5
De vuelta al infierno
(Vicky)
—Marcelo, eso es imposible.
Aquel cabrón se limitó a reírse. Un segundo después, me soltó una bofetada que me dejó pasmada. Me hizo daño, pero lo peor fue que me percaté, en ese momento, que Marcelo había vuelto a aparecer en mi vida. Y que se quería quedar.
—Mira, gilipollas —me decía mientras se acercaba a mí y yo retrocedía asustada, aún con el pelo revuelto y el carrillo dolorido por el bofetón—. Me he tirado un tiempo en el trullo por tu puta culpa. Podría rajarte aquí mismo —me dijo sacando una navaja de considerables dimensiones—. O, por el contrario, olvidarme de todo y seguir como antes. ¿Qué prefieres? —me preguntó de forma cínica mientras pasaba la punta de aquella navaja por mi cuello.
Estaba aterrada, muerta de miedo. Andrea, la muy cabrona, se había ido en cuanto vio a aparecer a Marcelo. Un ruso o eslavo, de nombre Boris, le dio un sobre. En ese momento supe que lo de la fiesta de mil euros era un anzuelo para llevarme de nuevo a mi antiguo proxeneta. Me sentí boba, ridícula, cabreada conmigo misma, por aceptar aquel trabajo. Pensé en Andrés y que esa noche podríamos estar camino de nuestra nueva vida, lejos de aquel malnacido, de la prostitución y de todo lo que aquello implicaba.
—¿No dices nada? —Proseguía con la caricia de la punta de aquella navaja en mi cuello.
Cerré los ojos y apreté las mandíbulas. Estaba petrificada, pero sabía que debía ganar tiempo para que aquello pasara.
—¿Qué quieres, Marcelo? —acerté a decir.
Él se limitó a mirar, burlesco y chulo a su amigo el eslavo. Luego emitió una risa algo forzada, pero que me pareció tenebrosa.
—Quiero que me pagues lo que me debes… —dijo por fin, endureciendo la mirada.
—Te lo pagaré. Dime cómo.
Volvió a sonreír, como si fuera un caimán hambriento. Me miró y por fin, guardó la navaja, aunque me cogió del cuello con la mano. Apretó un poco y me hizo toser.
—Para empezar, y ya que preguntas, me debes una buena pasta por ese par de tetazas que te pagué, ¿entiendes? —me contestó pellizcándome uno de los pezones.
—Joder, Marcelo, me haces daño… —me quejé.
Él aflojó un poco y volvió a sonreír como un alucinado.
—Más me hiciste tú, traicionándome…
—Yo no…
Volvió a abofetearme. Esta vez fueron dos veces. Me caí al suelo y me cubrí con las manos.
—Tú y ese camarero viejuno. Lo sé todo, hija de puta. —Se agachó hasta ponerse a mi altura—. Tengo muchos ojos y muchos oídos que miran y escuchan por mí.
Me agarró del brazo e hizo que me levantara. Luego suspiró de forma teatral.
—No sé qué hacer con ella, Boris. O le pego un tajo en esa cara de princesa que tiene o le saco las tripas de un navajazo. ¿Qué piensas?
Me aterré. En ese momento pensé que me mataba. Que no me quedaban más allá de unos minutos de vida.
—No Marcelo, por favor… —le rogué angustiada.
—Si yo fuera tú, Marcelo, sacaría provecho de ella —intervino en ese instante el eslavo con su peculiar acento de erres arrastradas y duras—. Está buena y pagarán mucho por ella. Aprovéchate todo lo que puedas.
Marcelo le miró al tal Boris durante unos segundos. Ahí supe que, aunque no me matara, empezaba un calvario para mí.
Me obligó a pagarle seis mil euros por la operación de pecho. En el banco tenía unos siete mil y algo, porque ya no contaba con los mil de ese día, por supuesto. Recuerdo sus palabras como si fuera ayer mismo.
—Me vas a pagar todo lo que me debes y trabajarás para mí. Haré un esfuerzo y me olvidaré de todo. De la cárcel, de tu traición, de cuando nos abandonaste… Seré un buen chico.
—Te pagaré todo, de verdad. Pero, Marcelo, quiero dejar esto…
Miró a Boris y ambos se echaron a reír un par de segundos más tarde.
—¿Dejar esto? Vamos a ver, gilipollas… Eres una puta. Serás siempre una puta y te morirás como una puta. ¿Pero qué coño te has creído, princesa? Se nos enamoran, Boris, y se piensan que pueden ser unas chicas normales. De esas que van a la oficina, quedan con amigas a tomar una cerveza y los fines de semana se van a una casa rural con el novio de turno. —Volvió a carcajearse con estruendo—. Sí, querida Vanessa… sé que tienes un novio y que te has debido hacer pajas mentales de yo qué sé… pero esto es la vida real. Yo soy parte de tu vida real, no ese primo que te has buscado y que te debe decir cosas al oído como un colegial. Si supiera que eres puta… —Se calló un instante—. Aunque bien pensado, muerto el perro, se acabó la rabia… Lo mismo al que hay que rajarle y sacarle las tripas es a ese, ¿no te parece Boris?
—Lo mismo —contestó lacónico el eslavo—. No nos cuesta dinero. La princesa, sí —finalizó estirando unas sonrisa gélida.
Un relámpago de alarma y prevención me golpeó. Andrés vino a mi mente y sentí mucho miedo. No podía permitir que le hicieran daño.
—No… a él… a él, no Marcelo. Déjalo, por favor.
—Pues olvídate de él y ponte a follar como lo que eres, una puta, joder.
—Vale, vale… Trabajaré para ti, de verdad —asumí completamente horrorizada.
—Buena chica… Mañana quiero la pasta de las tetas. Hoy, zúmbate a alguno de la fiesta y por lo menos, eso sacarás y lo restamos de lo que me debes. Para que veas que no te guardo rencor, solo me llevaré la mitad. Y si veo que vuelves a ser la Vanessa de los viejos tiempos, lo puedo renegociar. ¿Te parece, Boris?
El eslavo no dijo nada. Estaba callado, hermético.
—Vale… —acerté a decir, sabiendo que aquello me iba a hundir.
No solo me quedé sin dinero, sino que a pesar de acudir a más fiestas como a la que fui engañada por Andrea, no conseguía ahorrar nada.
De hecho, trabajé a escondidas de Andrés. Me acosté con hombres como en mis inicios. Más cara, menos míseros, pero con el mismo cometido. Follaba, me pagaban y se terminaba. Tres o cuatro al día en algún caso. Se lo oculté a Andrés por una mezcla de vergüenza y prevención. Solo de imaginarme a Boris o a Marcelo haciéndole daño, me llevaba en un estado de miedo completo y paralizante.
Y alguna vez tenía que dejarme follar por él. O al menos, chupársela. Se regocijaba en ello, mostrándose dueño y señor de mí. Incluso me ofreció en un par de ocasiones a Boris, que no desechó la oportunidad. Frío y gélido como su carácter, el eslavo follaba sin compasión, maquinalmente, a un ritmo que no dejaba dudas de quién mandaba.
Y mientras, mi vida con Andrés se iba diluyendo. Mis mentiras diciéndole que iba al gimnasio o a tomar un café con alguna amiga inventada, se hicieron cada vez más numerosas e inverosímiles. No sé si llegó a sospechar, pero me preguntaba y se mostraba molesto con mis idas y venidas. Lo que no le pude ocultar fueron las fiestas a las que Marcelo me hacía ir y que me pagaban a mil la noche, aunque él se quedaba con la mitad.
Recuerdo que en alguna ocasión me mostré incluso fría con Andrés, que tan solo quería saber y conocer qué me ocurría. Y lo hice porque sentía que lo nuestro estaba terminado o a punto de hacerlo. Tenía la sensación de que tarde o temprano él se enteraría. Y que un enfrentamiento con Marcelo o con Boris solo podría significar una paliza o incluso algo mucho peor para él.
Me consumía por dentro y una quemazón de rabia, de engaño y, sorprendentemente, de infidelidad hacia Andrés, me hacía sentirme mezquina, despreciable y rastrera. Estuve a punto de confesarle mi nueva situación en varias ocasiones. De pedirle que huyéramos una noche cualquiera, sin avisar, sin recoger nada de la casa para que nadie sospechara. Pero tenía la certeza que, de la misma forma que Marcelo me había encontrado una vez, volvería a hacerlo y que en esa ocasión, ya no tendría el más mínimo miramiento.
Así que, muerta de tristeza y abatimiento, decidí huir de Andrés. No someterlo a mi condena y permitirle que él sí pudiera salir de la mierda en la que yo había vuelto a entrar. Él se fue yendo algunos días a la costa a preparar la que iba a ser nuestra casa. Yo aprovechaba para tirarme más tíos y cobrar más dinero, intentando en una decisión desesperada acumular el máximo posible. Ilusa de mí, me imaginaba que un día podría comprar mi libertad a Marcelo. Darle todo lo que tuviera y que me dejara marchar tranquilamente. Pero en el fondo sabía que eso nunca iba a suceder mientras viviera. Yo era su pequeña mina de oro, su mejor chica, la más guapa, la más cara y de la que presumía cuando nos llevaba a las fiestas.
Una noche, todo se complicó. Estaba de alguna forma decidida a no continuar. Un cliente habitual con el que había estado en tres o cuatro ocasiones me hizo tomar cocaína. Al principio me negué, pero la cara de Boris no dejó lugar a dudas. Se trataba de un empresario marroquí, muy cercano según él, a la familia real. No sé si era cierto o no, pero pagaba bien y se había encaprichado de mí. Quería sexo salvaje, duro, lascivo, inmoderado, y con varias chicas. Para eso hacía falta éxtasis o cocaína, según él. Y todos teníamos que ir puestos hasta las cejas para que el tema fluyera. Nada de follar e irse. Quería fiesta, depravación, libertinaje y vicio.
Aquella noche dije basta. Regresé a nuestro apartamento de madrugada. Andrés no estaba, había ido a la casa de la costa, y allí, a solas conmigo misma, en el silencio de lo que era nuestro hogar, todavía con los postreros destellos de las rayas de última hora, decidí poner fin a esto. Se lo contaría a Andrés y le pediría ayuda. No podía más.
Él regresaba a los dos días y justo antes de que nos viéramos, Marcelo me llamó para una nueva fiesta. Le dije que estaba mala, con la regla y un fuerte dolor de ovarios. No sé si se lo creyó o no, pero entiendo que no se dio por satisfecho. Debió espiarme y mandar a Boris para que supiera lo que sucedía en realidad.
Andrés me llamó cuando le faltaban apenas unos diez kilómetros para llegar a casa. Respiré hondo, decidida a detener todo aquello, pedirle perdón, contarle la verdad e irnos sin demora donde fuera. Pero Marcelo volvió a ponerse en medio.
Me llamó a los diez minutos y me pidió que bajara al portal. La tarde daba paso a la noche y yo le había pedido a Andrés que me esperara en el bar de la esquina, donde nos solíamos tomar una cerveza los fines de semana. Me extrañó la petición de Marcelo, pero decidí acceder, con la esperanza de que se fuera y nos dejara hablar a Andrés y a mí. Con toda la tranquilidad que pude, y era más bien escasa, le llamé.
—Dime —me contestó con su voz grave y varonil.
Casi me echo a llorar al escucharlo.
—Andrés, me retraso diez minutos. Es que… estoy mala. —Le mentí para que no se preocupara y se encontrara con Marcelo en el portal si decidía venir a verme a casa—. Me acaba de llegar la regla y necesito… ya sabes.
—Lo dejamos… —me dijo refiriéndose a tomar una cerveza juntos.
—No, no. Me apetece mucho, de verdad, nene. Espérame ahí, en el bar, por favor.
Cuando bajé al portal, sin maquillar, despeinada e intentando mostrarle a Marcelo que no me encontraba bien, él estaba sonriente. Pero sus labios parecían una serpiente en su cara.
—No sé lo que pretendes… Hoy ya es tarde para la fiesta y me las tendré que arreglar sin ti. Pero por si acaso —se detuvo elevando las cejas—, quiero enseñarte algo.
Me cogió de los hombros y me llevó a la acera de enfrente. Anduvimos unos metros, hasta que se vio el bar de la esquina. Andrés estaba sentado con una cerveza y mirando su móvil. Detrás de él, en otro mesa, Boris. La sangre se me quedó helada.
—Qué… ¿qué es esto, Marcelo?
No me dijo nada, solo sonreía con ese gesto cínico y lobuno que me aterraba. Volvió a cogerme de los hombros, agachó un poco su cabeza hasta dejarla a mi altura y me señaló con el dedo hacia donde estaban Boris y Andrés, cada uno en una mesa. Cogió su teléfono y marcó. No le hizo falta hablar ni decir nada. En ese momento, se levantó el eslavo, mientras extendía el índice, el pulgar y cerraba el resto de dedos de su mano derecha, componiendo el gesto de una pistola. Con lentitud, se acercó por detrás a Andrés que no se había percatado de su presencia y continuaba ensimismado en su móvil. Boris, de forma disimulada, pero sin que cupiera ninguna duda, apuntó a Andrés e hizo que disparaba. Se me encogió el corazón y estuve a punto de gritar. Jadeaba, respiraba nerviosa y ofuscada. Entonces Marcelo me miró y ya sin la sonrisa me espetó sin anestesia:
—Te lo dije una vez. Quizá lo mejor sea librarme de él. De ti depende. O te olvidas de jugar a las princesas y al príncipe azul o me lo cargo —me susurró al oído—. Y no hablo en broma. —Mientras hablaba él también hizo el gesto del disparo con su mano derecha. Luego, lenta y teatralmente, se sopló el dedo extendido, antes de irse.
Tras decirme aquello, se fue silbando una melodía. Boris también desapareció y yo me quedé absolutamente petrificada. En ese momento supe que debía dejar a Andrés. Si seguía con él, su vida corría peligro.
Por supuesto no le pude decir nada. Me inventé una excusa y le pedí perdón por mis últimos semanas tan extrañas. Le dije que estaba nerviosa, intranquila y que no quería fracasar en nuestra nueva vida. Que él debía irse antes y me esperase; que yo, en unos días, o un par de semanas a lo sumo, estaría más tranquila y me uniría a él. Se opuso y me dijo que me esperaría, que no se iría sin mí.
Le miré con ternura y le acaricié la cara. Me aguanté las lágrimas. No podía encadenarlo a mí, a mis mentiras a una vida que me había atrapado de nuevo y no me permitiría salir. Pero tampoco podía seguir engañándolo, diciéndole que me iba al gimnasio, al cine o a tomar un café, y en realidad follaba con clientes para conseguir algo más de dinero.
Respiré profundamente y conseguí, a duras penas, aguantarme de nuevo las lágrimas en ese momento. Creo que conseguí convencerlo de que lo mío y las fiestas a las que iba, era solo temporal. Un par más y todo se terminaba.
Pero cuando nos acostamos y la habitación se quedó a oscuras, no pude contenerme. Empecé a llorar en silencio, sabiendo que me quedaban a su lado pocas horas, un par de días a lo sumo. Que todo terminaba y que debía huir de él. Andrés se percató, aunque yo pensaba que estaba ya dormido. Me consoló abrazándome y me pidió volver a nuestros planes. Irnos de inmediato. Y me vi por un instante en una playa con el agua azul, una ligera brisa y algunas nubes espolvoreando un cielo despejado y limpio. Nos vi juntos, alegres, enamorados… No pude parar de llorar.
Aquella noche le pedí de nuevo que me hiciera el amor. Quería despedirme de él en silencio, guardando el mejor recuerdo del hombre del que yo me había enamorado y al que debía abandonar por su bien.
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Fragmento de "Pasado Imperfecto", novela publicado por Lola Barnon en Amazon. Cualquier intento de copia, plagio o uso diferente al expresamente dado por la autora o la editorial dueña de los derechos de publicación, será denunciado y perseguido en los tribunales.