PROBLEMAS - GLORIA, LA VECINA. (4).
No me fiaba de los noticieros porque las noticias que ellos sacaban al aire tenían que ver con informes verbales de los policías que atendían la escena y no siempre eran verdaderos. En ese caso, el informe policial elevado a la Fiscalía hacía mención y detallaba un crimen de índole pasional. Se ignoraban las causas, pero quedaba explicitado que el marido había asesinado a la mujer y que había sufrido un accidente al tratar de bajar las escaleras, presumiblemente después de tropezar cuando se retiraba de la habitación en un estado de alteración tras haber cometido el hecho.
Al informe se adjuntaban algunas fotos de los occisos y, salvo las huellas que se hallaría en el mango del cuchillo, no había ni ameritaba ningún otro peritaje forense. Contaba con eso, pues, al ser un caso de tipo pasional corroborado, no había intervenido ninguna divisional de Homicidios, ergo: ni siquiera se habían presentado los analistas forenses en la escena. Me quedé más que tranquilo, pero convencido que había salido bien de casualidad y arraigado en la idea de que era tiempo de cambiar.
Con toda la tranquilidad del mundo a mi favor me dispuse a dormir un rato, evidentemente mi cuerpo lo necesitaba porque me desperté como a las ocho de la noche, había dormido profundamente y desperté renovado. Seguramente Karina no tardaría en llegar, no quise llamarla, la esperaría para pedir la comida acorde a su preferencia. Me vestí de pantalón, suéter fino de escote en “V”, zapatillas y, sin muchas ganas, me fui a ver si tenía algún mensaje “especial” en el mail utilizado específicamente para esos “trabajos”. Me lo había avisado el tono del teléfono y tendría que revisar. Raúl lo había dejado todo bien preparado, los mensajes “especiales” entraban a un mail desde la Red Oscura y luego de recorrer servidores ubicados en más de treinta países se “perdían” en algún remoto lugar de un pueblo de Australia.
Es largo y complicado de explicar, pero, lo cierto es que se hacía imposible de ubicar la verdadera procedencia y el destino. Pensar que todo entraba y salía desde un oscuro bar del centro de Asunción en Paraguay y no, nunca supe ni quise saber ni siquiera dónde estaba ubicado, del mismo modo en que, los que aceptaban el primer mensaje con el “pedido” no tenían ni idea de quién era el que los recibía y ejecutaba. Esto de la procedencia me lo enteré de casualidad por una infidencia de Raúl y hasta allí llegó, yo no pregunté, él no explicó más y lo que sabía se lo llevó a la tumba.
Tenía veinticuatro horas, en algunos casos hasta cuarenta y ocho horas, para tomar o descartar el “trabajo”, bastaba con no contestar para que se supiera que no debían intentar nuevamente, del mismo modo, un código especial al contestar avisaba que el “trabajo” se había aceptado y recién allí llegaban los datos más completos pues, en un principio, sólo aparecía la foto, la filiación, el monto y algunos otros datos menores. No les había dado pelota a dos anteriores que habían llegado la semana anterior y estaba justamente prestando atención a uno que ofrecía un pago de un millón de dólares, por la cifra quedaba evidenciado que era un “pez gordo” y, posiblemente, del extranjero. No lo acepté con el código acostumbrado y en cambio de eso, con otro código, solicité más datos, no sabía si aceptarían mandarme esos datos, pero… la negativa ya la tenía y sólo quedaba esperar.
La sala de computación, bien oculta, un bunker perfecto, tenía una cerradura activada con el iris de mi ojo derecho y/o por cualquier eventualidad, otro sistema para abrir que se activaba con la impresión digital del menique de cualquiera de mis manos y allí adentro, aparte de seis monitores (cuatro de ellos con las cámaras de seguridad), tenía seis pistolas de diversos calibres y cada una de ellas estaba munida de sus respectivos silenciadores, además había una legítima Katana japonesa, la “Hasabe Kunishige” reposaba sobre un armazón de madera torneada y era mi favorita.
Un rifle de alta precisión con mira telescópica de alto alcance, diversos cuchillos para lanzar y algunos otros que me gustaban, pero que no eran muy prácticos para llevarlos disimulados en el cuerpo. Las armas de fuego no estaban registradas, ni figuraban como salidas de fábrica, sólo una de ellas estaba a mi nombre y se encontraba en mi dormitorio, era una Beretta PX4 Storm de 9 mm, pero esa, claro está, nunca se utilizaba, apenas para practicar en un polígono y muy de vez en cuando. Además de todo esto, con mi celular satelital, estuviera donde estuviera, tenía acceso a las cámaras de la casa, no sólo las perimetrales, sino también las que, de forma disimulada, estaban ubicadas en el living, la cocina, el dormitorio principal, el comedor y dos dormitorios más. Éstas cámaras estaban apagadas y se encendían por medio de un programa que podía activar por medio del celular u otra computadora. Sólo las usaba cuando me ausentaba de la casa.
Cuando llegó Karina, no escuché el coche, me alertaron las luces y torcí la vista para mirar los monitores de las cámaras de la entrada, ni siquiera tenía necesidad de abrirle el portón, ella, tal como le había explicado, podía hacerlo desde el interior del auto pulsando un botón del tablero. Me reí pensando en lo que me había dicho la “colo” cuando le expliqué lo del coche y el portón, “me estás cargando, nunca supe que desde el tablero de un auto se abriera ningún portón”. Era lógico que lo pensara así, ella no sabía que mis conocimientos en Electrónica e Informática, sumado a que dinero tenía como para darme determinados gustos, habían dado por resultado una adaptación del control remoto del portón, éste estaba en la parte delantera del auto y las conexiones de mando puestas en un espacio del tablero, al igual que con el Audi.
En ese momento le contesté que lo había hecho conectar así cuando lo compré, no era necesario explicarle más, como tampoco era necesario que le explicara lo de las cámaras en la casa y el contenido de la habitación oculta detrás del hogar de leños que, lógicamente, aunque se podía, no se usaba para ese menester. Ya vería si le hacía saber de la habitación “secreta” porque seguramente vendría más seguido por la casa y se haría más difícil ocultarla, pero eso sería a medida que se ganara mi confianza. Pensaba en eso mientras miraba como se cerraba el portón y vi la figura de una mujer rubia, descalza y vestida sólo con un camisón corto que se metía en la propiedad entrando a la carrera por detrás del auto. Las cámaras no tenían sonido y desde allí adentro yo no escuchaba nada, pero como una de ellas apuntaba hacía la entrada de la casa vecina situada en la vereda contraria, la cual lindaba unos sesenta metros del portón, pude notar tres fogonazos que se me antojaron disparos.
Fue como el flash de una película, Karina avanzó con el auto y se detuvo al ver a la mujer por el espejo retrovisor lateral, bajó del auto y ésta la abrazó, las dos miraron para el lado de la casa vecina y vi cuando la “colo” tomando del cuello a la mujer, la empujaba para caer las dos de cara al suelo. Alcancé a ver un chispazo tenue sobre el techo del auto cuando, tomando una de las pistolas, salía del cuarto a toda carrera. Cuesta más contarlo que vivirlo, enseguida estuve al lado de las dos mujeres y les pregunté si estaban bien, Karina contestó que sí y la mujer no pudo contestar nada porque lloraba con una crisis de nervios, pero vi que sangraba en la parte trasera del muslo y de la pantorrilla. Escuché que un auto salía a toda velocidad en el sentido contrario a mi casa y estimé que había o habían huido de la escena.
Guardé la pistola en mi cintura y ayudé a la mujer a incorporarse, no sangraba mucho, pero el tajo era bastante extenso y abarcaba desde la parte trasera del muslo hasta casi el tobillo. Karina me decía que había aparecido de la nada gritando que la ayudara porque la habían asaltado, que después le habían disparado y que sólo había atinado a tirarse al suelo. “Ya pasó Kari, calmate y vamos a ver cuán herida tiene la pierna”, -le contesté izando a la mujer como si fuera una nena-.
Ya dentro de la casa, la deposité sobre el sofá dejándola boca abajo. La vecina, de unos cuarenta años, se quejaba y al mirar su pierna noté que el tajo no era profundo, pero sangrante, tampoco pude dejar de notar que tenía piernas trabajadas en gimnasio y el camisolín no llegaba a tapar un par de nalgas duras y bien armadas en las cuales se veía sólo la tira de la tanga que pretendía cubrirla. Mi rostro estaba imperturbable y Karina, con decisión, me pidió alcohol, desinfectante y gasas para curarla.
Le alcancé una alforja-botiquín que siempre tenía preparada y las dejé para ir al dormitorio, de pasada vi que la estufa de leños había cerrado bien y ya en mi habitación escondí la pistola en uno de los cajones del placard y saqué la “legal”, me la puse en la cintura y descolgué una campera de abrigo. Al regresar al living vi que Karina tenía un par de raspaduras en las rodillas y en las manos, lo mismo la mujer, amén de un golpe fuerte sobre el pómulo izquierdo, seguramente aplicado por una mano derecha. Le pregunté a Karina como se sentía de los golpes en las piernas, me contestó que no era nada y que apenas terminara con la señora se pondría una pomada antiinflamatoria o hielo. A todo esto, estaba esmerándose en las curaciones y cuando dijo que sería mejor llevarla a alguna clínica, me pareció notar un estremecimiento en la mujer herida.
- Por ahora, si te animás, tratá de curarla y vendarla, tengo que ir a ver cómo está la casa y, posiblemente, llamar a la policía, pero antes… contame lo que pasó, -dije hablándole a la mujer-.
- Me llamo Gloria, eran dos tipos, uno mayor, como de cuarenta y pico de años y el otro aparentaba unos veinte o un poco más, entraron por la puerta trasera, me levantaron de los pelos pidiendo que abriera la caja fuerte, exigiendo el dinero que les tenía que pagar mi esposo. Yo no sabía nada de eso y uno me golpeó en la cara, mandó al más chico a revisar todo y él me dijo que me iba a violar y tajear para que mi marido supiera que con ellos no se jugaba.
- ¡Qué hijos de puta!, -expresó Karina-.
- Cuando se estaba aflojando el pantalón le di un empujón y se golpeó la cabeza con la cómoda, yo corrí hacia la ventana-balcón, me deslicé por el techito y antes de saltar al parque de adelante sentí el ardor en la pierna, creo que fue con la chapa de la canaleta del desagüe, de ahí salí a la calle y corrí hacía acá cuando vi que entraba el auto. Perdónenme, no esperé que me disparara, no había visto que tuvieran armas de fuego.
- Eso ya fue, menos mal que nadie salió herido, ¿dónde está tu marido?...
- No sé, se fue de viaje por negocios hace dos días a México y antes de que pregunten, no tengo ni idea del dinero que pedían, dijeron que era por deudas de juego, pero yo no sé nada, apenas si me dejó dinero para quince días.
- No sé qué puede haber pasado, pero, me arriesgaría a decir que tu marido se mandó a mudar y te dejó con los “muertos” de su deuda de juego. Mi nombre es José María y mi novia se llama Karina, ahora voy a ir a mirar en tu casa y después decidirás si querés llamar a la policía o no.
- ¿Te parece que eso puede ser seguro José?, me da miedo que vayas solo, -opinó Karina-.
- Tengo que hacerlo, por otro lado, no me interesa que la policía ande metiendo sus narices en mi vida ni en la tuya, si se hace la denuncia tendremos que salir de testigos y vamos a quedar expuestos con los que quieren cobrar el dinero adeudado.
- Entonces no la llamen, lo que menos quiero es traerles problemas a ustedes, ni siquiera los conozco y no deseo que se expongan.
- El tema es así Gloria, yo soy Director de una Escuela reconocida y Karina es la administradora de una empresa, no es por la policía, es por los delincuentes que nos van a tener en la mira por ayudarte.
- Está bien, no voy a llamar a la policía, pero, por favor, ayúdenme, no sé qué hacer con este problema.
Karina me miró como dejando en claro que era yo quien tenía que decidir y en mi fuero interno sabía que, desde el momento en que la mujer entró en mi casa y que dispararon hacía el interior de mi propiedad, quiera o no, estaba involucrado. Los tipos no parecían ser “profesionales”, pero no sabía cuál sería la reacción de quien los había mandado. Lo normal sería “terminar” el “trabajo”, aunque más no fuera para sentar un precedente y Karina y yo habíamos quedado en el medio del problema. Después de recoger una pequeña mochila dónde guardaba algunas cosas que me podrían servir, puse los guantes finos en mi bolsillo y me abrigué con la campera gruesa. Apenas si Karina intentó una mínima reacción negativa, pero, acertadamente, sólo atinó a decir que tuviera cuidado.
Las casas de ese barrio estaban bastante separadas unas de otras, apenas dos o tres casas por cuadra y era difícil que algún vecino abandonara la calidez de su interior para andar asomando las narices. Me puse los guantes mientras caminaba hacia la casa vecina y entré por la puerta trasera, estaba abierta, pero no había sido forzada, era una cerradura común, muy fácil de violar, las luces interiores estaban encendidas y ni siquiera saqué el arma, era ilógico que aún estuvieran allí, además los había escuchado salir con un auto a gran velocidad.
La puerta trasera me comunicaba directamente con la cocina y estaba en orden, pero, el living, el comedor y otras dependencias estaban todas desordenadas, índice evidente que habían revuelto todo buscando algo. Se notaba que la búsqueda había sido a las apuradas y sin ton ni son, eso me venía bien. Saqué de la mochila un pequeño kit con el polvo revelador y el cepillo especial que se utilizaba para la búsqueda de huellas digitales, no me costó encontrar alguna de ellas en los cajones que se habían abierto y luego subí las escaleras para mirar en el dormitorio principal, allí se notaban los vestigios de una confrontación y aquí había huellas para repartir, en la cómoda, en el marco de la ventana y en la puerta.
Guardé todo lo que había utilizado, limpié lo que se manchó y luego, en un bolso chico puse algo de ropa interior, un jeans, un vestido cómodo, una pollera, remeras y una campera, entendía que todo eso era de Gloria, también, después de revisarla, llevé la cartera que estaba sobre una silla. Cerré las ventanas del balcón de la habitación y apagué las luces, la puerta principal estaba cerrada y tomé las llaves que vi sobre una repisa, finalmente, salí por dónde había entrado y la casa quedó a oscuras.
Ya de regreso, le dije a Gloria que había cerrado todo, le di el bolso por si quería cambiarse y cuando se movió noté que la herida volvía a sangrar, enseguida se mancharon las vendas y Karina dijo que más no podía hacer, que era mejor llevarla a una Clínica. Podía haberla llevado, pero perdería mucho tiempo y opté por llamar a mi médico particular, él no haría preguntas, además, lo tenía para esas posibles curaciones “clandestinas”. Apenas un par de explicaciones y me contestó que en media hora estaría en casa.
Charlé con Gloria, en realidad con las dos, sobre lo que había encontrado, les dije que estaba todo revuelto, pero que no había nadie más allí. Me pidió de quedarse por esa noche y se lo acepté, aunque deberíamos saber que iba a opinar el médico. Ambas se quedaron más tranquilas, fueron a ver la habitación en que se quedaría la vecina y pedí un delívery para cenar algo. Luego de esto, Karina se acercó mimosa y hablé con ella…
- Primero tuve un poco de temor cuando dijiste de ir a la casa, aunque te vi tan seguro y decidido que no quise decir nada, igual vi que ibas armado, de todos modos, me costó esperarte cruzando los dedos.
- No hubo mayor problema, ni siquiera fue necesario sacar el arma, después que les dispararon escuché a un auto que se marchaba rápido, era difícil que se hubieran quedado allí. Te estaba mirando cuando entraste el auto y me sorprendiste con las reacciones al escuchar los disparos.
- Fue todo muy rápido, pero me pegué un susto de aquellos, mi padre era militar y siempre me dijo que al escuchar un disparo me tirara al suelo, con Gloria casi desnuda, a los gritos y pidiendo ayuda, me salió sin pensarlo, menos mal que atiné a empujarla, eso sí, me parece que algún disparo dio en el Toyota porque escuché un ruido raro.
- Ya lo vi, dejó un rayón en el techo, pero no es nada más que eso.
- ¿Qué pensás hacer con Gloria?
- Por hoy que se quedé, seguro que después de curarla le darán algo para dormir, mañana tenemos que hacer lo nuestro y luego veremos que va a hacer ella.
- José María, ¿no hay peligro de que, al ser deudas de juego, esos tipos vuelvan a insistir?, creo que, de alguna manera, nos metimos en el baile.
- Cuando venga el médico te vas a tener que quedar con él y atender al de la comida, yo tengo que hacer un par de llamadas y usar la computadora para tratar de averiguar quiénes eran esos tipos.
- No hay problemas, ¿tenés que salir?...
- No, me voy a encerrar en la habitación, ¡lindo debut el tuyo!, lo peor es que tenía ganas de “estrenar” novia, jajaja.
- Si claro, reíte, yo tengo las mismas ganas, le voy a decir al médico que le dé algo para que duerma hasta el mediodía, el susto ya pasó y yo no me pierdo mi primera noche de novia.
Atendí al doctor cuando llegó, le expliqué lo del asalto y la salida por el techo, él no preguntó más y se fue a la habitación. Con anestesia local, una buena limpieza y algún que otro punto de sutura, más la gotita medicinal, bien vendada y con una inyección para dormirla, Gloria quedó K.O., apenas comió algo durante las curaciones. Mientras tanto yo había pasado las huellas por la computadora, no era tan difícil, me había costado unos buenos dólares hackear los programas de huellas dactilares y reconocimiento facial, pero me daban resultados seguros. La máquina inició la búsqueda de forma automática y sólo me quedaba esperar a que, por medio del celular, me avisara con un “tip, tip, tip” inconfundible.
Al final nos acostamos como a las tres de la madrugada y los “chiches” con Karina fueron sólo para cumplir, creo que quedó con ganas de más, pero no insistió, los momentos de tensión le pasaron factura y, aunque conmigo nunca lo había hecho, ya no tenía necesidad de fingir nada. Que pasara un brazo y una pierna por sobre mi cuerpo mientras el sueño le ganaba la partida, me movió un montón de estructuras, me había pasado superficialmente con otras, pero lo de la “colo” me “pegó” distinto.
Ya tenía en mi poder los nombres y direcciones de los dos tipos que habían hecho el trabajo en casa de Gloria. Tal como pensaba, eran dos “perejiles” de poca monta, tío y sobrino, de cuarenta y tres y veintiséis años de edad, ambos tenían antecedentes de robo a mano armada, tenía la dirección de la casa y ya vería de ubicarlos y saber para quien trabajaban. Me dormí pensando en que mañana me “encontraría” en el Colegio con las novedades sobre las muertes del caso “pasional” …
GUILLEOSC - Continuará… Se agradecen comentarios y valoraciones.