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Fecha: 10-Nov-23 « Anterior | Siguiente » en Sexo con maduras

Licencia Para Mamar

el Bardo
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Pocos hubiesen imaginado que María Isabel Medina, la respetada profesora de Lenguaje, fuese una de las mejores putas de la ciudad. Una auténtica puta de lujo. Version para imprimir

GISELLE & DANIELA, PROFESORAS

 

 

CAPÍTULO X: LICENCIA PARA MAMAR

NOVIEMBRE, 2022.

1

Lo primero que hacía una vez que se levantaba era correr las señoriales cortinas para que los primeros rayos de sol ingresaran a su espaciosa y cómoda habitación. MARÍA ISABEL MEDINA [40] cierra los ojos cuando la luz golpea su bonito rostro con labios muy carnosos, da unos pasas hacia atrás y luego se deja caer hacia adelante para comenzar a hacer unas 50 flexiones de brazos, como acostumbraba a hacer todos los días. Sus alumnos no lo sabían, pero esa profesora tenía un cuerpo muy bien conservado; esa piel morena clara brillaba de lo cuidada que estaba, su cabello castaño oscuro no parecía recién levantado de la cama y esos ojos verde claro eran, junto a sus labios, motivo de deseos para los alumnos que le prestaban mayor atención. 

Una vez realizado el ejercicio matutino, la profesora se dirige a su baño personal. Mide 1,64, pero aparenta siempre tener mayor estatura por esas sandalias con taco grueso o esa zapatillas con plataforma que acostumbraba a utilizar. Se mantenía esbelta y, a pesar de eso, cuando se miraba al espejo admiraba su muy buen formado trasero que llamaba la atención de todos cuando utilizaba sus jeans ajustado. Se sacó la camisa de dormir y tomó ambos pechos para alzarlos, se giró para verlos de manera lateral y sonrió. Sus tetas eran grandes y duras gracias al cirujano que pagó su marido, de areolas grandes y marrones que en cada pezón habían sendos piercing gruesos y llamativos de plata con forma de corazón. 

La mujer suspiró al constatar que un día más le gustaba lo que veía en el espejo.

Mientras se sacaba el pelo observaba el atuendo que solía utilizar siempre y la verdad es que tenía muchas camisetas a tirantes de diferentes colores, además de tener siempre el closet llenos de jeans. Así era ella, le gustaba vestir igual todos los días, aunque de diferentes colores. En ese momento tenía puesto unos jeans ajustado de color grafito que marcaba perfecto su generoso y bien formado culo; la camiseta a tirantes era verde oscuro y lo que si debía cuidar era utilizar sostenes lo suficientemente gruesos para evitar que los piercing se traslucieran y llamaran la atención de sus hijos, porque ninguno de los tres tenía idea de que su santa madre tenía semejantes cosas en sus grandes tetas.

Apagó el secador de pelo, se amarró el cabello marrón con una coleta y se ajustó las sandalias a la altura del tobillo que parecía no cerrar bien. Sonrió, suspiró y salió del baño para darle un vistazo a su enorme cama matrimonial que pronto sería atendida por la empleada que tendría que llegar a la casa a eso de las nueve de la mañana. Miró el reloj y faltaban quince minutos para las siete de la mañana, por lo que bajó rápidamente a la cocina y comenzó a echar a andar los fuegos para prepararles el desayuno a sus muchachos. Porque la empleada podía hacer el aseo, mantener el orden y preparar los almuerzos, pero el desayuno es algo que solo ella les hacía a sus muchachos. Un rito que tenían en esa casa era que todos tomaran desayuno juntos y ese viernes el desayuno debía ser pasadas las siete de la mañana, pero los fines de semanas era cerca de las nueve; a la hora que sea ellos debían estar en la cocina para desayunar. Es hogareña y para mantener estable la vida hogareña debía ser clara y estricta con las normas. 

Eran ya las siete con veinte de la mañana cuando notó que el iPad que estaba en el mesón al medio de la cocina se comenzaba a iluminar con distintas notificaciones. Eran alertas en el calendario, eran los eventos que tenía para ese día y María Isabel decidió silenciar el aparato y borrar las notificaciones que le iban llegando... simplemente detestaba que la molestaran tan temprano en la mañana y con sus hijos rondando por la casa. 

María Isabel: ¡Bueno días, mi amor!

El primero llegar frotándose el ojo izquierdo era su hijo mayor, MARTÍN [19], quien le plantó un beso en la frente a su madre, tomó unas de las tostadas con mantequilla y se sentó frente al pequeño televisor que lucía encendido en un rincón de la cocina. Era un muchacho alto, de pelo castaño claro que lucía corto y bien peinado, sus ojos eran de color avellana y su nariz respingada le daba un aire de autosuficiencia que irritaba un poco a quienes le rodeaban en clases. Su físico era bien formado, pero aun así se mantenía delgado, todo para poder rendir de la mejor forma en el bicicross. Era su deporta e incluso ya tenía en el horizonte dos importantes competencias regionales. 

“Está cada vez más parecido a su padre” se dijo María Isabel, mordiéndose el labio. 

Por la entrada a la cocina ya ingresaba su hija, CAMILA [19], quien era la melliza de Martín y que había nacido unos cinco o seis minutos después. Si Martín era casi la viva imagen de su padre, ella era casi la viva imagen de María Isabel. Camila tenía una bonita piel morena similar a la de su madre, era un poco más alta que ella, su cabello, ojos y labios eran idénticos y, con más ejercicio, podría presumir de un mucho mejor culo que el de su madre, lo que tenía locos a sus compañeros de clase. De tetas no podía decir lo mismo, porque las grandes tetas de María Isabel eran operadas y ella jamás aprobaría que su princesa se pusiera implantes. La muchacha erró en darle un beso en la frente a su madre y posó sus labios en el ojo izquierdo de su progenitora, lo que provocó las risas de ambas. Camila tenía sus ojos entrecerrados por el sueño, tomó el vaso con leche y se sentó junto a su hermano para observar las noticias que pasaban en la televisión.

María Isabel: ¡Buenos días mi príncipe hermoso, hermoso, hermoso!

JAVIER [8] era su príncipe y la perfecta combinación de genes entre sus padres. Sería alto como él, tenía la misma nariz y el mismo color blanco de piel, pero el cabello era de ella y los ojos también. El muchachito se frotaba ambos ojos por el sueño, el buzo de su pijama con globitos comenzaba a quedarle corto y sus pies descalzos se despegaron del suelo cuando su madre lo tomó en brazos para llenarlo de besos en cuello, mejillas y frente. Los mellizos sonreían mientras ya le hacían espacio al mocoso para que se sentara junto a ellos. 

“Crecen tan rápido” se dijo María Isabel, con su corazón agitado. 

Quería mucho a sus tres hijos, pero por el pequeño sentía un cariño especial y podría decirse que lo amaba el doble. Ya habían pasado dos años desde que se le perdió y lo encontró en un parque bastante lejos de casa llorando y culpándose porque creía ser la razón de que su padre los abandonara. En el fondo de su corazón a María Isabel le dolía saber que Javier seguía creyendo ser la razón de que su padre los abandonara. 

“Quizás sea la razón, pero no es culpa de Javier de que nos abandonara” les había dicho María Isabel a los mellizos una vez que lo encontraron. 

Cuando María Isabel le dijo que estaba embarazada algo cambió en su marido. Claro, no lo habían planeado y tener mellizos era razón suficiente para quedarse con ellos y no pensar jamás en volver a tener otro... pero ese hombre era extremadamente sexual y siempre quería tener en cuatro patas a su mujer en cualquier parte. En el automóvil, en su trabajo, en el colegio, en los ascensores, en el jardín, en la habitación... y ella siempre estaba dispuesta, jamás le puso ninguna objeción a esos instintos, porque lo amaba y le calentaba demasiado. Pero claro, de tanto penetrarla debió suceder algún error de cálculo y se embarazó de Javier. 

Se conocieron en Santiago hace casi veinticuatro años, ella estaba en el colegio y él cursaba sus primeros semestres en la universidad. Apenas la vio por primera vez quedó encendido con ella y la persiguió hasta enamorarla... que una muchacha, de las más bonitas del colegio, anduviera con un buen mozo muchacho universitario era algo que produciría la envidia de todas. Y así fue. A María Isabel casi a diario la pasaba a buscar ese guapo universitario. Estaba tan enamorada que apenas cumplió los 18 años decidió pasar por el quirófano para ponerse tetas grandes ya que a él le encantaban las pechugonas, como siempre se lo repetía. 

Ingresó a una muy buena universidad a estudiar literatura y al finalizar su segundo año se encontró con la sorpresa de que estaba embarazada... mayor fue la sorpresa cuando semanas más tarde se enteró de que eran mellizos. Eso también fue un error de cálculo, pero María Isabel era hermosa y ese hombre no estaba dispuesto a abandonarla, eso y la presión del padre de este para que asumiera su responsabilidad de hombre. Por un año ella abandonó la universidad para tener en tranquilidad a sus mellizos mientras él ya daba sus primeros pasos en el mundo de la medicina donde se estaba destacando como cirujano. María Isabel terminó su carrera y siguió a su hombre hasta Valdivia, en donde una nueva y lujosa clínica necesitaba de un muy buen cirujano. 

Ella comenzó a dar clases, tenían dos hijos, él era un prestigioso cirujano en una lujosa clínica... y follaban como conejos a cada rato. 

Pero cuando le dijo que estaba embarazada de Javier ella ya no era una muchacha, tenía 32 años y a él enfermeras jóvenes le hacían ojitos a diario. El pequeño nació, se volvieron a desvelar en las madrugadas para alimentarlo y arroparlo, lo que debió colmar la paciencia del hombre... a quien no volvió a ver más un par de días antes que Javier cumpliera su primer año. Se había quedado sola y por un momento pensó que se había llevado a los muchachos, pero los mellizos dormían plácidamente y sin saber nada en sus respectivas habitaciones. 

Cuando llamó a los padres de este le dijeron que había aceptado una beca para especializarse en Noruega. Así que le quedó claro que lo tenía todo planeado desde hace bastante y, cuando Instagram comenzó a masificarse, entendió que no lo había planeado todo solo... se le veía sonriente junto a una muchacha, una enfermera bastante linda, a quien le pareció ver un par de veces cada vez que lo iba a buscar a la clínica. La beca se transformó en trabajo e hizo de Noruega su nuevo hogar. La vergüenza de los padres de este hizo que la ayudaran con una módica pensión los meses siguientes, pero luego tampoco volvió a saber de ellos. 

¿Lloró? De ninguna manera, tenía cosas demasiado importantes que resolver. De un día para otro se convirtió en madre soltera de tres muchachos, ya no contaban con el suculento sueldo de su marido y su sueldo de profesora era un chiste en comparación. Además, habían comprado una casa que caballerosamente él había puesto a nombre de ella ¡y era una casa enorme y esplendida! Era un sueño, pero ese sueño rápidamente se transformó en pesadilla cuando debió asumir el dividendo mensual. Eran cuotas que con su sueldo no podía ni siquiera pagar la mitad de la mitad. 

María Isabel caminaba por el pasillo de esa esplendida casa que le dejó su marido, a la cual le faltaban 18 años por pagar, y observó por la ventanas a sus tres retoños irse a sus clases. Los mellizos se iban al Preuniversitario y el pequeño al Nido de Cóndores, el colegio. Suspiró, deseando que tuvieran un buen día. Miró la hora en su elegante reloj de muñeca y ya eran las siete cuarenta y cinco de la mañana, por lo que tendría prepararse rápidamente para ir al Neue Horizonte, el colegio en el que impartía clases.

Entonces, mientras la mujer se va a preparar sus cosas para ir a dar clases preguntémonos ¿cómo una mujer sola que solo es profesora puede mantener tal estilo de vida?  Nadie se detenía aun a las afueras de su casa para hacerse esa pregunta, pero quizás ya hubiese alguno por ahí haciéndosela. O sea, esa casa era de las más caras que se podían comprar en Valdivia, esa ropa no era barata, se mantenía bastante bien en cuerpo y alimentación, en la entrada estaba estacionado un Jeep Renegade Sport anaranjado; su hijo menor iba en el colegio más caro de Valdivia y los mellizos no solo también habían estudiado ahí, ahora estaban en un Preuniversitario que los estaba moldeando para ingresar a la Universidad. 

¿Cómo?

 

***

María Isabel avanza por el pasillo del tercer piso hacia su aula. Si durante el desayuno vestía un atuendo que exponía sus brazos, dejaba de manifiesto lo grandes que eran sus tetas y su culo se veía grande, apretado y apetecible, mientras caminaba por ese pasillo demostraba todo lo contrario. Los jeans eran los mismos, salvo que ahora utilizaba unas zapatillas grandes y con plataforma gruesa que le hacía ganar varios centímetros, su culo se escondía debajo de un delantal verde que utilizaba para impartir clases y sobre ese delantal tenía puesto un chaleco de lana grueso y con cuello. Mientras hacía el desayuno a sus muchachos su pelo lo llevaba con una coleta, ahora estaba suelto, sin peinar y parecía enmarañado. 

“Esta mujer está cada día más hermosa” se dijo María Isabel al verla. 

GISELLE UNDURRAGA [37] caminaba en la dirección contraria con una serie de carpetas en sus brazos. Parecía algo atribulada, quizás por tanto trabajo, mientras utilizaba su clásico atuendo: una falda negra ajustada hasta las rodillas, medias, unos tacos que le hacían ganar altura, una camisa blanca ajustada metida dentro de la falda. Esas enormes tetas naturales eran dos veces más grandes que los de María Isabel y ella siempre tragaba saliva al verlas. Pero lucia algo diferente y, a medida que se iba acercando, se percató rápidamente qué era. Había dejado atrás su clásica cola de caballo para peinarse con un moño alto y trenzado. Que parecía que llevaba una gran pelota sobre su cabeza, sí, lo parecía, pero que se veía aún más elegante de lo que esa mujer era, también.

Giselle: Buenos días, profesora -Hizo una ligera sonrisa y pasó de largo.

María Isabel: Buenos días -La miró unos instantes hasta que esta ingresó a la sala de profesores. 

La profesora de lenguaje siguió su camino hasta su aula y al ingresar todo el murmullo pasó inmediatamente a ser un silencio sepulcral. Exactamente como a ella le gustaba. Al recorrer la sala todos los alumnos dejaban sobre la mesa todo lo que necesitarían para la toma de apuntes y los ojos iban directo a los de ella, ninguno se distraía con su vestimenta o sus atributos, como si se distraían con los cuerpos de la profesora Giselle y sus enormes tetas, el cuerpo de la hermana de esta, Daniela y ese culo majestuoso o con el cuerpo de la profesora Cristina, cuando seguía en el colegio, con esas generosas y curvilíneas carnes. 

Entre los exalumnos del neue Horizonte se seguía hablando de “LA CHABE”, la profesora de buen culo, de buen cuerpo, de labios carnosos, de ojos preciosos y de tetas grandes operadas que les hacía clases; algunos inclusos volvían al colegio para verla una vez más, pero decían que se había ido, porque esa mujer despampanante no se veía por ningún lado. Pero la generación de muchachos que tenía frente a ella en ese momento no tenía idea de quién era La Chabe, porque la mujer que a ellos les impartiría la clase de lenguaje en la siguiente hora y media era una mujer de bonitos labios, sí, de bonitos ojos, también, pero todo lo demás era aburridísimo... si hasta parecía tener diez años más de los cuarenta que tenía. 

María Isabel luego de verse sola, con tres niños a los que criar y educar, además de un dividendo estratosférico, encontró una nueva forma de vida que la ayudaría a sobrevivir todo eso... quizás ustedes pensarán que para camuflar esa vida se convirtió en la aburrida profesora que se paseaba a diario por el neue Horizonte, pero no, fue culpa de La Chabe. 

Era el año 2017 y ella ya llevaba casi dos años en su nueva vida, con el único fin de poder mantener a sus tres muchachos. La mujer se paseaba por el colegio con sus camisetas a tirantes, esos sostenes gruesos que marcaban perfectos sus grandes tetas operadas, los escotes en días calurosos eran la razón por la cual los alumnos iban al colegio casi, y esos jeans ajustados atraían las miradas de los muchachos. El gran comedor del colegio se estaba remodelando para dar paso al moderno que los alumnos gozaban en ese momento y las aulas de los profesores pasaron a ser las aulas de los cursos, por ende almorzaban ahí. María Isabel estaba poco acostumbrada a tener que ir moviéndose de aula en aula para impartir las clases a los diferentes cursos, por lo que olvidó la carpeta con las diferentes guías y apuntes que ella dictaba. Al volver a esa sala del cuarto medio Rot, generación 2017, no pudo evitar escuchar lo que un grupo de alumnos hombres conversaba. 

Alumno: Anoche volví a soñar con que se ponía ese traje de diablita y me enseñaba las enormes tetas que tiene -Resopló.

Alumno: Como en Infieles -El grupete de muchacho corearon las risas.  

Alumno: Hay series de televisión que no deberían acabarse nunca... imagina, ahora podríamos ver a la Francisca Undurraga o La Rolón, ¿quién más?

Alumno: Marlen Olivari -Hubo una reacción aprobatoria. 

Alumno: Esa ya estuvo y ni mostró las tetas enormes que tiene... o que tenía -Todos reaccionaron decepcionados- Si yo fuera el director o el guionista, mi primera estrella sería Luciana Salazar, la argentina tetona. 

Alumno: Esa anda muy señorita ahora, ya no las muestra como antes. Mejor quedarse con el producto nacional. 

Alumno: ¿La Pamela Diaz se hubiese animado? -Todos soltaron bufidos y silbaron al imaginar a la modelo Pamela Diaz en un capítulo de Infieles- U ofrézcanle plata a la profe y júntenla con la Chabe.  

Alumno: Es igual a la Chabe, tiene hasta el mismo nombre, María Isabel... solo le faltan los tatuajes, porque la cara de puta ya la tiene. 

Alumno: ¡No tiene cara de puta! -El resto se burló por la defensa caballeresca del muchacho- ¿O sí?

Todos estallaron en risas. 

Alumno: Me tiene enfermo, un día de estos la pillo sola y le bajó de golpe esas camisetas que usa para que me muestre esas tetas. Las debe tener enormes. 

Alumno: Sí, tiene pinta de que son como se ven. 

Alumno: ¿Cierto? -Todos parecieron estar de acuerdo. 

En todos sus años como profesora jamás pensó que un grupo de alumnos provocaría semejante reacción en ella. Primero, sus mejillas estaban encendidísimas; segundo, su pecho subía y bajaba al no poder controlar demasiado su respiración y, tercero, decidió que la siguiente clase la daría de memoria, sin apuntes ni nada, porque no se atrevió a ingresar al aula para buscar sus cosas. Todo el día estuvo pensando en esos muchachos, en lo que dijeron de ella, en esa tal Chabe y en que quizás la clase que dio sin sus apuntes fue un fiasco. 

Cuando llegó a su casa, se dirigió a su biblioteca para tomar uno de los cientos de libros que ahí ella coleccionaba y lamentablemente no pudo concentrarse en ninguna palabra. Por primera vez desde su separación debió dejar el libro de lado y concentrarse en aquello que la aquejaba en su mente, por lo que una vez que sus hijos se encerraron en sus respectivas habitaciones, ella cerró con llave la suya y en el interior miro en su iPhone los videos de la tal Chabe... 

“...pero esta mujer podría ser mi hermana gemela, solo me faltan los tatuajes” se dijo María Isabel, algo horrorizada. 

La Chabe fue una de las estrellas de un programa juvenil bien famoso en Chile, ya tenía años cuando ella ingresó a inicios de los 2000’s. La muchacha bailaba, era una de las más bonitas y exuberantes del programa y luego, bueno, luego incursionó en la actuación... ¡y qué actuación! Infieles era un programa de televisión erótico que giraba en torno a la infidelidad y las distintas situaciones que llevan a las personas a cometerla, y la Chabe era claramente el deseo del personaje masculino. 

“Ufff... ¡pero qué mujer!” se dijo María Isabel, sin poder dejar de mirar la pantalla.

No recordaba la última vez que se había masturbado, pero esa noche frente a la pantalla de su iPhone se metió los dedos hasta bien adentro y reprimió varios gemidos mientras mordía con fuerza una de las sábanas de su cama... al despertar al día siguiente se dijo que no podía provocar semejantes deseos en su alumnado, por lo que decidió hacer un radical cambio de look, para sorpresa y decepción de todos en el neue Horizonte. Aunque rápidamente dejaron de pensar en ello, porque era una mujer sola, que hablaba poco y por ende lo atribuyeron a eso, ni siquiera pudo mirar al alumno que se había propuesto mirarle sus grandes tetas, por lo que nunca supo de la cara de desconcierto que puso al verla.

 

***

Escuchar a sus alumnos hablar así de ella le hizo darse cuenta de que no podía seguir andando así por el colegio y, también, le hizo darse cuenta de su éxito. 

Habían pasado siete años desde que escuchó a esa joven profesora conversar con ese hombre, mientras este la intentaba convencer de ser una puta. Necesitaban putas, pero esa joven profesora no quiso ser aquello que le ofrecían y María Isabel lo entendió, pero cuando supo las cantidades de dinero que se ofrecían no pudo dejar de pensar que ese era el camino que debía tomar si quería mantenerles a sus hijos el estilo de vida que hasta ese momento llevaban. ¿Debió pensarlo más? Quizás, pero en ese momento no había mucho que pensar, sus ahorros se agotaban y ya había tenido que dejar pasar comprar la mercadería mensual.

“Mamá, no hay leche” le había dicho Camila, cuando su voz aún era chillona. 

“Se burlaron porque mi zapatilla está rota” le dijo un sollozante Martín la semana siguiente. 

Escuchar eso de sus mellizos fue una de las cosas más doloras que jamás pensó que escucharía y es por eso por lo que no lo pensó demasiado. Corrió a su vehículo y puso marcha hacia la clínica en donde su marido había sido un destacado cirujano. Aprovechando que seguía conociendo gente, subió por el ascensor hasta el último piso e ingresó a la habitación donde él reposaba, ese hombre. 

“¿Tú? Creo que te conozco” le había preguntado, extrañado, pero gratamente extrañado. 

Intuyó que sería un tira y afloja, pero ella no tenía tiempo para ese tipo de chachara y tampoco pudo mantenerles la mirada fija a esos penetrantes ojos claros. Bajo la vista, se subió la camiseta a tirantes y no necesitó bajarse los sostenes, porque él estiro su brazo y con una fuerza sorprendente se los bajó de un tirón, dejando a la vista esas grandes tetas operadas que apenas se bamboleaban por lo duras que eran. Las recorrió suavemente y luego finalizó con un fuerte pellizco en su pezón izquierdo que le hizo soltar un chillido que combinó el placer y el dolor. 

Luego de eso todo fue rápido, la hizo vestirse rápidamente y le entregó una tarjeta, con la dirección donde debía recoger una pulsera... de ahí, bueno, de ahí todo sería mecánico. Era obediente, por lo que solo tuvo que obedecer. Desde el 2015 hasta el 2022, solo obedeció. 

 

***

Era común que los días en los que ella salía temprano del colegio recibiera un mensaje de su hija diciéndole qué es lo que faltaba en las despensas de la cocina, muchas veces eran solo cosas que a ella se le antojaban, pero María Isabel tenía una especial fijación para que en la cocina no faltara absolutamente nada. Nunca le faltó nada en su casa y menos cuando vivió junto a su marido. La única vez que faltó algo fueron los primeros meses separada, o abandonada mejor dicho. 

La mujer apenas se subía a su vehículo se sacaba ese grueso y aburrido chaleco de lana y, cuando se bajaba, terminaba por sacarse el delantal de color verde oscuro con el que daba clases. Tomó un carro de supermercado y comenzó a recorrer los diferentes pasillos para ir echando todo lo que iba necesitando su hogar, además de los caprichos de su hija. Era la rutina, algo que hacía todos los viernes por la tarde. 

Así ella podía desaparecerse buena parte del fin de semana.

María Isabel: ¡Ay!... ¡Perdón! 

Muchacho: No pasa nada. 

La mujer poca importancia le dio al muchacho a quien golpeó con el carro de supermercado. Este se ajustó los lentes de marco grueso, miró hacia otro lado y siguió su camino. María Isabel siguió por el pasillo y puso un pack de papel higiénico de cuarenta unidades con veinticinco metros cada uno.

“Creo que eso es todo, no necesitarán más” se dijo María Isabel, mordiéndose el labio, pensativa. 

No se podía permitir ser interrumpida en su segundo trabajo y para eso debía saciar todas las necesidades de sus muchachos durante el fin de semana. A veces era requerida los sábados o domingos en la mañana y ella les decía que iba a sus clases de natación. Una vez al mes debía desaparecerse toda la tarde del sábado, lo que claramente terminaba tomándose la noche y no apareciendo por su hogar hasta el otro día; ahí les decía que se había juntado con sus amigas. Amigas que sus hijos no tenían idea que no existían, pero los tres eran bastante respetuosos a la hora de no querer cuestionar el hecho de que no las conocieran. 

“Amigas del trabajo, nada más” respondía, cuando Camila preguntaba. 

En las semanas, salvo el viernes, su salida era a las seis de la tarde, pero muchas veces llegaba a las diez u once de la noche, a punto para darle un beso de buenas noches al menor de sus hijos. Ahí les decía que se había quedado revisando pruebas o trabajos, ellos ya sabían a que a mami no le gustaba llevarse el trabajo para la casa. Y así era su vida, llena de excusas: clases de natación, amigas que no existían, revisión de pruebas o trabajos, reuniones de apoderados que extrañamente a veces eran dos veces al mes y duraban más de una hora. 

 

***

María Isabel: Hello, hello... ¡Hola!... we’re at place called Vertigo... ¿dónde está? -La golpeaba el volante al ritmo de la canción y zarandeaba su melena- It’s Everything i Wish i didn’t Know, except you give me something, i can feel!... Feeeeeel!

Para concentrarse en direccionar hacia la derecha, la profesora de grandes tetas operadas decidió que era mejor dejarle el resto de la canción a Bono. Miró hacia la izquierda para asegurarse de que no viniera nada e hizo girar su vehículo para ver, hacia el final de la elegante avenida, su casa con las luces encendidas. Sus hijos estaban en casa. Al avanzar fue mirando el bonito parque que engalanaba su residencia y vio que el jardinero seguía ahí, cerca de las seis de la tarde, removiendo hojas secas y con bastante poco ánimo.

“Que gordo que es” se dijo María Isabel, estando segura de que a ese jardinero era la primera vez que lo veía. 

No quiso seguir perdiendo su tiempo pensando en qué hacía un jardinero tan gordo, que apenas vio aparecer su Jeep se giró para darle la espalda, a esa hora de la tarde. Aseo y ornato siempre trabajaba en ese condominio durante la mañana, y ella lo sabía muy bien luego de que durante la pandemia debió dar clases desde su hogar y muchas veces les tuvo que pedir que bajaran la intensidad del ruido que provocaban una vez por semana las máquinas de cortar pasto. 

Al estacionar su Jeep y comenzar a bajar las bolsas con las compras, notó que el gordo jardinero nuevamente le daba la espalda. No le gustaban los desconocidos merodeando el lugar en el que vivía, pero era solo un jardinero y, por extraño que le pareciera que estuviera a esa hora trabajando, solo estaba trabajando. 

“Que gordo que es” se dijo nuevamente, sintiéndose culpable al volver a reparar en su físico. 

Ella creía que solo había visto a alguien así o más gordo en su vida, uno de sus alumnos en el colegio neue Horizonte. Ese año no le tocaba darle clases, pero si lo había hecho el año anterior. Lo recordaba bien porque muchos solían ser muy crueles con él, solo tenía como aliados a dos muchachos igual de perdedores. 

Martín y Javier salieron rápidamente de la casa para comenzar a ayudar a trasladar las compras para el fin de semana con el más pequeño especialmente contento con el cambio de shampoo. Estaba muy malhumorada por tener que usar ese shampoo de “adulto” y le pidió durante dos o tres semanas que por favor le devolviera su shampoo de “niño” que, según él, lo haría “más rubio”, como su hermano mayor. María Isabel removió cariñosamente el pelo de su muchacho más pequeño cuando una notificación sonó en su celular. Al sacar su iPhone 13 pro-dorado un mensaje estaba esperándola.

Número Privado: Listo -Solo eso decía. 

Martín: Mamá, ¿pasa algo? -El muchacho tenía en brazos la bolsa más pesada y la miraba con extrañeza. 

María Isabel: Hijo, tengo que ayudar a una amiga, por favor cuida a tus hermanos y yo voy a intentar no volver tan tarde. 

Martín: ¿Estarás mañana? Tengo competencia, no puedes faltar. 

María Isabel: Pero claro que ahí voy a estar, puedo ir a natación la próxima semana. 

Martín: Ya, pero es que la última vez no fuiste... por eso te pregunto -Con dificultad cerró el maletero del Jeep de su madre. 

“No hubiese faltado, amor, pero a un importante pastor pentecostal debía atender” pensó María Isabel. Quien había puesto a ese pastor en su lista de malas experiencias, no importándole todo el dinero que tuviera. 

María Isabel: Pero esta vez no será así, es más, mañana yo misma te voy a llevar. Iremos los cuatro. 

Martín: No sé si la Cami vaya, compito contra el tonto que le gusta. 

María Isabel: ¿Le gusta alguien? 

Martín: Estudia medicina, tiene como dos años más que ella... cuico, pero es buen tipo. Ahora, si mi hermana no le habla, se quedará esperando porque es un pollo. Cree que se va a quemar si le habla a una mujer.

María Isabel: No me gusta que ande con un doctor. 

Martín: No es doctor, está estudiando recién. 

María Isabel: Pero igual... como sea, los hermanos se acompañan. Tiene que ir. 

Martín se encogió de brazos, divertido, mientras se llevaba la bolsa más pesada hacia el interior. Su madre de grandes tetas operadas se mordió el labio, insegura. Se ponía insegura cuando le llegaban esos mensajes así, de repente, porque no le permitían planificarse como a ella le gustaba y ya tenía planeado tomar once con sus muchachos. Pero debía ser eficiente en su segundo trabajo, más aún ese año. 

Al subir a su Jeep tomó su teléfono y presionó un número guardado. 

María Isabel: ¿Barbie? -Su nombre era Barbara, pero se conocían desde hace años y quizás era la única persona de confianza que conocía a las afueras de su casa. 

Barbara: Isa, el transporte te estará esperando en una media hora cerca del neue Horizonte.

María Isabel: Sabes que detesto subirme a esos minibuses, como hace cinco años que no hago eso. Voy a donde me mandan siempre en mi vehículo,  no sé por qué me han pedido este año que lo haga... solo han sido malas experiencias. 

“La última vez me encontré con una colega” estuvo a punto de decirle, recordando que una noche, cuando debía irse en un minibús, se encontró con la profesora de Historia Giselle Undurraga. 

Barbara: Es protocolo, Isa. Por seguridad.

María Isabel: Iré para allá en mi vehículo y estacionaré a un par de cuadras. Avísales que voy, para que me abran -Ella soltó un bufido, dándole a entender que no es un trámite que le agrade. 

Barbara: Voy a informar.

María Isabel: ¿Nos vemos allá? 

Barbara: No, yo llego mañana temprano e iré hacia la Hacienda.

María Isabel: ¿No estás en Valdivia? 

Barbara: Estuve toda la semana en Santiago, preparando la fiesta del fin de semana.

María Isabel: ¿Por eso no hubo fiesta de Halloween? 

Barbara: Hubo, pero pequeña, para unos cuantos invitados. Dicen que probaron a una nueva que llegó.

“Cada vez están llegando más” se dijo María Isabel, alzando la ceja derecha. 

María Isabel: No me gusta que lleven mujeres así como así, hay algunas que se preparan todo el año para estar ahí. 

Barbara: Ya, pero es que no podemos competir con el capricho de algunos. Además, tú llegaste así.

María Isabel: Eran otros tiempos -Ambas se quedaron en silencio unos instantes- ¿Para quién será la fiesta? 

Barbara: Es una delegación de empresarios chinos. Vienen al país a hacer negocios con la electricidad y el transporte; muchos de esos negocios esperan cerrarse mañana, en la hacienda.

“Chinos, que asco” se dijo María Isabel. En su ranking de extranjeros estaban muy abajo en la lista. 

María Isabel: Entiendo, entonces nos vemos mañana. 

Barbara: Ya avise que no tomarás el minibús. No les gustó.

María Isabel: Si me quieren, lo aceptaran. 

Barbara: Todos te quieren, eres la reina.

María Isabel se permitió sonreír mientras aceleraba su Jeep por la bonita calle del condominio. Al mirar hacia la derecha se percató de que ese gordo jardinero seguía ahí y, nuevamente, se giró para que esta no pudiera verle el rostro. 

“Que tímido” se dijo María Isabel, esta vez más divertida. 

 

***

María Isabel estacionó en la avenida principal, a unas dos cuadras de ese edificio que se imponía frente a ella. Era un edificio elegante y construido hace solo un par de años, que combinaba el diseño industrial con la vanguardia y que entre medio de los pisos había diseños de fina madera. La mujer solo se había bajado con su iPhone en su mano y caminó tranquilamente hasta llegar a la entrada principal de ese edificio, teniendo en frente una bonita puerta de fina madera que ahora se comenzaba a abrir para ella. 

María Isabel: Buenas noches.

La profesora ingresó a la recepción del edificio y solo se encontró con una MUJER sentada detrás del mostrador, observando con atención lo que sea que estuviera viendo en la pantalla de su iPad. La mujer de mirada severa debía tener unos cincuenta años y suspiró, algo cansada, de ver a María Isabel frente a ella.

Madame: Sabe muy bien que no me gusta recibir gente aquí. Debió bajar del minibús, como todas las demás. 

María Isabel: Sabe bien que no soy como todas las demás.

“Nadie ha durado tanto como yo” se dijo, triunfante. 

Madame: No se trata de quién sea, o no sea, se trata de seguridad. Todos ganamos lo suficiente como para cuidar la seguridad, es lo mínimo. 

María Isabel: Dime dónde está. 

Madame: Tercer piso, a la--

Alguien chocó sus palmas, soltó una risotada y se acercó al mostrador. Se sobaba las manos sonriente. El hombre era algo grueso y de dientes chuecos, alguien a quien María Isabel veía por primera vez. 

Larraín: ¿Se sabe algo? -La Madame parecía bastante cansada de ese tipo. 

Madame: Nada. 

Larraín: ¿Y tú, quién eres? -María Isabel lo miró, como si fuese un bicho raro. 

Madame: Ella no está a su alcance, señor Larraín. Está aquí para entregar licencias -El hombre miró a la recién llegada con una mirada renovada, de franca admiración. 

Larraín: Oohh, usted es de la Hacienda, ¿son todas así de hermosas? -María Isabel hizo una especie de reverencia. 

María Isabel: ¿A quién busca? Quizás yo lo puedo ayudar -Sus ojos verdes brillaron, mientras le esbozaba una sonrisa a un potencial futuro cliente. 

Larraín: Dos tetonas, eran dos mujeres con tetas enormes... tres veces las tuyas -La profesora alzó la ceja, algo ofendida.

María Isabel: ¿Sí? -Enarcó aún más la ceja, esbozando una sonrisa y mirando a la Madame, quien puso sus ojos en blanco. 

Madame: Viene todos los días esperando volver a verlas. 

María Isabel: ¿Y por qué no se las traen? -Vuelve a mirarlo, sonriente- Se nota que el caballero puede pagarlas. 

Madame: Creemos que fue una intrusión. Seguimos investigando. 

María Isabel tragó saliva. Era la primera vez que escuchaba algo así en todos sus años trabajando para la Hacienda.

Larraín: Naa, naa, naa... eran putas profesionales, nada de infiltraciones, yo lo sé porque las probé -Soltó un bufido- Cualquier cosa que tengas, me avisas, yo pago, recuerda, yo pago. 

Volvió a chocar sus palmas, sobar sus manos y comenzó a retirarse, no sin antes volver a echarle un vistazo a la mujer de grandes tetas operadas. La Madame volvía a poner sus ojos en blanco, hastiada de tener a ese empresario ganadero todos los días paseándose por el edificio esperando que esas dos mujeres con tetas enormes volvieran a aparecer. 

Madame: El señor Rommel ha desactivado todos los satélites y aun así tenemos fallas de seguridad. 

María Isabel: ¿Solo queda este? -La mujer detrás del mostrador asintió mientras se refregaba las sienes-Mejor, más grande, más bonito, más elegante... yo voy a subir. 

La Madame volvió a asentir, esta vez con hastío, mientras María Isabel se subía al ascensor y marcaba el tercer piso. Rápidamente llegó a su lugar de destino y comenzó a recorrer el pasillo en busca de ciertas personas; algunos hombres pasaban al lado de ella y la miraban con deseo, pero como ella no tenía ninguna pulsera nada le podían hacer. La mujer llegó hasta una pequeña habitación cuya puerta estaba entreabierta, no era más grande que un armario de aseo. 

¡Glup! ¡Glup! ¡Glup! ¡Glup! ¡Glup! ¡Glup! Empujó un poco la puerta y se encontró con una muchachita acuclillada, vestida con unos pantalones de cuero negro ajustados, unas botas negras con plataforma y una camiseta a tirantes negra, cuyos tirantes estaban caídos, mientras se la chupaba a un hombre de unos cincuenta años. Este estaba con los ojos cerrados, mientras gemía y disfrutaba de la mamada que la muchacha rubia le estaba dando. Su cuerpo estaba algo ladeado porque con su mano buscaba alcanzar uno de esos bonitos senos naturales. 

Hombre: ¡Ooohhh!

Ella soltó una risita cuando este comenzó a descargarle toda la leche que tenía en el rostro. Le sonreía y sacaba la lengua para darle la mejor de las vistas a su corrida. Él seguía corriéndose la paja para intentar que todo saliera y que todo terminara en el rostro angelical de esa putita. 

María Isabel: ¿Listo? -Ella se afirmó en el umbral de puerta con sus brazos cruzados, con un esbozo de sonrisa que demostraba profundo orgullo. 

Mujer: ¡Isa! -Ella alzó los brazos, sonriente y con su rostro lleno de leche- Te demoraste. 

María Isabel: Parece que no me echaste de menos. 

El Hombre, algo contrariado, se subió el pantalón y salió rápidamente de esa pequeña habitación donde apenas cabía un sillón de dos cuerpos. La muchacha tenía su nombre y apellido, pero María Isabel le aconsejó a inicios de años, cuando la conoció, que utilizara un seudónimo. Ella eligió Sydney. SYDNEY tenía 20 años y los había cumplido hace un par de meses, debía medir 1,60 y destacaba por esa sonrisa deslumbrante, esos ojos vivaces y esas bonitas tetas naturales algo caídas. 

Sydney: ¿Qué te dijeron? 

María Isabel: Que estás lista -Ella dio saltitos de alegría con sus brazos en alto y con sus senos moviéndose de un lado a otro. Si parecían ricos marshmallows. 

Sydney: ¿Y las otras? 

María Isabel: Dos lo consiguieron, otras tres no, así que deberán seguir esperando -La mujer se acercó a la muchacha y la ayudó a subirse la camiseta a tirantes, además de tomar papel higiénico y comenzar a limpiarle el rostro lleno de leche- Ahora, esas dos tienen más experiencia que tú.

Sydney: ¿Entonces? 

María Isabel: Mañana irás conmigo a la hacienda y demostrarás que puedes. 

Sydney: ¿En serio? -Sus ojos brillaban. 

María Isabel: En serio. 

Sydney: ¿Tengo mi licencia para mamar? 

María Isabel: La tienes -Ella se le abalanzó y le dio un fuerte abrazo. 

Solo quienes obtenían sus licencias para mamar podían acceder a las fiestas que se realizaban en la Hacienda todos los fines de semana y solo podías conseguir esa licencia curtiéndote en ese tipo de edificios. Hace tres años que a María Isabel le pedían que tomara como madrina a una muchacha que ella considerada “con talento”, y durante dos se negó a hacerlo pensando que no tenían lo necesario. Pero cuando a inicios de año conoció a Sydney, supo que podría con ella... quizás pudiera ser su reemplazo ahora que contaba con los ahorros suficientes para pagar las universidades que a sus hijos se les ocurriera y lo suficiente para terminar de pagar la casa en la que vivía. 

Sydney no tenía unos orígenes especialmente acomodados; venía de una familia conservadora que quizás esperaba demasiado de ella y habían sido muy exigentes, pero la joven Sydney siempre soñó con ser la estrella del escenario y su camino a convertirse en actriz comenzaba a tomar forma. Juntaría el dinero suficiente para poder estudiar teatro en la Universidad de Chile, en Santiago, rodearse de los mejores y María Isabel creía que con esa belleza y ese encanto no sería descabellado verla triunfar en Hollywood en el futuro. Quizás lo único que esa muchacha agradeció de la formación que le dieron sus padres, a pesar de sus orígenes humildes, fue haberle enseñado ingles con el fin de que ella pudiera hacerse cargo en el futuro del pequeño campo que con mucho esfuerzo su padre biológico trabajaba. Con esa belleza, ese encanto, ese talento y manejar a la perfección el idioma que se hablaba en la capital del entretenimiento, triunfaría. 

María Isabel estaba segura de que triunfaría y Sydney parecía ser, durante todo el año, la hija que tenía en su casa. Dos mundos totalmente diferentes, pero dos mundos que necesitaban de ella para poder desenvolverse de buena forma en ese mundo hostil. Mientras recibía la luz verde desde la Hacienda para que ella pudiera presentarse al día siguiente junto a su maestra, María Isabel le decía que la pasaría a dejar a su hostal. Lo importante era descansar. 

“Me encantaría llevarla a mi casa... pero con mis hijos en casa, provocaría demasiadas preguntas” se dijo María Isabel. 

 

***

Eran cerca de las doce de la noche cuando miró hacia el parque esperando volver a ver a ese gordo jardinero. No sabía bien en qué estaba pensando y, claramente, ese hombre ya no estaba por ahí merodeando. María Isabel estacionó su Jeep a las afueras de su casa y observó las ventanas. Seguía habiendo luces encendidas y eso no le gustaba... cuando sintió la puerta del copiloto abrirse, ella soltó un grito que la hizo saltar en el interior. 

María Isabel: ¡Salga! ¡Voy a llamar a carabineros!... ¿¡TÚ!?

ALONSO ROSSI [18] había cerrado la puerta del Jeep y apuntó a las ventanas desde donde se veían luces encendidas.

Alonso: Su hijo, el grande, duerme. El pequeño ve una película con su hermana, creo que es Lightyear -María Isabel estaba horrorizada de ver a su exalumno ahí, en su jeep. 

María Isabel: ¿Cómo sabes eso? ¿Te metiste a la casa? 

Alonso: Salieron a jugar al parque y Facundo escuchó pedirle al pequeño que vieran esa película. El mayor no quiso porque mañana tiene una competencia, o algo así. 

“Claro, nadie podía ser más gordo que ese gordo que fue su alumno el año anterior” se dijo María Isabel, sintiéndose tonta.

María Isabel: ¿Qué estás haciendo aquí? -Su pecho subía y bajaba con violencia, estaba muy agitada-Quiero que te vayas, ya no eres mi alumno. Te acusaré con el director. 

A la mujer le impactaba lo tranquilo que parecía el muchacho.   

Alonso: Necesito saber cómo entrar a la Hacienda -La mujer tuvo que tragar saliva, intentando encontrar las palabras necesarias para responder. 

María Isabel: ¿Q-Q-Qué hacienda? 

Alonso: Donde parece que le sacaron estas fotos -El muchacho le enseñó su teléfono, en donde se veían las imágenes de ella posando a la cámara. Tenía una mirada sexy, felina, enseñando sus grandes tetas. 

“Ahí todavía no me hacían hacer los piercing en las tetas” se dijo María Isabel. 

María Isabel: ¿C-Cómo conseguiste eso? 

Alonso: De una base de datos proveniente de los guardias de seguridad que a mitad de año se fueron presos.

“¿Qué base de datos? ¿Qué guardias?” se preguntó la mujer, confundida. 

María Isabel: No tengo idea de qué hacienda me hablas, bájate ahora mismo. 

Alonso: Necesito entrar -Alzó el teléfono- O esto se publica en todos los grupos del colegio. 

“Miserable” se dijo María Isabel, fulminándolo con la mirada.

María Isabel: Hazlo y te denuncio por filtrar fotos privadas. 

“Mierda” se dijo Alonso. No se esperaba ese golpe bajo. Tragó saliva. 

María Isabel: Y mírame a los ojos -Al muchacho le estaba costando no mirarle esas grandes tetas operadas-Sal de mi auto y conveniente sería que no me vuelvas a dirigir la palabra. 

Alonso: Necesito entrar a esa hacienda. Sé lo que ahí hacen y los voy a hacer caer a todos y eso te incluye a ti, puta.

La mujer soltó la mano con la que le dio una cachetada que terminó con el muchacho mirando hacia adelante. 

María Isabel: ¡Sal de mi auto! -Se abalanzó sobre él, pero solo para abrir la puerta del copiloto de su jeepPublica esas fotos y te denuncio. Te denuncio al director y te denuncio a carabineros, por andar filtrando fotos privadas de tu profesora ¡Fuera! 

Alonso, en los dos años que la tuvo como profesora de lenguaje, jamás la escuchó hablar con semejante fuerza. Al ser una mujer retraída que cuidaba su tono de voz pensó que sería pan comido intimidarla con esas fotos y el conocimiento detallado de su rutina. El muchacho solo atino a bajarse del jeep mientras sentía como su mejilla le ardía y, claramente, le dejaría un hematoma que duraría días. Si hasta incluso notó que algo de sangre salía.

María Isabel miraba por el espejo retrovisor a ese mocoso que se internaba en la oscuridad del bonito parque lentamente, sobándose la mejilla. Jamás había dado una cachetada así, ni siquiera a quienes durante esos siete años habían intentado sobrepasarse con ella. Una vez que se perdió en la oscuridad, la mujer no podía entender cómo había conseguido esas fotografías que ella había cedido de buena fe a la hacienda al poco tiempo de ingresar. Deberían datar de finales del 2015. Le prometieron que se almacenarían en la base de datos de la hacienda, que solo se mostrarían a clientes con mucho dinero o poder. Como si fuese un catálogo.

Pero luego su respiración comenzó a tranquilizarse. Le quedó claro que lo había derrotado y que no la volvería a molestar. Pero luego, en su cama, le inquietó recordar que ese mocoso no quería utilizar esas fotos para llevársela a la cama, no, estaba utilizando esas fotos como llave para poder ingresar a la Hacienda.

“Está investigando” se dijo la profesora.

Se puso de pie y buscó los archivos de sus alumnos de años anteriores y, Alonso Rossi, era de los mejores alumnos que había tenido en Lenguaje. Sus trabajos de investigación eran de un alto nivel y todo lo vinculaba al ámbito periodístico. Una vez de vuelta en la cama nuevamente se relajó al saber que ya no tendría ánimos de molestarla, que siguiera investigando lo que quisiera, mientras a ella no la volviera a molestar.  

2

El sábado por la mañana habían hecho el viaje juntos e incluso salieron temprano para no dejar a Martín solo durante el periodo de entrenamiento y pruebas antes de la competencia. CAMILA y JAVIER cantaban en el asiento trasero y MARÍA ISABEL les sonreía de cuando en vez para que no se notara que tenía su mente en otra parte. Ese día sería especialmente atareado y los acontecimientos recientes no le estaban permitiendo concentrarse. 

En la competición anterior, donde su hijo terminó en primer lugar, se la perdió, pero la anterior a esa entre pruebas, competencia y premiación, la jornada se había extendido hasta cerca de las tres de la tarde. Esperaba que todo fuese más rápido aquella vez mientras los tres ya se disponían a ocupar unos cómodos asientos en la tribuna y bajo la sombra. Javier aplaudía emocionado cada vuelta que daba MARTÍN, mientras que Camila tenía especial atención en uno de los muchachos que competía contra su hermano y que a ella le gustaba. Un competidor, venido desde Santiago, estaba bastante cómodo en el primer lugar, mientras que Martín y el muchacho que le gustaba a Camila se disputaban la medalla de plata. 

María Isabel vestía con unos jeans negros ajustados que enmarcaban bastante bien su bien formado culo. La camiseta a tirantes de color blanco le marcaban perfecto sus grandes tetas operadas y cualquier hombre que pusiera atención en sus globos notaria muy bien el grueso sostén del mismo color que llevaba debajo. Varios padres se miraban y sonreían luego de echar un vistazo al escote infartante de la mujer. Pero la profesora de Lenguaje tenía otros asuntos en su cabeza, esa jornada no estaba dispuesta a ocuparla en reconocer a hombres que quizás eran visitantes de la Hacienda... era poco probable. Simplemente se recreaban con su cuerpo. 

Martín logró dejar atrás al muchacho que hacía suspirar a Camila y este debió conformarse con proteger su medalla de bronce. El competidor venido de Santiago debió comenzar a acelerar al ver que su medalla de oro corría serio peligro y suspiró aliviado cuando por solo una milésima de segundos logró conseguirla. María Isabel le sobaba la espalda a su pequeño hijo ante la decepción que le provocó ver a su hermano en segundo lugar. 

Camila: Mamá, el Martín está contento, míralo.

La mujer puso su mano sobre sus ojos como visera para que el sol no la molestara en búsqueda de su hijo, quien alzaba los brazos en la cima de un montículo de tierra. Un viejo, una fila más abajo le decía algo a su acompañante que era más joven, quizás su hijo. 

Anciano: Ese chiquillo lo único que hace es mejorar su marca. 

Hombre: Pero terminó segundo. 

Anciano: Muchos ya quisiera terminar segundo con ese tiempo y ante el campeón nacional juvenil. Hay que patrocinarlo. 

Madre e hija se miraron sorprendidas y comenzaron a aplaudir más fuerte a Martín que claramente sabía que había mejorado su propio tiempo. Con algo de desilusión María Isabel miraba a sus tres muchachos porque ese era un día para celebrarlo en familia, pero ella sabía bien que a las dos de la tarde los tendría que dejar en la casa, no podría almorzar con ellos y luego tendría que dirigirse a su lugar de trabajo. Lugar donde sus hijos se imaginaban las cosas que ella era capaz de hacer o lo deslenguada que podía ser.

 

***

Eran cerca de las tres de la tarde cuando su Jeep Renegade se posicionó a las afueras de un enorme portón de madera eléctrico que ya comenzaba a correrse hacia la derecha. El vehículo avanzó unos metros y se detuvo, mientras el portón volvía a cerrarse, DOS HOMBRES de unos cuarenta años salían de una caseta de seguridad y comenzaban a anotar ciertas características del vehículo. A María Isabel ese trámite la hastiaba un poco, pero intentaba poner su mejor cara ante esos hombres que solo hacían su trabajo. El vidrio de la ventana del conductor comenzó a bajar. 

María Isabel: ¡Hola, Juanito! 

Juanito: Señorita María Isabel, un gusto... ¿algo que reportar? 

María Isabel: Nada, como siempre, ¿revisa? 

Juanito: Por favor -Ella le devolvió una sonrisa mientras el hombre se dirigía a la parte trasera del Jeep-Nada. 

El otro guardia miraba hacia los asientos traseros del vehículo y al no ver nada comenzó a devolverse a la caseta. 

María Isabel: ¿Listo? 

Juanito: Todo en orden, muchas gracias, señorita María Isabel.

Luego de hacerle un gesto cariñoso con la mano, la mujer hizo avanzar su vehículo por el sendero flanqueado por altos árboles. Los jardines de pasto bien cuidado eran extensos y muy verdes, con diferentes muchachos regando o podando, muchachos que María Isabel sabía bien que provenían de diferentes colegios exclusivos del sur de Chile que, con la esperanza de algún día poder atender en el interior de la casona principal, no les importaba ser jardineros.

Luego de unos tres o cuatro minutos de andar, la mujer vio emerger una gran casa de dos pisos con arquitectura bastante moderna. Al ingresar por el garaje de esa casa, el Jeep bajó a un pequeño subterráneo con espacio para unos seis vehículos. El portón eléctrico se cerró a sus espaldas. Se miró en el espejo retrovisor, se retocó el cabello y bajó.

María Isabel: ¡Buenas! -La mujer abrió la puerta que daba hacia una cómoda sala principal, cuando una MUJER rechoncha de unos treinta años de lentes salió a recibirla- Hola, Barbara. 

Barbara: Llegaste temprano. 

María Isabel: Estaba desocupada la carretera -Ambas se dieron un beso en la mejilla- ¿Qué tenemos? 

Barbara: Los chinos llegan a eso de las seis de la tarde, comerán y luego elegirán a las mujeres que ingresarán a la casona principal. Te recomiendo que estes preparada -María Isabel asiente- Hay unos diez o quince hombres que estarán por la hacienda, hay anuncios de asados, pero por los chinos tienen prohibido el alcohol. 

María Isabel: O sea que las casitas se van a utilizar -Barbara asiente. Llamaban “casitas” a las diferentes estructuras que se alzaban por todo el extenso terreno que cubría la Hacienda- ¿Cómo hay que vestirse? 

Barbara: Hace unos diez minutos me llegó la notificación, quieren lo que en China no abunda. 

María Isabel: ¿Putas? 

Barbara: Exacto, te tengo tres atuendos listos para que los elijas. Como sea, las que no son elegidas deberán mantener los atuendos y pasearse por los alrededores de la casona, ya sabes. 

María Isabel: No recuerdo la última vez que me dejaron fuera de la casona, ojalá hoy me dejaran fuera. 

Barbara: ¿Por qué?

María Isabel: Me dan asco los chinos... todos sabemos que por esas tierras los bonitos son los coreanos. 

Barbara: Si sé -Soltó un suspiro. 

La última vez que tuvieron una delegación de empresarios coreanos fue durante el cambio de mando presidencial en Chile y hasta Barbara fue solicitada por uno de ellos. Ella pudo negarse, pero sucumbió a los encantos, tanto así que anduvo una semana cojeando y eso era motivo por el cual María Isabel a veces la seguía molestando. 

María Isabel: ¿La Sydney? 

Barbara: Viene en el minibús que llega en una hora... ¿estás segura con ella? -María Isabel la miró- Es joven. 

María Isabel: La semana pasada trajeron a una culona, que no tengo idea quién es, y apenas tiene 18 años. 

Barbara: Esa salió adicta, Sydney es una niña al lado de ella.

María Isabel: Yo la voy a cuidar. 

Barbara: Ok -La mujer tomó el iPad para seguir trabajando y María Isabel se disponía a subir al segundo piso, cuando se detuvo. 

María Isabel: Barbie... -Se detuvo a observar a los alrededores, no había nadie más en esa casa, pero nunca está demás ser precavida- ...uhm, oye, mis fotos, ¿dónde están?

Barbara: ¿Qué fotos?

María Isabel: Cuando llegué aquí me pidieron una sesión de fotos.

Barbara: Yo llegué aquí hace cuatro años, Isa -Comenzó a revisar unos archivos en su iPad- ¿Fueron de buena fe? 

María Isabel: Eh... sí, incluso me pagaron por esas fotos. Pero si yo no era leal o no acataba las peticiones de la Hacienda, esas fotos comenzarían a circular. 

Barbara: No sé, la verdad es que muy pocas veces esas fotos han sido utilizadas. Todas se almacenan en los servidores que hay en la casona principal, ¿por qué? 

María Isabel: ¿Qué posibilidad hay de que esas fotos puedan andar circulando por ahí? -Barbara se puso pensativa, sopesando las diferentes probabilidades. 

Barbara: Es complicadísimo... uff, solo alguien con acceso casi total al interior de la casona podría ingresar a los servidores y respaldar el material que ahí hay. ¿Por qué te preocupan esas fotos? ¿Ha habido alguna filtración? 

María Isabel: Anoche las recordé, es todo... no quiero que a los teléfonos de mis hijos puedan llegar fotos mías. 

Barbara: Solo una vez atacaron a una mujer de esa forma, enviándole sus fotos a los hijos. Y ni siquiera eran fotos de buena fe, la pillaron. 

María Isabel: ¿Ella se negó? -Barbara asintió. 

Barbara: Se negó, no quiso ser parte de la hacienda. Era una abogada soltera, madre de un quinceañero, a quien pillaron con uno de los practicantes. Con ese material pretendían que fuera una estrella aquí en la hacienda... pero no hubo caso y, como represalia, le enviaron esas fotos a su hijo y a al grupo de apoderados del curso al que pertenecía.

María Isabel: ¿Qué pasó con ella? 

Barbara: Era de Concepción, pero te puedo asegurar que ya no vive ahí. Esto fue hace unos dos o tres años... más o menos. Supe que los abuelos del muchacho quisieron reclamar la tuición, no sé si lo habrán conseguido.

María Isabel: ¿Me puedes enviar su perfil? -Barbara abrió mucho los ojos, preocupada y mirando por las ventanas para cerciorarse de que no hubiera nadie cerca. 

Barbara: ¿Para qué? 

María Isabel: ¿Puedes o no? 

Barbara: Puedo, claro que puedo... tendría que revisar los archivos, pero yo no quiero que ellos sepan que te ando enviando esas cosas. 

María Isabel: Nadie lo sabrá por mí y, por favor, asegúrate de que mis fotos no salgan de esos servidores.   

Barbara: Yo los iré a revisar. No te preocupes. 

María Isabel le asiente y comienza a subir al segundo piso, donde la espera la habitación que ella acostumbra a utilizar cuando está en esa hacienda. Las habitaciones se designan por orden de llegada y ella, desde hace siete años que utiliza esa habitación. En las habitaciones no había camas, solo cómodos sitiales y varios armarios hacia las paredes donde se guardaban todos los atuendos que las mujeres utilizarían. Barbara había dejado en su armario personal tres atuendos para que ella decidiera cual utilizar esa tarde-noche y María Isabel solo pudo suspirar, cansada de tener que usar ese tipo de atuendos cuando las tardes en Valdivia eran tan frescas. 

“Me dará frío” se dijo la profesora, algo molesta.

 

***

Antes de salir de esa casa, María Isabel se detuvo y se observó en el espejo donde se podía ver de cuerpo entero. Su cabello castaño estaba peinado y estilizado; estaba utilizando unos tacones con gruesas plataformas de color rosados, además de unas medias de rejilla que llegaban hasta la mitad de sus muslos también rosadas; una diminuta falda con tajos a los costados de color celeste metálico cubría la diminuta tanga de color rosado y su zona intima; en la parte de arriba, cubriendo sus grandes pechos operados llevaba una especie de sostén en rejilla que también era rosado; sus pezones con grandes areolas estaban tapadas con unos parches de estrella de color celeste. Estaba utilizando unas largas pestañas postizas, sus mejillas estaban rosáceas por el maquillaje y sus carnosos labios estaban pintados con un encendido tono rosado. En su mano llevaba una pequeña carterita donde tenía un labial y condones. Estaba acostumbrada a esos atuendos, claro, lo único que le perturbaba era el frio que comenzaría a sentir una vez que saliera de la casa.

Había unas cuarenta mujeres formadas con diferentes atuendos, aunque similares a los que llevaba María Isabel, todas dejaban en evidencia ser unas putas. Comenzaron a avanzar por el sendero hacia la casona que se asomaba en el horizonte, con la cordillera de los Andes en todo su esplendor a sus espaldas. Quizás era una de sus partes favoritas de ir a la Hacienda, tener tan cerca la cordillera. 

Sydney: ¡Isa! -La mujer pestañeó varias veces hasta divisar a quien le llamaba. 

María Isabel: ¡Sydney! -Alzó su brazo y la muchacha, a saltitos, comenzó a acercarse a su mentora. 

La muchacha llevaba su pelo rubio tomado con cachitos balanceándose a los costados de su cabeza. Su maquillaje era exagerado y su vestimenta era el mismo de María Isabel, pero lo que en la profesora era rosado, en la chiquilla era celeste y lo que celeste era en la madura, blanco era en Sydney. Caminaba bastante bien con esos tacos con plataforma exagerada y es que María Isabel había utilizado buena parte de su tiempo una vez que se conocieron en enseñarle a andar bien con ese calzado. 

María Isabel: ¿Estás lista?

Sydney: Lista y no me voy a despegar de ti. 

María Isabel: Muy bien, mi niña -Ella le arregló, cariñosamente, un fleco de cabello que caía por la frente de la muchacha. 

Una CHIQUILLA de culo impresionante caminaba a la cabeza del grupo de mujeres contoneando esas caderas de manera algo exagerada. María Isabel no podía dejar de observar semejante bestialidad de culo y su atuendo poco ayudaba a evitar mirarla; utilizaba solamente una micro tanga, un bikini igual de pequeño y unos tacos negros que la hacían ganar varios centímetros. 

La casona principal de la Hacienda era enorme y de dos pisos. En el balcón del segundo piso un grupo de hombres chinos vestidos de traje se sonríen y comentaban cosas a medida que las mujeres iban llegando. Una MUJER alta, de piel muy blanca, de pelo rubio muy bien cuidado y de caderas anchas, elegante y de lentes, tenía un iPad en sus manos y algo les dijo. María Isabel la conocía bien, era la segunda al mando de todo ese lugar. Los chinos, sonrientes, parecían tenerlo claro, porque la mujer inmediatamente miró a las recién llegadas. 

Mujer: Las que tengan menos de 25 años ingresarán a la casona... las otras ya saben lo que deben hacer, el resto llegará dentro de poco. 

“¿Cómo?” se preguntó María Isabel. 

O sea, que agrado fue para ella saber que ninguno de esos chinos asquerosos le tocaría un pelo... pero no recordaba la última vez que la habían dejado afuera de la casona en un día de fiesta. Cuando volvió a concentrarse vio como Sydney la miraba con cara de interrogación, sin entender qué hacer, pero comenzó a avanzar cuando María Isabel le hizo un gesto de avanzar. La muchacha de culo impresionante estaba llegando hasta la entrada de la casona, muy decidida, cuando decidió dar un vistazo a quienes la seguían. 

“¿Ella? ¡No puede ser!” se dijo María Isabel, intentado disimular la impresión de su rostro. 

FERNANDA BUSTAMANTE [18] apenas llevaba un bikini negro que cubría sus pezones y la profesora notó inmediatamente lo que se le marcaba; tenía sendos piercing ahí donde mismo ella los tenía. Si bien había sido su alumna y era menor que Sydney, María Isabel no pudo evitar notar que parecía mucho mayor y con experiencia. Un grupo de catorce mujeres menores de 25 años ingresaron a la casona y el resto, mayores, se quedaron ahí apenas mirándose entre ellas... una que otra decidió sacar un cigarro y ella aceptó el que le ofrecieron. 

María Isabel chistó, algo hastiada y no pudiendo acallar las voces en su cabeza que clamaban por un retiro digno de la Hacienda. Tenía los ahorros suficientes. Comenzó a caminar por el lugar en dirección a los extensos jardines, dándole una pitada al cigarro, observó las diferentes casitas que se levantaban en diferentes partes del lugar. No eran casitas, muchas eran estructuras construidas en hace más de 100 años y que servían para la vida de campo; el granero, el establo, donde se almacenaba la madera, todo eso había sido modificado para la comodidad de las mujeres que debían atender a los visitantes. 

A María Isabel le gustaba el almacén de madera que estaba cerca de un riachuelo, por el sonido del agua que este dejaba al bajar desde la cordillera. Pero además de eso también había diferentes quinchos en donde grupos de hombres hacían asados, bebían, conversaban, deliberaban y reían. La profesora estaba segura de que en una media hora todos esos quinchos estarían repletos de hombres y solo los indicados la podrían tocar.

 

***

Hombre: H-Hola.

María Isabel lo había estado esperando y ya se estaba demorando. Lanzó al suelo, para luego pisar, el tercer cigarro que llevaba fumando al hilo y luego, desde la pequeña cartera que llevaba en su mano, sacó una goma de mascar que se llevó a la boca. Hace unos treinta minutos que comenzó a escuchar murmullos y risas de hombres mientras avanzaban por los extensos jardines en busca de un buen quincho en donde preparar sus pequeñas fiestas privadas. Rápidamente comenzó a llegarle el olor a asado y gemidos a lo lejos de las primeras mujeres abordadas por aquellos que solo venían a por ellas. 

María Isabel tenía apoyada su espalda conta la pared de una pequeña construcción que el pasado, hace más de 100 años, fue utilizaba para almacenar madera. Ahora era un lugar bastante cómodo y elegante. La mujer miraba el riachuelo con agua helada que bajaba desde la cordillera y luego observó al HOMBRE que la había saludado. Se sorprendió al notar que no debería tener más de treinta años. 

“Pequeño ejecutivo o abogado con buen sueldo, hijo, sobrino o nieto de algún dueño de empresa de la zona, quizás. Sin mucha experiencia en lo sexual o romántico, quizás lo mandaron los amigos a hablarme... quizás quiera llevarme al quincho para que sus amigos me manoseen. No, no estoy para eso, hoy no” se dijo María Isabel, esbozando una ligera sonrisa mientras ambos eran iluminados por la luz de la luna. 

María Isabel: Hola -Ella lo tomó de la mano y lo atrajo hacia ella, aprovechando de subir la manga derecha de su camisa- Vaya.

Hombre: Plateada. 

María Isabel: Así veo, ¿cómo te llamas? 

Hombre: Luciano -Ella le asintió, ahora sonriente. 

“Este será fácil” se dijo la profesora. 

A diferencia de los satélites que la Hacienda, hasta hace un año, tenía por todo el sur de Chile, en donde las pulseras tenían los colores primarios, ahí los colores eran diferentes. A la Hacienda solo podías llegar con invitación, debías tener la paciencia y el dinero suficiente para recibir una de las invitaciones si frecuentabas uno de los satélites o debías ser llevado por alguien más. Eso era básicamente una herencia. Un buen amigo que te invitaba a pasarla bien, un padre que te necesitaba en ese lugar para cerrar algún negocio o un abuelo que no quería que su apellido perdiera el lugar de privilegio en esa Hacienda. Dependiendo de lo que estabas dispuesto a desembolsar te daban una de las bonitas y relucientes pulseras.

 

***

¡Glup! ¡Glup! ¡Glup! ¡Glup! ¡Glup! ¡Glup! Mientras Luciano soltaba una combinación de chillidos y gruñidos por el placer de la mamada a la luz de la luna, con el agua del riachuelo escurriendo a unos metros, María Isabel abría mucho la boca para intentar que ese pene flacucho y nada largo le entrara todo. Le había costado a la mujer que el hombre dejara de temblar de pies a cabeza cuando se acuclilló para desabrocharle esos pantalones y, luego de la decepción inicial por esa herramienta, lo lamió de arriba abajo con su puño izquierdo bien sujeto desde la base, para luego zampárselo de la forma que ella estaba acostumbrada. 

Luciano: ¡Ooohhh! -Miró hacia abajo y una descarga eléctrica sintió al ver como esos ojazos le devolvían una mirada felina, con su pene en la boca que esbozaba una sonrisa.

María Isabel: ¡MUAH!... ¿estás bien? ¿te gusta? -Comenzó a pajearlo mientras se sacaba algo de lefa de la mejilla sin dejar de mirarlo- Estas temblando, ¿te quieres sentar? 

Luciano: N-No... así está bien... chupa -La mujer sintió la mano del hombre en su nuca y se enterró de nuevo esa pija en la boca- ¡OOHH!

¡Glup! ¡Glup! ¡Glup! ¡Glup! ¡Glup! ¡Glup! Mientras su lengua recorría toda la punta del pene de Luciano, María Isabel seguía algo molesta por haber sido apartada de la hacienda. Quizás su mente tenía razón, se hacía vieja... pero parecía que solo ayer chupaba su primer pene para la Hacienda. El segundo hombre a quien se la había chupado en su vida fue Rommel, en una cama de la clínica en la que su exmarido había trabajado. Y desde ahí que no había parado. 

Luciano: ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! -La melena de la mujer se movía con furia cada vez que la mujer iba de atrás hacia adelante- Nunca me la habían chupado así... ¡Oh! 

“Nunca te la habían chupado, parece” se dijo María Isabel. 

¡Glup! ¡Glup! ¡Glup! ¡Glup! ¡Glup! ¡Glup! La profesora de Lenguaje combinaba la chupada con las lamidas y los sorbetones, mientras no dejaba de tener los ojos bien abiertos y a ratos miraba hacia arriba para encontrarse con los ojos como huevo fritos de sus clientes. Y ese no estaba siendo la excepción. Cada vez que miraba hacia arriba se encontraba con los ojos de Luciano y al hacer el contacto visual las piernas de este temblaban. 

Luciano: ¡La teta dura que tienes! -El hombre había bajado la mano para palpar la teta izquierda grande y operada- Nunca había tocado una operada ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh!

¡GLUP! ¡GLUP! ¡GLUP! ¡GLUP! ¡GLUP! ¡GLUP! Cuando se comenzaba a aburrir María Isabel comenzaba a aumentar el ritmo de la mamada con el fin de que su cliente se fuera cortado lo más rápido posible. La melena de la mujer se balanceaba con mayor furia mientras, como hipnotizada, movía su cabeza de atrás para adelante, salivando todo ese falo a propósito y con su lengua recorriendo la punta del pene. Los chillidos del hombre se estaban imponiendo a los gruñidos e incluso a los gemidos fingidos de la puta. 

Luciano: Ya... párate... párate -Puso sus manos debajo de las axilas de María Isabel y de un tirón la hizo ponerse de pie. 

“Cresta... fallé” se dijo María Isabel, quien quería despacharlo cuanto antes. 

María Isabel: Condón -Hábilmente ya había sacado un condón desde el interior de su pequeña cartera-Póntelo.

Luciano puso su mano en la teta derecha de la mujer y la empujó contra la pared, mientras que con la otra ya se enfundaba el pene con el preservativo. Estaba algo nervioso, notó que no lo había puesto bien y luchando con la agitación se arrimó hacia la mujer, pasó su brazo derecho por debajo de la rodilla izquierda de la mujer y alzó esa pierna para ya posar su pene en su entrada vaginal. 

María Isabel: ¡Uh! -Al ser flaca y chica no hubo ninguna dificultad a la hora de ingresar, además...

Luciano: Estás t-toda mojada, puta... ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! 

¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! Mientras comenzaba a taladrar hacía arriba para follarla, la mujer sintió como el hombre enterraba su rostro entre sus grandes tetas operadas y ella alzó la mirada para observar la luna. Una de las cosas que había notado en sus primeros días en la Hacienda era la facilidad con la que, luego de chupar, esta se mojaba. Esto le hacía recibir con bastante comodidad cualquier pene que ingresaba. 

María Isabel: ¡Uh! ¡Uh! ¡Uh! ¡Uh! -Sintió como la mano de este le sacaba el cubre pezón de estrella que tenía en su teta izquierda y con sus dedos ya pellizcaba la punta de su teta, sonriendo al sentir que tenía el sendo piercing ahí- ¡Uh! ¡Uh! ¿Te gusta? ¡Uh! ¡Uh!

Luciano: ¡M-Me encanta! ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! -Sus dedos ya jugaban con ese piercing en forma de corazón. 

“Mientras no lo tire, todo bien” se dijo María Isabel, quien afortunadamente no había tenido malas experiencias con esos chiches que coronaban sus grandes tetas operadas.

¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! Notó como su pierna derecha se despegaba del suelo y ya estaba levitando frente a ese hombre, con solo la pared a sus espaldas como aval para no terminar en el suelo. Luciano podía tener toda la fuerza, pero mientras se la follaba sus piernas temblaban y ella lo sentía. 

María Isabel: ¡UUUHHH! -Antes de que pudiera advertirle de tener cuidado, este se había metido buena parte de su teta izquierda a la boca y pasaba su lengua por la punta del pezón. 

¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! Sus gemidos se estaban haciendo cada vez más audibles, lo que hacía soltar suspiros al hombre que la tenía con la espalda contra la pared. Pronto esos gemidos llegarían a los quinchos y construcciones cercanas. Pero no podía detener la intensidad porque retrasaría la corrida de Luciano, que ya la estaba aburriendo. Se mordió el labio inferior para suprimir los gemidos más potentes y se permitió entrecerrar los ojos para imaginar por algunos segundos que quien se la follaba era un guapetón de veinte años de buena herramienta.

María Isabel: ¡UH! ¡UH! ¡UH!... dale un poquitito más... un poquitito más... ¡UH! ¡UH! ¡UH!

¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! Luciano encontró cierta energía y comenzó con mayor fuerza a taladrar hacia arriba mientras tenía la teta izquierda de la puta llena de baba. María Isabel volvía a tener sus ojos bien abiertos, pero seguía teniendo su labio inferior mordido para evitar soltar sonoros gemidos. Ya estaba cerca, podía sentirlo en las taladradas que le estaba dando. 

Luciano: ¡OOOHHH!... ahora... 

María Isabel en un abrir y cerrar de ojos estaba de rodillas contra la hierba mientras Luciano, que ya había lanzado el condón hacia el riachuelo, se pajeaba con furia a escasos centímetros de su rostro. La mujer abrió mucho la boca, realizando unos gemidos fingidos para darle a entender que lo estaba esperando con ansias, cuando la corrida del hombre comenzó a inundar su boca. Fueron cuatro latigazos de lefa, hasta que un quinto que terminó en el orificio izquierdo de nariz dio por finalizado el encuentro. 

“No estuvo mal” se dijo la puta. 

Luciano: Increíble... déjame ver, abre la boca. 

María Isabel tragó la lefa y luego abrió la boca bien grande para enseñarle que se lo había tragado todo. Incluso con su dedo removió lo que había quedado en su nariz para llevárselo a la boca. 

Hombre: Por fin te encuentro, te estábamos esperando. 

Luciano: M-Mario... Jefe...

María Isabel seguía de rodillas detrás de Luciano que ahora le daba la espalda arreglándose el pantalón. La mujer observó a un hombre de buen porte y de cuello bien grueso, algo pelón que, si bien tenía un aspecto rudo, no podía ser mucho mayor que Luciano. MARIO [33] ladeó su cabeza y divisó lo que su empleado tenía atrás, una autentica puta y de las mejores que había visto desde que llegaron ahí hace un par de horas. 

Mario: ¿Por qué no llevaste a la puta con todos nosotros? Hubiésemos conversado harto, buenas noches, reina -Ella solo atinó a devolverle una sonrisa cortes- ¿Terminaste? 

Luciano: S-Sí... sí, terminé -La miró de reojo y comenzó a irse rápidamente del lugar. 

Mario: Vamos, me toca. 

A María Isabel le gustaba tomarse un receso de una media hora aproximadamente entre cliente y cliente mientras estaba en la hacienda. Se tomaba algo, se arreglaba y luego salía a pasearse por los pasillos de la casona principal, pero como Mario ya la había encontrado y le enseñaba sonriente su pulsera plateada, la mujer no tuvo más que tragar saliva, ponerse de pie y arreglarse como podía mientras este ya pasaba su mano por su cintura. Al avanzar este bajó la mano y le dio un fuerte agarrón de culo. Llegaron hasta la entrada de lo que otrora fue un almacenamiento de madera y antes de ingresar le dio una tremenda nalgada que la hizo elevarse unos centímetros. 

María Isabel: ¡AY! 

 

***

María Isabel: ¡CON-CHE-TU-MA-DRE! ¡AAAAUUUU! ¡UH! ¡UH! ¡UH! ¡UH!

¡CHAP! ¡CHAP! ¡CHAP! ¡CHAP! ¡CHAP! ¡CHAP! Habían pasado cerca de cuarenta minutos desde que Mario decidió ponerla en cuatro patas y enterrársela. No era un pene largo, pero si era grueso, venoso y algo curvo, por lo que cada vez que se enterraba en su vagina este expandía las paredes interiores provocándole un ligero temblor de piernas. Se la metía con furia, como si el mundo estuviera a punto de acabarse dentro de poco y no volvería a enchufarla nunca más. 

María Isabel: ¡UH! ¡UH! ¡UH! ¡UUUHHH! -Se sintió estúpida al escuchar como el último gemido le salió como un aullido. 

Mario: ¡Eso, puta! ¡Eso! ¡Sigue chillando, putita! ¡Sigue! -Le dio sonoras nalgadas mientras la afirmaba firme de las caderas para que no se le fuera contra la pared. 

María Isabel: ¡UUUHHH! ¡UUUHHH! ¡UUUHHH! -Sus ojos se estaban poniendo algo blancos. 

¡CHAP! ¡CHAP! ¡CHAP! ¡CHAP! ¡CHAP! ¡CHAP! Con esfuerzo debió sacarse el sudor de la frente, porque una gota ya había caído en su ojo mientras ella gemía y su cuerpo se sacudía cada vez que se la volvía a enterrar. La mujer sintió como el cuerpo grande del hombre se iba contra ella y ambas manos tomaron sus grandes tetas operadas, jugó unos segundos con sus pezones erectos e hizo que alzara todo su cuerpo con sus manos bien firmes en sus tetas. 

María Isabel: ¡UUHH! ¡UUHH! ¡UUHH! ¡UUHH! 

Mario: ¡Estas tetas, puta! ¡Estas tetas! ¡Felicidades al cirujano! -Se las apretó y lejos de dolerle, le provocó un tremendo placer. 

María Isabel: ¡UUUUHHHH! ¡Me estás partiendo! 

Mario: ¿¡Más!?

María Isabel: ¡MÁS! ¡UH! ¡UH! ¡UH! ¡UH! ¡MÁS!

¡CHAP! ¡CHAP! ¡CHAP! ¡CHAP! ¡CHAP! ¡CHAP! Al mirar hacia atrás notó que el hombre tenía sus ojos bien cerrados y sus dientes apretados, luchando contra la idea de que su cuerpo lo abandonara en ese momento cumbre. No estaba dispuesto a eyacular aun. María Isabel llevó su mano derecha hacía atrás, hacia la nuca de Mario, para atraerlo hacia ella... pero este nunca entendió lo que la mujer pretendía. Hacía mucho tiempo que no tenía ganas de besar a alguien. 

María Isabel: ¡AAHH! ¡CONCHE--

Mario: ¡OOOHHH! ¡ESO, PUTA! ¡VAMOS! -Le dio una nueva y fuerte nalgada. 

María Isabel: ¡UUUUUUHHHHHH! 

¡CHAP! ¡CHAP! ¡CHAP! ¡CHAP! ¡CHAP! ¡CHAP! El hombre hizo hacia atrás su pelvis y luego se la enterró sin piedad, haciendo el cuerpo de María Isabel se fuese hacia adelante y volviendo a tener que defenderse con sus brazos en la grande y cómoda cama en el interior de ese antiguo depósito de madera. Sus brazos flaqueaban, pero sentía que las piernas de él también estaban flaqueando... finalmente sería una lucha de quien podía aguantar más. No quería ser ella quien se rindiera primero al placer, no le iba a dar en el gusto de correrse para él ni de hacer que escuchara su gemido de éxtasis. Pero le estaba costando.

“¿Qué hora es ya?” se preguntó María Isabel, intentando mirar hacia alguna ventana, luchando con la agitación de su cuerpo mientras chillaba. 

 

***

Un rayo de sol golpeó su rostro. Golpeó el único ojo que estaba visible porque el otro estaba enterrado en la cama y, cuando quiso incorporarse, un dolor recorrió todo su cuerpo. Contracturas sentía en su espalda, brazos, piernas y cuello y, con vergüenza, notó que había dormido varias horas con el culo en pompa... o sea que cualquiera que entrara a ese lugar la vería así, pudiendo llegar y metérsela. ¿Cómo se había acabado todo? 

“¿Me ganó?” se preguntó María Isabel. 

Algo liquido sintió que corría por su pierna y rápidamente llevó su mano hacía su vagina en donde algo se asomaba. El condón de Mario se había quedado enterrado ahí y, al sacarlo, se percató de que estaba llenísimo... algo de asco sintió y lo lanzó lejos, pero luego esbozo una sonrisa al recordar cómo había terminado todo. Él se corrió, diciendo que se había corrido como nunca en su vida y, si bien las piernas de ella se tambaleaban, logró resistir. No se movió, hasta que escuchó la puerta y ella dejó que su cuerpo se fuese contra la cama, desde ahí que roncó... roncó hasta que ese rayo de sol golpeó su rostro. 

Con dificultad se puso de pie y comenzó a arreglarse, chistando por algunos dolores, sobre todo en su cuello. Se limpió el interior de las piernas, se arregló la diminuta tanga y perdió varios minutos buscando uno de sus tacones con plataforma. Lamentablemente perdió sus dos cubre pezones, por lo que las mallas debieron bastar para irse hacia la casa en donde buscaría su ropa y se largaría. Al salir de ese antiguo depósito de madera, no alcanzó a dar ni dos pasos cuando una sombra se apareció a sus espaldas. Un HOMBRE alto y gordo, con rulos en su cabeza, la miraba con sus mejillas coloradas, avergonzado. 

María Isabel: ¿Hola? 

Hombre: H-Hola.

El Hombre debía tener unos 35 o 36 años y parecía que si Luciano tenía poca experiencia en el sexo, ese tenía nula experiencia. Le sonreía con vergüenza. 

María Isabel: Disculpa, se acabó mi turno -Puso su índice en su muñeca, como si apuntara a un reloj. 

Hombre: Ya, pero es que... -Tenía una respiración golpeada, algo agitada. María Isabel no lo entendía, pero ese hombre estaba convencido de estar frente a la mujer más hermosa del planeta- ...no pude estar con nadie en toda la noche. 

María Isabel: ¿Con nadie? -El muchacho negó con la cabeza, más avergonzado.

“Claro” se dijo María Isabel cuando reparó en la pulsera que el hombre llevaba, era una de bronce. Llevar una pulsera de bronce en los jardines era casi una pérdida de tiempo y dinero. Solo funcionaba, algo, en las fiestas al interior de la casona principal. 

María Isabel: ¿Qué quieres? -Soltó un suspiro de hastío y miró de reojo en dirección a la casa en donde estaba estacionado su Jeep.  

Hombre: Correrme -No paraba de mirarles las grandes tetas operadas. Ella se puso un dedo en la boca, pensativa. 

María Isabel: ¿Una rusa? -El rostro al hombre se le iluminó y comenzó a asentir rápidamente- Dale, vamos. 

Lo tomó de la mano y el sintió que su erección se saldría del pantalón. La mujer lo llevó hacia la parte de atrás del antiguo depósito de madera, al mismo lugar donde Luciano se la folló. Lo puso contra la pared y sus rodillas tocaron la hierba mientras intentaba sacarse las mallas que tenía por sujetador y que estaban casi inservibles, por lo que solo atinó a tirarlas a un lado. Definitivamente ya no le servían. 

María Isabel: ¡Wow! -Sus ojos se abrieron en par al ver aquella cosa a escasos centímetros de ella. 

Hombre: ¿Qué? -Los ojos de la mujer se volvieron algo bizcos- ¿Está mal? 

“¿Pero qué monstruosidad es esta?” se preguntó la puta, tragando saliva. 

Apenas dejó caer esos pantalones de talla enorme, una suculenta tranca casi chocó con su mentón. Era sin duda el pene más grande que había visto en su vida, era larga y gorda, demasiado gorda y brillaba debido al líquido preseminal que llevaba minutos saliendo. Volvió a mirar al hombre y, claro, era grande, demasiado alto y gordo, pero eso muchas veces no garantizaba una tranca así. Volvió a tragar saliva y lo miró a los ojos, unos ojos algo brillosos. 

María Isabel: ¿Listo? -El asintió. 

La mujer se arrimó a ese pene enorme que cada vez ganaba más dureza y, como si fuera una bomba, con delicadeza puso sus grandes tetas operadas alrededor de esa tranca. Soltó un ligero gemido al sentir ese calor entre medio de sus gomas... escupió, removió el escupo para que llenara el canalillo, pero no fue suficiente, así que volvió a escupir. Ahora así. 

Hombre: Oohh...

¡Plof! ¡Plof! ¡Plof! ¡Plof! ¡Plof! ¡Plof! María Isabel abrió su boca mientras sus tetas subían y bajaban, pero aún no era suficiente para sentir en plenitud ese gran pene, por lo que apretujó aún más sus tetas alrededor de ese falo. La mujer chistó, maravillada por lo que estaba haciendo. 

Hombre: ¡Oohh! 

María Isabel: ¿Así, amor? ¿te gustan mis tetas? ¡Uuhh!

Hombre: M-Me encanta.

María Isabel: ¿Sí? ¿te gusta? ¿te gustan mis tetas? Que rico, amor, que rico -No pudo evitar soltar unos gemidos lastimeros de placer. 

¡Plof! ¡Plof! ¡Plof! ¡Plof! ¡Plof! ¡Plof! Sus tetas subían y bajaban con mayor velocidad. No estaba dispuesta a desacelerar, quería seguir sintiendo el calor de ese pene entre sus tetas y este comenzaba a mover sus pelvis hacia atrás y adelante. 

“¿Por qué debía tener una de bronce?” se preguntó, con algo de bronca la profesora.

María Isabel: ¡Uy! ¡amor! ¡cuidado! -Fue tanto el ímpetu que la cabeza de ese gran pene chocó con la barbilla de la mujer¡Uuuhhh!

Hombre: ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh!

¡Plof! ¡Plof! ¡Plof! ¡Plof! ¡Plof! ¡Plof! María Isabel había podido disimular la cara de puta caliente al tener ese enorme pene entre sus grandes tetas operadas, para luego poner una cara sonriente y cualquiera diría que estaba poseída por algún demonio del sexo que disfrutaba esa paja rusa como nunca. El Hombre soltaba unos chillidos de cerdo, impresionado por lo que estaba viendo y de pronto cerró los ojos, para encomendarse a algún santo que lo hiciera durar un poco más. 

María Isabel: ¡UUHH! ¡Ya sabes que me la tienes que soltar toda! ¡Quiero tu lechita, amor!

Hombre: ¡S-Sí! -La mujer decidió subir aún más la velocidad de la paja rusa. 

¡PLOF! ¡PLOF! ¡PLOF! ¡PLOF! ¡PLOF! ¡PLOF! La puta abrió su boca y sacó toda su lengua mientras su cuerpo convulsionaba ante el sube y baja de sus grandes tetas operadas. Soltaba risitas, emocionaba por lo que estaba por venir... no podía parar de pajearlo y quizás podía seguir toda la mañana así. El pene se acercaba peligrosamente a su mentón nuevamente y esta vez María Isabel decidió saltarse las estrictas normas de la Hacienda al darle un lengüetazo a la punta de ese pene...

María Isabel: ¡UUUUHHHH! 

Hombre: ¡OOOOHHHH! 

La corrida en la cara que ese hombre grande y gordo de pene monumental le estaba dando la recordaría el resto de su vida y, en varias ocasiones, la harían calentarse antes de irse a dormir. Debió cerrar los ojos, pero no pudo cerrar la boca, por la sorpresa de semejante lechazo que le estaba dando en el rostro. Y no paraba, debieron ser unos ocho o nueve latigazos de lefa que salieron de esa punta y todos tuvieron su impacto en algún lugar de su rostro. Debería ir haciéndose la idea de ir en tetas y llena de leche de vuelta a esa casa. 

 

***

María Isabel no lo sabía en ese momento, pero esa noche en los jardines de la hacienda no haría si no aumentar la leyenda de la mejor puta que había en ese lugar. Hacía mucho que no era la puta de clientes con pulseras plateadas y menos de bronce, pero Luciano, Mario y ese Hombre hablarían durante meses de la mujer que se las chupó, estuvo en cuatro y pajeó con esas tetas. No tuvo que irse en tetas hacia la casa y menos con la cara llena de semen, porque ese hombre gentilmente la ayudó a limpiarse y le ofreció su chaqueta para cubrirse. Era enorme, por lo que le llegaba hasta debajo de las rodillas. 

¡Chap! ¡Glup! ¡Chap! ¡Glup! ¡Chap! ¡Glup! María Isabel observó que a las orillas de una piscina una de sus compañeras puta, de una edad similar a la de ella, estaba en cuatro patas mientras por atrás se la metían por la vagina y por delante por la boca. Tenía puesto unos lentes de sol que se removían con cada embestida y su boca apenas podía aguantar mucho tiempo más ese pene dentro. Le hicieron señas a María Isabel, pero ella dijo que no y afortunadamente no insistieron. 

Siguió caminando por el pequeño sendero cuando notó que seguía habiendo gente en uno de los primeros quinchos que estaban construidos al ingresar a los extensos jardines. Eran un grupo de unos seis o siete hombre que debían oscilar entre los 32 y 36 años. Conversaban animadamente, mientras comían lo que quedaba de asado y bebían lo último que les quedaba. Sentada en uno de los bancos estaba ROMINA [57]que conversaba con ellos de manera muy seria, como si estuvieran discutiendo de economía o política. A María Isabel le hizo gracia ver como todos estaban igual de serios que ella, mientras ella pajeaba a uno de los hombres que no podía controlar el placer en su rostro. 

Romina era mayor y su rostro y cuerpo lo demostraban. Tenía unas tetas grandes, pero caídas, su culo era grande, pero fofo, su rostro estaba con arrugas y, quizás, lo único esplendoroso era su cabellera de rulos dorada. Hace rato que ya nadie se la metía en la Hacienda, pero tenía fama de hacer las mejores pajas que un hombre podía imaginar, o sea que nadie trataba mejor tu pene que esas manos. Era una mujer culta, le gustaba conversar mientras pajeaba y eso esos hombres lo habían sabido bien durante la noche. La retuvieron toda la noche mientras ella iba de uno en uno pajeándolos, hizo algunas mamadas, pero siempre conversando y debatiendo.  

“¿Cuánto le quedará a la Romi? Ya está vieja... igual que yo, ¿cuánto me quedará a mí?” se preguntó María Isabel. 

Cuando la mujer ingresó a la casa, el punto de llegada y salida de todas las prostitutas de la Hacienda, supo de inmediato de que algo andaba muy mal. Los rostros de muchachos que trabajaban para el lugar era sombrío. Barbara estaba en una de las oficinas con un rostro de funeral y se estremeció cuando María Isabel apareció en el umbral de su puerta. 

María Isabel: ¿Qué pasó? 

Barbara: T-Tienes algo... si, en tu... -María Isabel se sacó el poco semen que le quedaba en la parte baja de la mejilla derecha y la volvió a mirar. 

María Isabel: ¿Qué pasó Barbie? -Ella tragó saliva, no podía volver a levantar a mirada- ¿Qué le pasó a Sydney?

Ambas mujeres se sobresaltaron cuando a la pequeña oficina ingresó un MUCHACHO joven, que no pasaría los veinte años. Era flacucho y con cara de ratón que llegaba hasta el lugar cargando una pila de informes de vigilancia, cuya carpeta dejó sobre el escritorio. Soltó una sonora carcajada.

Muchacho: Le rompieron el culo, eso pasó Un risita desagradable acompañaron esas palabras- Mi cabeza entera puede entrar en ese hoyo ahora... y me refiero a esta.

El muchacho puso un índice en su sien. 

María Isabel: ¿Qué dijiste, mierda? -Lo tomó del cuello y lo empujó contra la pared. 

Muchacho: ¡O-Oye!

El muchacho flacucho y con cara de ratón no podía creer la fuerza que demostró esa puta cuarentona. Intentó salirse, pero le fue imposible.  

Barbara: María Isabel... b-basta.

María Isabel: No puede tratar así a Sydney -Lo soltó- Ándate.

Con cara de pocos amigos el muchacho se retiró, algo herido en su orgullo. 

María Isabel: ¿Dónde está Sydney, Barbie? 

Barbara: Le rompieron el culo, Isa... se lo rompieron -Algunas lágrimas se asomaron en sus ojos.  

María Isabel: ¿Quiénes? 

Barbara: Los chinos -Intentó tomar una bocanada de aire para seguir- Solo una pareció sobrevivir bien la noche y se fue toda sonriente en la mañana, a primera hora. 

María Isabel: Fernanda -Barbie asintió. 

Barbara: Las otras no quieren volver a saber de este lugar, están todas afectadas. Apenas han salido del colegio. Todas adoloridas, con hematomas y, bueno... Sydney con su culo roto.

“Fernanda sigue en el colegio” se dijo María Isabel, intentando controlar sus manos que temblaban. 

María Isabel: ¿Qué pasó con las otras? 

Barbara: Les estamos enseñando los acuerdos de confidencialidad para evitar que anden hablando... no es agradable tener que amenazarlas. 

María Isabel: ¿Dónde está Sydney? -Se dispuso a ir hacia el segundo piso para buscarla en alguna de las habitaciones. 

Barbara: N-No... Isa, no está. Se la llevaron.

María Isabel: Ok, ¿dónde? 

Barbara: Sabes que no te puedo decir... arruinarías la coartada. Solo puedo decirte que ya la están atendiendo.

María Isabel: ¿Le echarán la culpa a algún exnovio o algo así? 

Barbara: Eligieron al padrastro -María Isabel cerró los ojos, derrotada. 

“Siempre habló bien de su padrastro, no puede ser” se dijo la profesora.

María Isabel: No pueden hacer eso. 

Barbara: Yo no lo decido, Isa, lo sabes bien. Solo me encargo del área legal ahora y, en esto, solo me toca entregar la documentación -Ambas se quedaron en silencios unos segundos que parecieron minutosY son una delegación china, de la dictadura china, quizás el país más poderoso que existe. Es imposible que la vuelvas a ver. 

María Isabel: ¿La viste? -Barbie asintió- ¿Muy mal? 

Barbara: Pésimo... sus ojos muy abiertos, sangre... parecía muerta en vida. Esos chinos, son unos barbaros. La Sydney no... cualquiera menos ella merecía eso.

María Isabel: Carolina. 

Barbara: ¿Cómo?

María Isabel: Se llamaba Carolina, no Sydney. 

“Muchas veces sentí que ella podía ser mi hija... y yo le dije que estaba lista para estar aquí. Ninguna madre le haría eso a su hija” se dijo María Isabel, que solo quería ponerse a llorar. 

En un abrir y cerrar de ojos María Isabel ya estaba sobre su Jeep y manejaba velozmente hacia los portones para largarse de ahí. No podía dejar de pensar en esa carita angelical, con esa sonrisa y ese pelo rubio precioso, emocionaba por el futuro en el teatro, en las tablas... quizás en el cine, en series de televisión, porque tenía el ángel y el talento para triunfar. 

“Serás nuestra Marilyn Monroe, una chilena triunfando en Hollywood” le dijo una vez María Isabel, mientras cenaban en su casa un día en que sus niños estaban en el cine.  Nunca había llevado a nadie relacionado con la Hacienda a su casa. 

De pronto el rostro de su propia hija, Camila, se apareció frente a ella y María Isabel comenzó a chillar, golpeando el volante con furia. Debió detener el Jeep a la orilla de la ruta para poder tranquilizarse y calmar su agitada respiración. Debía concentrarse.

3

“Puta de mierda” maldecía Alonso mientras se miraba al espejo. 

Matemáticas era la primera clase del miércoles y el nuevo profesor dejaba que los alumnos formaran grupos para trabajar en diferentes ejercicios matemáticas como preparación a las pruebas de admisión universitaria. Alonso había dejado de lado la guía y se retiró hacia el baño del segundo piso, un baño que durante el horario de clase era fácil encontrarlo vacío y era el baño en donde se había follado a la profesora Giselle por primera vez. Mucho cariño le tenía a ese lugar.

Facundo: ¡Sigue feo! 

Alonso estaba al final del pasillo cuando miró hacia la izquierda y, en el umbral de la puerta del baño, estaban FACUNDO [18] y MATEO [18]. Le traían su guía en blanco. Facundo se quedó observando el lado amoratado en la mejilla de su amigo y chistó al ver algo de pus saliendo de un pequeño tajo debajo del ojo. 

Mateo: E-El pro-profesor dijo que no tenía problemas en recibir tu guía la próxima clase. Dijo que le caes bien.

Alonso: Que bueno que cambiamos de profesor de matemáticas. 

Facundo: ¡Oye! -Decir eso fue como un cachetazo para el gordo, quien aún no superada la partida de la profesora Cristina. 

Mateo: Q-Que cruel. 

Alonso: Perdón, amigo -Dobló la guía y la guardó en el bolsillo de su pantalón. 

Mateo: ¿N-No has pensado en ir al médico? -Le daba asco la sangre, pero al ser su amigo no tuvo problemas en acercarse.

Alonso: No, solo tengo que esperar que la herida cierre.

Facundo suspiró mientras su amigo herido abría una pequeña lata con crema y comenzaba a pasarla por la herida sangrante y con algo de pus. Uno de los anillos que la profesora María Isabel tenía en su mano le sacó un trozo de piel cuando le dio esa monumental cachetada que lo dejó así; muchos se burlaron de él apenas lo vieron el lunes por la mañana y todavía resonaba la bronca que le había echado la profesora Giselle cuando supo cómo se había hecho semejante herida.

“¡Eso te pasó por confianzudo!” le había dicho en el receso. 

El muchacho estaba en el cielo en ese momento, con su cabeza apoyada en las enormes tetas de la profesora Giselle mientras esta lo sometía a sus cuidados; quizás eso terminaría con una buena follada o quizás solo una monumental chupada de pene que tan bien sabía hacer ella. Pero apenas le contó, la profesora lo dejó tirado. Herido, avergonzado y excitado.

Facundo: ¿Y ahora qué haremos? La profe de Lenguaje era nuestra única esperanza. 

Alonso: No la única... podemos encontrar a alguien más. 

Mateo: ¿T-Tienes alguna idea? 

Facundo: ¿Tenemos tiempo para eso?

Alonso posó sus manos en el lavamos y agachó la cabeza para evitar mirarse al espejo la cara de frustración, de derrota. 

“Ni Lisa Ann versión 2012, la mejor Ava Addams o la profesora Giselle serían capaces de subirme el ánimo ahora mismo” se dijo Alonso, temiendo asumir su derrota. 

Mujer: ¿¡No deberían estar en clases!?

Los tres muchachos se sobresaltaron y se miraron consternados, para luego enfocarse en la entrada del baño en donde la profesora MARÍA ISABEL estaba de pie y con sus manos en la cintura. Vestía unos blue jeans ajustados, unos tacos que le daban unos buenos centímetros más, tenía su delantal verde abierto y los tres muchachos suspiraron al ver que debajo se apreciaba una camiseta blanca a tirantes, en donde lograba translucirse un grueso sujetador también de color blanco y que hacían ver incluso más grandes esas tetas operadas. Tenía una mirada desafiante, pero Alonso rápidamente se desconcentró con las cimas de las montañas de carne que se veían perfecto en ese escote. 

“¿Y el chaleco aburrido dónde lo dejó?” se preguntó Mateo, tragando saliva.

Facundo: ¿Y usted no debería estar dando clases? 

María Isabel: Cuide ese tono conmigo, señor Fernández -La mujer comenzó a avanzar hacia el interior mirando uno por uno cada uno de los cubículos para cerciorarse de que estuvieran vacíos- Señor Herrera, señor Fernández, vuelvan a sus clases. Ahora.

Mateo: Y-Ya terminamos -La mujer soltó un suspiro cansino. 

María Isabel: Entonces váyanse de aquí, ahora -Ninguno de los tres muchachos estaba acostumbrado a ese tono duro de la profesora que siempre demostró ser muy angelical. 

 

Facundo: Nos vemos más rato. 

Mateo: C-C-C-Chao -En enclenque muchacho carraspeó y comenzaron a dirigirse a la salida.

María Isabel: Y señor Fernández, no lo quiero volver a ver merodeando mi casa nunca más. Señor Herrera, si lo vuelvo a ver en el mismo supermercado al que yo voy, a la misma hora a la que yo voy, lo acusaré por acoso... ¿está claro?

Ambos muchachos recibieron esas palabras como un cachetazo tan fuerte como el que esta le propinó a Alonso, quien no quería ni imaginar que castigo se llevaría él. A los tres les quedó sumamente claro que esa era la verdadera María Isabel y, una vez que los dos invitados a irse se fueron, esta se dio media vuelta para quedar cara a cara con el muchacho a quien golpeó. 

Alonso: ¿Cómo supo que estaba aquí?

María Isabel: Le pregunté a la profesora Giselle, ya que el profesor de matemáticas no supo decirme. 

Le sorprendió un poco a la profesora que Giselle, esa colega con enormes tetas, la mirara con algo de respeto y le sorprendió aún más que le dijera con exactitud donde se podía encontrar el muchacho. Parecía conocer bien a sus alumnos. Como sea, la profesora de lenguaje suspiró, chistó y avanzó hacia él para tomarlo de la cara.

María Isabel: Ay, si no te haré nada -El muchacho había dado un brinco cuando sintió las manos heladas de su profesora en su rostro- Quedó feo esto. 

Alonso: Gracias -Bufó- A la cicatriz le voy a poner su nombre. La Chabe. 

María Isabel: Detestaba que me dijeran así... hasta que vi los videos de esa mujer -El muchacho tragó saliva, algo agitado. 

La profesora había tomado un poco de papel higiénico, lo remojó bajo la llave de agua, y comenzó a limpiar un poco mejor esa herida. Alonso la observaba muy de cerca esos preciosos ojos verdes de María Isabel, además de esos labios grueso y apetecibles. Ella estaba concentrada en la herida y el muchacho aprovechó de mirar hacia abajo, por fin podía mirar de muy cerca ese escote con grandes tetas operadas. 

María Isabel: No tientes a la suerte, muchachito, sube la mirada ahora mismo. 

Alonso: P-Perdón -Tragó saliva, abochornado. 

María Isabel: Necesito pedirte un favor. 

Alonso: ¿Un favor? ¿Me hace esto y quiere que le haga un favor? -Chistó mientras la mujer se quedaba en silencio. Se tomaba su tiempo en limpiarle la herida- Mejor apúrese, cualquiera podría entrar. 

María Isabel: ¿Y qué verá? A una profesora haciéndose cargo de un alumno -Suspiró, algo más satisfecha en cómo dejó esa herida. Estaba fea, pero menos a como estaba cuando ingresó a ese baño- Necesito un favor. Necesito que me digas cómo obtuviste esas fotos. 

Alonso: Olvídelo.

María Isabel: No me interesa que las borres, me interesa solamente saber de dónde las sacaste -Ambos se sostuvieron la mirada, fijamente- ¿Y bueno?

El muchacho le sostuvo la mirada unos segundos y luego suspiró.

Alonso: Una amiga necesitaba ayuda, estaba siendo chantajeada por un guardia de seguridad del Nido de Cóndores. Cuando comenzamos a ayudarla, nos dimos cuenta de que ese guardia tenía ojos acá, en el neue Horizonte. 

María Isabel: ¿Ojos? 

Alonso: Cámaras de seguridad. Observaba unos tres o cuatro colegios, caros, a pesar de que él solo tenía contrato con uno de ellos... entonces, claro, no le interesaba la seguridad de los otros tres, simplemente observaba. Él y sus dos amigos chantajeaban mujeres para su placer personal. 

María Isabel: Las pillaba realizando actos indecentes y luego, con eso, las sometía -El muchacho asintió. 

Alonso: Creo que era una operación demasiado grande para que fuera solo cosa de él y sus amigos... creo que quizás recibía financiamiento de alguien más importante. Mateo cree que sí, muchas de esas mujeres los guardias chantajeaban, pero todas las demás fungían como una especie de respaldo.

María Isabel: ¿Para quién? -El muchacho se encogió de brazos- ¿Y ustedes consiguieron esos archivos? 

Él volvió a asentir.

Alonso: Fuimos al frente, con Mateo, e ingresamos. Él hackeó la enorme computadora que tenía en su casa. Ahí descubrimos cientos de carpetas, pero todas ellas tenían claves de acceso y era muy difícil poder ingresar. Reconocí la carpeta de mi amiga y la borramos, pero también reconocí sus iniciales, profesora, y pude ingresar... por eso tengo esas fotografías. Y un vídeo. 

María Isabel: ¿Un vídeo? 

Alonso: Dando sexo oral, una especie de point of view en plano picado. 

“Me acuerdo” se dijo María Isabel. Ese video debía datar de inicios del 2016. 

María Isabel: Ese material, el que viste, fue un concesión que tuve que hacer para la Hacienda. Entregaba ese material, ellos se lo quedaban y si yo, en algún momento, me comportaba de forma errática, ese material era difundido... es una de las tantas formas que tienen de amarrarte. 

“Ahora puedo agregar contexto a todo el material” se dijo Alonso, quien ya imaginaba todo lo que se pondría a escribir una vez que llegara a su casa. 

Alonso: Entonces, ese material le pertenece a la Hacienda, pero nosotros lo encontramos en poder de un guardia.

María Isabel: Eso es lo que quiero resolver -Ella bajó la mirada y luego la subió, para encontrarse con los ojos del muchacho- ¿Para qué quieres entrar a la Hacienda? 

Alonso: Quiero ver, quiero saber... estoy escribiendo sobre la Hacienda -Carraspeó, seguía dándole un poco de vergüenza decir lo que diría a continuación- Es un trabajo periodístico.

Eso hizo esbozar una sonrisa a la mujer y Alonso sintió que a ella le estaba costando mucho sonreír últimamente. 

María Isabel: Eras muy bueno escribiendo, me acuerdo -Él se encogió de brazos. 

Alonso: Me enseñó bien... mejor que el otro, está claro.   

María Isabel: ¿Luis? -El muchacho asiente- No siente mucho aprecio por la docencia. Ya no, por lo menos. 

Alonso: ¿Lo conoce bien? 

María Isabel: No mucho -Se quedaron en silencio unos segundos- ¿Sabes lo peligroso que es esto? Te aconsejo que saques copias de toda tu investigación. 

“Mierda” se dijo Alonso. Eso no lo había pensado y pasaría a comprar varios USB para respaldar la información. 

María Isabel: Alonso -El muchacho la miró- Anota mi número de teléfono y me envías la dirección de tu casa, te pasaré a buscar el sábado a eso de las ocho de la mañana. 

Alonso: ¿En serio? 

María Isabel: En serio, vas a entrar conmigo... pero no sé muy bien cómo vas a salir de ahí. 

Alonso: De eso me encargo yo. 

María Isabel: ¿Seguro? Te recomiendo que te lo pienses bien... en serio, piénsalo bien. 

La mujer lo miró con algo de lastima y depositó sus labios en la mejilla herida, justo debajo del tajo que ahora no tenía pus, pero si algo de sangre fresca. Ella le palmeó su hombro y comenzó a retirarse del baño. El muchacho pasó de odiar a esa mujer a amarla y ya comenzaba a planear el respaldo de su trabajo y lo que quería saber de esa Hacienda; sería como entrar a la Atlántida, una Atlántida pervertida y que debía desaparecer de la faz de la tierra, pero era el primer paso y un primer paso necesario, peligroso, pero necesario. 

 

***

El viaje estaba siendo bastante silencioso y, salvo respuestas a algunas de sus preguntas, la profesora María Isabel no habló demasiado. Llevaban cerca de una hora de viaje y algo al muchacho le decía que debía quedar poco, porque la cordillera de los Andes se veía cada vez más imponente. Alonso se sobresaltó cuando abruptamente el Jeep de su profesora se fue hacia la orilla para detenerse. El muchacho la miró, algo sobresaltado y ella le indicó que debía bajar; ambos lo hicieron y en el maletero había una cantidad desproporcionada de maletas que, por lo que alcanzó a observar, contenían ropa de mujer. 

María Isabel le hizo un hueco hacia el final y este se escondió ahí, entre las maletas y el respaldo del asiento trasero de ese Jeep. Alonso comenzaba a ponerse nervioso y sentía un ligero hormigueo en sus manos, pero le reconfortó saber que María Isabel no parecía nerviosa, parecía resuelta y su mirada a ratos era fría. Lo siguiente que el muchacho escuchó fue el sonido de unos portones abriéndose y luego el Jeep se detendría. 

Guardia: Uf, señorita María Isabel, no la tengo en la lista para hoy, oiga. 

María Isabel: Ya, es que aprovecho de dejar mucha ropa y ver si puedo hacer algo más. Se vienen días atareados y quiero adelantar un poco. 

Guardia: Debería consultarlo -El hormigueo en las manos del muchacho comenzaba a intensificarse. 

María Isabel: Son solo maletas con ropa... revise -La mujer estaba utilizando una camisa a cuadros a la que cuidado desabotonó, lo suficiente para dejarle a la vista un idílico escote que el viejo guardia siempre soñó con ver- ¿Le gusta? 

Guardia: S-Sí -Asintió de manera boba y las carnes sueltas de sus mejillas se agitaron.

María Isabel: Revise -Le esbozó una sonrisa picara mientras sus ojos verde claro brillaban.

“No, no revise” se dijo Alonso, tragando saliva y sintiendo que una gota de sudor bajaba por su sien izquierda. 

Escuchó como el maletero se abría y unas manos removían unas cuantas maletas. Sin pronosticarlo, al Guardia se le vinieron abajo un par de maletas y Alonso rápidamente atinó a afirmar aquella que mantenía su rostro escondido. Una maleta pequeña, que apenas se movió, logró cubrir sus pies. Escuchaba unas disculpas tontas debido al alboroto por parte de uno de los Guardias y María Isabel, ahora un poco nerviosa, les decía que no se preocuparan... siempre y cuando le ordenaran ahí. De ordenar, poco, porque solamente lanzaron las maletas hacia el interior del maletero y una de las puntas de una maleta golpeó la entrepierna de Alonso que casi le hizo soltar un grito de dolor. Mientras se sobaba en silencio, el Jeep comenzó a avanzar. 

Se seguía sobando cuando de pronto la luz de sol golpeó su cara y se percató de que el Jeep ahora estaba estacionado en el interior de un espacioso garaje, que perfectamente podía albergar a varios vehículos. Con dificultad avanzó por el maletero hasta caer en el piso y, al alzar la mirada, Alonso comprendió que el garaje estaba en un subterráneo. Por las pequeñas ventanillas se veía el pasto del jardín. Miró a su profesora, que ni siquiera se molestó en bajar las maletas, que se acercaba a una puerta que daba a unos escalones que iban hacia el primer piso. 

A empujones María Isabel lo había llevado al primer piso de esa gran casa en donde en las diferentes habitaciones eran utilizadas como oficinas. No había mucho ruido y las pocas conversaciones que escuchó provenían desde la cocina, hacia el final del pasillo. Con un gesto la profesora lo hizo subir las escaleras hacia el segundo piso y Alonso se apresuró a ingresar a la habitación que le señalaba, que era la última. 

Alonso: ¿Qué le pasó? -La mujer había chistado mientras revisaba los armarios. 

María Isabel: No hay ropa para mí. 

Alonso: ¿Cómo?

María Isabel: Cuando te llaman y llegas acá, tienes todo listo para ti. En este caso la ropa y, cuando sales, te designan un área. Por eso no tengo ropa, hoy no me tocaba. 

El muchacho se acercó a una ventana y detrás de la cortina observó que a unos metros se alzaba una enorme casona que debía datar de tiempos coloniales y que, con tantas remodelaciones de alto valor, dejaba como una casa de juguete la casa en la que él ahora estaba. 

María Isabel: Mira -El muchacho se acercó a la mujer y se percató de una pequeña caja de plástico- Son pulseras. 

Alonso: ¿Cómo las consiguió? 

María Isabel: Te sorprendería la cantidad de cosas que caen en el pasto mientras merodean por los jardines... entre eso, yo colecciono las pulseras, elige una de bronce -El muchacho tomó una de bronce, pero reparó en que había algunas de plata.

Alonso: ¿Qué significan? -La mujer seguía buscando ropa y algo distraída parecía.

María Isabel: Eh... bueno, las de bronce son las más comunes y son bastante accesibles. Caras, pero para la gente que viene aquí, es accesible. 

Alonso: Tiene pinta de ser aburrida.

María Isabel: A la larga sí, debe aburrir. Las tres pulseras te permiten conseguir a la mujer u hombre que quieras, solo si está libre. Alguien con pulsera plateada te la puede quitar, no importa que estés en el acto. 

Alonso: ¿Acto?

María Isabel: O sea, puedes bailar, manosear a gusto, besar, masturbar, las pajas rusas son las más comunes. Los bronces siempre buscan a las tetonas. Y sexo oral, claro, pero incluso para eso las mujeres u hombres te pueden pedir que utilices condón. Nada más.

Alonso: Parece una pérdida de tiempo -La mujer ya parecía haber encontrado una parte del atuendo.

María Isabel: Es común que muchos hombres y mujeres vengan a la Hacienda solo a hacer importantes negocios. Ellos reciben pulseras de bronce casi como cortesía. Aunque no hagan nada, tienen una. 

Alonso: ¿Para dejar las cosas claras? -Ella asiente- ¿Plateada?

El muchacho había dejado la pulsera de bronce para tomar una plateada.

María Isabel: Esa es mucho más cara, casi prohibitiva. Depende de cómo la utilices no vuelves más a la Hacienda por lo cara que es o te esmeras por conseguir una dorada. Puedes tener a la mujer u hombre que quieras y puedes hacer lo clásico de un intercambio sexual. Sexo. Con esa pulsera se te permiten las corridas en la cara, que te la chupen sin condón... ahora, si la quieres meter, necesitas condón. No hay fetiches permitidos, aunque ella quiera, simplemente no pueden. 

“Diablos, profesora de lenguaje, las cosas que dicen esa boquita” se dijo Alonso, soltando una risa. 

Alonso: Consigues una puta, pero no puedes hacer lo que quieras con ella. 

María Isabel: Exacto -En rincón de la caja, camuflada, relució una pulsera dorada que el muchacho tomó inmediatamente. 

Alonso: ¿La dorada? -Ella estaba concentrada en asegurarse de que la ropa elegida fuese de su talla, no se percató de que el muchacho tenía una pulsera dorada en su mano. 

María Isabel: Eeehhh... carísima, solo al alcance de grandes empresarios o delegaciones extranjeras. Todo está dispuesto para ti en todo momento y sin ningún tipo de restricciones. ¿Ella está con otro? Si no tiene pulsera dorada debe cederla. ¿Qué le puedes hacer? Cualquier cosa que puedas hacer en las áreas que te seleccionan. Lo puedes hacer sin condón -Suspiró, cansada- La puedes meter donde sea, ahí abunda el sexo anal... y los fetiches, bueno, los fetiches están a la orden. 

Alonso: ¿Te puedes poner de acuerdo con otras pulseras?

María Isabel: Solo del mismo color. Ahí las pulseras doradas pueden hacer orgías, bukkakes, lo que sea que se les ocurra. Aunque pocas veces ocurre, quizás en las fiestas sea más común. El hombre suele ser territorial, no desembolsan altas sumas de dinero para compartir la presa. 

Alonso: Pensé que todo era más... no sé cómo decirlo. 

María Isabel: En la casona principal hay habitaciones de sadomasoquismo y más cosas, como Glory Hole. Además existen las temáticas con disfraces, sabes que si pides a una mujer vestida de sirviente, esta hará lo que sea... ¡Oye!

Alonso: ¿Qué? ¡Estaba aquí! 

María Isabel: Sácatela ahora mismo -Ella intenta quitársela, pero muchacho aleja su muñeca de la mujer.

Alonso: Necesito ver y, por lo que usted me dice, con esta pulsera nadie me molestará, ¿cierto? -Ella traga saliva. 

Alonso ya se había ajustado la pulsera dorada en su muñeca derecha. La mujer respiraba agitada, hastiada.

María Isabel: Espérame en el pasillo, si escuchas a alguien, escóndete. Todavía es temprano, no debe haber mucha gente.

Algo resentida, la mujer vio al muchacho salir de la habitación algo cauteloso y abrió uno de los últimos cajones que le faltaba por revisar. Soltó un suspiro cansino y ya comenzaba a arrepentirse de presentarse en la Hacienda sin que la llamaran, porque nunca lo había hecho. 

 

***

“¡Mierda!” se dijo Alonso cuando vio a su profesora salir de la habitación. 

María Isabel había tomado el atuendo de una chiquilla que ella creía tenía una talla similar a la de ella. Sus tacones eran pronunciados y con una buena plataforma, utilizaba unas medias con rejilla de color negro que llegaban hasta la mitad de sus muslos, una minifalda de cuero negro que dejaba a la vista el inicio de su buen culo y una camiseta a tirantes de color blanco que debía ser de ella, porque le quedaba como un guante y resaltaban sus grandes tetas operadas. Estaba utilizando su pelo suelto y un detalle llamó su atención: una correa de cuero negra estaba en su cuello con una argolla, lista para encadenarla. El muchacho tragó saliva. 

María Isabel: Vamos. 

Alonso iba vestido con unos jeans raídos y un polerón holgado de color gris. Avanzaba detrás de la mujer que caminaba con algo de cautela por el sendero y el muchacho pudo apreciar de mucho mejor manera lo enorme que era esa casona, donde todo debía suceder y quizás desde hace cuánto tiempo. Decepción sintió cuando notó que la mujer no lo llevaba hacia ese lugar. 

Alonso: ¿No vamos a la casa? 

María Isabel: Funciona solo en las fiestas que suelen ser una vez al mes. Funcionó la noche de Halloween y el fin de semana anterior con una delegación de empresarios chinos -Tragó saliva, dolida, al recordar a Sydney. Su muchacha- Por lo que pude saber, estaban cerrando acuerdos con senadores y diputados del sur de Chile. 

“Senadores y diputados” se repitió Alonso en su cabeza, si tan solo supiera quienes eran esos senadores y diputados. 

Alonso: Entonces, ahora funcionará en diciembre... ¿navidad? 

María Isabel: No, nunca se hace fiesta en navidad. Siempre es el primer fin de semana de diciembre, como una especie de cierre de año -Se detuvo para empezar algo de memoria- En enero hay una, en febrero es para el día de los enamorados... marzo, el último fin de semana y con temática escolar... 

Alonso: ¿Se viste de colegiala? -Sus orejas se pusieron algo coloradas. Ver a la profesora Giselle vestida de colegiala estaba siendo un sueño recurrente para el muchacho. 

María Isabel: Claro -Con sus dedos contaba los meses- En abril, en fin de semana santo si es que cae en abril o si no es a mediados de mes. Mayo, a mediados de mes, igual que junio, julio, agosto... en septiembre es el fin de semana antes de fiestas patrias y en octubre es el fin de semana anterior a Halloween, por lo general. Ahora, siempre que hay una delegación importante, como los chinos, se utiliza en la fecha en la que llegan. 

Alonso: Pensé que habría más vida. 

María Isabel: La Hacienda siempre funciona. Además, muchas de las mujeres que pertenecen a la Hacienda deben estar a la orden de los requerimientos. Si te solicita un senador, debes ir a ver a ese senador y dependiendo de la pulsera que tenga lo atiendes. Por lo general siempre son pulseras doradas, pocas son plateadas y nunca son de bronce -Suspiro, frotándose los brazos por la brisa fresca que había- Mira, ven. 

Alonso siguió a su profesora hasta una pequeña loma que en la punta tenía un farol. El muchacho observó lo grande que era todo el terreno, casi todo lo que alcanzaba su vista, porque en el horizonte se veía la imponente cordillera de los Andes. Todo eso debía tener más de cien años, estaba la casona típica patronal del sur de Chile, establos, lugares que almacenaban la madera y la cosecha, algunas chozas hacia el final que debieron ser utilizadas por antiguos peones, un granero se alzaba hacia noreste un poco cubierto por los frondosos árboles. Pero había algo que le llamaba la atención...

María Isabel: Esos son quinchos, cuando llegué ya estaban. Es para asados y reuniones de diferentes grupos de hombres capaces de pagar algunas de las pulseras. 

Alonso: O sea que la casona principal puede estar cerrada, pero todo lo demás sigue funcionando. 

María Isabel: Y funciona casi todos los días... de hecho, mira -Apuntó hacia uno de los quinchos- Ahí hay algunos prendiendo el fuego para hacer un asado y pronto las mujeres comenzarán a pasearse. 

Alonso: ¿Las mujeres son convocadas? 

María Isabel: Así es, se hace un perfil de los hombres que estarán y se seleccionan a mujeres que podrían ser de su gusto. Por ejemplo, cuando vienen grupos pertenecientes a empresas ligadas a lácteos, las mujeres llamadas siempre son tetonas y, ojalá, naturales. Son adictos a las tetas grandes. 

Alonso: ¿Y la seguridad? 

María Isabel: En los accesos y cerca de los límites. Nada se graba en el interior para no perder la confianza de quienes pagan y la verdad es que ayuda bastante, ninguna sería tan puta si supiera que graban todo lo que hacen. 

Alonso: Está la casona, ¿afuera son putas al aire libre? 

María Isabel: O sea, está quienes lo hacen al aire libre, sobre todo en los alrededores de la piscina que está atrás de la casona... pero luego está todo dispuesto para la comodidad de mujeres y hombres. Todas esas construcciones antiguas, se ven antiguas, pero por dentro son hoteles de lujo con todas las comodidades y necesidades a la hora del acto.

Alonso: Como condones. 

María Isabel: Claro, aunque no siempre hay, porque se acaban. Por eso yo siempre ando con los míos -Se percató de algo, no tenía su pequeña cartera en su mano. No tenía sus cigarros, ni gomas de mascar y tampoco condones- Bueno, ahora no ando con los míos, pero eso. No solo son condones, también aceites, productos higiénicos, baños y duchas. 

Alonso: ¿Dan bonos por número de clientes atendidos? -La mujer asiente. 

María Isabel: Solo las que llegan por voluntad propia. Tienen un sueldo base que aumenta con cada cliente que atiendes. Solo las mujeres pilladas no cobran, pero luego de un tiempo y si resisten, les comienzan a pagar... pero no sé de ninguna que decida seguir luego de ser pillada. La última que decidió seguir se fue poco antes de que yo llegara.

Alonso: ¿Hay requisitos? 

María Isabel: Toda mujer se prepara afuera, en diferentes casas de putas. Una vez lista se les da una licencia para mamar, la que le permite entrar a la Hacienda. Algunas se preparan durante todo el año. 

“Como Sydney” se dijo María Isabel, sintiendo una punzada en su pecho.

Alonso: ¿Licencia para mamar?

María Isabel: Así le decimos entre nosotros. Cuando llegué me lo dijeron así. 

Alonso: Entiendo... ¿y tiene un lugar favorito? -Esbozó una ligera sonrisa y ella se la correspondió.

María Isabel: Obvio, está apartado y cerca del riachuelo que pasa por el lado izquierdo -La mujer apuntó hacia el noroeste. 

Alonso: Vamos. 

María Isabel: ¿Para qué? Aquí está bien. 

Alonso: Quiero ver de cerca. 

El muchacho comenzó a bajar la pequeña loma y ya avanzaba hacia el lugar donde supuestamente estaba la piscina. María Isabel lo siguió, hasta que tomó la delantera y Alonso se maravilló con esas caderas que se contoneaban y que le hicieron valorar el muy buen culo que tenía su profesora. La mujer rodeó un árbol para no pisar la hierba alta, pero el muchacho no tuvo problemas, más aún para ver de cerca el primer quincho y que estaba vacío. No tenía nada de especial, salvo que estaban hechos par grupos de 4 o 6 personas... estaba mirando cuando algo pisó. Al mirar hacia abajo esbozó una pequeña sonrisa.

“Te sorprendería la cantidad de cosas que caen en el pasto mientras merodean por los jardines” le había dicho su profesora.

Hombre: Ven con nosotros, mamita -El hombre era gordo y vestía con una camisa a cuadros. Sus otros tres acompañantes era similares y debían pertenecer a un rubro de transportes. 

María Isabel: Estoy ocupada ahora... gracias -No estaba acostumbraba a rechazar a nadie en la Hacienda. 

Hombre: Oye, mira -El Hombre alzó su antebrazo y le enseñó una pulsera- Todos aquí tenemos pulsera plateada, ¿con quién más vas a estar ocupada si no estás con nosotros?

Alonso: Conmigo -El muchacho alcanzó a su profesora. 

Hombre: ¿Tú? -No se podía creer que ese mocoso tuviera a semejante mujer, más aún cuando a esa hora todavía no había nada donde elegir- Muéstrame.

Alonso esbozó una sonrisa triunfadora y alzó su antebrazo, recogió la manga de su polerón y enseñó la pulsera dorada que brillaba ante el sol. Luego, desde el interior del canguro de su polerón sacó lo que encontró unos metros más atrás, una cadenilla plateada que amarró a la argolla que colgaba de la correa de cuero que María Isabel llevaba en su cuello. 

María Isabel: N-No... -El muchacho no le dio demasiado tiempo y poco le importó el rostro de pánico que esta puso, porque rápidamente posó sus labios en los de ella, provocando un escalofrío en la mujer que la hizo temblar. 

Hombre: Detesto a los pendejos dueños de tecnologías -Les dijo el hombre a sus tres acompañantes. Todos miraban con envidia al muchacho que ahora se llevaba, con una cadena, a esa preciosa mujer. 

Mientras María Isabel se acomodaba la correa en el cuello, que comenzaba a apretarle, intentaba no quedarse atrás ante los ligeros tironeos que esa cadena plateada le provocaba ante el avance de Alonso por los jardines. 

María Isabel: Basta, Alonso... para... ¡Para! -El muchacho se detuvo y miró a los alrededores. 

Alonso: ¿Siempre son así de pesados por aquí? -María Isabel miró al viejo gordo se acercaba sigiloso detrás de ellos. 

María Isabel: No nos dejará de seguir hasta que me desocupes -Un escalofrío volvió a recorrer su cuerpo. 

Alonso: Entonces tendré que ocuparla mucho rato... ¿o quiere estar con él? -Ella tragó saliva, ofendida. 

María Isabel: Hoy no quiero estar con nadie. 

Alonso: Decídase, profesora, porque si yo me voy usted se queda con él -La mujer chistó, dando un ligero pisotón en el suelo. 

María Isabel: Vamos... podemos esperar en un lugar ¡Pero solo esperar! 

Alonso: Claro, vamos a ver Netflix -El muchacho hizo un esfuerzo por contener una risa algo malévola.

 

***

Caminaron unos minutos y varias veces Alonso debió sujetarla para que no se tropezara al ella no estar acostumbrada a utilizar ese calzado que no era suyo, además de no ir caminando por un sendero porque lo hacían entre medio de árboles. El muchacho notó que se acercaban a lo que en el pasado era un depósito de madera mientras la mujer, de reojo, miraba hacia atrás y se percataba de que ese viejo, a la distancia, los seguía. A lo lejos se comenzaban a escuchar risas y algunos gritos de júbilo, porque mujeres ya estaban llegando.  

María Isabel: ¡AAYY! -Antes de ingresar, Alonso le dio una sonora nalgada mientras miraba de reojo y con una sonrisa malévola al viejo que les seguía el paso. 

Apenas ambos ingresaron, el muchacho cerró la puerta y por una pequeña rendija miró para cerciorarse hasta dónde era capaz de llegar ese viejo para obtener a María Isabel, mientras esta se encaminaba hacia el otro lado de ese pequeña y cómoda habitación, cuidando de no zarandearse por la cadena, para abrir unas pequeñas ventanillas por las cuales comenzó a ingresar la brisa y el sonido del riachuelo que bajaba desde la cordillera. Se frotó los brazos por el repentino frío y se acercó a la puerta para intentar ver hacia afuera. 

María Isabel: ¿Se ve? 

Alonso: Por aquí -El muchacho se hizo hacia atrás para dejarle espacio a la profesora y, mientras ella se posicionaba, él arrimó todo su paquete en contra del firme culo de su profesora.

María Isabel: ¡O-Oye! ¡O-Oh! -Alonso puso boca y nariz en el cuello de su profesora y aspiró su aroma, para luego darle una ligera mordida. 

Alonso: ¿Se ve? -Ella soltó un ligero gemido.

María Isabel: ¡O-Oh! Está detrás de ese árbol... ¡Ooohhh! ¿Qu-Qué ha-ces? N-Nooo...

Alonso se había agachado rápidamente, la giró, y levantó la pierna izquierda de su profesora para ponerla sobre su hombro. Comenzó dándole cortos besos en el interior de sus muslos y debió sujetarla bien porque sentía como las piernas de esta comenzaban a temblar. Mientras iba avanzando con los besos se acercaba hacia la zona que inmediatamente notó que estaba algo húmeda y eso le hizo soltar una ligera risita algo malévola.

“Mierda... ya se dio cuenta. Desde que me puso esa cadena que me vengo mojando” se dijo María Isabel, cuyos ojos se entrecerraban mientras intentaba controlar la respiración para lo que se venía. 

María Isabel: ¡Uuuuhhhh! ¡Mierda! ¡Uuhh!  

 

¡Chup! ¡Chup! ¡Chup! ¡Chup! ¡Chup! ¡Chup! Alonso había corrido el calzón y lamió de arriba abajo la vagina depilada de su profesora y luego enterró su lengua en el interior para comenzar a moverla rápidamente. La mujer comenzó a sentir ciertos espasmos y el muchacho debió volver a mantener firme ambas piernas ante el temblor que manifestaban. 

“Esa lengua está entrando demasiado... y como la mueve... ¿cuándo fue la última vez que me la chuparon? ¿me la chuparon alguna vez?” se preguntaba María Isabel, quien ahora si tenía sus ojos bien abiertos y mirando hacia una de las ventanilla recién abiertas. Soltaba sendos suspiros profundos ante cada lamida y sus piernas parecían gelatina.

María Isabel: ¡Uuuuuuhhhhhh! -De pronto tomó la cabeza del muchacho y la hundió aún más contra ella, acariciando ese pelo algo revuelto- ¡Cresta! ¡Uuuhhh!

“Me... me voy a correr... me voy a correr ¡No puede ser!” se repetía en su cabeza una y otra vez María Isabel.

¡Chup! ¡Chup! ¡Chup! ¡Chup! ¡Chup! ¡Chup! Una nueva lamida sintió y esa lengua se enterró en su interior lo que provocó un nuevo espasmo que le hicieron cerrar con fuerza esos ojos. Sintió como la cabeza del muchacho se enterraba aún más para seguir chupando, empujando su culo se iba hacia atrás, quedando en pompa. Ahora puso ambas manos en la cabeza del muchacho mientras este comenzaba a mover de un lado a otro su cabeza, queriendo chupar hasta el último rincón de vagina. 

María Isabel: ¡Uuuuuuuuhhhhhhhh! ¡A-Ay! -El muchacho se puso rápidamente de pie, la empujó contra puerta e introdujo dos de sus dedos en su concha para comenzar a frotarlos con fuerza, pero con una delicadeza impropia- ¡N-No! ¡N-N-No!

Alonso acercó su boca a la de ella y ambas bocas se abrieron en par, pero sin besarse, transmitiéndose gemidos profundos que la tentaron a besarlo, pero sus piernas rápidamente se comenzaron a doblar mientras temblaban y la paja del muchacho consiguió su objetivo... hacerla correr. 

“¿Cómo mierda lo hizo? ¿Por qué tan rápido?” se preguntaba María Isabel, mientras sentía como se chorreaba entera. 

Alonso: ¿Le gustó? -Ella, con sus ojos muy abiertos de lo sorprendida que estaba, solo atinó a asentir- Ven.

María Isabel: N-No... tú no puedes... ¡Ay! -El muchacho tironeó la cadena y esta se abalanzó sobre la cama, cayendo de frente, para luego rápidamente darse media vuelta- ¡Aayy! 

Alonso se sacó el polerón y lo lanzó lejos, para luego comenzar a bajarse los jeans y, una vez hecho eso, se puso sobre la mujer que lo único que hacía era mirarlo atentamente sin dejar de sentir como su cuerpo temblaba. Como una acto reflejo ella lo recibió y posó sus manos en la espalda del muchacho, quien de pronto no sabía muy bien qué hacer. 

Alonso: ¿Condón?

María Isabel: Dime el c-color de tu pulsera.

Alonso: Dorada.

María Isabel: ¿Entonces?... ¡UUHH! -La mujer abrió demasiado los ojos mientras su boca se desencajaba-¿La... la... metiste t-toda? 

Alonso: F-Falta un poco...

María Isabel: ¡UUUHHH! -Ella sintió como el cuerpo de él se alejaba un poco, sintiendo como ese pene algo grueso y algo largo salía, para luego volver a entrar con fuerza- ¡UUUUHHHH! 

¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! Los ojos de la profesora comenzaron a brillar y de pronto sintió como estos lagrimeaban de placer al sentir ese pene que se amoldaba perfecto a su vagina. Algo le dijo que no era el tamaño o la forma, era como la usaba, jamás pensó que un muchacho de los que se consideraba nerds fuese a utilizarla de esa forma, con una experiencia impropia. Esa sorpresa era la que la estaba haciendo disfrutar tanto. 

Alonso: Que r-rico profesora. 

María Isabel: Sigue enterrándola... sigue... eso... ¡eso! ¡Uh! ¡Uh! ¡Uh! -Abrió mucho la boca y pensó que un fuerte alarido soltaría, pero no salió ni un sonido más. Solo sus gemidos.

Alonso: ¿L-Le gusta? ¡Oh!

¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! Mientras se la taladraba, ella tomó del cuello al muchacho para acercarlo a su boca y besarlo, así como él ingresó su lengua de una manera bestial en su vagina hace minutos, ahora era ella que recorría el interior de su boca mientras ambas lenguas chocaban fuerzas. La mujer debió tomar con firmeza las sábanas de esa cama, porque el muchacho estaba poniendo más y más fuerza a la hora de follársela. 

María Isabel: ¡MUAH! ¡Uh! ¡Uh! ¡N-No le puedes decir a nadie! ¡Uh!

Alonso: ¿Q-Qué cosa? ¿No le digo a nadie que es mi puta? 

María Isabel: Eso... ¡Uh! ¡Uh! No le puedes decir a nadie... no le puedes ¡Uh! ¡Uh!... decir a nadie que soy tu p-p-puta ¡UUHH!

¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! Debió morderse el labio inferior para no soltarle un alarido cerca de la oreja del muchacho y este al no percatarse simplemente enterró su rostro entre esas grandes tetas operadas, sacándole a tirones la camiseta a tirantes y teniendo, por fin, esas tetas frente a él. Mientras la taladraba, enterró sus manos en ambas tetas y ella se afirmaba entrecruzando sus brazos por la espalda del muchacho. 

Alonso: ¡Ah! ¡Aahh! ¡Aaahhh!

María Isabel: ¡Uh! ¡Uh! ¡Uh! ¡Que r-rico, d-dios santo! -Mientras seguía luchando con sus ojos que se entrecerraban por el placer, logró abrirlos mientras estos estaban brillosos, sonriendo ante cada embestida del muchacho- ¡UUUHHH!

¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! ¡Chap! La mujer tenía cada vez más piernas más abiertas y con uno de sus brazos el muchacho atrajo la pierna derecha de la profesora para ponerla sobre su hombro y nuevamente comenzó a taladrar, haciendo que la mujer decidiera cerrar los ojos fuerza y tapar su boca con una mano para no soltar unos alaridos que pudiera llamar demasiado la atención en las afueras. 

“Una vez grité tanto que una vez que salí tenía una fila de diez tipos, los tuve que atender a todos” le dijo una vez una compañera de la Hacienda, casi recién llegada. 

María Isabel: ¡O-Oh! ¡C-Cuidado! 

Alonso salió de la vagina de su profesora y tiró de la cadena para que ella se incorporara con él, de las caderas la tomó y la puso en cuatro patas en esa cómoda cama, mientras ella expectante esperaba ahora recibirla en cuatro. Estaba segura de que le entraría más y mejor, posó sus manos en la almohada y flexionó un poco su espalda, abriendo bien sus piernas para que no tuviera problemas al ingresar...

María Isabel: ¡Oye! ¡No! -Miró hacia atrás, algo conmocionada- Por ahí no, ¿estás loco?

Alonso: Dígame el color de mi pulsera -El muchacho alzó su antebrazo y ella tragó saliva.

María Isabel: Do-Dorada -Su voz estuvo a punto de quebrarse.

Alonso: ¿Entonces? -Escupió el orificio anal mientras se pajeaba el pene que estaba lo suficientemente lubricado, comenzando a arrimarse hacia ella. 

“Por lo general ellos nunca alcanzan a llegar al anal... era parte de su fama, siempre hacía que se corrieran antes cuando atendía a pulseras doradas. Pero ahora...” se dijo María Isabel.

María Isabel: ¡UUUHHH! -Le entró de golpe y sus ojos se abrieron como jamás pensó que se abrirían. Le costó articular palabra- E-Es-Espera... Momen--

Alonso: ¡OOHH!

María Isabel: ¡UUUUUHHHHH!

¡Chop! ¡Chop! ¡Chop! ¡Chop! ¡Chop! ¡Chop! Debió cerrar los ojos con fuerza para poder sobrellevar la taladrada que el muchacho comenzaba a darle por el culo y cuando intentó agachar su cabeza y, con suerte, enterrarla en la almohada, Alonso tiró de la cadena y su frente se alzó, casi mirando hacia el techo mientras que su espalda se arqueaba. El muchacho volvió a escupir en su entrada anal, sacó un poco el pene y volvió a enterrársela.

María Isabel: ¡UUUUUUHHHHHH! ¡UH! ¡UH! ¡UH! -Soltó un alarido y logró articular algunas palabras- ¡M-Me vas a romper el cu-culo!

Un ruido en la puerta ambos sintieron y nada de miedo sintieron, ambos suponían que estaban siendo escuchados desde el primer momento y ambos debieron disimular sus risas cuando escucharon al hombre.  

Hombre: ¡Arrgg! Ya, vámonos de aquí... se la metió por el culo ya ese pendejo...

Las palabras fueron recibidas por un coro de resignación, quienes entendieron que una pulsera dorada y una follada de culo era suficiente como para comprender que no tenían chance con esa mujer mientras ese muchacho estuviera en la Hacienda. 

Alonso: ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh!

María Isabel: ¡UH! ¡UH! ¡UH!

¡Chop! ¡Chop! ¡Chop! ¡Chop! ¡Chop! ¡Chop! El muchacho volvía a tomar forma y ritmo en la follada de culo y nuevamente volvió a tirar de la cadena que esta vez le hicieron arquear aún más la espalda, poniendo el culo aún más en pompa y ahora sus ojos apuntaban hacia el techo muy abiertos. Mientras se la metía sintió una respiración cerca de su oído y soltó un ligero aullido cuando Alonso le mordía delicadamente la oreja derecha. 

María Isabel: ¡Conchesumadre! ¡Me vas a partir en dos, A-A-Alonso! ¡Uh! ¡Uh! ¡Uh! ¡Uuuhhh!

Alonso: Esa es la idea... ¡Oh! ¡Oh! 

María Isabel: ¿¡Por-Qué!? 

Alonso: ¡Por esto! 

 

Volvió a tirar la cadena y esta vez el rostro de la profesora lo miraba fijamente mientras él se apuntaba la herida que le dejó su cachetada, pero el rostro de la mujer se desconfiguró por completo cuando el muchacho enterró de golpe el pene en su culo nuevamente. 

María Isabel: ¡UUUHHH! ¡NO-TAN-FU-ER-TE!

¡CHOP! ¡CHOP! ¡CHOP! ¡CHOP! ¡CHOP! ¡CHOP! Alonso le soltó una sonora nalgada mientras fundía su boca en la de la profesora, quien la recibió con gusto nuevamente. Mientras estás volvían a luchar en el interior, la follada de culo que Alonso le estaba dando a María Isabel era monumental, jamás pensó que un culo podía sentirse tan bien y la idea de metérsela a la profesora Giselle por el culo se le vendría a la cabeza la próxima vez que la viera. 

María Isabel: ¡MUUAAH! ¡AAAAUUUUHHHH! -Su cabello se zarandeaba cada vez más pesadamente porque el sudor comenzaba a hacer lo suyo. Intentó mirarse, sus piernas tiritaban, sus tetas duras se movían con furia ante cada embestida, la falda cortísima de cuero negra subida y el calzón diminuto a medio bajar. 

Alonso: ¡OOOHHH! 

María Isabel: ¡CON-CHE-TU-MA-DRE! ¡A-LON-SO! ¡ME-VAS-A-ROM-PER-EL-CU-LO-LA-CON-CHA-DE-TU-MA-DRE! ¡OOHH! -El muchacho volvió a tirar de la cadena y ella no pudo más que mantener su culo bien en pompa mientras su mentón se estrellaba contra la almohada¡UH! ¡UH! ¡UH! ¡UH! ¡UH!

¡CHOP! ¡CHOP! ¡CHOP! ¡CHOP! ¡CHOP! ¡CHOP! Un gemido lastimero el muchacho sintió, pero eso no fue impedimento para seguir taladrando con fuerza el culo de la profesora. Los ojos de esta estaban bien abiertos y totalmente en blancos debido al placer, su lengua estaba afuera y la baba hacía una posa en la almohada, mientras Alonso soltaba gruñidos de placer y con una mano en la cadera se daba fuerza para enterrársela con más fuerza en el culo ante cada embestida de su pelvis. 

María Isabel: ¡AAAAAAUUUUUUHHHHHH! 

Era oficial, jamás se había corrido dos veces en un mismo acto sexual. El muchacho seguía manteniendo su pene en el culo de la profesora, pero la verdad es que ahora estaba algo inerte desde el momento en que sintió que el cuerpo de María Isabel tembló de pies a cabeza y no fue hasta que miró hacia abajo cuando se percató de que se estaba corriendo como loca. Intentó mirarla y, cuando lo hizo, se encontró con una mujer borracha de placer, con su boca bien abierta y lengua afuera, sus ojos en blanco y dejando esa cama toda chorreada. 

Alonso: ¿Está bien? Uuff... 

María Isabel: N-No más... por favor... no más... -Le estremecía saber que aún no había sentido el semen de ese muchacho. Seguía sin correrse. 

Alonso: Todavía no me la chupa.

María Isabel: N-No...

Alonso: ¿Me la quiere chupar?

María Isabel: S-Sí... sí quiero... te la quiero chupar...

Alonso tiró de la cadena y esta, sin fuerzas para ponerse de pie por el fuerte temblor en sus piernas, comenzó a gatear hasta el lugar donde su muchacho la quería y era debajo de las pequeñas ventanillas. Ella lo agradeció, ahí estaba fresquito, ingresaba aire y eso era exactamente lo que necesitaba porque su cuerpo ardía por completo. 

Alonso: Aquí está... venga... -La mujer lo miró con algo de furia que rápidamente se transformó en sumisión y abrió mucho la boca para intentar encontrarla- Uy, casi. 

María Isabel: N-No seas malo... te la quiero chupar, déjame chupar... por favor, quiero chupar -La movió de izquierda a derecha y ella con la boca abierta intentó agarrarla, pero no había caso.

Alonso: ¡OOUUHH! -Hasta que lo consiguió y de un bocado se la metió toda en la boca- ¿Tanto la quiere chupar?

María Isabel: Ajam -No articulo más palabra porque ya la tenía toda en la boca, pero sus ojos volvían a recuperar su viveza, dejando atrás la sumisión. 

Alonso: ¡Ooohhh! ¡Eso! ¡Así! 

¡Glup! ¡Glup! ¡Glup! ¡Glup! ¡Glup! ¡Glup! Ni siquiera se acordó de poner su puño en la base del pene de Alonso porque su lengua ya recorría buena parte de ese tallo de carne y duro. Salivaba mientras su cabeza iba de atrás hacia adelante intentando que ni un centímetro de pene se le quedara afuera de la boca. 

Alonso: ¡Profesora, como le gusta chupar! 

María Isabel: ¡MUAH! Me encanta... -Ella tomó el tronco del pene y comenzó a darse golpes en las mejillas con la boca bien abierta y la lengua afuera- ...me encanta chupártela. 

¡Glup! ¡Glup! ¡Glup! ¡Glup! ¡Glup! ¡Glup! Alonso le había devuelto una sonrisa y mientras escuchaba esas palabras posó su mano en la nuca de la profesora e hizo que se la enterrara en la boca. Mientras ella estaba algo bizca mientras veía ese rico pene entrar y salir de su boca, el muchacho debió cerrar los ojos para poder aguantar algo más. Habían pasado un par de semanas desde que él y Giselle estuvieron juntos y algo acumulado estaba. Aunque quizás no tanto como su amigo Facundo. 

María Isabel: ¡MUUAAH! ¿te gusta?... -Ella lo pajeaba mientras con su lengua recorría de arriba abajo- ...¿te gusta cómo te la chupo? 

Alonso: Muy rico. 

María Isabel: Nadie te la chupará mejor que yo -Y se la tragó nuevamente y hasta el fondo, poniendo sus ojos bien en blanco. 

“Su culo es un sueño, pero hay alguien que chupa mejor que usted” se dijo Alonso, recordando a la profesora Giselle. 

Alonso: ¡OOOHHH!

¡GLUP! ¡GLUP! ¡GLUP! ¡GLUP! ¡GLUP! ¡GLUP! Aunque con la ferocidad que comenzaba a demostrar, el muchacho debió afirmarse de la pared para que sus piernas no comenzaran a flaquear. La profesora Giselle no necesitaba de esa ferocidad para lograr lo mismo que estaba consiguiendo María Isabel, ella simplemente tenía la mejor técnica de lengua que se pudiera conocer. Sus gemidos estaban siendo cada vez más difíciles de reprimir y entonces decidió ayudar a la profesora, poniendo ambas manos en la cabeza de la mujer. 

Alonso: ¡OOOOHHHH! -Una vez que esa cabeza fue hacia atrás, la sujetó bien. 

María Isabel: ¡MUUUAAAH!... ¿Q-Qué? ¿Ya no te gusta? -Estaba muy agitada, pero se permitió sonreír, mientras nuevamente se la metía a la boca, estaba poniendo énfasis en la punta del pene del muchacho.

Alonso: ¡Oh! ¿está rico el pico? -Ella asintió mientras nuevamente se la sacaba y sus ojos se entrecerraban de placer mientras lo pajeaba y ella aprovechaba de tomar aire. 

María Isabel: ¿Me vas a dar la lechita? ¡Mmm!

Alonso: ¡Uf! ¿Cómo se pide? -Ella sigue pajeándolo mientras le da unas lamidas a la punta.

María Isabel: Quiero que me des toda la lechita ¡Uh! -Besó la punta mientras le sonreía y luego lo volvía a pajear- Bien calentita... así en la boca... toda la lechita... ¡dame la lechita! ¡Uuuhhh! ¡Gluuuup!

 

¡GLUP! ¡GLUP! ¡GLUP! ¡GLUP! ¡GLUP! ¡GLUP! Había alcanzado a escupir ese pene cuando sintió la mano del muchacho en su nuca y volvía a metérsela hasta la garganta. Esta vez tenía ambas manos sobre su cabeza, pero todavía más firme y ahora era conducía la follada de boca con fuerza. Mientras uno de sus ojos se ponía blanco, el otro se ponía bizco... cuando sintió que el cuerpo de Alonso se tensaba.

Alonso: ¡Oooohhhh! 

Estaba hace rato sin correrse y la corrida que le dio en la boca a la profesora María Isabel era una que ella jamás había experimentado. ¿Pero qué le pasaba a ese muchacho que lograba tal reacción en su cuerpo y mente en solo un par de días? El semen le llenaba la boca y las mejillas se le hinchaban mientras algo se le escapaba por los labios, para su disgusto porque ella quería tragársela toda. De a poco lo hizo mientras sentía nuevas corridas en el interior de su boca y algo de semen ya caía en sus grandes tetas operadas. 

Apenas sintió que ya no salía nada más y la profesora se lo estaba tragando todo, aprovecho de sacar su pene que seguía duro de la boca de ella y avanzó un par de pasos. Sus piernas se tambaleaban y debió caer de rodillas en el suelo alfombrado. María Isabel tomaba una bocanada de aire mientras con sus dedos recogía el semen que había caído en sus tetas para llevársela a la boca. 

María Isabel: T-Tienes que irte -La mujer seguía intentando recuperar el control de sus respiración, mientras su cuerpo seguía tiritando de pies a cabeza.

Alonso: ¿No me sacará de aquí?

María Isabel: N-No puedo... si aparezco y luego me marcho antes de las dos de la tarde, más de una sospecha levantaré. 

Alonso: ¿Y esos hombres? -Ella soltó una risotada cansada. 

María Isabel: Soy una puta, Alonso, después de ti el resto será pan comido... solo necesito una siesta antes de volver a la fiesta. 

Alonso: ¿Por dónde puedo salir?

María Isabel: Primero, no c-corras. Anda hacia la cordillera e intenta salir por el muro que está cercano al granero, que no te asuste la bulla... en ese granero siempre se juntan muchas parejas y a esta hora deben estar en lo mejor. Siempre mirando hacia la cordillera, avanza hasta llegar a una aldea. Deben ser unos seis... o cinco kilómetros -Tragó saliva, seguía muy cansada, mientras una poderosa fuerza la invadía- Ahí podrás encontrar algo mejor que te lleve a un pueblo cercano. 

“Cinco o seis kilómetros ¡Mierda!” se dijo el muchacho.

A Alonso esa idea poca gracia le hacía y cuando encontró sus jeans tomó su iPhone, encontrándose con varios mensajes de la profesora Giselle. 

Giselle: Los muchachos me dijeron que tenías algo importante que hacer ¿Dónde estás? -Luego otro- ¿Estás bien? 

Alonso: Necesito que me ayude -Le envió su ubicación por WhatsApp- Necesito que me venga a buscar ¡Es urgente!

El muchacho miro a la profesora María Isabel, quien estaba de rodillas y con su cabeza caída. Se había quedado dormida. Alonso la tomó en brazos y la recostó delicadamente sobre la cama, procurando sacar las sábanas manchadas con su corrida y las almohadas con su baba. Se vistió rápidamente, se ocupó de cerrar la puerta bien y comenzó a avanzar hacia la cordillera, teniendo que rodear varios quinchos y no llamar la atención para dirigirse hacia el granero.

A ratos apuraba el paso, a ratos se detenía para observar mejor a esas mujeres que estaban en los diferentes quinchos con hombres sonrientes que las manoseaban. Algunos, y delante de sus compañeros o amigos, se las follaban ahí mismo. Algunas de ellas tenían sonrisas en sus rostros, otras estaban francamente idas o queriendo estar en cualquier otro lugar. Alonso avanzó y llegó hasta el granero en donde, como le dijo María Isabel, estaban en lo mejor de la fiesta. Desde ahí ya podía la pared de ladrillos y un poste, desde donde la punta vigilaba una cámara. Pero algo lo distrajo. 

Al mirar hacia la izquierda una pequeña choza tenía su puerta entreabierta. Alonso decidió acercarse y, al empujar la puerta, tragó saliva al observar a una mujer de tetas enormes que colgaba de manos con una cadena desde la pared. Sus pies apenas tocaban el suelo. No supo dilucidar la edad que tendría porque su rostro tenía puesta una máscara que parecía de lucha libre, salvo que esta mascara le impedía ver nada; era de látex plateado, muy ajustada y solo un orificio dejaba a la vista su boca que estaba abierta, con baba cayendo al suelo. 

Mujer: ¿H-Hola? -Alonso abrió mucho los ojos y decidió dar un paso atrás. 

No recordaba la última vez que se había cohibido de esa forma ante una mujer, pero era mejor no dar esa batalla ese día y juntó nuevamente la puerta. Miró a los alrededores y recordó que su objetivo principal era salir de ahí lo antes posible. Nuevamente se concentró en la pared de ladrillos y algo de temor sintió al reparar, nuevamente, en esa cámara de vigilancia.

El muchacho tragó saliva y miró hacia el suelo en busca de algo que le pudiera ayudar. Había una piedra, pero eso no le garantizaba romperla y de fallar llamaría demasiado la atención... pero más allá vio un charco de lodo lo suficientemente espeso para nublar la visa de esa cámara por una ventana de tiempo que le permitiera escalar esa pared. Se acercó a la pequeña zanja, se acuclilló y tomó una buena porción de lodo... apuntó y lanzó. Cerca. 

Volvió a tomar una buena porción de lodo y la lanzó nuevamente, esta vez cubriendo buena parte de la cámara. Alonso sonrió y luego algo olió. Mirándose las manos con atención las acercó a la nariz y la arrugó, quedándole bastante claro que lo que tomó no era lodo... regurgitó, intentando limpiarse las manos en sus jeans mientras se acercaba a la pared de ladrillos. 

Muchacho: ¡Oye! 

Alonso miró hacia atrás y se percató de que un MUCHACHO flacucho y con cara de rata se acercaba con velocidad hacia él. Utilizaba unos jeans negros y una polera con cuello del mismo color... tenía una radio en su mano, pero estaba más preocupado por atraparlo. Alonso volvió a tomar el excremento que pensó que era lodo, hizo una bola y se la lanzó, dándole de lleno en el rostro a ese jovencísimo guardia de seguridad. Aprovechando que parecía noqueado, corrió hacia la pared de ladrillos rezando de dar el salto suficiente para llegar arriba. Nunca fue bueno en Educación Física, por lo que se sorprendió bastante al verse en la cima.

Alonso: ¡Ay!

Al mirar hacia abajo supo que la fuerza que lo tironeaba hacia abajo era el muchacho con cara de rata que lo tenía sujeto de su pierna. Forcejearon y se sorprendió al notar que a pesar de tener su rostro lleno de excremento, este pudiera mantenerse de pie y con fuerza tironearlo. Colgaba. Alzó su otra pierna y con fuerza le dio de lleno una patada en el rostro ¡Crack!

El muchacho cayó de lleno sobre un charco de lodo... que esta vez sí parecía ser lodo. Alonso se puso de pie en la pared de ladrillos y observó el extenso campo que tendría que recorrer; tragó saliva al preferir subir de nuevo esa pared antes que lanzarse a un pequeño canal de agua que tenía en frente. Tomó una bocanada de aire y...

4

JULIÁN [18] observaba desde la calle esa enorme casa que se alzaba frente a sus ojos, detrás de un enorme portón y frondosos arbustos; la casa donde vivía junto a su madre ni siquiera debía alcanzar el porte que ese lugar solo abarcaba en su primer piso. El muchacho estuvo ahí, mirando, durante largos minutos y algo nervioso... algo impropio de él, porque él no solía ponerse nervioso y muchas veces su silencio se confundía con la timidez, pero nada más alejado de la realidad, simplemente no le gustaba llamar la atención y esa no era la excepción. 

El capitán del equipo de fútbol del Rot y capitán del equipo de fútbol del neue Horizonte la llevaba siguiendo toda la semana; desde que salía de su departamento, hasta que salía del colegio y esa habilidad para no llamar la atención había jugado a su favor. Miró por la ruta hacia el lugar en donde dejó escondida su bicicleta y comenzó a cruzar la calle hasta el portón. Ahí no sabía bien qué hacer, pero apenas acercó su mano a la perilla, la puerta eléctrica tronó y comenzó a abrirse para dejarle pasar. 

Al mirar hacia la izquierda notó un garaje abierto con tres espacios que estaba siendo ocupado por dos vehículos, y muy buenos vehículos. Reconoció el Volvo de ella y al lado había un Audi plateado. Avanzó por el sendero empedrado hasta la puerta principal de esa gran casa y esta estaba entreabierta, por lo que solo cruzó el umbral y un bullicio llegó a sus odios. Parecía haber bastantes personas en esa casa. El muchacho ya se podía hacer una idea de qué era todo eso, pero hasta no estar seguro solo eran eso, ideas. 

Mujer: ¡Hola, soy Ametista! 

Julián alzó la mirada y se encontró con una mujer de buen porte, debía medir 1,70 o 1,74, delgada y estética. Su andar era elegante y claramente ese cabello morado ocultaba su verdadero color de pelo. Sus ojos también eran algo violeta, al igual que su labial y el sombreado de sus ojos. Se paseaba con una elegante ropa interior también de color violeta y una bata de seda, con detalles elegantes y del mismo color, cubría sus brazos, espalda y parte de su elegante culo. AMETISTA [51] le sonreía, cariñosa, casi maternal. 

Julián: H-Hola. 

Ametista: ¿Con quién tienes hora, querido? -Ella parpadeó, varias veces, esperando una respuesta, sin dejar de sonreír- ¿Rubí? ¿Zafiro? 

Julián: ¿Rubí? -Carraspeó- N-No... ella tiene el... el... trasero...

Ametista: Ooohhh, entiendo, tienes hora con Zafiro. Llegas temprano, ella ahora está atendiendo, luego se toma un pequeño descanso y luego vas tú. Me dijo que llegarías más tarde. 

Julián: ¿Le dijo?... es que--

Ametista: No pasa nada, sube al segundo piso y ahí hay una sala de juegos. Hay unos tres chicos, pero de seguro se llevarán bien. 

Ametista rozó la barbilla del muchacho mientras sus ojos brillaban sonrientes y comenzó a subir hacia el segundo piso. Julián decidió seguirla, intrigado por esa Ametista, sabiendo que Zafiro era su objetivo y queriendo verle la cara a esa tal Rubí. 

“Si consigues a la puta de educación física, luego estarás mucho más cerca de conseguir a la puta de su hermana y ahí... amigo mío... jamás tendrás que preocuparte del futuro. Rommel aprecia, y mucho, esa clase de ofrendas” le había dicho el profesor Luis durante la semana. 

Pero Julián ya estaba fantaseando con la idea de conseguir a Zafiro, mientras que Ametista y Rubí podían ser un buen premio de consuelo para el profesor Luis si no se conseguía a la profesora de Historia. Ella siempre había sido buena con él, realmente no quería hacerle daño; su hermana, por otro lado, apenas la conocía y no sentía ningún aprecio por ella.  

Ametista: Ok... Dieguito, vamos -La mujer chocó sus palmas, como una tía de guardería, para llamar la atención de los tres muchachos que estaban sentados en el sofá frente a una pantalla jugando en una Xbox-¿Me echaste de menos? 

Dieguito: ¡Mucho! 

Julián se sorprendió de que le hablara como si ese niño tuviera cuatro años, pero al darles un vistazo se sorprendió de que fueran estudiantes universitarios. Si parecían mucho menores que él. Aunque estaba acostumbrado, su físico imponente, su posición en el equipo de fútbol del neue Horizonte, le había dado una fisionomía diferente. 

Dieguito, algo moreno y de pelo pajoso, pasó al lado del recién llegado y arrimó su rostro entre medio de las turgentes tetas de Ametista, quien le devolvió un abrazo y le acarició su pelo de manera maternal. Luego lo tomó de la mano y comenzó a llevarlo a la habitación que estaba al frente, mientras Dieguito no perdía el tiempo en meter su mano entre los cachetes del culo de esa mujer. Hubo una especie de silencio, en donde solo se escucharon las risitas de Ametista y los tacos con cada paso que daba. 

Julián observó como esos muchachos, ahora dos, volvían a concentrarse en el videojuego que tenían al frente y no vio a nadie más por ahí cerca. Poniendo atención hasta el más mínimo detalle volvió al pasillo y, cuando pasos escuchó, se escondió detrás de un pequeño armario cuando un muchacho de unos 25 años bajaba la escalera desde el tercer piso, sudado y dándose aire con las manos. No prestó mayor atención, porque rápidamente se fue al primer piso y Julián entendió que era su momento de subir al tercer piso. 

Lo primero que escuchó al llegar al tercer piso era el tarareo infantil de una mujer que reconoció de inmediato. Eran común escuchar a la profesora tararear mientras observaba a sus alumnos realizar los ejercicios en clases. Al acercarse a la puerta de la habitación observó como DANIELA UNDURRAGA [34] abría la ventana para ventilar la habitación. Llevaba una diminuta tanga azul eléctrico que se perdía entre los cachetes de ese monumental culo; la media de rejilla de la pierna derecha no estaba y la de la izquierda estaba cerca de la rodilla. No llevaba sostén y su peluca corta de color azul eléctrico estaba algo ladeada. Se giró y Julián rápidamente se escondió, para luego ver como la profesora ingresaba al pequeño baño que estaba en el interior. 

“Es puta” se confirmó Julián. 

El muchacho ingresó a la habitación y notó que las sábanas de la cama estaban desordenadas, un condón usado reposaba cerca de un basurero y el sostén de la profesora colgaba desde una de las puntas del respaldo de esa enorme cama. Se acercó a la ventana y echó un vistazo hacia el exterior, era una buena caída y algo de vértigo sintió. Al mirar hacia atrás, se percató de un sillón de una pieza que parecía bastante cómodo. Suspiró y se fue a sentar. Ahí esperó. 

Daniela: La... la-la-la-la... mmm-mmm... la-la-la-la...

La mujer volvió a salir del baño, esta vez sin peluca, nuevamente con dos medias hasta la mitad de sus generosos muslos, unos tacos en punta, algo mojada por la ducha que se había dado y con una bata de seda en la parte de arriba. Era una bata idéntica a la de Ametista, solo que de color azul. Tenía unas tetas operadas a prueba de movimientos, pero Julián notó esos pezones erectos entre el vaivén de la bata. 

Julián: Hola, profesora. 

Daniela: ¡Ay! -Miró hacia la puerta de la habitación y notó que estaba cerrada. El muchacho notó que comenzaba a temblar de pies a cabeza esa mujer- ¡Ju-Julián! 

Julián, como un anciano cansado, suspiró al ponerse de pie y sacó un pequeño trozo de papel. Cada paso que daba hacia adelante era un paso que Daniela retrocedía, con sus ojos muy abiertos. 

Julián: A las seis de la tarde tiene que estar en la primera dirección, a las nueve tiene que estar en la segunda y a las once de la noche tiene que estar en la tercera dirección. 

Daniela: ¿Q-Qué? -La mujer tragó saliva. Cada vez tiritaba más. 

Julián: Si no va, créame, lo voy a saber -Le echó un vistazo, nuevamente, a la habitación- Y no quiero que vuelva a perder el tiempo en esta casa, nunca más. 

Daniela: ¿Qué te has creído mocoso insolente? -Se le quebraba la voz, pero se sintió orgullosa de poder articular esa pregunta- No pienso ir a ningún lado. 

Arrugó el papel y se lo lanzó a los pies al muchacho. 

Julián: El video donde aparece vestida de enfermera en Halloween aparecerá en todos los grupos de cursos del colegio... luego llegará al de apoderados. Se acabó su trabajo y quizás el de su hermana. 

Daniela: ¿Vídeo? ¿Qué vídeo? -Inmediatamente recordó ese vídeo, ese vídeo que el idiota disfrazado de vampiro grabó. 

Julián: Y si no le interesa que todos en el colegio sepan la puta que es, bueno, ellos sabrán de esta casa. 

Daniela: N-No.

Julián: Y si todo eso no es suficiente, es probable que no solo pierda su trabajo... puede no volver a ver jamás a su hijo, ¿no es eso lo que quiere? Volver a verlo -Daniela estaba aterrada al escuchar a ese muchacho, frío como hielo- Será casi un año sin verlo. Supe que ya se puso al día con la pensión de alimentos, que bueno, aunque es mucho dinero. Luego pensé que una mamá quiere estar con su hijo, ¿pero con quién estará mejor el niño? ¿qué pensará la gente? Yo creo que ellos pensarán de que un niño estaría mejor con su padre, el abogado respetado... no con su madre, la puta.

Julián miró el papel arrugado que estaba a sus pies y con una patada lo lanzó hasta cerca de la profesora Daniela, quien había bajado su mirada, su cuerpo temblaba y las lágrimas corrían por sus mejillas. Era tanta la pena y la impotencia que ya no le interesaba mantener cerrada su bata y que sus tetas se vieran. 

De golpe se puso de rodillas e intentó acercarse al muchacho, que se alejaba de ella, pero consiguió alcanzarlo y con sus manos temblorosas intentó bajar el buzo que llevaba puesto su alumno. 

Daniela: Y-Yo te puedo a-atender muy bien... siempre -Se le estaba dificultando bajarle el buzo- P-Puedo ser tu p-puta, solo p-para ti, t-toda tuya... tu puta... una p-puta solo para ti. 

Miró hacia arriba y se encontró con la fría mirada del muchacho, que escalofriantemente esbozaba una sonrisa. Tomó ambas manos de la profesora y la alejó de él. 

Julián: Tranquila, profesora. Si se porta bien, luego de un tiempo la Hacienda puede tratar muy bien a sus mujeres. 

Daniela ya no sentía pena o impotencia, por su cuerpo comenzó a correr el terror y sus grandes ojos lo demostraban. Julián la miró de reojo y caminó hacia la puerta de la habitación, se detuvo unos segundos y quiso decirle algo, pero solo un suspiro salió de él y siguió su camino hacia las escaleras. 

 

***

ALONSO había caminado, a tropezones, más de cinco kilómetros cuando logró divisar el pueblo que la profesora María Isabel le había mencionado. Bueno, decir que era un pueblo era ser bastante generoso, porque básicamente era una aldea, un conjunto de bonitas casas cuyas calles no estaban pavimentadas y la sensación es que población bastante adulta habitaba ese lugar. El muchacho chistaba cada vez que su pie se enterraba en el barro camuflado por un pastizal alto y jamás se había sentido tan sucio en su vida. 

Alonso suspiró ante lo que veía en una pequeña loma, era como estar frente a un ángel; la profesora GISELLE UNDURRAGA estaba de brazos cruzados observándolo desde ahí y junto a su Volkswagen. Había respondido su llamada de auxilio. La mujer vestía unos jeans ajustados, unas vans y un polerón con cierre que mantenía algo bajo, porque desde ahí el muchacho pudo notar perfectamente ese escote que guardaba las enormes tetas de su profesora. Dando un último esfuerzo, comenzó a subir la pequeña loma hasta llegar frente a su profesora, quien inmediatamente arrugó su nariz. 

Giselle: ¿Eso es caca? 

Alonso: ¿Ah? -El muchacho miró sus manos y observó lo sucias que estaban. Las olió y recordó- Ah, sí. Tuve un problema en la salida. 

La salida. El muchacho observó hacia atrás, hacia el camino que recorrió para cerciorarse de que nadie lo estuviera siguiendo. 

Giselle: Toma, límpiate -Desde la guantera la mujer sacó toallitas húmedas y el muchacho rápidamente se limpió sus manos y frente, que estaba muy sudada. 

Alonso: ¿Tiene lápiz? 

Giselle: ¿Lápiz? 

Alonso: Y papel, necesito lápiz y papel -Revisó la guantera, pero fue la profesora quien alcanzó su bolso y sacó una libreta junto a un lápiz. 

Giselle no quiso decir mucho porque el muchacho comenzó a escribir rápidamente; venía memorizando en el camino para no perder absolutamente ningún detalle de todo lo que vio en esa Hacienda. Apuntando lograría que nada se le escapara para que cuando llegara a su casa pudiese escribir sin problemas. Sería una noche larga de escritura, pero estaba listo.

Giselle: ¿De dónde vienes? -El muchacho seguía escribiendo, pero ya controlaba mejor su respiración-¡Alonso!

Alonso: ¿¡Ah!? -Se sobresaltó, tragó saliva y carraspeó- De la hacienda. 

El muchacho bajó el vidrio de la puerta del copiloto y apuntó hacia el este. La mujer miró en la dirección que le apuntaba, pero no divisó nada. 

Giselle: No veo nada.

Alonso: Está a unos cinco kilómetros de aquí... ahí donde se ven los árboles más grandes ¿ve?

Giselle: ¿Caminaste todo eso? 

Alonso: Caminé, salté, corrí... me ensucié, me mojé...

Giselle: ¿Y qué descubriste? -El muchacho volvió a tragar saliva y se permitió sonreír. 

Alonso: Oh, muchas cosas... créame, muchas cosas -Miró a los alrededores, percatándose de que el vehículo no se estaba moviendo- ¿Nos podemos ir de aquí?

Giselle rápidamente le echó una mirada, algo extrañada y preocupada, pero estaba de acuerdo en que quería irse de ese pueblucho algo tenebroso. No alcanzó a tomar velocidad cuando un vehículo se estacionó de golpe frente a ellos; ambos soltaron unos gritos de sorpresa y miedo. Era un Mercedes Benz clase G de color escarlata y el miedo se tomó el cuerpo de la profesora Giselle al ver quien era el que se bajaba de ese vehículo con el semblante serio y unos lentes oscuros. 

Alonso: ¿Es el director? -Giselle aseguró las puertas y miró por el retrovisor con la idea de huir. 

HANS ROMMEL [38] ya estaba junto a la puerta del conductor y golpeó delicadamente el vidrio, con una Giselle que le devolvió una mirada de sorpresa. Con un gesto, el hombre pidió que bajara el vidrio. La profesora algo temblaba, pero decidió bajar el vidrio, solo un poco. 

Giselle: ¿Qué quieres?

Hans: Bajen del auto, rápido. 

Giselle: No. 

Alonso no entendía nada de lo que ahí estaba pasando. Hasta donde sabía, su profesora y el director tenían una muy buena relación e incluso muchas veces sospechó que ahí podía suceder algo más y, como fuese, no era algo normal que ella estuviera temblando ni que él se apareciera así como así frente a ellos. ¿Será una escena de celos? Quizás era su culpa. No, no podía ser. Aquí debía haber algo más y no podía permitir que su profesora estuviera temblando de miedo así como lo estaba haciendo. 

Hans: Rápido, Giselle, no tenemos tiempo. 

Alonso: Dijo que no -El muchacho hubiese preferido que le respondiera de mala manera, pero el director ni siquiera lo miró. Era invisible.

Giselle: No voy a ir contigo, Hans. 

Hans: Bájate... ¡Ahora!

El grito sonó en perfecto español, pero con un ligero tono germano que hizo que tanto profesora como alumno se estremecieran. Giselle sacó el seguro a la puerta de su Volkswagen y Alonso decidió seguir a la profesora porque no pretendía dejarla sola en ningún momento. Hans abrió la puerta del vehículo y permitió que la mujer se bajara, apenas la miró mientras ella solo tenía ojos asustadizos para él. De pronto, el director emitió un silbido y, desde uno de los pasajes apareció un HOMBRE que debía tener unos cuarenta años, flacucho y moreno, que avanzaba al trote hacia ellos. 

Hans: Miguel, llévate esta camioneta a Valdivia. Estaciónala cerca de la plaza de armas.

Miguel: Como usted diga, jefe -Antes de ingresar a la Volskwagen se detuvo y miró al director- Hicimos pan amasado, barras de pan amasado, por si acaso. 

Hans: ¿Con mantequilla? -El hombre asintió- Bien, reserva unos tres y los paso a buscar a la tarde. Gracias, Miguel. 

Miguel: De nada, jefe -Le hizo un gesto amable a Giselle- Buenas tardes, jefa. 

El Hombre rápidamente subió a la Volkswagen, echó marcha atrás y luego, evitando el bloqueo del Mercedes Benz, la camioneta de la profesora Giselle comenzó a perderse en el horizonte. Quiso protestar, creyendo que no volvería a ver su vehículo, pero la mirada fría del director la hicieron cambiar de idea.

Hans, con un gesto, invitó a Giselle a que se subiera a su todoterreno de lujo y esta fue directamente a la puerta trasera, con Alonso siguiéndola de cerca. El director del neue Horizonte miró a los alrededores y luego se dirigió a su Mercedes, para subirse y echar a andar.  

Cuando ingresaron a lo que parecía ser la calle principal de esa pequeña aldea se quedaron en silencio. No hablaron siquiera cuando el Mercedes tomó una ruta de tierra que iba en dirección a la Cordillera de los Andes. Mientras Giselle, que parecía resignada, miraba con odio y miedo al director, Alonso dio un vistazo hacia la parte trasera del vehículo y notó varias bolsas grandes abiertas y, poniendo más atención, el muchacho supo que eran compras del supermercado; tarros de café, alimentos, artículos de aseo, embutidos, bandejas con carne y pollo, etc. 

 

***

Ambos pasajeros debieron afirmarse cuando el todoterreno ingresó a un pequeño sendero también de tierra flanqueado por altos y frondosos árboles. El Mercedes siguió por esa ruta durante varios minutos, debieron ser unos veinte, hasta que en el horizonte vieron como unos antiguos portones de hierro comenzaban a abrirse y tanto Alonso como Giselle tragaron saliva al ver la arquitectura que se alzaba sobre una pequeña loma. 

“Si me dicen que aquí vive Drácula, le creo” se dijo Alonso, impresionado. 

No sé si alguien los podía tratar de exagerados si dijeran que estaban a punto de ingresar a una mansión construida a los pies de la cordillera. Esa era una casa de piedras, con un techo de gruesas tejas en donde resaltaban varios picos de altura, lo que podían ser azoteas. Cuando la todoterreno se estacionó en el único espacio que permitía estacionar, Giselle y Alonso se bajaron para observar como nunca la imponente cordillera. Jamás la habían tenido tan cerca. Hacía un frío que estremeció ambos cuerpos y Hans se encaminaba subiendo los peldaños de piedra hacia la puerta principal. La profesora echó un vistazo a los jardines bastante descuidados, francamente abandonados y decidió seguir a Hans por los peldaños, al igual que Alonso. 

La gruesa puerta estaba abierta y Alonso debió contener su impresión al ver el interior de esa casa. Estaba mirando una gran sala principal cuyas paredes habían desaparecido detrás de los muchos libros que cubrían esas estanterías. Se sobresaltó cuando, al mirar a la derecha, una armadura de hierro sostenía un hacha enorme. Giselle, al igual que su alumno, respiraban lo mismo: Historia. Las diferentes mesillas sostenían flores marchitas y mapas antiguos de diferentes lugares. Mientras Alonso caminaba observaba diferentes artefactos que debían tener muchos años; aunque se tropezó con un avión de juguete que claramente no debía tener demasiados. 

Ambos visitantes se sobresaltaron cuando el crujir de una puerta con demasiados años encima se abrió y ambos visitantes se estremecieron al ver una escalera de madera destartalada que conducía a un sótano. 

Hans: Bajen -La profesora intentó disimular su odio para mirarlo suplicante.

Giselle: D-Deja que Alonso se vaya -Su voz parecía quebrarse- Por favor. 

Hans: Bajen -La mirada suplicante de la mujer volvió a transformarse en odio.

Giselle: Esto no se quedará así, Hans, te prometo que saldré de ahí y te vas a arrepentir. 

Hans: Sé muy bien que vas a salir de ahí... muy luego -Al muchacho le sorprendió la repentina frialdad del director, un hombre siempre amable. 

La mujer de enormes tetas rezongó y comenzó a dirigirse hacia la puerta, seguida de cerca por Alonso que seguía mirando fijamente al director. Este solo atinó a bajar su mirada, aunque no se notó en él ninguna pizca de arrepentimiento por enviar a los dos a un sótano. 

Los peldaños crujían y un fuerte olor a humedad llegó a las narices de Alonso quien notó con agrado que el lugar no estaba demasiado oscuro por dos pequeñas ventanillas por las cuales ingresaba la luz. Una daba hacia la entrada principal, por donde ingresaron e incluso vio el Mercedes del director, y la otra daba hacia el gran salón principal. Mientras la ventanilla que daba hacia el exterior estaba entreabierta, la que daba hacia el interior era una rejilla y curiosidad causo en los dos cautivos que pudieran escuchar y ver casi a la perfección. 

Alonso observó ese sótano y se percató de la enorme cantidad de cajas que estaban por todo ese lugar. Muchas estaban abiertas y el muchacho notó que contenía papeles, pergaminos, cuadernos, libros, todo muy viejo y amarillento. El muchacho se sobresaltó cuando una rata gorda escapó por entre medio de las cajas hasta perderse en un hueco en la pared y, cerca de ahí, algo brilló en los ojos de Alonso. 

Ambos volvieron a sobresaltarse cuando algo sonó contra el piso de fina madera, fue una especie de retumbar. Giselle intentó asomarse de mejor forma para ver de dónde venía ese ruido y se sorprendió al ver a una ANCIANA de pasados ochenta años que bajaba por la elegante escalera, afirmada solamente con un bastón. Era una mujer alta, encorvada por la edad, de pelo canoso afirmado con un moño; vestía con un chaleco negro y unos pants de color gris, además de unas pantuflas igual grises. En su otra mano sostenía firme un cigarro que humeaba.

“No puede ser... ha envejecido demasiado” se dijo Giselle. 

La conocía, aunque habían pasado varios años desde que la vio por última vez. Se sintió algo culpable al no recordar su nombre, pero sabía que era la tía de Hans Rommel y de la cual siempre le hablaba. La última vez que la vio fue para una fiesta de beneficencia, por ahí por el 2014, y ahí no caminaba encorvada ni necesitaba de un bastón para andar; aunque había algo que no cambiaba, su cigarro entre los dedos. 

Hans: ¿Vienen? -Giselle notó como la anciana le asentía y apuntaba hacia la puerta.

Desde un cajón, el director sacó un papel, una especie de documento, que acercó a su tía. Esta lo revisó rápidamente y asintió.

Alonso: Eh... ¿profesora? 

La mujer se giró y miró al muchacho cuya mirada estaba fija en la ventanilla entreabierta que daba al exterior. Un furgón elegante Mercedes Benz clase V plateado se estacionaba a un lado del vehículo del director Hans y UN ANCIANO y UNA MUJER de edad avanzada se bajaron. Ella esperó al anciano, que parecía tener mayores dificultades para moverse e incluso también necesitaba de un bastón para movilizarse, le ofreció su brazo y ambos caminaron lentamente hacia la puerta principal que desde el sótano se escuchaba como se abría. 

Giselle se estremeció al estar segura de que la tía de Hans la había visto, pero si la vio o no ella lo disimuló demasiado bien, porque ya miraba fijamente la entrada principal y la luz exterior iluminó su rostro mientras le daba una larga pitada a su cigarro. Parecía bastante tranquila, pero su semblante cambió al ligero desprecio cuando ambos visitantes ya se acercaban a ella. 

Anciano: ¡Katharina, schwester-El anciano mantuvo la distancia, pero aun así hizo un aparatoso abrazo que la mujer no correspondió. 

Katharina: Rudolf -Luego su mirada fue hacia la mujer recién llegada, alguien que debía tener unos quince o casi veinte años menos que los ancianos- Maria. 

Ella solo le hizo un gesto con la cabeza, algo frío. En sus manos MARIA llevaba una carpeta y la abrió inmediatamente. 

Hans: Mutter... ¿no deberíamos servirnos algo primero?

Rudolf: Mein neffe tiene razón. 

Katharina: No, terminemos esto luego. Siéntense. 

Giselle notó que una sonrisa diabólica se le dibujaba a ese anciano con la mandíbula algo desencajada, como si solo la piel sostuviera la parte de debajo de su dentadura. Tenía ojos claros, más claros que los de su sobrino, pero un ojo estaba más caído que el otro e incluso parecía más cerrado que el otro, el poco pelo que tenía era cano y ralo y la calva relucía bajo la iluminación de ese lugar. 

María, por otro lado, era lo que imaginaba cuando alguien le decía como era una alemana que provenía de una cuna de oro. Alta, con una piel blanca que hacía parecer que estuviera enferma, de pelo rubio muy bien cuidado y de caderas anchas. 

“Sin duda Hans debió salir a su padre” se dijo Giselle, al notar que el director poco y nada, salvo la altura, tenía de su madre. 

Alonso: Entonces... ¿es una reunión familiar? -Se esforzó mucho por mantener el volumen de voz bien bajo. 

Giselle: ¿Pero de dón--

Alonso: ¿El casco? Estaba tirado, en el rincón. 

Giselle: Gálea, se llama. Aunque le puedes decir casco imperial. 

Alonso: Lo utilizaban las legiones romanas... eh, ¿durante el imperio? 

La profesora asintió y le echó un vistazo rápido. Al principio creyó que era una réplica bien hecha, pero viendo esa casa, no le parecía descabellado que fuese real. Si incluso el cuero de los laterales parecía tener cientos de años. No pudo evitar soltar una ligera sonrisa al ver lo tierno que se veía el muchacho con esa gálea puesta y que combinaba bien con esa herida que tenía en el rostro.

Katharina: Rudolf, tenemos algunos reparos con el contrato que nos has ofrecido. 

Maria: ¿Qué reparos? Esto ya estaba conversado -La anciana le dedico una sonrisa algo tenebrosa.

Katharina: Este es un tema para quienes llevan el apellido Rommel, ¿te importaría hacer silencio por unos minutos, cuñada? 

Los cuatro se habían acercado a un espacio cercano a una gran ventana en donde cómodos sillones recibían a los recién llegados. Maria y Rudolf estaban de espaldas a Giselle, pero notó como ella miraba con cierto desprecio ese lugar lleno de libros y antigüedades. Hans parecía estar en sus propios pensamientos observando la pequeña mesa que había en el centro y Katharina observaba atentamente a su hermano.

Rudolf: ¿Qué más quieres? -La anciana puso sobre la mesa el documento entregado por su sobrino.

Katharina: La hacienda será tuya, completamente, y podrás hacer lo que quieras con ella -Le dio una pitada a su cigarro y soltó el humo- Pero yo quiero que el neue Horizonte sea de Hans, exclusivamente de Hans. 

Maria: ¡Ja! No puedes ser tan idéntico a tu padre y rechazar tal cantidad de dinero solo para quedarte con ese colegio que poco y nada devuelve. Firma, por favor... sohn

Hans llevó su espalda contra el respaldo, se cruzó de brazos y con una mano acarició su barbilla, sin dejar de mirar la mesa de centro. 

Hans: Yo renuncio a la Hacienda, pero el colegio es mío -El anciano dio unos manotazos al aire. 

Rudolf: ¡Arg! Bueno, bueno... firma, el colegio es tuyo. Te lo regalo. Anda, firma -Parecía bastante cabreado. 

Katharina: El colegio siempre ha sido de él. Así lo dejó expresamente dicho su padre y la Hacienda también debería ser de él. 

Rudolf: La hacienda es mía, siempre ha sido mía y siempre será mía. 

Katharina: La hacienda le pertenece a los Rommel y cuando te mueras, esa hacienda debe ser de Hans. 

Rudolf: ¡No! -El anciano golpeó su bastón contra el suelo. 

Maria: A partir de enero esa Hacienda pasará a la venta, se parcelará y se venderá por parte. 

El rostro de Katharina se transformó, como si le hubiesen pegado una cachetada. Se puso de pie y merodeó, con lentitud, por el lugar, hasta volver a quedar de frente a los recién llegados. 

Katharina: Venderás todo lo que construyeron nuestros abuelos y nuestros padres. 

Rudolf: Así son los negocios, hay más futuro en Santiago. 

Katharina: Vas a cumplir noventa años, ¿de qué futuro hablas?

Rudolf: ¿Quieres el colegio? Es tuyo, ahora, ¡Firma! -Volvió a golpear el bastón contra el suelo. 

Maria: Rudolf, si no podemos comprar los terrenos aledaños a la Hacienda, lo mejor sería quedarse con el colegio. 

Katharina: Sin el colegio, no hay firma. 

Hans tomó el lápiz y lo acercó al documento que estaba en la mesa de centro, miró a su tío fijamente. Giselle estaba con sus ojos bien abiertos, expectante... hasta que algo de aire soltó cuando el viejo Rommel asintió de manera golpeada. No parecía alguien que le gustara ceder. Hans firmó. 

Hans: No quiero volver a saber que metes tus narices en el colegio, onkel

Rudolf: Arg... no sé de qué hablas. 

Hans: Saca al perro faldero que tienes en mi colegio o seré yo quien lo eche a patadas de ahí. 

Rudolf: Je... si no has sido capaz de echarlo hasta ahora, ¿qué va a cambiar ahora?

Katharina: Tienes la firma, la Hacienda es tuya y el colegio es de mi sobrino, ahora váyanse. 

Maria: Débil, igual que su padre. Cuando no puedas mantener ese colegio no quiero que vuelvas a pedirnos nada.

Katharina: Oh... tranquila, Maria, a ese colegio no le faltará nada -Le devolvió una sonrisa, genuinamente gentil. 

Rudolf ya se había acercado a la puerta principal mientras veía como María tomaba la carpeta con los documentos y, sin siquiera mirar a su hijo, se giró para dirigirse hacia su cuñado. Giselle y Alonso tragaron saliva y rápidamente se fueron hacia la otra ventanilla para ver mejor, justo cuando escucharon que la puerta principal comenzaba a cerrarse. 

Maria: Hay un problema con una de las cámaras de seguridad de la Hacienda, se notificó cerca de las doce del día. 

Rudolf: ¿Dónde?

Maria: Lado este. Uno de los muchachos está recibiendo atención médica. Nariz fracturada.

Alonso se estremeció y notó como sus mejillas se ponían algo coloradas. Quiso esconderse, hasta que se dio cuenta del ridículo que estaba haciendo porque ellos no tenían ni la más remota idea que estaba ahí. 

Rudolf: Si no es capaz de elegir buenos muchachos quizás tú hijo tiene razón y haya que echarlo de ese colegio. 

Maria: Él ha sido leal y ama ese colegio más que mi propio hijo. Si alguien debiese ser el director de ese lugar, es él. 

Tanto Giselle como Alonso se miraron, algo aterrados y luego arrugaron el rostro cuando vieron como ese anciano posaba su mano en el generoso culo de Maria, a quien le parecía eso lo más normal del mundo. Luego, mientras se subía al elegante furgón, Rudolf aprovechó de darle un sendo agarrón de culo mientras soltaba una risita. 

Giselle: Ay... -La puerta del sótano crujió al abrirse mientras ese Mercedes Benz se iba del lugar- ...me asusté. 

Giselle y Alonso miraron hacia la puerta y se encontraron con la mirada de Hans, quien les devolvía una sonrisa cansada. Con su cabeza les hizo un gesto para que subieran.

Profesora y alumno llegaron hasta el lugar donde antes habían estado el tío y la madre del director Hans. Algo que desde el sótano la mujer no había notado era una escalera de caracol que parecía de bronce que llevaba a un pequeño segundo piso, una especie de balcón bajo techo, que contenía aún más libros. Sobre la mesa pequeña entre medio de los sillones reposaba un viejo y grueso libro que estaba escrito en alemán, además de diferentes manuscritos viejos a los alrededores y fotografías igual de antiguas que parecían ser personajes históricos de finales del 1700. Había un cenicero y, sobre él, descansaba el cigarro de Katharina, que humeaba. 

Giselle ingresó a ese sótano mirando con profundo odio a Hans, ahora lo miraba con algo de vergüenza y miedo. Más aun cuando sonreía al ver a Alonso, que estaba concentrado en una brújula, grande, de latón y con detalles cuidados. Definitivamente era muy antigua.

Giselle: ¡Alonso! -No quiso gritar, por lo que fue una especie de gruñido- No toques nada y sácate eso. 

Katharina: No pasa nada... Oh, ¿dónde encontraste eso? -El muchacho tragó saliva, avergonzando, mientras se sacaba la gálea.

Alonso: Eh... botado, en un rincón del sótano. 

Katharina: Lo busqué, hace un par de años -Con una manotazo le restó importancia- Quédatelo, mi sobrino me dijo que eres muy bueno en historia. Te lo regalo. Lo encontré en uno de mis primeros viajes por el mediterráneo.  

Alonso: ¿En serio? -Ahora que sabía que ese casco imperial era real, lo miró con un renovado entusiasmo mientras se lo volvía a poner. 

Katharina: ¿Qué, no me reconoces? -La mujer estiró sus brazos a Giselle, quien aún no se convencía de todo eso. Por cortesía, decidió responderle el abrazo- Mi salud me permite cada vez menos salir de esta casa, pero mi sobrino me mantenía al tanto sobre ti. 

Giselle: Y-Yo--

Katharina: He de decirte que ya contacté con amigos, buenos historiadores, en Escocia e Inglaterra, para que me enviaran sellos de recomendación para ti. Serás una parte importante de la universidad de Valdivia, si es que así lo quieres. Los buenos historiadores son pocos, deben cuidarse entre sí.

Mientras intentaba articular una respuesta, Giselle solo balbuceaba mientras Hans le hacía un gesto para que se sentara en el sillón. Alonso notó que había recuperado cierta calidez en esa mirada, lo que lo tranquilizó un poco... hasta que enfocó esos ojos en él, como examinándolo con rayos X.

Hans: ¿Qué estabas haciendo en esa Hacienda, Alonso? -El semblante de la anciana cambió a la seriedad, casi enojo y decepción. 

Alonso: ¿Hacienda? -Carraspeó y se cruzó de brazos- ¿Qué Hacienda?

El director resopló mientras se servía un poco de whisky. 

Katharina: Ese lugar es peligroso, niño. No puedes volver a entrar ahí. Hoy tuviste suerte. 

Hans: ¿Viste lo que querías ver? -El muchacho tragó saliva y asintió- ¿Qué estás haciendo?  

Alonso: Investigando. 

Hans: Ok -El director bebió un sorbo de whisky y se sentó junto a su tía- Enséñanos.

Alonso: ¿Enseñar? -Giselle jugueteaba con sus dedos, nerviosa. 

Katharina: Dinos qué descubriste... ¿Quiénes estaban en esa hacienda? ¿qué hacían? ¿tienes los nombres? ¿cómo llegaron ahí? ¿qué redes utilizan? 

Alonso: No se imagina lo que ahí hacen, señora... disculpe, no sé su apellido. 

Katharina: Rommel... y sé exactamente lo que ahí hacen. Durante seis años estuve encerrada en esa Hacienda -Giselle se tapó la boca con sus manos, asombrada, mientras Alonso quedaba helado- Me enamoré de un chileno, de un joven soldado chileno. Entenderán que una dama alemana no podía andar con un chileno, menos si era morenito y no tenía el apellido correcto. A mi madre eso no le pareció y mi hermano encontró la forma definitiva de alejarme de él. Me utilizó en su negocio... eso, hasta que logré escapar. En la primavera de 1959, arriba de un barco y viendo como Puerto Montt se alejaba, jamás pensé que volvería a sentir tanta felicidad. 

Hans: La vida de las mujeres que caen contra su voluntad en la Hacienda es infinitamente peor que aquellas que están por su propia voluntad -Miró a Alonso- ¿Eso lo pudiste constatar? 

El muchacho asintió. 

Alonso: ¿Ellas no necesitan una licencia para mamar? -La anciana se extrañó.

Katharina: ¿Dónde escuchaste eso? 

Alonso: En la Hacienda, ¿lo había escuchado antes? 

Katharina: Claro, yo inventé ese término, al parecer lo siguen ocupando -Suspiró- Y no, ellas no necesitan esa... “licencia”. Simplemente somos arrojadas a los leones. Nosotras estábamos para ser utilizadas, no para dar placer, ¿se entiende?

La profesora de enormes tetas carraspeó. 

Giselle: Hace poco escuché que esa hacienda pertenecía a Rommel y pensé que se referían a ti. 

Hans: Ahora entiendo por qué no me hablabas, me evitabas y no respondías ninguno de mis mensajes. ¿Fue en el edificio del que saliste junto a Karla? -Alonso estuvo a punto de subirle la mandíbula desencajada a su profesora, que afortunadamente se repuso pronto. 

Giselle: Y-Yo... ¿Cómo? 

Hans: Esos dos vagabundos trabajan para mí, observando a quien entra y sale del lugar. De hecho, viven en esa pequeña villa donde los encontré. 

Alonso: Wow -La anciana Katharina le hizo un gesto que reflejaba su orgullo.

Hans: Esa noche estuvo Fernanda.

Giselle: Se la llevaron a la Hacienda. 

Hans: Lo sé... pensé que esperarían a diciembre.

Katharina: Bestias -Giselle agitaba sus brazos, queriendo ordenar sus pensamientos mientras mantenía su boca abierta sin poder articular palabra alguna. 

Giselle: La hacienda es tuya. 

Katharina: Debería. 

Hans: Bueno, ya no lo será nunca -Miró a su tía, con curiosidad- ¿Ese edificio también estará en venta? 

Katharina: No me ha llegado información, quizás lo deje como regalo a unos cuantos leales. 

Alonso: ¿Me podrían explicar qué es esa Hacienda? -La anciana lo miró, algo decepcionada al pensar que el muchacho ya lo tenía todo concluido. 

Katharina: Es una casa de putas, lo clásico. Durante años ha funcionado bajo el dominio de mi hermano mayor, Rudolf. Primero a espaldas de mi padre y luego confabulado con mi madre. Ahí se concentra el poder del sur de Chile. Rudolf la comenzó a utilizar para salvar nazis que huyeron de Alemania, luego lo utilizó como campo de concentración en la dictadura de Pinochet, luego alimentó el tráfico de drogas junto a Colonia de Dignidad de Paul Schäfer y ahora, ahora sirve como un lugar de reunión para empresarios y políticos -Sopesó un momento la siguiente información perdiendo su mirada en algunos libros. Carraspeó- Creemos que sigue manteniendo nexos con el tráfico de armas, eso lo heredó de Schäfer.  

Hans: Y durante todos esos años el imán que todo lo atraía eran las prostitutas. Muchas por su propia voluntad, muchas otras contra su voluntad. 

Katharina: Como yo -La anciana resopló- Han hecho demasiado daño durante tantos años, demasiado y cuando nos percatamos de que la Hacienda se involucraba más y más con los colegios, atrayendo profesoras y estudiantes, algunas incluso menores de edad, decidimos que era el momento de actuar. 

“O sea que ahora todos sabemos lo mismo” se dijo Alonso, algo decepcionado al pensar que era el dueño de la primicia. 

Alonso: ¿El colegio había estado involucrado antes? 

Katharina: Claro, el padre de Hans descubrió una red de pedofilia en el neue Horizonte. Siempre soñó con ser profesor y trabajó toda su vida en el colegio, eso decepcionó a la ambiciosa de mi madre. Cuando desbarató esa red junto a un grupo de valientes, consiguió armar una fundación y le quitó el control del colegio a los curas. 

“Don Eleuterio...” se dijo Alonso, recordando al anciano que perdió sus ojos por ayudar a desbaratar esa red y que ahora yacía muerto. 

Alonso: ¿Mataron a su padre, director? -El hombre lo miró unos instantes. 

Katharina: No hay pruebas para eso. Pero siempre lo hemos sospechado... enfermó demasiado rápido -El director suspiró- Mi sobrino cree que lo mataron.

Una oleada de cariño y culpa sintió la profesora Giselle para con el director, a quien siempre había considerado un buen amigo. 

Katharina: Hace un tiempo supimos que la fundación que mantenía el colegio era financiada por mi hermano y mi cuñada, pero también supimos que mi padre dejó claramente en las escrituras que la Hacienda debía pertenecer a un Rommel hombre. Lo que ustedes quizás escucharon fue un trueque... entregamos la Hacienda y ellos nos entregaron el colegio. 

Hans: Ahora el colegio dependerá de una fundación creada y financiada por mi tía. 

Katharina: La última vez que miré a los ojos a mi madre me dijo que jamás lograría nada en la vida lejos de la familia... se equivocó -Echó un vistazo a su hogar- Me ha ido bastante bien, así que no tendrán de qué preocuparse. 

Hans: Sé bien lo que estás haciendo Alonso y créeme cuando te digo que no funcionará. Es más, te expondrás y pondrás en peligro a quienes más quieres. Tus padres verán como sus resorts comienzan a decaer y los contratos se empiezan a ir. Tus amigos, que han estado contigo siempre, correrán la misma suerte. 

Alonso: Sé bien lo que hacen. 

Hans: No tienes nada -Parecía impacientarse- Necesitas darles un golpe mortal y estás lejos de eso. Y el equipo que tienen es demasiado reducido. 

Katharina: Seguimos buscando topos al interior del colegio. Como sabrás, muchacho, la base operativa de la Hacienda son jóvenes que quieren ver semana a semana su billetera llena. Ambiciosos, que buscan tener año a año el último teléfono sin demasiado esfuerzo. 

“No puede ser, María Isabel no puede ser una topo... ella solo es una prostituta” se dijo Alonso, algo confundido. 

Giselle: ¿Han encontrado topos? 

Hans: La profesora Cristina era una -Miró a Alonso- Y cuando pensé que se convertiría en una enemiga de temer, ella se encontró con el amigo de Alonso en el camino. Desde ahí que ha comenzado un lento camino hacia la luz. 

Giselle miró a Alonso, extrañada. 

Giselle: ¿Facundo? -Alonso asintió- ¿Facundo y Cristina? 

El muchacho volvió a asentir, algo avergonzado. Carraspeó. 

Alonso: ¿A qué perro faldero se refería su tío, director? -Tía y sobrino se miraron, sombríos. 

Hans: Al profesor Luis -Profesora y alumno se miraron, nada sorprendidos. 

Katharina: Durante años pensamos que ya nada tenía que ver con la Hacienda, pero durante este año nos ha dejado bastante dudas. Aunque agazapado, parece que sigue siendo el peón más fiel de mi hermano en el neue Horizonte. 

Hans: Sabe que lo vigilo de cerca, por eso debe descansar buena parte de su trabajo en gente leal. 

Katharina: Pequeñas victorias nos acercan a la gran meta, por eso Alonso debes tener paciencia y encontrar el momento perfecto para darle a la Hacienda un puñal directo en el corazón. Nosotros no te dejaremos solos -Una oleada de calor sintió el muchacho en su corazón y se permitió sonreír. 

Hans: Pero ya no tenemos tiempo, están por irse. No podemos dejar que lleven su maldad a otro lugar.

Giselle: ¿Irse? 

Hans: Mi tío quiso comprar todos los terrenos aledaños a los alrededores de la Hacienda, queriendo emular lo que en su momento fue Colonia Dignidad. Le fue muy mal. Un funcionario de la gobernación recomendó al Estado no ceder el control de esos terrenos... ¿saben a quién está relacionado ese funcionario? 

Alonso: A la profesora Cristina Suárez. 

Hans: Exacto -El director se permitió sonreír- Intentaron hacer desaparecer la documentación, pero Cristina lo borró todo para no comprometer a Felipe. Lo que no sabía es que Felipe ya había enviado toda la información al gobierno central. 

Giselle: Entonces a Cristina no le interesaba si la Hacienda se hacía con más poder. 

Hans: No, primero quería proteger a su familia. Y lo consiguió. 

Giselle: Por eso renunció -El director asintió, algo apenado de perder a una gran profesora. Estricta y leal a la Hacienda durante toda su estancia en el colegio, pero una gran profesora. 

Hans: Debemos seguir manteniendo nuestro bajo perfil hasta encontrar nuestra oportunidad... me causa curiosidad que ustedes anden para todos lados juntos, pero me alegra que las buenas personas se junten -Las mejillas de Giselle se tornaron coloradas inmediatamente y Alonso quiso rascarse la cabeza ante una repentina comezón, pero afortunadamente el director prosiguió- Gracias por sacar a Karla de ahí. 

Giselle: D-De nada...

Hans: Por un momento pensé que perdería a Fernanda y a Karla. Fue una noche especialmente tensa, dos niñas del colegio estuvieron a punto de subir a ese minibús. Alcancé a llamar a su madre... de manera anónima, claro. 

“¡Las salvaste tú!” se dijo Giselle, impresionada y agradecida. 

Katharina: Se hace tarde -La anciana se puso de pie y comenzó un lento andar hacia la escalera que conducía al segundo piso- Fue un agrado verlos y, por favor, cuídense. 

La profesora tomó su teléfono celular y notó que tenía más de treinta llamadas perdidas, tanto de Julia, como Mateo y Facundo. Algo malo debió haber ocurrido y una punzada sintió en su estómago al notar que ninguna de esas llamadas eran de su hermana Daniela. 

Hans: Recuerden, debemos mantener la tranquilidad y el bajo perfil. No nos podemos apresurar en esto -El director ya estaba a las afueras de su todoterreno y les abría la puerta a profesora y alumno. 

Alonso miró hacia la casa una vez más, con su casco imperial todavía puesto mientras el Mercedes Benz del director avanzaba por el sendero flanqueado por árboles. A lo lejos observó a la anciana que le hacía un gesto de despedida con su mano a través de unas de las ventanas de las torres. El muchacho le correspondió el saludo y, por un momento sintió que estaba tan cerca del objetivo, pero ahora tenía claro que estaba muy lejos y solo una muy buena oportunidad le daría la chance de exponer al mundo esa Hacienda. 

 

***

Luego de recoger su Volkswagen, Giselle y Alonso fueron hacia la casa de putas y se percataron de que estaba vacía. Intentaron comunicarse, pero nadie les respondió hasta que fue Mateo quien logró llamar a Alonso. Fue raro, pero el punto de reunión urgente sería cerca de la casa de Mateo y Facundo, en la casa de Karla, que al parecer era la única que estaba libre de padres porque ellos habían salido. 

Era una bonita casa, pero rápidamente dejó de pensar en el lugar en el que estaba cuando notó los rostros de funeral de todos los presentes. KARLA [19], MATEO y FACUNDO estaban en un rincón mientras Julia se paseaba por la sala de estar de brazos cruzados. Al notar que Daniela no estaba, Giselle sintió que su corazón se apretaba y quiso ponerse a llorar ahí mismo. Para peor, la explicación la dejó con mayores dudas que certezas.

Julia: Dejó a tres clientes sin atender, de pronto se fue y, cuando me vio, solo dijo que si no se iba jamás volvería a ver a su hijo. 

Alonso miró a Giselle, sabiendo exactamente quienes eran los que sabían sobre su hijo. 

Facundo: Pero antes llegó alguien, la profesora Julia pensó que era un cliente... pero no lo era.

Alonso: ¿Quién? -Mateo se acercó y le enseñó la pantalla de su teléfono con la imagen clara del muchacho ingresando por la puerta principal- Julián.

Julia: Yo-Yo-Yo-Yo p-pensé que era un cliente -Sus ojos se inundaron de lágrimas.

Karla: Sabiendo el rango etario que atienden, me queda claro que no podía pensar otra cosa, señorita -La muchacha de enormes tetas paso su brazo por la espalda de la rubia mujer y la ayudó a sentarse en un sillón para consolarla- No es su culpa.  

“La vida de las mujeres que caen contra su voluntad en la Hacienda es infinitamente peor que aquellas que están por su propia voluntad” había dicho el director Rommel y Giselle volvió a sentir que el corazón se le apretaba. 

Alonso: Julián es muy cercano al profesor Luis, siempre se les ve conversando. 

Mateo: ¿Y e-eso qué tiene que v-ver? -El muchacho estaba muy apagado. No solo la hermana de la profesora Giselle había caído, también su profesora favorita.  

Giselle miró a Mateo y se cruzó de brazos, intentando controlar su respiración. 

Karla: Ahora tenemos que cuidarla, profesora. De hecho, no creo que sea bueno que vuelva al colegio o a la universidad. 

Giselle: Imposible. 

Facundo: Ellos van a querer a la hermana, profesora. Karla tiene razón -El gordo muchacho tenía sus manos entrelazadas sobre su enorme barriga, demasiado silencioso. Claramente estaba golpeado por los acontecimientos recientes. 

Mateo: T-Todos fallamos... uno de n-nosotros debió estar a-ahí... d-discúlpenos.

Giselle hizo un gesto para que no le diera demasiada importancia mientras se tapaba el rostro para que sus alumnos no la vieran llorar. A Karla también se le humedecieron los ojos y Alonso la atrajo para que la profesora escondiera el rostro en su pecho. Les quería gritar a todos por dejar a su hermana sola, pero luego entendió que ella también lo había hecho y la culpa cayó sobre ella mientras lloraba. 

Facundo: No nos podemos quedar de brazos cruzados -Todos asintieron- Llegó la hora de acabar con ellos. 

Todos volvieron a asentir. 

Karla: ¿Cómo? 

Facundo: No sé -Soltó el aire acumulado, decepcionado. 

Karla: También tienen a Fernanda... aunque ella quiere estar ahí -Algo de vergüenza sintió por su amiga, pero también necesitaba ayudarla.

Giselle: Aun así, n-no es un l-lugar para una n-niña ¡hip! -La mujer hipó mientras intentaba controlar el llanto. 

Alonso: Primero debemos llegar a la profesora Daniela, ayudarla a que esté bien y a resistir mientras nos preparamos. Será duro, pero si ellos esperan que nos quedemos de brazos cruzados es porque nos subestiman. No podemos evidenciar debilidad, haremos exactamente todo con normalidad... aunque cueste. Los miraremos de frente, sonreiremos, aunque nos duela, porque la victoria será nuestra. 

Giselle: J-Julia... tú no, estás fuera. 

Julia: Quiero arreglar esto.

Karla: Es muy peligroso... ¿tiene familia? 

Alonso: Esposo, trabajo y dos hijos. Agradezca que la vio con peluca y otro color de ojos, mientras tanto, manténgase alejada de nosotros y ni se acerque a la casa de putas.

Giselle se sintió pésimo por ella al estar tan cerca del objetivo de conseguir el dinero necesario para pagar todas sus deudas con los bancos. Pero era mejor tener una deuda con el banco a ser una esclava de esa Hacienda. 

Facundo: Bueno... ¿qué estamos esperando? ¡A moverse! 

EPÍLOGO

Tuvo miedo de volver a su departamento, pero sinceramente ya no tenía ningún otro lugar a donde ir. Tuvo la esperanza de quedarse ahí, junto a la puerta principal, a esperar la llegada de su hermana... pero esta no llegó. Tampoco llegó durante la mañana del domingo y GISELLE UNDURRAGA se paseaba como un zombie por la casa debido a que poco y nada pudo dormir. Quizás la última vez que durmió tan mal fue cuando se enteró de todas las deudas que traía Daniela consigo desde Santiago, pero ni eso se comparaba.  

En un arrebato de estupidez pensó que le hubiese gustado que la Hacienda llegara en ese mismo momento ante ella y le exigiera que fuese su puta, así estaría cerca de su hermana. Luego cayó en cuenta de que quizás las cosas no fuesen así y se asegurarían de tenerlas lo suficientemente lejos... ¿habría más hermanas en la Hacienda? 

Giselle empujó la puerta de la pequeña habitación de su hermana y se encontró con el lugar intacto. Ni siquiera había ido por algo de ropa. Pero lo que si llamó su atención era el iPhone 8 que reposaba sobre la cama hecha y se permitió sonreír. Muchas veces su hermana lo dejaba por cualquier parte y apenas lo echaba en falta, consecuencias de su nula relación con la tecnología debido al control de quien fuera su marido. Esa no era la excepción, una vez más su teléfono dejado atrás. La profesora de enormes tetas lo tomó y se sorprendió al ver que no lo tenía con clave de acceso. Solo tenía muchas llamadas perdidas, notificaciones de correos y de Instagram. 

Ingresó al Instagram de su hermana y solo se encontró con fotografías aleatorias de sus alumnos haciendo ejercicios. En ninguna aparecía ella y en la sección de solicitudes de seguimiento se encontró con cientos, la gran mayoría de esas solicitudes eran de alumnos del neue Horizonte que enviaban la solicitud con la esperanza de ver el enorme culo de su hermana. Se llevarían una decepción tremenda el día que los aceptara... si es que sabía cómo hacerlo.

“¿Y esto?” se preguntó Giselle. 

Pocos mensajes en la bandeja tenía su hermana, pero si muchas solicitudes. Uno de esos mensajes sin leer eran de un muchacho cuyo usuario decía “pacodelalbo91”. Al ingresar a su perfil notó que se llamaba Paco, que su solicitud de seguir no había sido aceptada y que, por su fotos, era una persona de estatura baja. Fue a los mensajes y se encontró con varios mensajes sin leer y con algunos debió abrir bien grandes sus ojos al ver como ese muchachos le enviaba fotos de su pene. 

Paco: Oiga, profesora, la extrañamos por acá. Espero que nos vuelva a dar clases y si se anima le podemos encontrar un lugar en mi local... o sea, no es mío, pero lo manejo yo. Mire -Luego cerrada con otro mensaje-Ah... y esto también la echa de menos, todos los días.

 

“Dios santo” se dijo Giselle, al ver que ese mensaje terminaba no solo con un enlace, también con el primer plano de un pene erecto. 

Giselle pinchó el enlace a la página que le compartía el enanito y se encontró con un local nocturno como los que abundaban en todas partes. Mujeres de buen ver se cotoneaban en los diferentes videos con antifaces... una era negra y gorda, con tetas enormes. La otra era más estilizada, alta y de grandes tetas. Y la última... a la última la reconoció de inmediato. 

“No puede ser” se dijo Giselle. 

CRISTINA SUÁREZ [34] se contoneaba en una pequeña plataforma con un diminuto bikini que apenas cubría sus areolas y un corto short de mezclilla que se perdía entre medio de los grandes cachetes de su gran culo. Hombres, campesinos de la zona, ya habían depositado varios billetes en los bolsillos de short y ella sonreía. Sus ojos brillaban detrás de ese antifaz y Giselle quiso saber inmediatamente dónde quedaba ese lugar. 

“Recuerden, debemos mantener la tranquilidad y el bajo perfil. No nos podemos apresurar en esto” había dicho el director Hans. 

“Lo siento, Hans, no estoy tranquila y necesito apurarme” se dijo Giselle. 

 

FIN CAPÍTULO X

Próximamente: “Otra Puta de Reemplazo” 

 

“La profesora de matemáticas Cristina Suárez ha llegado a un pueblo en donde parece ser todo lo que ellos necesitaban. Una profesora estricta en la única escuela del lugar, la exuberante estrella de un local nocturno y la prostituta soñada de los campesinos de la zona” 

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