Cuando falleció mi padre, yo que era el hermano mayor me convertí también en el protector de mi hermana, por eso, al llegar el momento de su boda me eligió como su padrino.
Como parte de los preparativos de la boda, organizaron una cena para se conocieran las familias, en la que conocí a la madre de mi cuñado, la madrina, una cincuentona bellísima separada de su marido que también asistió a la cena.
Las circunstancias hicieron que a pesar de la diferencia de edad, yo contaba apenas 30 años, congeniáramos rápidamente y que, empujados por mi hermana a bailar un vals en la ceremonia posterior a la boda, quedamos para ensayar.
La química entre nosotros al bailar fue brutal. Me invitó a acompañarla a un acto social y yo le propuse cenar. Nos faltó tiempo para regresar a su casa y vivir la noche más increíble que yo recordaba.
Al día siguiente de esa noche de locura, nos despedimos para cumplir nuestros compromisos familiares. Ella tenía una comida con su hijo Luis y mi hermana, en casa de su madre que contaba ochenta años y los invitaba a comer todos los sábados. Mi hermana hablaba con admiración de esa octogenaria con una mente lúcida y más abierta que algunas amigas suyas.
En mi caso, no solía dedicar mucho tiempo a mi madre delegando en mi hermana. Nosotros ya no teníamos abuelos y dado que mi hermana iba a dedicar más tiempo a la familia de su marido, pensé que sería un buen momento de involucrarme más con ella.
Se alegró mucho de mi llamada para invitarla a comer. Fuimos a un restaurante italiano cerca de su casa al que le gustaba ir.
—Tu hermana está muy contenta contigo —dijo sincera.
—Me siento responsable de ella. La boda va a resultar preciosa.
—¿Has ensayado ya el baile con la madre de Luis? No puedes fallar.
—No te preocupes, saldrá todo bien. Tú tendrás que ser paciente para aguantar al padre de Luis toda la fiesta. Yo tendré que multiplicarme.
—No me importa, tampoco él estará pendiente de mí. Envidio más a mi consuegra que le ha tocado un padrino como tú.
Mi madre aunque ya había rehecho su vida, en el sentido de haber aprendido a vivir sin la presencia de mi padre, mostraba un aspecto bastante conservador, muy diferente del glamour que derrochaba Lisa que no era más joven que ella. En algunas fotos de joven que había visto de ella aparecía muy guapa. Debería cambiar su ánimo, encontrar alguna ilusión.
—En la boda, dime quién te gusta y te lo llevaré a la mesa.
—El problema no es quién me guste, sino que yo le guste.
No era un experto en ese tipo de cosas pero me parecía que si se dejara asesorar por alguien con estilo, como Lisa, podría mostrar a una señora mucho más interesante. Precisamente me escribió un mensaje cuando dejaba a mi madre en casa.
—Te echo de menos.
Esperé a dejar a mi madre para responder.
—¿Por qué no te vienes a mi casa esta tarde? Tenemos que repasar los pasos del vals.
Apareció rabiosamente atractiva. Su sex appeal subía por días.
—Pensé que no podías mejorar, pero me equivoqué —le dije al verla.
—Con un chico como tú, no podré descuidarme ni un minuto.
La invité a sentarse en un taburete de la isla de la cocina, mientras preparaba las bebidas, lo que desestimó, curioseando en su lugar la decoración del salón. Al ofrecerle la cerveza me alabó el gusto y el orden que se respiraba. Dejó su copa en la barra de madera que constituía la isla de la cocina. Retiró la mía, dejándola junto a la suya y, pasándome los brazos por el cuello, me besó.
—Me gusta conversar contigo. Pero aún me gusta mucho más que me folles. Desnúdate.
—¿No prefieres cenar primero?
—Ceno todos los días. Pero todos los días no tengo un semental como tú a mano.
Cuando regresó del baño, comenzó también a desnudarse al ritmo de la música, acariciando mi polla, pajeándola, con una mirada lasciva que no escondía sus intenciones. Su boca se unió al juego, succionando a la vez que introducía y sacaba alternativamente mi polla de ella. Mis manos no se quedaron quietas y la ayudaron a despojarse de su camisa, dejando su pecho frente a mi boca. Retiré el corchete trasero de su sujetador y lamí sus pezones con exquisito placer. Sus jadeos guiaron a mis dedos a iniciar un movimiento alrededor de su coñito, hasta que muy despacio fueron entrando y saliendo de su vagina.
La dejé caer sobre el enorme sofá que presidía mi salón para acomodarme junto a ella dispuesto a emprender un nuevo viaje sobre su cuerpo. Fui pasando mi lengua por su pecho hasta llegar a su ombligo y continué descensos rápidos que terminaban cuando ella se alteraba esperando que continuara. Trataba de controlar mi polla para que resistiera, estaba sorprendido de que mi erección se mantuviera tanto tiempo, en ese proceso de cocción que estaba aplicando. Quería mantenerla excitada, pero yo no era capaz de aguantar.
—Me embriaga tu olor a sexo. Quiero comérmela —me dijo susurrante con hambre de sexo.
Cogió mi polla con cuidado y fue engulléndola en la boca, gimiendo sin dejar de mamar, su lengua la desplegaba alrededor de mi glande y la volvía a sacar, acompañando de sus dedos acariciándome el escroto.
Lejos de rendirse, continuó su mamada. Mi polla necesitaba descanso, pero Lisa no estaba dispuesta a establecer un armisticio. A veces me dolía cuando aceleraba su proceso queriendo dar vida a una polla discapacitada funcional. Yo acariciaba su cara tratando de calmarla sin que ella se diera por aludida.
Temiendo que pudiera dejarme KO, le aparté la cabeza y me acosté en el sofá en forma contraria a ella, dejándole mi polla a la altura de su boca y teniendo ante mí su precioso monte de Venus.
—A mí también me ha entrado hambre —le anuncié lamiendo su coñito.
Nos dejamos los dos llevar de nuestros instintos insaciables disfrutando por arriba y por abajo. Tanta fe puso Lisa en su mamada que terminó por encontrar premio. Entregué la plaza regalándole un chorro de leche que lejos de saciarla, despertó aún más si cabe su apetito.
—No probaba semen desde hacía años —me susurró salvaje, con los ojos cargados, jadeante, una auténtica reina roja, comprobando como mi arma languidecía.
A través de sus jadeos presentí que también su segundo orgasmo estaba a punto de llegar y perforé con mi lengua toda su cueva submarina hasta que metí mi lengua más adentro y recogí alguno de sus jugos.
Se marchó a casa porque madrugaba al día siguiente.
Me llamó un día de esa semana para que la acompañara a hacer unas compras y a probarse el vestido de madrina. Ella me daría el visto bueno al traje de tres piezas que yo había elegido para mí.
La responsable del atelier del modisto, era una chica de mi edad, muy sofisticada que recibió a Lisa como si fuera la emperatriz de Francia.
—Siempre tan ideal Lisa. Estoy deseando verte el vestido terminado.
—Gracias Lorena, este es mi hijo, Luis —mintió sin saber yo por qué.
Pasaron al interior y me dejaron solo con mis reflexiones. Pensé en la suerte de que Lisa no fuera mi madre, eran tan diferentes. A pesar de ser de una edad similar, mi madre mostraba el aspecto de una viuda, vistiendo de forma tan convencional.
—Luis, ¿puedes venir a verme? —me llamó desde el probador sacándome de mis pensamientos...
El traje azul marino largo hasta el suelo con una capa lateral del mismo color, hacía de Lisa una mujer impactante.
—Wow. Vas a rivalizar con la novia.
—La novia es muy guapa, lo sabes bien. ¿Te gusta?
No estaba familiarizado con mujeres vestidas así. Me parecía la mujer más elegante que había conocido nunca.
—Es precioso.
La modista, Lorena, nos miraba sonriente pero con una cierta artificialidad.
—Espérame fuera, salgo enseguida.
Mientras le envolvía el vestido, las vi conversar animadamente. En unos minutos salíamos de allí en dirección al Corte Inglés donde yo había visto un par de trajes que me gustaban y quería que me diera su aprobación.
—Te pedí que vinieras porque Laura me pone nerviosa.
—Claro, para eso llevaste a tu hijo.
—¿Qué quería que le dijera, que eres el hermano de la novia? ¿Qué sentido tendría?
—¿Crees que todos los que nos vean van a penar que hay algo entre nosotros?
—Esa chica es lesbiana, estoy segura.
—Pues si lo es, habrá pensado que eres la mujer más atractiva de Madrid.
—¡Eres incorregible!
—He leído que para muchas mujeres estar con otra mujer es una fantasía. ¿Es cierto?
—No lo sé. Nunca lo he pensado pero tampoco pensé jamás tener un amante de 30 años.
—Estás en fase de cambios. Eso es signo de juventud.
—¿Tú crees? Es verdad que me has dado aportado seguridad. Y tú ¿tienes alguna fantasía?
—Alguna vez he pensado en tríos, pero no lo haría con cualquier mujer.
—A mí me ocurriría igual. Si tuvieras un hermano gemelo no me importaría.
Cuando llegamos a la planta tercera del corte inglés quedaban quince minutos para cerrar, ya estaba casi vacío.
De los dos trajes que yo había preseleccionado, ella eligió el gris marengo con chaleco gris claro. Una camisa blanca de cuello abierto y una corbata azul marino.
—La corbata irá a juego con mi traje —señaló.
Estábamos casi solos no me importó quitarme el jersey y probarme chaleco y chaqueta.
—Perfecto, vas a estar elegante. Pruébate el pantalón.
No era plan de desnudarme allí. Me dirigí al probador y comprobé que me estaba bien de cintura y no sabía si quedaba un poco largo. La llamé igual que hizo ella al probarse su vestido.
Entró sonriente.
—Te queda muy bien, debe caer por debajo del zapato.
No me esperaba que echara el pestillo.
—¿Sabes cuál es mi fantasía? Que me follen en un probador. —sonrió maliciosa.
—¡Estás loca! Puede venir alguien.
—No queda nadie, ni el dependiente. Quítate ese pantalón no quiero que se manche —dijo mientras se subía el vestido hasta la cintura y mostraba sus preciosas braguitas que tan bien le quedaban.
—¡No....!
—Pssss Calla —dijo mientras bajaba mi slip, y agarraba mi polla masajeándola con cuidado—. No me falles ahora.
En ese escenario y con sus caricias, tardé cero coma en activarme.
Se giró de espaldas subiendo sus manos contra una de las paredes del probador. Abrió sus piernas para que pudiera deslizarle sus braguitas.
Joder que morbo tener su culo a mi alcance.
—Un día voy a probar tu culito.
—Tendrás que ganártelo, ahora fóllame sin hablar tanto.
Elevé un poco su culito para que me dejara empotrarla desde atrás.
—Ahgg —se le escapó cuando la sintió dentro.
La sujeté por su cintura para que fuera ella quién me follara a mí. Tiraba de ella hacia adelante y hacia atrás, manteniendo mi polla firme esperándola cuando se alejaba. Estaba desatada como no la había visto antes.
—No pares cariño —susurraba con un hilo de voz
De repente nos quedamos paralizados. Una voz en el pasillo preguntaba.
—¿Hola? ¿Queda alguien? —escuchamos al dependiente.
—Sí, estoy probándome un pantalón, salgo enseguida —respondí conteniendo mis ganas de seguir moviendo a Lisa sobre mi polla.
—Tranquilo, no se preocupe —se despidió el señor.
—Vamos acábame rápido —me urgió Lisa.
—Las cosas bien hechas no se pueden acelerar.
La aparición de ese dependiente había apagado un poco mi fuego. Lisa no estaba dispuesta a marcharse sin su polvo. Se giró, se agachó y con su boca comenzó a follarme la polla que pasó de estado flácido a erecto antes de que el dependiente se hubiera marchado del todo.
Acariciaba su cara con mis manos, acercándola y alejándola de mi polla, marcándome el ritmo. Ella seguía mis instrucciones como si el maestro de la orquesta la dirigiera con su batuta.
La vibración fue in crescendo a la vez que iba chupando y chupando, sus ojos brillaban de fuego, su sonrisa morbosa, peligrosa, evidenciaba su poder y sus murmullos llegaban a mí. La cogí del pelo, tirando de su cabeza, para acelerar su movimiento.
—Termina cariño mmm…
Yo estaba deseando correrme pero ella no estaba dispuesta a perderse su polvo. Soltó la polla que en ese momento se mantenía erguida.
—Mmm que bien, ya estás preparado —dijo al ver el resultado de su esfuerzo, que merecía no quedarse sin un premio mayor. Se giró de nuevo y levantando alto su culito, me ordenó.
—Ahora fóllame de verdad.
Sin dejarla reponerse la penetré con fuerza, ella estaba ya ida, dejándose llevar y gimió de nuevo. Seguí dándole más hasta que a la vez que me corría yo, le llegó su orgasmo…abrió los ojos con un gesto de agradecimiento.
—Al final has tenido tu polvo —le dije sonriente.
—Sí, pero tú no lo has pasado mal —respondió maliciosa.
Nos vestimos y nos repasamos el vestuario el uno al otro. Le arreglé un poco su pelo. Al salir del pasillo de probadores, el dependiente que ordenaba unas cuentas en la caja registradora, nos miró sorprendido.
—Dice mi madre que me quedan un poco largos, pero ya le meterá ella.
—(Si antes me metes tú) —susurró bajito en mi oído.
Procedió a envolver el traje completo que le aboné con la tarjeta del corte inglés.
—Estás desmadrada —dije nada más salir.
—¡Estoy feliz!
Entramos a picar algo a VIP, antes de dejarla en su casa.
—Me estás haciendo descubrir un mundo nuevo.
—Y tú a mí. Eres increíble
—Cuando te vea el traje en la boda, no podré olvidar el momento de la prueba.
—Tú también irás espectacular.
Sin quererlo, volví a pensar en mi madre. Me gustaría que también tuviera protagonismo en la boda de su hija.
—El domingo comí con mi madre. La veo un poco fuera de corriente. ¿Por qué no le echas una mano?
Le pedí que la invitara a salir de compras y a involucrarse en su estilismo, para que abandonara ese aire almidonado entre viuda y abuela.
Aunque se sintió sorprendida con la petición, le pareció tierno que me interesara por ella de esa manera, sin eludir lo extraño que le haría sentir estar con la madre del chico que se la estaba tirando.
—Si llegara a descubrirlo, me moriría.
—Si llega ese momento, lo explicaremos juntos. Técnicamente somos libres, tu hijo es mayor y mi madre, a lo mejor lo que hace es pedirme que le presente un amigo —sonreí sabiendo lo lejos que estaba de eso.
Al día siguiente, lo primero que hice fue llamar a mi madre y explicarle que Lisa la llamaría para salir. Yo le regalaba todo lo que se comprara pero debía dejarse asesorar por ella.
—Me alegro que te preocupes por mí. Necesito alguien que me empuje y he de reconocer que Lisa tiene mucho estilo.
Se acercaba el día de la boda y ambos teníamos responsabilidades que cumplir. Rechacé asistir a la despedida de soltero de Luis porque yo no era de sus íntimos amigos y porque no me sentiría cómodo en un ambiente desenfadado sabiendo la relación que tenía con su madre. No quería verme sorprendido por las copas y que ante una broma de alguien, se me escapara que me estaba cepillando a su madre.
Lisa vivía desbocada. A las obligaciones de su trabajo, una autónoma no tiene descansos, se unía las tareas en las que ayudaba a su hijo para preparar su boda y el hobby que había encontrado de escaparse a mi casa, adonde habíamos quedado para cenar y realizar el último ensayo del baile. Ya me sentía seguro deslizándome con ella entre mis brazos por el salón.
Llegó con un rictus serio, sin ni siquiera darme un beso, dirigiéndose sin preguntar a la cocina a ver qué había preparado. Mientras le sacaba la ensalada y colocaba los bajo platos sobre la barra de la isla de la cocina, conversábamos de banalidades, no acababa de relajarse, ni se atrevía a soltar lo que andaba por su mente.
—No sé qué te pasa —le solté, mientras le servía un vinito.
—Acabo de tener una discusión con Enrique tremenda. Le he pedido que no asista a la boda.
—Pero Luis es su hijo —comenté sin malicia.
—¡Es un cabrón! Quería estar a mi lado en la mesa del banquete y que nos comportáramos como un matrimonio y yo me he negado. Hemos discutido y ha pretendido forzarme.
Traté de calmarla, abrazándola. Cuando se le pasó un poco el gimoteo, se levantó decidida.
—No tengo hambre, vamos a ensayar. Tiene que salir perfecto.
Era un ciclón, no sabía de dónde sacaba tanta energía. ¡Las ganas que tenía yo de bailar! Nos alineamos uno frente al otro. Puso su mano en mi hombro, yo rodeé su cintura con mis brazos, dejando mi mano derecha en su espalda. Comenzamos a girar en ambos sentidos, dejándose llevar sobre una superficie en la que parecía que flotábamos. Sentía que cada vez me dominaba más, podría dejarme llevar hasta donde ella quisiera.
—Mantén la mirada a la izquierda —ordenó—. La espalda más recta.
Acabamos abrazados y besándonos como tortolitos.
—¿Haremos este final de baile en la ceremonia? —sonreí.
—Podríamos, a ver si el gilipoyas de Enrique se convence de una vez de que no voy a volver con él, nunca. Y ahora, vamos a tu dormitorio, necesito un polvo.
De camino al dormitorio, continuó expulsando sapos por su boca. Desde el interior del cuarto de baño me ordenó que me desnudara. Salió desnuda, con el pelo suelto, decidida a recuperar la hora que habíamos perdido. Me empujó contra la cama, se montó sobre mí y comenzó a besarme con una furia que debía tener reservada para una ocasión como esta. Si veía que yo trataba de tomar la iniciativa, me paraba, impidiéndomelo. Se metió mi polla en su vagina e inició un movimiento cada vez más rápido, buscando su orgasmo.
Nunca le había oído un lenguaje soez ni dentro ni fuera de la cama.
—Y el gilipoyas de mi ex pretendía que volviera con él. ¿Y perderme esta polla?
Con el ritmo que imponía no podía ni hablar, tomado de esa forma tan agresiva.
—No cari…
—¡Calla! Aggg…
La oí gritar cuando se corrió, pero no era suficiente, siguió y siguió, hasta que mi polla reaccionó, pero no a la excitación, sino al roce. Me estaba doliendo.
Cuando consiguió extraer el líquido blanco de mi mina, se echó a un lado satisfecha.
—Si sigues así, vas a acabar con mi polla en poco tiempo.
—Buscaré otra —dijo riendo.
—Yo no podría encontrar a nadie igual que tú —le dije medio en serio medio en broma.
—Por cierto, no te he contado la salida con tu madre. No la vas a reconocer. Quedé en pasar por su casa para ojear el vestuario. Le dije que tendría que dar toda esa ropa. Compramos ropa de calle y un vestido para la fiesta, porque el que había decidido ella no se lo pondría ni mi madre. Fuimos a mi peluquería y la llevé a mi doctora para que le pusiera un poco de hialurónico.
—¿Es que tú te pinchas —pregunté despistado.
—¡Pero de que árbol te has caído! ¿Crees que con mis cincuenta podría tener esta piel?
—Con lo miedosa que es mi madre.
—Estaba encantada, no la vas a reconocer.
—Gracias por interesarte por ella.
—Lo he hecho encantada aunque le he dedicado todo el día. Mañana no podré estar en el estudio de Berta, tengo que enseñar un chalet a un directivo del Banco Santander, un cliente de mucho dinero.
Al despedirse, casi sentí alivio. No puedo decir que no disfrutara, pero me había llevado al límite.
Su amiga Berta le había ofrecido a la pareja un reportaje artístico de fotos como regalo de boda, independiente de las fotos que le haría un fotógrafo de bodas durante la ceremonia. Considerando su caché de fotógrafa reconocida, equivalía a unos 1,000 euros de regalo.
Me abrió Berta, en ropa muy de andar por el estudio, con una amplia camiseta larga, a la que saludé cariñosamente. Ya habían llegado la pareja y mi madre, que no se quería perder ese momento de su hija. Y supe que era mi madre porque no podría haber otra mujer en el estudio. ¡Se había transformado! Un precioso pelo liso rubio del que habían desaparecido las canas, una mirada directa fruto de la seguridad alcanzada, su piel tersa. ¡Y qué tipazo! Un pantalón de cuero negro ajustado sobre el que llevaba un polo fino ajustado que le realzaba su pecho. ¡Joder con mi madre! Podría salir con Lisa sin desmerecer de ella.
—¡Guau! Que cambio.
—¿A qué sí? —me apoyó mi hermana.
—Mi madre ha hecho un buen trabajo —reforzó Luis.
—Gracias a todos. Sobre todo a ti hijo mío, por interesarte tanto.
Disfruté viéndola feliz. Mi hermana, casi una hija para mí, también se mostraba pletórica. Hacía una pareja extraordinaria con Luis, al que a fuerza de ver posar, concluí que su mirada era idéntica a la de su madre que en pocos días había dado la vuelta a mi vida como un calcetín. Me estaba encoñando con ella que me había descubierto el mundo de la mujer madura, en plenitud de sensualidad.
Me fijé con detenimiento en Berta, que debía ser ocho o diez años más joven que Lisa, no llegaría a los 50. Su cuerpo menudo y delgado no aparentaba esa edad. Se contorneaba a veces para encontrar una pose determinada en la pareja a la que les pidió naturalidad. Me enseñó sus braguitas varias veces. Estaba realmente sexy.
Al final de la sesión, ofrecí a Berta ayudarle a recoger todo el estudio. Mi madre se marchó con mi hermana.
—Bueno mamá, ahora puedo sacarte una noche a bailar. Si no tienes otros planes... —Le dije cariñoso.
—No te diré que no. Siento que he rejuvenecido.
Mientras yo ordenaba algunos de los focos y revistas que Berta fue utilizando a lo largo de la tarde, ella preparó unos entrantes fríos y un par de cervezas
—Te quedarás un rato, ¿no?
—Como quieras, me ha encantado ver tu trabajo. Eres muy buena.
—Sin falsa modestia, si lo soy.
—¿De qué conoces a Lisa? —pregunté curioso.
—Me vendió una casa. Se portó muy bien cuando el vendedor quiso engañarme y desde entonces comenzamos nuestra amistad. Después, cuando apareció este estudio, vendió la casa de nuevo y pude comprarlo. Ha tenido suerte con el padrino de boda —sonrió.
—Yo también la he tenido —respondí sincero y para resaltar su valía.
—Eres un caballero. Y muy atractivo —su comportamiento dejaba entrever que no sabía la relación que mantenía con su amiga.
Con su mirada picarona disfrutaba al ver la reacción de mi cara cuando sentí que se había descalzado y recostada en el sofá jugaba a merodear con su pie desnudo en torno a mi polla.
—Y dime. ¿Sales con alguien? —dijo jugando conmigo.
—Estoy libre —mentí a medias, sin saber si podía considerar a Lisa una pareja.
—Pareces muy formal.
¿Qué quería? ¿Que la tumbara sobre la mesa y me la follara como Jack Nicholson a Jesica Lange? No sabía si podría estar a su altura.
—Ponme a prueba.
—No se trata de probarte, solo de ofrecerte los placeres y que tú decidas. Me quedé pensando ¿Le debía algún tipo de fidelidad a Lisa?
—Dame una muestra de esos placeres...
Se despojó de su camiseta y se mostró sin sujetador y con unas finas braguitas negras que ya tenía muy vistas esa tarde. Mostraba un cuerpo espléndido. Unimos nuestras bocas como yo estaba acostumbrado a hacer cuando iniciaba una noche de sexo dejando que ella me fuera desnudando con la premura que el deseo desatado produce.
Creí ver la sombra de Lisa en una esquina aceptando a regañadientes que me la follara. Me follaba a la suegra de mi hermana que era una de sus mejores amigas y ahora iba a follármela a ella. No iba a olvidar nunca la boda de mi hermana.
Cuando mi polla emergió de su escondite, su cara se iluminó. La acarició despacio, y sin prisas se agachó a probar su sabor. Sabía comerse una polla, la mía estaba subiendo como el suflé. Me conocía a mi mismo y sabía que con los polvos echados esa semana a Lisa mi polla le iba a dar caña pero no podía arriesgar.
La subí en peso, y la volqué contra el sofá. La tomé por la cintura, me coloqué tras ella y en esa posición arrodillada, sin esperar un segundo, la cogí por sus caderas, situé mi polla en la entrada trasera de su vagina, maniobra que ella misma me facilitó apoyando su cabeza en un cojín y elevando su culo. De una embestida, con la firmeza de mi polla, se la metí tres cuartos, comenzando a cabalgarla desesperadamente, invitándola a que continuara mi ritmo.
Sus piernas se abrieron aún más, a la vez que mi ariete completamente empalmado se abría paso en su vagina, soportando mis manos el movimiento cadencioso de sus muslos, despacio al principio, hasta acabar enterrado dentro de ella.
La oía hablarme, pero no recuerdo que me decía. La sentí gemir, chillar, llorar, atraerme, empujarme.
No recordaba en mi vida una situación de sexo igual. En cada embestida, me excitaba más. De su garganta salía un hilo de voz, susurrante…
—Así, fóllame bien.
¡Como me gustaba su dilatado coñito! Subí mis manos a sus tetas, a la vez que con mi polla le frotaba el clítoris mientras la penetraba, sacó nuevos tonos de sus gemidos.
—Empuja fuerte cabrón —me pidió completamente entregada.
La sentía retorcerse de placer. Ella continuó su danza, sino del vientre, si del culo, meneándolo a derecha e izquierda, elevándolo cada vez más sobre el sofá. La veía desbocada que a intervalos la frenaba sabiendo que eso alargaría mi corrida. En medio de sus gemidos, le pasé mis manos adelante, hasta alcanzar su clítoris, restregándolo aceleradamente hasta conseguir oírla gritar.
Cuando se recuperó del último temblor, bajó su mano derecha a amasarme los huevos, lo que provocó que en unos pocos coletazos, aderezado de caricias genitales, acabara con mi avanzado estado de erección y descargué en ella todo el morbo acumulado durante la sesión.
Con mi polla aún activa, me separó, dejándola al aire. Inclinándose sobre mí, se la metió en su boca para recibir en su paladar las últimas descargas de semen que ella relamió con lascivia.
Nos tendimos sobre la alfombra que utilizamos como una zona de recuperación asistida, el duro lecho donde nuestros cuerpos se recuperaron del brutal polvazo que habíamos echado.
—Necesitaba un amante como tú. Aquel gilipoyas que conociste no seguía mi ritmo.
—Pssss tranquila, voy a fotografiar con la cámara de mi polla tu cuerpo desnudo. No quiero olvidar esta noche.
Sin pretenderlo, nuestra conversación sensual, nuestro roce jugando con nuestros cuerpos, fue despertando al monstruo del Lago Ness.
Cuando consideré mi polla lista de nuevo para el uso que Berta pretendía darle, abrí sus piernas. Pero ella tenía otros planes.
Me llevó con ella al dormitorio en el que presidía una cama de dos metros. Entró a darse una ducha en el baño de la habitación, y salió desnuda, su pelo húmedo y su coñito chorreando. Se colocó de rodillas en la cama, una pierna a cada lado de mi cuerpo y me acercó su copa para que bebiera.
—Me gusta estar limpia cuando me lo comen.
En un chequeo a fondo de su coñito, podía decir que quedaban restos de salado después de ser penetrada por mí. Pero su olor a gel invadía mi nariz. Desplacé mi lengua por el inicio de sus labios vaginales, sintiendo su humedad. Saboree sus dos pechos que estaban firmes esperando que se les pasara revista.
Apretaba su pelvis contra mi boca, como si quiera ser penetrada por mi lengua. Sus movimientos reflejaban la sed de su coño, que había sido tomado siempre sin rendirle la pleitesía que merecía. Repelé todo el sabor de ese súper coño, que traía música incorporada de serie, porque cuando se acercaba a su climax, comenzó a cantar como una prima donna.
—Fóllame otra vez niñato.
Deseábamos disfrutar de nosotros. Su cuerpo era espectacular, y me lo ofreció por entero. Abrió sus piernas, metí dos deditos, tanteando la zona, sabiendo que estaba óptima.
—Fóllame ya, no me martirices.
—Solo disfruto de los placeres que me ofreciste.
Atrapó mi polla con sus manos, no estaba dispuesta a perder el tiempo. Se la metió, contrajo su pelvis, y encarceló mi polla entre las cuatro paredes de su vagina. Dejé que marcara el ritmo, no podía impedírselo.
—Tranquila —le pedí.
Pedirle tranquilidad a Berta en ese momento, era decirle al viento que parara. Perdí la sintonía, no podía seguirle sus acelerones. Parecía un potro escapado de un rodeo americano. Su cara se había transformado, estaba asalvajada, gritando, suspirando. No se conformaba. Cogía mi polla con su mano, acelerando mis movimientos. Yo le devolví el detalle, y apreté con mis dedos su clítoris porque quería que se corriera y me dejara a mi ritmo.
Acabamos a la vez sin dejar de agitarse, y cuando conseguí sacarla, la tenía dolorida. Mi polla no soportaba el doble turno entre Lisa y ella.
—¡Qué bruta eres! Casi me la machacas.
No podía evitar el vértigo que me daba esa mujer tan increíble. Me marché a dormir a casa. Mi polla y yo necesitábamos descanso.
Me costó conciliar el sueño. Estaban pasando demasiadas cosas en mi vida. No sabía si debería contárselo a Lisa. Y recordé a mi madre. ¡Qué cambio! La boda prometía ser divertida.