Bastian empezó a recuperar el conocimiento. Se sentía acostado en un lugar muy familiar: su cama. Abrió los ojos y le recibió la oscuridad de la noche. Se sentía un poco desorientado. ¿A qué hora se había ido a la cama? ¿Ya era de madrugada? ¿Tendría qué levantarse en cosa de nada para ir a trabajar? ¿Por qué sentía frío? Se movió un poco y se dio cuenta de que debajo de las cobijas de su cama estaba desnudo. Su cerebro empezaba a trabajar a mayor velocidad y a recordar qué había ocurrido, pero cuando sintió un peso anormal en su cama, ahí al lado de él, sonrió ya comprendiendo todo.
Se giró y con sus labios curvados hacia arriba, contempló que una sensual pelirroja dormía profundamente a su lado, tan desnuda como él.
Sí, en condiciones normales era prácticamente imposible que una belleza como sea, de brillante cabello naranja, pómulos bien estilizados, labios de un rosa claro, unas tetas perfectamente redondas, un vientre plano, anchas caderas y un culo respingón, se fijara en un mediocre oficinista solterón de clase media, pero por suerte para él, no lo rodeaban condiciones normales.
Él tenía un don, un tono de voz que con cierta frecuencia, hacía que quien escuchara una orden proveniente de él se viera compelido a cumplirla sin objetar nada, como si esa no fuera una orden, sino una instrucción nacida de sus propios cerebros que ellos ejecutaban con total naturalidad.
Cuando descubrió y pulió su habilidad, la perspectiva de tener tanto poder lo abrumó, por lo que había decidido mantener una vida tranquila con un perfil bajo, y solo usar sus habilidades para darse algunos gustos de vez en cuando, como esa tarde, que esa zorrita pelirroja que respondía al nombre de Janitzi se había subido al mismo autobús que él y, queriendo echarse un polvo con tan suculenta mujer, había mesmerizado con su habilidad para que no solo le siguiera a su departamento, sino que además tuviera sexo con él como si fueran amantes.
Janitzi había demostrado ser un buen polvo, sin embargo, el cansancio de haber madrugado para llegar a la oficina y luego el día pesado que tuvo en el trabajo sumado al intenso sexo que había tenido con la pelirroja, hicieron que empezara a darle sueño, sin embargo, lejos de dejar ir a la mujer, como todavía tenía ganas de follarla, le había dado una orden:
—Por favor dime, ¿te espera alguien en casa?
—Sí —respondió la mujer mecánicamente.
No teniendo muchas ganas de pensar en eso por ahora, dijo:
—Por favor, ponte en contacto con ellos y diles que surgió algo en tu trabajo y que tendrás que quedarte hasta tarde y que no sabes a qué hora volverás, una vez termines, cae en un sueño profundo y no despiertes hasta que yo te lo diga.
—Sí.
Bastian vio cómo la mujer tomaba su bolso y de este sacaba su teléfono para después empezar a llamar a alguien, sin embargo, el sueño le venció y cayó rendido en la cama, despertando apenas en ese momento. Y ver a la mujer profundamente dormida a su lado, le hacía saber que en efecto esta había acatado su orden.
Miró a Janitzi y ya sin sueño ahora sí sintió genuina curiosidad por saber de ella: ¿Quiénes eran las personas que le esperaban en casa? ¿Qué les había dicho? ¿A qué se dedicaba? ¿Cuál era su historia de vida? Y más importarte… ¿Qué detalles sucios, en el ámbito sexual, ocultaría esa mujer?
Janitzi no dormiría eternamente. Aunque la había mandado a dormir por su orden, era claro que no se quedaría así para siempre, en algún momento tendría que hacerlo y que mejor que la despertara él para evitar que tuviera una reacción no deseada, por lo que la tomó del hombro y empezó a sacudirla mientras decía:
—¡Janitzi! ¡Despierta!
La mujer abrió los ojos y parpadeó por todos lados, notablemente desorientada. Era claro que recién despertando, los efectos del hechizo de Bastian iba a desaparecer.
—¿Eh? ¿Qué…? —preguntó la mujer desorientada— ¡¿Quién eres tú?! ¡¿En dónde estoy?! ¡¿Cómo llegué aquí?!
Más que ponerse nervioso por la reacción de la mujer, Bastian sonrió pues ya sabía lo que debía hacer, después de todo, no era su primer “rodeo”.
—Cálmate por favor Janitzi. Es perfectamente normal que estés aquí en mi departamento, conmigo… y totalmente desnuda.
El efecto fue inmediato. La mujer relajó sus músculos y luego dijo:
—Sí… tienes razón. Es perfectamente normal.
Ya con eso zanjado, Bastian salió de la cama, encendió la luz de la habitación y fue hacia su closet con la intención de buscar algo.
—Háblame de ti por favor Janitzi.
La mujer escuchó la orden y respondió:
—Eh… ¡Ah! Sí. Mi nombre es Janitzi, tengo veintisiete años, actualmente me desempeñó como ejecutiva de una empresa de seguros, aunque anteriormente era modelo amateur, un trabajo que agarré durante la universidad para pagar mis estudios y estoy casada desde hace unos tres años.
Mientras hurgaba en su closet, Bastian levantó las cejas y miró a la mujer, al menos ahora ya sabía a quién había contactado cuando le ordenó inventar que llegaría tarde a casa. Entonces, ¿era una mujer casada? Valdría la pena preguntarle…
—¿Podrías decirme si tienes hijos?
Janitzi se apuró a negar con la cabeza y dijo:
—No. No deseo embarazarme. Es una decisión que mi marido comprendió y aceptó.
—Ya veo —dijo Bastian con una malévola sonrisa, pues planeaba que eso pronto cambiara—. Y bueno, ahora háblame de tus filias sexuales.
—Claro que sí —respondió Janitzi sin ninguna clase de pudor ante esa pregunta TAN personal—. Me encanta el sexo anal.
Bastian se reincorporó de golpe y miró a Janitzi.
—¿En serio?
—Sí señor —respondió la mujer—. Durante mis días como modelo, a varios clientes les gustaba tener sexo con nosotras las modelos, era necesario para conseguir mejores trabajos. A varios de los clientes con los que me acosté les gustaba el sexo anal, así que tenía que ceder. Al principio era desagradable y doloroso, pero me terminé acostumbrando y hasta disfrutándolo. Aún hoy en día ya casada, de vez en cuando me masturbo un poco por el ano.
—Ah, interesante… —dijo Bastian con un brillo malévolo en los ojos.
Luego de un momento regresó con Janitzi con unas correas y demás artículos de bondage en las manos. Janitzi vio estos artículos, pero a penas iba a resistirse cuando…
—Por favor, déjame ponerte esto —dijo el hombre, y a Janitzi no le quedó de otra más que responder:
—Sí señor.
Bastian empezó entonces a prepararla: le puso un cubre ojos de cuero para dejarla sin visión, le colocó una gag ball en la boca con lo que la mujer ya no pudo evitar que su saliva escurriera por su mentón y solo podía sentir ya el sabor a hule en su boca. El hombre continuó preparándola: le puso unas pinzas en los pezones, le amarró los brazos por la espalda con una correa de cuero y luego le acomodó el pelo en una cola de caballo, lo cual tenía doble intención pues así no solo su cabello no se desparramaría tanto durante el acto sexual, sino que además pudo atarlo, usando otra cuerda, con sus manos, de tal forma de su cabeza quedaba apuntando hacia arriba de una forma que le exigía mucha fuerza a su cuello.
Con los preparativos listos, Bastian procedió al acomodo: Acostó a la mujer boca abajo, de la cintura para arriba, sobre la cama, mientras que la dejó “de pie”, de la cintura para arriba, con las rodillas levente dobladas, de tal forma que su área intima quedaba bien visible.
Bastian se deleitó con el espectáculo, pero para hacerlo todavía más morboso, se dedicó a darle una ronda de nalgadas a la mujer, con tanta fuerza y velocidad que solo se escuchaba el chicoteo de sus pieles chocando en cuestión de segundos, así como los gemidos de la mujer que oscilaban entre el dolor, la sorpresa… y el placer.
Cuando se cansó de ese calentamiento, Bastian se detuvo para ver el cuadro completo: las dos nalgas de Janitzi resaltaban con su color rojizo sobre sus piernas todavía blancas, brillando por algunas salpicadas de fluidos vaginales que había charpeado por la excitación que le causaba el dolor.
Bastian entonces pasó al siguiente paso: miró el ojete de la muchacha. Si bien no era un “gasoducto”, se notaba más dilatado que el común de otras mujeres que ya había controlado en otras tantas ocasiones, lo que confirmaba que esa mujer no mentía cuando decía que le encantaba el sexo anal. Sin embargo, solo para estar cien por ciento seguro de que sería una experiencia disfrutable para ambos, y alargar un poco más la diversión, quería tomar precauciones.
Regresó a su closet y de este extrajo un pequeño contenedor de color verde: lubricante. Llegó con la mujer, lo abrió y la habitación se llenó a una mezcla de aceite con sexo femenino excitado. Se untó los dedos con la sustancia y empezó a introducirlos en el orificio anal de la pelirroja. Nada más sentir como ese conducto de ella era penetrado, Janitzi siguió gimiendo, aunque esta vez ya no había en su tono dolor ni sorpresa, solo placer. Esa golfa no dejaba que confirmar que le encantaban el sexo anal.
Bastian continuó untando ese canal por todos lados, pues quería asegurarse de que entrar ahí sería tan fácil como hacerlo por la vagina de la mujer y cuando se sintió listo, cerró el embase, se limpió los dedos con la sábana de la cama y tomó posición enfrente de los glúteos de la mujer, se deleitó una vez más con la visión de ese conducto bien aceitado entre las nalgas enrojecidas y los rosados labios vaginales, y tomó su rifle, lo apuntó al que era su objetivo, y empezó a meterlo ahí.
Que la mujer ya tuviera experiencia y la untada de lubricante hacía que meterlo ahí fuera bastante fácil, pero al ser ese un conducto de salida y no de entrada, aún así había algo de resistencia natural, pero que no le costó mucho en vencer para meter toda su masculinidad en ella.
Cuando su vientre chocó contra las nalgas de ellas, se dio un momento para soltar una exhalación de puro placer mientras que Janitzi seguía pujando de placer tan fuerte, que incluso con la gag ball se podía escuchar.
Lo siguiente que tocaba era lo obvio: Tomó a Janitzi por la cadera y con esta como principal fuente de apoyo, comenzó a mover la cadera de delante hacia atrás para meter y sacar su carne del interior de la mujer, quien lo único que podía hacer era disfrutar junto con los sonidos y el olor, cómo ese enorme pedazo de carne le acariciaba todas las paredes de su recto.
Bastian continuó con el mete saque, aunque estaba bien dilatado ese conducto seguía estando un tanto estrecho por lo que le apretaba como un puño, así que luego de un rato, la sensación del orgasmo no tardó en llegar y…
—Aaaagh… —soltó en un gemido ahogado el hombre al sentir como se derramaba su leche en el intestino de la mujer mientras la cadera de esta daba brinquitos, de seguro en un orgasmo compartido.
Sacó su polla de ahí y contempló con una sonrisa como su semen empezaba a escapar de ese pequeño conducto y a bajar por sus labios vaginales y sus piernas, mezclándose con los fluidos vaginales de esta que ya chorreaban en líneas brillantes hasta sus rodillas.
Sonrió mientras le acariciaba uno de sus glúteos, sabiendo que era muy probable que su marido no viera a su mujer hasta la mañana siguiente, ya que no planeaba dejar de jugar con la mente ni el cuerpo de ella, muy pronto.
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