Apenas 15 minutos después de que Silvia se marchara de casa, mi madre y mi hermana regresaron del médico. Había tenido el tiempo justo para intentar limpiar como pude la mancha de fluidos que habíamos dejado sobre el sofá que había sido testigo de nuestra follada y corridas.
- ¡Qué raro huele aquí! –dijo mi madre en cuanto entro en el salón -. Anda, abre un poco y ventila, que huele la casa muy raro.
- A lo mejor he sudado algo –dije para disculpar el aroma a sexo que llenaba el ambiente.
- Será eso –dijo mi hermana, mirándome de arriba abajo.
Aquella noche, en la soledad de mi cama, una frase de Silvia rebotó en mi interior una y otra vez, como por la tarde lo hicieron sus tetas con cada una de mis embestidas: “Cariño, tú y yo tenemos que vernos a solas más a menudo”.
La frase era toda una invitación a seguir manteniendo ese tipo de encuentros y, la verdad, la sola posibilidad de volver a repetir lo que viví esa tarde, hizo que me pusiera tan cachondo, que acabé masturbándome en mi cama, teniendo que hacer verdaderos esfuerzos para ahogar mis gemidos cuando un nuevo chorro de semen se derramó sobre mi vientre y mi mano.
Pasaron algunos días, cuando mi madre una tarde, tras volver de clase, me dijo:
- No sé qué le pasa a Silvia. Está un poco misteriosa. Me ha dicho que vayas esta tarde por su casa, que necesita que la ayudes con algo.
- ¿Te ha dicho para qué me necesita? –le pregunté, aunque sospechaba cuál era su intención.
- No, no me lo ha dicho. Debe de ser algún tipo de papeleo. Ya sabes que Silvia se agobia enseguida, y como su marido está siempre viajando, no querrá esperar a que él vuelva para hacer lo que sea.
- Vale, pues me cambio y me acerco, a ver qué la puedo hacer –dije yo, con la cabeza a 1000 revoluciones.
Además de cambiarme de ropa, también me duché. Si no me equivocaba, sabía perfectamente qué era lo que Silvia quería de mi.
En apenas 20 minutos estaba llamando al timbre de su casa.
- Hola cariño –me dijo tras hacerme pasar.
- Hola Silvia –le dije.
- Pero ven, acércate que no te voy a comer. Bueno, sí te voy a comer, pero igualmente tendrás que acercarte.
Sin darme tiempo de mover un solo músculo Silvia ya había metido su lengua dentro de mi boca, besándome con tal pasión e intensidad, que mi soldadito pasó de inmediato a la posición de firmes.
Sus manos recorrieron mi cuerpo, tanteando en primer lugar y sin esperas, el considerable bulto que mi pantalón vaquero no podía ocultar. A la vez, mis manos recorrieron su espalda, hasta llegar a su maravilloso culo, al que me agarré, primero para acariciarlo, y después para a apretarlo y hacerlo mío.
- Pégame en el culo –me dijo Silvia
- ¿Cómo dices? –pregunté, no estando seguro de lo que había oído
- Que me pegues palmetazos en el culo –repitió.
Levanté mi mano derecha, con alguna duda aún, y fui a estrellarla contra su nalga izquierda.
- Más fuerte, Dani. Me gusta que me azoten –me ordenó
Joder con la amiga de mi madre. ¿Serían así todas ellas? ¿También mi madre le pediría a mi padre que la azotara el culo? En ese momento había muchas cosas que no sabía o no podía imaginar. Volví a levantar la mano, esta vez con más seguridad, para estrellarla de nuevo contra su nalga izquierda, con mucha más fuerza.
- Mmmmmm. Me encantas, mi joven semental –me dijo Silvia completamente extasiada.
Comprobado el efecto que le producían mis azotes, hice que Silvia se separara un poco de mi, poniéndose de perfil, y comencé a azotarla de forma alternativa en cada una de sus prominentes nalgas. A cada azote respondía con un gemido, y con la petición de que siguiera haciéndolo.
- Levántame el vestido y dime qué ves – me dijo Silvia tras una pequeña pausa. Ese día llevaba un vestido veraniego, amplio y por encima de las rodillas en color claro.
- Tienes las nalgas rojas, -le dije tras levantar el vestido y comprobar que, bajo él, no había nada más que su cuerpo, lo que provocó junto con la visión de su culo completamente rojo, que me excitara un poco más.
- Acaríciame el culo, y dime qué sientes –me ordenó de nuevo.
- Tienes la piel muy suave, y noto como arde –le respondí después de acariciarlo suavemente con mis manos.
- Mmmmm, me encanta la sensación que me producen esos azotes, sentir mi piel arder, esa mezcla de picor y escozor es un placer que me vuelve loca –me dijo Silvia, girándose de nuevo y justo antes de comenzar a desabrochar mi pantalón.
En un instante me liberó del pantalón y de las deportivas. Yo mismo me quité el polo, estando así únicamente vestido con un bóxer que apenas podía contener la tremenda erección de mi polla. Nunca la había sentido así de grande y dura.
- Ven, cariño –me dijo Silvia, cogiéndome de una de mis manos y tirando de mi hacia su dormitorio.
Una vez en el dormitorio, Silvia me quitó el bóxer, con suavidad, tomándose todo el tiempo del mundo, mirándome a los ojos con lujuria para disfrutar de mi reacción cuando sus suaves uy cálidas manos liberaron a mi verga del encierro al que le sometía mi ropa interior. En mi rostro se dibujó una mueca de placer cuando sentí sus dedos deslizándose por mi polla, acariciándola con suavidad y sin ninguna prisa, hasta rozar mis testículos. Ante mi gesto de placer, Silvia se mordió con lascivia su labio inferior, a la vez que su mirada se convirtió en el mismo fuego.
- Ven, échate en la cama –me indicó.
Obedecí sin rechistar, entregado a sus deseos. Sabiendo que, sucediera lo que sucediera, tampoco nunca lo olvidaría.
Mientras me eché en su cama, completamente desnudo, sobre unas sábanas de raso, de color lavanda, que era una pura caricia, ella abrió uno de los cajones de su mesita de noche. Cuando volvió hacia mi, me enseñó varios cordeles rojos. Con ellos me ató, tanto pies como manos, a la cama. Lejos de sentir miedo por lo que pudiera suceder, aquel sencillo gesto hizo que mi excitación y deseo aumentaran aún más.
Sin mediar palabra, y después de volver a acariciarme la polla con total parsimonia, recreándose con cada movimiento de sus manos y de sus dedos, se subió a horcajadas sobre mi.
Aún llevaba puesto el vestido, por lo que cuando mis manos acariciaron y sobaron sus tetas, lo hicieron por encima de su tela, aunque notando perfectamente sus endurecidos pezones.
- Muérdelos –me dijo mientras retiraba el vestido de su pecho bajando los dos tirantes y pasando sus brazos por encima. Mis ojos quedaron de nuevo hipnotizados por aquellas dos grandes tetas, de pezones gruesos y duros, que tenía a escasos centímetros de mi boca.
Llevó sus tetas a mi boca, mordiéndole los pezones con los labios. Uno tras otro. Tirando de ellos con los labios cada vez con más fuerza, a la vez que Silvia se colocó sobre mi polla, rozándola con su coño ardiente y mojado, en una especie de masturbación mutua, sexo con sexo, sin llegar a penetrarla.
Si lo que Silvia pretendía era volverle loco, estaba a punto de conseguirlo. No podía mover ni brazos ni pies, apenas podía arquear mi cuerpo para sentir más la presión de los labios de su coño en mi verga, mientras mi boca enloqueció mordiendo y lamiendo sus pezones, cada vez más duros y calientes. Silvia gemía con cada roce de su cuerpo en el mío, con cada tirón de mis labios en sus pezones. Y yo lo hacía cada vez que abría la boca, tratando de coger aire en el menor tiempo posible, para no dejar de estimular sus pezones.
Silvia continuó moviéndose, incrementado aún más el ritmo. En alguna ocasión tuvo que sacarse mi polla de su coño, pues con el arrastre de su coño sobre ella, ésta se coló dentro en alguna ocasión. Para incrementar mi placer, pasó una de sus manos por detrás de su culo y acarició mis testículos, los masajeó y tanteó en su mano. Ahora sí que me volvería loco de placer.
Sentía que me ahogaba entre gemidos, mordiscos y lamidas. Mis huevos se hincharon por momentos y no sabía cuánto tiempo más podría aguantar así, sin correrme. No quería hacerlo antes que ella. Y, en ese preciso momento, Silvia soltó mis testículos y, apretándose con toda su alma contra mi cuerpo, acarició y estimuló su clítoris, a la vez que comenzó a correrse, contoneándose y moviéndose sobre mi con tal intensidad y fuerza que parecía que quisiera fusionarse conmigo.
Tras su largo e intenso orgasmo, acercó a mis labios sus dedos pringados en sus propios fluidos. Los lamí con la misma pasión con la que ella me había lamido la polla el día anterior. Deslicé mi lengua sobre ellos, envolviéndolos con los labios y haciéndolos entrar y salir de mi boca en varias ocasiones, hasta dejarlos completamente limpios y brillantes, y haberme llenado con el sabor de su néctar.
- Eres maravilloso, mi joven semental –me dijo Silvia cuando su cuerpo se relajó un poco.
- Maravillosa eres tú, Silvia –le respondí, sin saber muy bien que esperaba que yo dijera.
A continuación me desató. Ella seguía con el vestido a medio quitar, sujeto solo por la cintura, con sus enormes tetas al aire, con sus pezones endurecidos y calientes, provocadores.
Se inclinó sobre mi, y comenzó a mamarme la polla. La metió por completo en su boca, despacio, con calma, hasta sentir como la punta de mi capullo rozó en su garganta. A pesar de que me pareció que se me había puesto la polla más dura, gruesa y larga que nunca, y que sería difícil que cupiera entera en su boca, entró hasta el fondo. Mi verga se hundió en aquella maravillosa boca por completo.
La estuvo mamando durante unos minutos, cambiando el ritmo cada cierto tiempo, acariciándola con la lengua de vez en cuando, incluso en mis testículos sentí el suave y húmedo contacto de su lengua. Volví a sentir mis huevos tan llenos que no sabía si podría aguantar mucho más tiempo. Pero justo antes de estallar, Silvia paró y, tras besar mi boca, entregándome ahora el sabor mi propia polla, que se mezcló con el nítido recuerdo del sabor de sus fluidos, volvió a ordenarme:
- Quiero que me folles. Necesito sentir tu polla dentro de mi.
Se colocó en posición de 4, a mi lado. Me puse detrás de su culo, levantando su vestido hasta la cintura para tener ante mi la perfecta visión de su precioso y espectacular culo y de su coño, enrojecido y brillante por la excitación y su reciente corrida.
Dirigí mi polla hasta la entrada de su cálido conejo y, ayudándome con una mano, comencé a empujar dentro. Apenas tuve tiempo de comenzar a hacerlo, cuando sentí como Silvia movió con fuerza su cuerpo hacia mi, provocando que mi verga se hundiera casi por completo en su coño, arrancándola un sonoro gemido.
Comencé a moverme dentro de su cuerpo, bombeando con mi polla en su coño, haciéndola entrar y salir casi por completo con cada nuevo empujón.
Podía sentir como mi verga llenaba por completo sus entrañas, que la envolvían en una cálida y húmeda caricia, provocando de nuevo que su cuerpo generara más y más fluidos, en los que mi polla chapoteaba sin cesar.
- Vamos, fóllame. Fóllate a la amiga puta de tu madre –me pidió, completamente enloquecida, entre gemidos y contoneos de su cuerpo.
Y así lo hice, claro. Follé y follé. Entré y salí de su cuerpo cuántas veces pude, bombeando cada vez con más intensidad, sujetándome con fuerza a sus caderas para tirar de ella contra mi a la vez que yo bombeaba en su coño. Mientras tanto, ella misma se acariciaba y estimulaba el clítoris, haciendo que sus gemidos y los míos se convirtieran en uno solo.
Un tiempo después, aunque no soy capaz de saber cuánto, mis huevos acabaron de estallar, y de mi polla brotó todo el semen acumulado durante la tarde, llenando su maravilloso coño, mezclándose con sus fluidos, haciendo que el chapoteo de mi polla dentro de su cuerpo fuera aún más sonoro. Necesité aún media docena de embestidas para terminar de exprimir mi polla.
Cuando lo hice, y aún con la polla completamente dura, intenté salir del cuerpo de Silvia, pero ésta me lo impidió:
- No pares todavía. Dame más, cabrón.
No sabía si podría aguantar mucho más tiempo follando de aquella manera, pero obedecí. Seguí dentro del coño de Silvia, empujando con toda mi alma, bombeando mi polla con todas mis fuerzas. Sentía un placer profundo y distinto al anterior. Ya no había nada más que eyacular, mis huevos estaban vacíos, pero mi polla seguía dura, su coño estaba chorreando y Silvia necesitaba correrse. No podía parar. No quería parar.
A continuación tuve una idea: Azoté el culo de Silvia con todas mis fuerzas, más fuerte de lo que ya había hecho antes. Con una mano y con la otra, de forma alternativa. Sus gemidos se hicieron gritos de placer y, apenas 4 azotes después, terminó corriéndose de nuevo, encharcando aún más mi polla, presionando su clítoris con los dedos, mientras hundía su cara en la cama, en parte como consecuencia del placer, en parte para mitigar sus gemidos y gritos.
Y entonces sí, pude salir del paraíso.