SEGUNDA PARTE
XV
No tenía mucho tiempo. Necesitaba estar entre los invitados a la cena de aniversario en el castillo y faltaban pocos semanas. No perdió el tiempo y en cuanto la costurera le trajo sus primeros vestidos, empezó a salir a la calle con más asiduidad. Al principio la gente desconfiaba de aquella mujer que vestía aquellos ropajes excesivamente atrevidos para el gusto del condado. Pero con un poco de magia y una permanente sonrisa en la cara, la gente comenzó a aceptarla y ver normal que paseara por la ciudad, acudiera al templo y rebuscara entre los puestos del mercado que se delebraba una vez por semana.
Al parecer, al nuevo barón no le gustaban sus obligaciones. En vez de atender directamente las quejas y peticiones de sus ciudadanos, una vez cada dos semanas enviaba un representante a la ciudad para que tratara con ellos.
La ventaja era que el hombre de Olmur le gustaba despachar con la gente con una cerveza en la mano y la sala más amplia era el comedor de su posada. Zananda esperó a que la reunión terminase para bajar. Se había puesto el vestido menos provocativo que llevaba, lo que quería decir que la raja de su falda solo llegaba ligeramente por encima de su rodilla y se le ceñía al pecho sin realzar ni transparentar sus atributos.
Los ciudadanos de Callanor parecían haber terminado y se reunían en pequeños grupos en torno a jarras de cerveza, unos con una sonrisa en la cara, otros con gesto hosco. Entre ellos un tipo gordo, con la nariz y los mofletes colorados, bebía cerveza como si no hubiese un mañana.
Todos los presentes se giraron al verla bajar por las escaleras, intentando vislumbrar alguna porción extra de aquellas piernas morenas a medida que bajaba los peldaños. Ella no se amilanó y se paró un momento en el último descansillo devolviendo las miradas y de paso buscando al hombre adecuado.
No tardó en encontrarlo; un hombre de mediana edad, sentado en una mesa apartada de los corrillos que se habían formado. El desconocido apenas la había dedicado una mirada rápida antes de volver a sumergirse meláncolicamente en su jarra de cerveza. Mientras terminaba de bajar sondeó su mente. Como esperaba su visión había despertado el interés del hombre, pero tambien las imagenes de una mujer joven y hermosa, un parto dificil, un niño muerto y una marea de sangre.
No se acercó a él directamente, sino que saludó a alguno de los hombres que conocía y se dirigió a una de las camareras para pedirle una infusión. Los hombres la echaron un vistazo y pronto se olvidaron de ella, más preocupados en intentar sacar alguna concesión más al enviado del barón.
El hombre en el que se había fijado sin embargo no parecía demasiado interesado. Seguía sentado solo en una de las mesas, apurando su jarra. Mientras esperaba la infusión, le echó un nuevo vistazo. Tenía el pelo oscuro veteado por abundantes canas y un frondoso bigote gris que destacaba en un rostro afilado. Sus ojos eran oscuros, casi negros, enmarcados por una frente amplía en la que se podían ver tres profundas arrugas.
La camarera llegó con la infusión mientras en la otra esquina del comedor, la discusión estaba aumentando de tono. Ella aprovechó para dirigirse a la mesa de su objetivo. Antes de sentarse pudo comporbar que sus ropas, a pesar de no ser ostentosas, estaban limpias y estaban hechas a medida con materiales de calidad.
—Perdona, pero este parece el sitio tranquilo de la sala. ¿Te importa que te acompañe? —dijo con una sonrisa no demasiado amplia.
El hombre, que no la había visto llegar, se sorprendió y la invitó a sentarse con un gesto. Ella posó su infusión sobre la mesa, se recogió la falda y se sentó frente a él.
—Perdón, debería haberme presentado. Soy Efinné. —dijo ella— Parece que las cosas se estan calentando.
—Goombert. —dijo el hombre apartando la mano de la jarra para estrechar su mano con suavidad— Son malos tiempos y si quieres un favor del baron Olmer, tienes que ganártelo.
—Tú no pareces muy interesado.
El hombre se encogió de hombros y se concentró de nuevo en su bebida. Era evidente que no tenía ganas de hablar, pero ella no se dio por vencida. Hubiese podido seducirle con un sencillo encantamiento, pero seducir a los hombres por sus propios medios era un impulso para su autoestima.
—He vuelto hace poco a Callannor después de mucho tiempo alejada y lo he encontrado todo muy cambiado, a pesar de que era poco más que una niña cuando me fui.
El hombre levantó la vista y la miró intentado encontrar parecido con alguien del lugar. El encantamiento hizo efecto y no la reconoció. Sin embargo al fin se fijó en su cara y pudo apreciar su belleza.
—Calannor ha cambiado mucho después de que el antiguo baron muriera y su hija desapareciera. Olmer gobierna con mano de hierro y solo favorece a aquellos que le rinden obediencia incondicional. Al resto nos permite vivir, siempre que llenemos sus bolsillos con nuestros impuestos. Si lo que tienes en mente es volver a instalarte aquí, es mejor que vuelvas por dónde has venido. Cualquier lugar es mejor que este.
—La verdad es que he venido a arreglar un par de asuntos pendientes y luego decidiré que hago. A pesar de todo, este lugar me trae muy buenos recuerdos. —respondío terminando la infusión de un par de tragos.
No deseaba forzar las cosas. El representante del baron se había ido y con él también el resto de la gente. Así que tras un poco más de charla intrascendente, se despidió disculpándose ante el hombre por haberlo interumpido. Goombert se levantó al tiempo que ella, diciendo que había sido un placer conocerla, le besó la mano con gentileza, siguiendo con la mirada el movimiento de su vestido a medida que desaparecía escaleras arriba.
15
Baracca
No recordaba la última vez que había estado alejada más de un mes de su barco. Había dejado La Gorgona al cuidado de la mayor parte de la tripulación, con órdenes de carenarla y reparar los pequeños desperfectos que se habían generado en los dos últimos asaltos. Baracca se había tomado su tiempo y no se había apresurado a cumplir las órdenes del espía de Anhaba. En cuanto salieron del puerto, se dirigieron al noroeste y recorrieron la costa de Vor Mittal en busca de presas. Pensaba que agotaría antes su sed de venganza, pero aquel ansia tardó en aplacarse.
Suponía que Puerto Espina habría captado el mensaje. Había capturado tres mercantes, dos pesadas galeras y una barcaza en los alrededores de la ciudad flotante y no había tenido piedad. Había robado todo lo que había de valor en ellos, destruido las naves y vendido a las tripulaciones en Kalash como esclavos. Solo había dejado libres a los galeotes y unos pocos para que las noticias le llegasen al gobernador. Quería que aquella sabandija supiera quien estaba dándole por el culo. Solo con pensarlo, una oleada de placer la recorría de arriba abajo.
La tripulación, que había aumentado con voluntarios entre los galeotes de los barcos capturados, había aprendido rápidamente que si cumplía las órdenes de la capitana, no habría limites a sus ansias de oro y aventuras. Ahora no solo la apreciaban, la seguirían al infierno sin vacilar si fuese preciso.
Con la llegada del invierno y la disminución del tráfico marítimo, creyó llegado el momento de ganarse oro extra y se dirigió a Holmur, donde vendió las mercancias robadas y después de repartir los beneficios, salió en compañia de Englund y un par de voluntarios, dejando al resto de la tripulación a las órdenes de Barnak, el viejo oficial tuerto, que ahora era uno de sus hombres de confianza.
El viaje fue duro. El reino de Skimmerland era en su mayoría un interminable bosque salpicado de valles donde los Skimmerios, a fuerza de tesón, habían desbrozado, cultivado y construido sus pueblos y ciudades. La desconfianza proverbial de sus gentes a todo lo extraño resultó aun más agotadora, viendose obligados a presentar su salvoconducto a las innumerables patrullas que recorrían los caminos y casi suplicando en las posadas para obtenre frías habitaciones a precio de oro.
Aun encima, recorrerlo en invierno fue una tortura. Jamás había pasado tanto frío ni había visto tanta nieve. Sin embargo los Skimmerios estaban acostumbrados y mantenían las principales carreteras practicables, al menos para los caballos, con lo que solo se vieron detenidos unas pocas semanas por ventiscas especialmente intensas.
Finalmente, tras casi dos meses, estaban a las puertas de Limmerburg. Mientras avanzaban examinó las gruesas murallas y la ciudadela con aire crítico y llegó a la conclusión de que si algún idiota se planteaba asaltar aquella ciudad tendría que contar con la muerte de muchos miles de sus hombres. Una enésima patrulla los detuvo y examinó con detalle su salvoconducto y tras cerciorarse de que estaba todo en orden, les indicaron como llegar al palacio.
Una vez en la ciudadela interior, pasaron un nuevo control dónde los despojaron de sus armas y los guiaron hasta el palacio real. Un ujier sustituyó al soldado que los había escoltado hasta el vestibulo y éste tras comprobar de nuevo el salvoconducto, pareció reconocer el nombre de Sullam y los llevó a una pequeña sala de espera, donde los invitó a sentarse, a continuación desapareció a paso apresurado por una puerta lateral.
Esperaron cómodamente sentados, comentando el aspecto de las defensas y el grupo de soldados que habían visto hacer extraños ejercicios en un rincón del parque que rodeaba la ciudadela a las órdenes de un druida, mientras bebían el vino y comían los dátiles que unos camareros se habían apresurado a servirles.
Estaba Englund comentando lo bien que le sentaba que le tratasen por una vez como una persona importante y no como a un rufián cuando la puerta se abrió y el ujier entró de nuevo con gesto serio y les ordenó que lo siguieran.
Englund y ella dejaron al resto de compañeros comiendo y bebiendo y se incoroporaron. El hombre les guio por una serie de pasillos hasta un ala del palacio que hervía de actividad. Los funcionarios se cruzaban con ellos cargados de papeles que llevaban de un sitio a otro o discutían en parejas hasta que los veían e interrumpian unos instantes el diálogo, hasta que los oídos de los dos piratas estuviesen fuera del alcance de las conversaciones. Baracca no se impresionó ante aquel despliegue, sabía perfectamente que un reino tan grande requería un ejército de funcionarios que lo mantuviese en movimiento, pero la mayoría, por muchos aires que se diesen, no hacían nada más que contar, copiar y transcribir. Englund, sin embargo, lo miraba todo con la boca abierta, intentando no tropezar con aquel enjambre que se cruzaban por delante y por detras de ellos.
Su guia le hizo un gesto para que se apresurase y los llevó hasta una gran sala en la que había seis mesas y en las que otros tantos funcionarios estaban enfrascados en la copia de documentos. La atravesaron con paso vivo hasta una puerta de madera gris de yeb de doble batiente. El ujier la entreabrió y asomándose habló algo con la persona del otro lado. Un segundo despues treminó de abrir una de las hojas de la puerta y les invitó a entrar, cerrándola inmediatamente detrás de ellos.
Englund y Baracca se vieron en un lujoso despacho dominado por un ventanal enorme que mostraba una espléndida vista de la ciudad y más lejos de las montañas repletas de nieve. Al pie de el había un hombre delgado, sentado al otro lado de una gran mesa de madera taraceada con nacar y coral. El hombre no se levantó, simplemente los observó con el ceño fruncido y unos ojos penetrantes y los invitó a sentarse en las sillas que había al otro lado de la mesa.
Baracca no se apresuró y miró a su alrededor, fijándose en los ricos cortinajes, la lampara que cogaba del techo cuyos brazos estaban acabados en una docena de lámparas de aceite y un amplio divan sobre el que había una manta pulcramente doblada. Era evidente que aquel hombre tenía un cargo de responsabilidad y que en ocasiones los asuntos de estado le obligaban a dormir en el despacho.
—Hola, soy Windish el sensescal del rey Dulfwar. El ujier me ha dicho que traéis un mensaje para mí.
—En realidad es un paquete y el hombre que me lo dio, me dijo que únicamente debía verlo el rey. —le mintió Baracca.
El hombre volvió a fruncir el ceño incrédulo, pero no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer. Sabía como se las gastaban los funcionarios. Si se lo permitía, la enviarían de uno a otro y con cada uno debería soltar un buen pellizco de su recompensa. Además necesitaba que el rey en persona le confirmase la patente de corso. Para evitar una larga discusión sacó de nuevo el salvoconducto y lo dejó sobre la mesa.
—¿Puedo ver el paquete? —preguntó el funcionario mientras leía atentamente el documento y lo comparaba con otro que había sacado de un cajón.
Baracca lo sacó de una bolsa que llevaba colgando del hombro y lo puso sobre la mesa lejos del alcance del hombre que lo miró sin hacer el gesto de intentar cogerlo.
—Descríbeme al hombre que te lo dio. —le ordenó el senescal.
—Entre cuarenta y cincuenta años, un par de dedos más alto que yo y de complexión robusta. Tenía el pelo blanco y cortado a la altura de los hombros. LLevaba barba y tenía la nariz gruesa y con la punta globulosa. Dijo llamarse Sullam. Parecía bastante desesperado por que este paquete llegase a su destino. —añadió ella para aumentar el interés de su interlocutor.
—¿Tenía alguna marca? —preguntó el funcionario sin apartar la mirada del salvoconducto.
—Un tatuaje con el escudo de Skimmerland en el pecho. —respondió ella mientras Windish asentía con la cabeza.
—Muy bien, todo parece en orden. La escritura y los detalles que me has dado identifican al hombre que te dio el paquete. Parece un libro.
—Yo diría que lo es. —replicó ella cogiendolo de nuevo y haciéndolo desaparecer de nuevo en la bolsa.
—Está bien. Os llevaré ante el rey, pero es un hombre ocupado. Será mejor que espereis aquí.
Sin más ceremonias el hombre desapareció por una pequeña puerta disimulada tras un tapiz y fue sustituido por un oficial de la guardia que se mantuvo de pie con la mano en la guarda de la espada sin quitarles un ojo de encima.
Ella echó una mirada al skimerio, alto y fornido como el barbaro que había conocido en Haabort, pero con unos rasgos no tan agresivos. Su boca grande y sus labios gruesos le resultaron especialmente deseables. Irónicamente se preguntó si tendría que matar también a aquel hombre si se terminaba acostando con él. Englund, ajeno a los pensamientos de su jefa, se había dedicado a quitarse la roña de debajo de las uñas con la punta de su daga y dejarla caer sobre una cara alfombra de Gandir.
Pasó un poco más de media hora hasta que el funcionario volvió. Los dos piratas se levantaron y lo siguieron hasta un nueva sala de espera, más grande y con una serie de asientos alineados en ambos laterales, casi todos ocupados por personas que manejaban papeles nerviosamente o practicaban discursos entre murmullos. El senescal les mostró dos asientos y desapareció.
Unos segundos después un nuevo funcionario con una tablilla de ceramica les preguntó su nombre y lo anotó en un papel con un gruñido. Cuando terminó les dijo que esperasen a ser llamados y desaparecio por una puerta lateral.
—Malditos funcionarios, son como las putas. Les encanta contonearse y ver como les observamos con miradas suplicantes. ¿Crees que si untamos a ese papagayo nos adelantará en la cola?
—No sé, pero lo dudo mucho, Englund. Relajate y piensa en otra cosa. Ya falta poco. Con suerte mañana estaremos de camino a Holmur con la bolsa llena. —trató de animarle Baracca.
Amok
Aquello no le iba a gustar a la reina. Su viaje en busca de pistas de la isla había sido un fracaso. Había recorrido todos los dominios de la reina Zananda en busca de cualquier pista sobre la misteriosa isla y apenas había conseguido alguna que otra vaga mención en la que los autores se hacian ecos de rumores y terceras personas. Ningún testigo directo de lo ocurrido había quedado para contar algo más que lo que había encontrado en aquel viejo volumen. A pesar de todo, los escasos datos que había obtenido eran coherentes y parecía indudable que la isla, al menos en algun momento desde la caida de los magos, había existido.
Sin embargo estaba seguro de aquello no sería suficiente para su reina. Aquella magra cosecha no le merecería aprobación alguna y hasta podía costarle un puesto que creía tenía en la mano. Todas sus expectativas de convertirse en uno de los consejeros de la reina y ser alguien verdaderamente influyente en aquel reino emergente, se estaban esfumando.
Por otra parte la consulta que le había encargado a Sullam tampoco parecía haber dado ningun fruto. Mientras abandonaba el despacho, donde habían mantenido una corta reunión, no dejaba de pensar que tenia que haber información sobre aquel portento en alguna parte. Quizas si viajase a las Islas de los Volcanes, de donde procedía el libro que les había dado la primera pista...
Dobló la esquina del pasillo que llevaba a la sala de lectura tan sumido en sus pensamientos que no se dio cuenta de que un acolito con una pila de libros que sobrepasaba su cabeza venía hacia él. El joven fue hábil y al notar el contacto agarró los libros con fuerza y dio un par de pasos hacía atrás manteniendo el equilibrio.
—Mira por donde andas. —le dijo como si él no hubiese sido el causante del incidente.
—Lo siento, maese Amok. Me temo que tengo cierta tendencia a chocar con la gente. Debe ser torpeza... o la tendencia que tengo a llevar demasiadas cosas a la vez como ahora. Aunque últimamente parece que tengo un poco más de suerte. Hacía varios meses que no tropezaba con nadie, creo que la última vez fue con maese Sullam en el vestibulo y le tiré un libro. Debía ser un libro interesante porque se apresuró a recogerlo sin darme tiempo a que le ayudara. Un gran hombre ese Sullam, es un trabajador infatigable. Se ha pasado estas semanas en la sala de lectura enterrado entre pilas de libros más altas aun que la mía.
Amok estaba a punto de alejarse de aquel mono parlanchín cuando aquellas últimas palabras levantaron sus sospechas inmediatamente. No era normal que nadie sacase libros de la biblioteca. Estaba terminantemente prohibido y cuando se hacía, se tenían que rellenar varios formularios como había hecho para llevarle el viejo volumen a la reina.
—¿Cuándo fue eso exactamente? —le preguntó.
—Veamos... sí fue justo el día anterior a la tercera luna nueva de primavera, lo recuerdo muy bien porque me gusta subir a una de las colinas de las afueras para observar las estrellas y la luna nueva es el mejor momento para verlas. Tropecé con él ese día, seguro. Tuve un golpe de suerte y pude ver una rara alineación de astros, vera...
—Sí, si. —diio Amok cortando al chico el hilo de la conversación para llevarla a lo que le realmente le interesaba— ¿Por casualidad viste de qué libro se trataba?
—No, Sullam se apresuró a recogerlo antes de que pudiese observarlo con detenimiento, solo vi que no era muy grande, tenía las tapas de vitela con bastantes manchas de humedad y no había titulo ni en las tapas ni en el lomo. Si tuviese que apostar, yo diría que era un diarió de algun tipo...
—Gracias, sigue con tu trabajo... y no hables de esto a nadie más, ¿Quieres? —le ordenó al joven acólito mientras se dirigía a la sala de lectura para hablar con el encargado de los préstamos.
Moen estaba como siempre sentado a la mesa con los ojos cerrados y los brazos cruzados encima de su prominente barriga. La única pista de que estaba con vida era el ligero silbido que emitía cada vez que exhalaba una bocanada de aire. Amok se acercó y carraspeó para llamar la atención de su subordinado.
—¡Oh! Buenos días, maese Amok. No sabía que había vuelto del viaje, ¿Ha tenido éxito en sus pesquisas?
—El trabajo avanza con lentitud. —dijo él tratando de ocultar su fracaso— Por cierto, ¿Tienes a mano el registro de préstamos de la primavera pasada?
—Sí creo que anda por ahi...
—¿Me lo puedes traer? —insistió al ver que Moen se contentaba con responder y no hacia ademán alguno por levantase de la silla.
El hombre suspiró y se levantó. Recorrió dos pasos hasta una estantería que tenía justo tras él y tras abrir una puerta deslizante y examinar los lomos de unos finos cuadernillos de papel, sacó dos y los dejó frente a Amok, sobre el mostrador.
A pesar de que sabía la fecha exacta recorrió los dos pequeños libritos de inicio a fin para que Moen no supiese lo que buscaba exactamente. Le bastaron unos pocos minutos para comprobar que no había ningún registro de la salida de un libro a nombre de Sullam.
Tras devolver el registro a su subordinado, se dirigió a la salida meditando cual sería el siguiente paso. No tardó en darse cuenta de que aquello era demasiado importante como para que llevase él solo el asunto. La reina no estaba, pero había dejado a uno de sus hombres. Recurriría a él para detener a Sullam. Afortunadamente, la reina había salido de la ciudad en una nueva campaña de conquista y tardaría un tiempo en volver, eso le daría tiempo para buscar el libro y dar la vuelta a la historia para que aquella serie de sucesos le favoreciesen. Puede que después de todo un puesto entre los consejeros de la reina aun fuese posible.
Dulfwar
Estaba tan ansioso por recibir noticias de su hombre en Anhaba que estuvo tentado de despedir a todas las personas que esperaban audiencia, pero se contuvo. Como rey debía controlar sus emociones, así que se limitó a asentir cuando Windish llegó con la noticia y ordenarle que llevase a los extranjeros a la sala de espera. Les atendería en último lugar para poder obtener todos los detalles posibles.
Despachó a todos los demandantes lo más rápido posible, Intentando que no se notase su impaciencia. Cuando el último peticionario abandonó la sala de audiencias dando pequeños pasos hacia atrás y haciendo reverencias a cada paso, soltó un profundo suspiro y le dijo al guardia de la puerta que trajese a los extranjeros y los llevase ante su presencia.
Mientras el guardia desaparecía tras la puerta ordenó a uno de los sirvientes que dispusiese una mesa con vino y unos bocados. Tras un largo día de audiencias tenía la boca seca.
Los extranjeros llegaron e hicieron una torpe reverencia. Se notaba que no estaban acostumbrados a aquel ambiente cortesano. El hombre no le impresionó especialmente más allá de su corpulencia y su gesto decidido. Había visto muchos como él en su vida, pero la mujer llamó inmediatamente su atención. No era muy alta, pero tenía algo en su presencia que imponía. Probablemente eran aquellos ojos grandes, avellanados y oscuros que lo miraban con descaro. La mujer tenía la tez tostada típica de la gente que pasa largas temporadas en el mar y un cuerpo fibroso, realzado por un busto generoso que llevaba ceñido por una blusa cruzada. Aun así se bamboleaba sugerente con cada movimiento de la mujer.
La extranjera sonrió irónicamente como si supiese lo que estaba pensando en aquel momento y esperó con los brazos a la espalda esperando ser interrogada.
—Así que me traes un mensaje de Sullam. ¿Cómo te llamas, extranjera?
—Soy Baracca... majestad. —respondió la joven recordando el tratamiento en el último momento— Y él es Englund. Soy la capitana de La Gorgona.
—Muy bien, capitana. ¿Qué tenéis para mí?
La mujer dudó un instante. Aquella gente estaba acostumbrada a las trampas y las puñaladas por la espalda. Con diversión observó a la mujer meditar algo un instante antes de revolver en la bolsa de cuero que llevaba colgando de su hombro y sacar un pequeño paquete lacrado con el sello en forma de oso rampante que le había dado a Sullam para poder identificar sus mensajes.
Antes de romper el sello lo examinó con detalle, comprobando que no había sido manipulado de ninguna forma evidente. A continuación lo rompió, abrió el paquete y examinó su contenido. Protegido por un papel encerado había un pequeño libro con tapas de vitela sin niguna marca distintiva y un sobre.
Dejando el libro a un lado abrió el sobre que contenía varios pliegos de papel con la letra pequeña y apretada de Sullam. Les echó un vistazo rápido y tras coger ambas cosas guio a sus invitados hacia el divan donde unas camareras había terminado de disponer el refrigerio.
—Disculpadme, pero hace un par de horas que debería haber comido. El día ha sido bastante largo. Por favor sentaos y acompañadme.
Los extranjeros se dejaron caer sin ceremonias en los divanes. El giganton empezó a comer inmediatamente con apetito, sin embargo la mujer cogió la copa y dando un sorbo lo miró con atención. Dulfwar la ignoró y cogiendo un par de dátiles comenzó a leer el informe del espia.
Sullam como siempre, había sido metódico y no había olvidado ningun detalle. Encabezaba el informe contando como su jefe, el director de la biblioteca, le había encomendado la busqueda de datos sobre una extraña isla flotante. Al principio no le había dado importancia, pero cuando vio la impaciencia de Amok al no encontrar resultados, empezó a sospechar. Él siguió con la busqueda hasta que encontro el diario de a bordo de un viejo barco mercante que se había perdido en el Mar del Cetro por una tormenta. Los detalles que daba sobre la Isla le recordaron una vieja historia que había leído, no recordaba dónde, sobre una isla donde el último archimago había escondido sus tesoros y comprendió la importancia del diario, que no daba muchos detalles, pero si por donde empezar a buscar y lo más importante, qué buscar.
Consciente de que no podía caer en manos de la reina se llevó el diario de la biblioteca y lo escondió en casa, esperando el momento de poder enviárselo. Ese fue el siguiente problema. El viejo capitán del Cormorán un mercante que solía hacer la ruta costera del sur del Mar del Cetro se retrasaba ya tres semanas cuando recibió la noticia de que se había hundido con su barco en las cercanisa de las Islas Branman. Conseguir a alguien de confianza que pudiese llevar el diario hasta Limmerburg le pareció tan difícil que incluso pensó en ir el mismo. Consciente de su importancia al ser el único espía infiltrado en la corte de la reina hechicera, se dio un margen de tiempo para encontrar al mensajero adecuado. Recorrió el puerto y sus posadas en busca de la persona adecuada y estaba a punto de desistir cuando un día vio aparecer a dos marineros con pinta de tener mucha sed. Tras invitarles a un par de jarras de cerveza, se les desató la lengua y le hablaron de su capitana, De una celada de la que había salido viva de milagro para ser capturada por el gobernador de la Isla de los Volcanes. Le contaron una historia que no sabía si creer de como había noqueado al gobernador a pesar de estar desnuda y atada por las muñecas. El gobernador, en vez de matarla, decidió convertirla en galeote y no tardó en tomar el barco y liberar la tripulación. Habían navegado entre tempanos helados hasta Haabort con una vieja galera apenas apta para navegar con buen tiempo y allí habían construido un nuevo navío "más adecuado para sus negocios".
El rey interrumpió la lectura y miró a la mujer de nuevo. No había muchas dudas. No había muchas mujeres capitanas de barco y era evidente que sus negocios eran poco claros. La conclusión estaba clara; Los dioses parecían estar verdaderamente del lado del druida. Y no convenía irritarlos, tendría que arreglarselas para que se conocieran. Bebió un vaso de vino y continuó con la lectura.
Aquello le convenció a Sullam de que aquella mujer era la persona que estaba buscando, siempre que consiguiese tentarla. Tuvo que recurrir a la totalidad de su fondo de emergencia para poder hacerlo y prometerle todavía más oro para terminar de convencerla. Se despedía sugiriéndole que utilizase todos los medios a su alcance para convertirla en un correo seguro, recordándole que era su más humilde servidor.
Sullam había tenido buen ojo, pero debería conseguirse un nuevo correo para sus mensajes. Dobló los papeles y los dejó sobre la mesa. El diario lo dejaría para más tarde. Antes de terminar tenía que hacer una última comprobación.
—Capitana necesito que te abras la camisa. —dijo el rey.
Englund dejó de comer al instante y puso mala cara, pero Baracca sabía lo que quería exactamente y lo detuvo con un gesto.
—¿No es un poco osado para una primera cita? —preguntó ella levantandose y luciendo una sonrisa irónica en aquellos hermosos labios.
La mujer se sacó la falda del blusón de debajo de los pantalones de cuero y se la levantó dejando a la vista su costado derecho y de paso levantó aquellos jugosos pechos.
El rey observó la cicatriz que borraba cualquier duda sobre su identidad y con un gesto la invitó a sentarse de nuevo. Ella le obedeció, pero no inmediatamente, sino que se volvió a remeter la blusa mientras le miraba seductoramente. Una oleada de lujuria lo asaltó como no recordaba en mucho tiempo. Bebió otro trago de su copa de vino y cuando la joven estuvo de nuevo acomodada en el diván lo pensó un momento y le alargó el documento para que ella pudiera examinarlo. Si él y el druida tenían que convencerla, debía saber la verdad.
—Una histpria interesante. ¿Es cierto que noqueaste a ese idota presuntuoso de Renfro?
—Únincamente me limite a defender mi virtud, majestad. —respondió ella socarrona— Creo que aun le estan escociendo las pelotas.
Dulfwar soltó una carcajada, aquella mujer no tenía pelos en la lengua. Cada vez le gustaba más.
—Tu colaboración ha sido importante y no escatimaré nada del pago prometido. Como puedes ver hay mucho en juego. —dijo el rey llevando la conversación hacia sus intereses— Pero tras leer solo una pequeña parte de tus andanzas creo que sería interesante establecer una forma de cooperación entre nosotros.
—No sé, hasta ahora me ha ido bastante bien montándomelo por mi cuenta. —replicó ella— Además cualquier acuerdo al que lleguemos debería estar aprobado por mi tripulación.
—Lo entiendo, pero soy consciente de que tu influencia es importante a la hora de tomar decisiones, ¿O me equivoco?
Ella no dijo nada pero Englund asintió inconscientemente.
—Mis funcionarios tardarán unos días en reunir el oro y realizar el papeleo. Hasta un rey esta sometido a los inconvenientes de la burocracia. —se disculpó— Mientras tanto sois mis huéspedes.
Baracca iba a decir algo, pero el rey dio una palmada dando la reunión por terminada. Un sirviente apareció como por ensalmo y acompaño a Baracca y a Englund a la salida.
El rey cogió otro poco de fruta y se la llevó a los labios pensativo mientras observaba como el culo de la capitana pirata se alejaba distendiendo el cuero de sus pantalones con cada paso.
Lorax
Odiaba las clases de Teoría de la Magía. Lo que le gustaba era pronunciar conjuros y desatar los poderes de la naturaleza, pero casi todo en la academía estaba más bien encarado a controlar esos poderes y cuando intentaba pasarse de la raya era severamente castigado. Y era un rollo, porque desde un principio había visto que sus compañeros, a pesar de llevar algunos incluso años de estudios, parecían torpes en comparación con él. Nunca intentaban ir un poco más allá o preguntarse qué pasaría si modificaban ligeramente un conjuro. Gracias a los libros que habían conseguido rescatar los agentes del rey por todo Skimmerland e incluso fuera de sus fronteras, sus compañeros más veteranos dominaban hechizos que el no conocía, pero la diferencia era que mientras casi todos los estudiantes dominaban la magia de una de las fuerzas de la naturaleza y les costaba muchas horas de esfuerzo llegar a dominar cada conjuro. Él apenas necesitaba tiempo para dominar conjuros de cualquier naturaleza; aire, tierra, agua, fuego... lo mismo daba. Los que al principio trataban a aquel chico moreno y harapiento despectivamente, ahora lo miraban con una mezcla de admiración y envidia.
El cómo le trataban le daba igual, pero el druida le había enseñado que la vida estaba conectada y que los Dioses no le habían dado aquellos poderes para humillar a sus amigos, sino para vencer a sus enemigos, así que se esforzó en ayudar a sus compañeros en lo que podía y en desobedecer a su maestros lo menos posible.
—... Llamar aire, tierra, fuego y agua a las cuatro fuerzas de la magia es una convención. —continuaba el profesor ajeno a sus pensamientos mientras se mesaba la barba— En realidad al nombrar estos elementos nombramos a las cuatro energías que dan forma a nuestro universo. A pesar de que todas las cosas que nos rodean parecen sólidas, en realidad están es su mayor parte formadas por vacio y lo que tocamos realmente son la repulsión generada por estas fuerzas. La tierra viene a ser la fuerza generada por la masa de cualquier cuerpo, el agua es la fuerza de las corrientes eléctricas y estáticas, el fuego es la energía que se produce al descomponer la masa y el aire se corresponde con la más misteriosa tenue y elusiva...
Todo aquello ya lo sabía. Lo había leído en uno de los primeros libros a los que había tenido acceso. La verdad no era otra que nadie sabía la naturaleza de aquellas fuerzas, más allá de aquellas pocas nociones. Solo los archimagos las conocían lo suficiente para poder manipular la magía sin necesidad de pronunciar conjuros, solo eligiendo el elemento, concentrándose y comprimiendolos con su poder hasta crear el efecto deseado.
Distraído comenzó a hacer garabatos con su lapicero, simplemente dejándose llevar mientras fingía antender al profesor. Las manos corrían por el papel y al bajar la mirada vio que había vuelto a dibujar a Marfa. Su cabeza redonda con la melena de pelo blanco y crespo y sus ojos grandes y rodeados de profundas arrugas. A un lado y tapando parte de su rostro la bola de cristal, aquella bola a la que le preguntaba todo y que era la que realmente dirigía a todo el clan.
—¡Qué bonito! Me pregunto si hay algo que no sepas hacer. —comentó Pearl su compañera de pupitre.
—¿Eh? Ah sí. No es nada... Estas clases me aburren soberanamente.
—¿Quién es?—preguntó ella.
—Es Marfa... —respondió tras unos instantes de vacilación— ella me crío y me enseñó lo poco que sabía de magia.
—Parece una mujer interesante...
—Lo era.
Marfa era una sibila. —recordó sin dejar de añadir detalles al boceto— Con la ayuda de aquella bola que no tenía ningún poder, pero que utilizaba para concentrarse, leía los futuros caminos de su clan y le ponía a salvo de los peligros del camino. La anciana gitana se encargó de su educación en cuanto había empezado a dar muestra de sus facultades. Su idea había sido que lo sustituyera cuando ella muriera. Leer las líneas del futuro era una de las cosas más difíciles y se decía que solo los druidas o personas muy espirituales podían hacerlo, por eso él aunque aprendió rápidamente, nunca supo hacerlo con la habilidad que su madre adoptiva. Donde ella veía acontecimientos claros, el solo veía siluetas brumosas. Él quería forzar las visiones mientras ella insistía en debía dejar que llegasen a él. A pesar de que todo aquello le frustraba. Quería a Marfa y se sentía feliz y protegido en aquella comunidad, con lo que hizo todo lo posible.
Nadie en el campamento sabía que edad tenía exactamente y ella, por una absurda coquetería jamás lo decía, pero era evidente que no le quedaba mucho tiempo de vida, de ahí que se volviera impaciente, la comunidad necesita un nuevo guía y él era el único con posibilidades. Llevada por esa impaciencia hizo algo que hasta ese momento había evitado hacer, unirse con su hijastro ante la bola y compartir los poderes con él con la esperanza de que aquello le mostrase el camino para la videncia.
El no logró ver nada más que brumas, como siermpre, pero Marfa absorvió involuntariamente parte del poder de Lorax y la llevó lejos, mucho más lejos de lo que quería. No solo vio el futuro de su clan también vio el futuro del continente y su rostro se ensombreció. Entre lágrimas le contó que tenía que irse, que su destino no era ser un vidente, su destino era ser un gran archimago y para serlo tenía que irse aquella misma noche.
Lorax protestó e intentó razonar con ella. Intentó preguntarle que era lo que había visto pero la anciana se negó a decirle nada por temor a alterar el futuro. Así que a pesar de estar casi en pleno invierno y tras una tumultuosa reunión en la que más de uno estuvo a punto de llegar a las manos con la anciana, se acordó que Lorax debería irse al día siguiente en dirección a la costa. Nada más le sacó a la vieja Marfa aparte de que debería irse...
—Lorax... Hola. Aquí la tierra. La clase ha terminado. —le sacudió su compañera.
Él se volvió hacia ella y se fijó en aquellos ojos claros y aquella melena rubia que usaba como escudo para ocultar la fea cicatriz de una quemadura en su cara, provocada por un experimento fallido antes de entrar en la academia. Nadie sabía exactamente que había ocurrido, pero Pearl hacía mucho que lo había superado y aunque no la gustaba lucir la cicatriz tampoco se contrariaba cuando esta quedaba al descubierto.
Finalmente se levantaron y se dirigieron a la salida. Tenían casi media hora antes de la siguiente clase así que bajaron juntos las escaleras. La mayoría de los alumnos de la academia eran mayores que ellos y lo habían tratado con desdén al principio y más tarde con abierta envidia al descubrir sus capacidades. Pearl sin embargo no intentaba ser lo que no era y tampoco parecía sentirse amenazada por sus capacidades, es más con astucia se había acercado a él y le proponía practicar siempre que tenía tiempo. No dudaba de que aquellas prácticas la habían beneficiado mucho a ella, pero sería un tonto si pensase que a él no le habían influido también positivamente.
No hizo falta que insistiera para que la acompañara a una de las aulas vacías que los alumnos usaban para practicar a hurtadillas. No tenían mucho tiempo así que no se complicaron y con unos sencillos conjuros recogieron el polvo que abundaba en aquella estancia abandonada y formaron dos siluetas.
La de él era un homunculo fornido de alrededor de un metro de altura. Pearl a su vez creo una mujer un poco más baja, menuda y flexible, facilmente reconocible por la rotundidad de su figura. Lorax hizo que el homúnculo tensase los músculos y adquiriese posturas agresivas, pero la figura femenina levantó los brazos sujetando su vaporosa melena a la vez que ejecutaba unas sugerente danza. A Pearl le encataba descolocarlo con aquel tipo de artimañas y eso hacía que las prácticas con ella fueran siempre entretenidas, porque Lorax nunca sabía por dónde le iba a salir.
La figura femenina rodeo al homúnculo con pasos ligeros levitando a medio metro del suelo y abrazo al homúnculo por detrás. Siguiendo el juego, Lorax hizo que le creciese un miembro exageradamente grande cuando la mano de la danzarina acarició su vientre.
—Eres un exagerado. —se rió Pearl mientras con un gesto de sus manos obligaba a su silueta a arrodillarse frente al homunculo y acariciar y besar aquel enorme miembro.
El homúnculo se estiró y cambió de color de un gris polvoriento a un color ocre que iba adquiriendo brillo poco a poco. Unos segundos despues Lorax obligó a su humeante marioneta a tirar de la melena de su amante para ponerla a su altura. En ese momento el pene del homúnculo desapareció en el interior de la danzarina que vibró un instante antes de que la fusión fuese completa. En ese momento comenzaron a rotar mientras sus caderas se movían acompasadamente. El color de la danzarina cambió y viró hacia un verde aguamarina mientras que el de él se volvio anaranjado y luego rojo. A medida que aquellos colores se intensificaban, ambos rotaban cada vez más deprisa sin dejar de copular. Durante un instante sus colores se fusionaron antes de que las siluetas se detuviesen. La danzarina le dio la espalda a su amante y tensó todo su cuerpo, haciendose tan definido que Lorax podia ver nítidimante cada cabello de aquella flotante melena y hasta lo pliegues que se formaban en la base de sus pechos cada vez que estos se bamboleaban pesadamente con los saltos de la bailarina.
El homúnculo la cogio por las caderas y la penetró desde atrás con fuerza. La danzarina agito sus piernas ingrávida mientras se acariciaba los pechos y se abrazaba el cuerpo dejándose llevar por el placer.
Lorax hizo un pequeño gesto y el homúnculo apretó su cuerpo contra ella y tirando de su barbilla para poder besar su frente desde arriba, la asaltó con más fuerza aun. Las dos figuras se dejaron llevar por una vorágine de placer que se hizo cada vez más intenso hasta que el homunculo no aguanto más y abrazando a la danzarina por detras le dio dos salvajes empujones. La bailarina de Pearl conmenzó a estremecerse a su vez cada vez con más fuerza hasta que las dos siluetas se desintegraron en una explosión de polvo.
Los dos amigos tosieron y se rieron mientras discutían la silueta de quién se había desintegrado antes y había perdido. Al final todo quedó en empate y salieron del aula sacudiendose las túnicas.
Este nuevo libro consta de 26 capítulos que iré publicando semanalmente, como siempre, el que no pueda esperar, puede adquirir la historia completa así como los dos títulos anteriores de la saga en amazon. Si tenéis algún problema para conseguirla, podéis poneros en contacto conmigo y os facilitaré el enlace.