunque si me demuestras que eres capaz de darle cinco con todas tus fuerzas, yo le daré los otros cinco y los diez restantes a ti… o a ella. Lo que elijas después de los diez golpes.
—¡Será si yo acepto!
—Amo David no quiere que nadie vivo sepa que vamos al Cáucaso… además de los que vayamos. Aceptaras los veinte golpes y me callare. O ahora mismo voy a decirle a Amo David el fallo que has cometido y que él decida.
—Vale acepto. Pero me los darás tú. Y solo a mí.
—Por favor —Natasha se abrazó a ella mientras hablaba—, deja que yo reciba la mitad. Sé que no quieres admitirlo, pero en el fondo de mi corazón eres mi Ama.
—Está bien. No me gusta que ella te golpee… me causa celos. ¡Ale ya lo he dicho! ¿Estás contenta? Pero lo toleraré porque reconozco que me gusta menos recibirlos yo.
—Gracias Ama. —Se giró y abrió el armario. Buscó en él y sacó un látigo no muy largo, apenas metro y medio, y grueso, unos dos centímetros en la base y más de uno en la punta, y un knut de nueve colas con ganchos similares a anzuelos en las puntas—. Tenga Señora, elija el que quiera.
Minerva eligió el látigo corto de una sola cola. Natasha guardó el knut. Minerva indicó a Elisabeta que se tumbase en la cama dejando el culo fuera y las piernas colgando. Le entregó a Natasha el látigo.
—Sé que no quieres hacerla daño y no te apetece golpearla con fuerza. Pero piensa: si tú le das los cinco primeros con todas tus fuerzas y me convences, después de los segundos cincos te daré la oportunidad de recibirlos tú en lugar de ella. Si no usas todas tus fuerzas, ni te preguntaré. Le pegaré los quince.
Natasha tomó el látigo y echándose hacia atrás la golpeó con todas sus fuerzas. Elisabeta gritó y se llevó las manos a las nalgas. Natasha lloró. Minerva la hizo quitar las manos de las nalgas e hizo un gesto a Natasha. Al final de los cinco latigazos sendas rayas rojas cubrían las nalgas sin romper la piel.
—Tráeme una botella de vodka —ordenó Minerva a Natasha—. Llena.
Esta fue a coger su bata pero Minerva hizo un gesto negativo. Salió de la habitación desnuda. Pocos segundos después volvió con dos botellas de vodka sin abrir. Se las entregó. Minerva las dejó en la cómoda. Alzó la mano y golpeó las nalgas de Elisabeta dando un giró de muñeca al golpear. Elisabeta aulló. Una línea sangrante se marcó en ambos cachetes. Sin embargo, Elisabeta no llevó las manos a sus nalgas.
—Acaba ya hija de puta —la espetó en ruso pasado el rato viendo que no seguía.
—No. Quiero que sientas cada uno. —Golpeó de nuevo. Otra línea sangrante atravesó su culo.
Dedicó diez minutos para aplicarle los cinco golpes. Cuando acabó preguntó con la mirada a Natasha. Esta se señaló a sí misma. Minerva abrió la botella y vertió casi la mitad en las nalgas de Elisabeta que aulló con el escozor.
—¿Tienes bragas de algodón grandes?
Natasha se puso roja pero asintió.
—Pero son de mi talla, no de la de ella —añadió.
—Seguro que tienes alguna más pequeña que las demás, alguna que no tomaste bien la medida. Y si no precinto o algún otro tipo de cinta adhesiva. Tráelas junto a una toalla pequeña.
Natasha sacó unas bragas nuevas con dibujitos de unicornio.
—Estas me vienen un poco pequeñas.
Minerva se las entregó a Elisabeta y le dijo que se las pusiera. Dobló la toalla y se la puso entre las nalgas y las bragas. Pese a venirle justa a Natasha, los dos centímetros menos de caderas de Elisabeta hacía que se le cayesen. Minerva se la sujetó con precinto amarillo.
—Debería dejar que fueses con el culo al aire —dijo Minerva—. Y créeme, por mucho que ahora pienses que eso es lo que deseas cuando te sentases en el coche lo lamentarías. Ahora ves a la pared y arrodíllate, pero mirando hacia aquí. Quedan diez golpes más y lo recibirá tu novia.
Elisabeta se arrodilló y una llorosa Natasha se tumbó en la cama dejando las piernas caer al suelo. Minerva aplicó diez latigazos en los siguientes veinte minutos. Los tres primeros no cortaron la piel, el resto sí. En el octavo Natasha se corrió en un aparatoso orgasmo. Después del decimo vertió lo que quedaba de vodka sobre las nalgas de la rusa.
—Gracias Señora —dijo Natasha levantándose—. Gracias por los golpes y por haber aceptado dármelos en lugar de a mi Ama.