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Fecha: 18-Nov-23 « Anterior | Siguiente » en Grandes Relatos

Vida y... muerte. (15/16)

GUILLEOSC
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El viaje a la Estancia y la permanencia allí me vinieron de perlas. Comí, descansé, me divertí y esperaba otros placeres. / El trío con mis dos mujeres preferidas fue como para guardarlo en un cuadro y Flor no se perdió detalle. Version para imprimir

VIAJE - DIVERSIÓN Y PLACERES. - (15).

El Establecimiento rural, propiamente una Estancia de trescientas hectáreas, perteneciente a la familia de Mercedes, en realidad, padre, madre e hija porque, según me había dicho no tenían otros parientes, quedaba en la Localidad de Nueve de Julio (me enteré que se escribe sin número porque es nombre propio).  Situada en el noroeste de la Provincia de Buenos Aires, resultó ser una Localidad que no conocía, a grosso modo había que ir a la Localidad de Moreno, luego Luján, tomar la ruta nacional número cinco, pasar por el pueblo de Chivilcoy, de Bragado seguir un tanto más para arribar a Nueve de Julio.  El viaje orillaba los trescientos kilómetros de recorrido y, entre pitos y flautas, tendríamos unas tres horas de ruta.

La había pasado a buscar a Karina por el departamento aproximadamente a las cinco de la tarde, ex profeso se había ido antes de la empresa y me esperaba con ansias.  Estaba deslumbrante, una de las pocas mujeres que no necesitaba “producirse” para verse bien.  Zapatillas, jeans, remera de cuello alto y campera, no hacía falta más, todo lo compensaba con la buena onda, su sonrisa y el cabello pelirrojo natural que enmarcaba su rostro fino de enormes ojos verdes.  “Listo, llevame a dónde quieras”, -dijo cuando subió al auto y me dio un beso en los labios-.  Dejó su mochila en el asiento trasero diciendo que iban a hablar hasta por los codos con su amiga Mercedes y agregó que, si yo iba, era seguro que le había solucionado el problema, no dijo más, esperó a que yo me explayara y se cuidó muy bien de preguntar...

  • Es verdad”, -le contesté-, solucioné gran parte de su problema, fundamentalmente el de la deuda y, en realidad, se me ocurrió viajar porque me dijo que el padre había sufrido una descompensación, seguramente producto de su mala sangre con todo esto, espero que el recibo del pago de la deuda lo reanime un poco.
  • Con razón salió de raje con un auto de alquiler, ella lo adora al padre, me imagino lo mal que lo debe haber pasado en ese viaje.
  • Me extraña que siendo todo un hacendado haya caído en ese engaño.
  • A mí no me extraña, mucho hacendado, pero, en esencia, todavía es un paisano, un típico hombre de campo y para peor cabeza dura como él solo.  Alguna vez lo hablamos con Mercedes, que, en realidad, creo que es peor que él.  En un tiempo se llevaban a las patadas, por eso ella se vino a estudiar a la capital y bueno, entró en la que ya sabés para mantenerse sola, nunca le quiso pedir nada al padre.
  • ¿Y la madre?, ¿cómo es la madre?...
  • Una santa en un cuerpo de infarto, es igual que Mercedes con veintidós o veintitrés años más.  Es la segunda esposa y se casó de muy jovencita, después de que éste, el padre de “Mecha”, quedase viudo.  Él le lleva más de veinte años, pero ella es la que trata de equilibrar la balanza, aunque no siempre le resulta.
  • Parecen que ustedes dos se conocen bien.
  • Nos hicimos amigas en la noche, luego afianzamos la amistad porque tenemos códigos similares, incluso alguna vez surgió la posibilidad de irnos a vivir juntas, pero ella es muy independiente, por eso me extrañó que te fuera a pedir ayuda.
  • “Patinó” en otros lados y el agua le llegaba al cuello, creo que va a tener que cambiar algunos de los conceptos que maneja, recibió varios “sopapos” por la hipocresía de los “conocidos”.
  • Seguro que sí, siempre supimos que los hipócritas existían, yo le gané de mano con los cambios porque apareciste vos y ella tendrá que hacer lo mismo pues de su carrera creo que le falta sólo dar la tesis y pensó siempre en instalarse y dedicarse a ayudar al padre en el campo.

Entre una y otra cosa que charlábamos con Karina, ya habíamos pasado Luján y enfilábamos para el lado de la Localidad de Mercedes, la ruta estaba buena y el Audi devoraba kilómetros sin sentirlos.  Los carteles me decían de la Localidad de Suipacha, luego Chivilcoy, Bragado y por último Nueve de Julio, sin contar con los pueblitos intermedios que, en todos los casos, la ruta los dejaba a un costado.  Por momentos, el silencio ganó el interior del auto y me percaté que “la colo” dormía apoyando la pera sobre su pecho, la dejé así, a mí no me molestaba manejar observando la noche de luna llena y el cielo rural cargado de estrellas.

Sabía, acorde al mensaje que me había hecho llegar Mercedes, que tenía que pasar unos tres kilómetros de la entrada del pueblo (más que nada, ciudad) de Nueve de Julio, llegar hasta el puente y bajar hacia la derecha para tomar una ruta angosta que parecía alejarse del ejido urbano, en realidad, esto no era así porque la ruta parecía estar conformada en un recorrido de medialuna, no estaba mal, pero era más oscura y carecía de buena señalización, por ende, reduje bastante la velocidad.  “Por dónde andamos”, -preguntó Karina despabilándose-…  “Si los datos que me pasó la morocha están bien, debemos estar a unos dos o tres kilómetros de la casa.  Hay que buscar un cartel blanco que diga “La Mecha” y meterse por ese camino”.

Allí no había referencias para el GPS, así que hubo que guiarse con las luces del auto, tampoco jodía tanto, al no haber tránsito, las luces altas del Audi alumbraban como si fuera de día y no costó ubicar el cartel de referencia.  Cincuenta o sesenta metros después apareció una tranquera como para que pasaran camiones y detenido frente a ella, “la colo” amagó con bajarse solícitamente para abrirla.  “Dejame a mí, dejame a mí”. -dijo con algo de vehemencia-…  Me imaginé lo que pasaría cuando le contesté, “bueno, pero tené cuidado porque cerca de los palos que fijan la tranquera suele haber víboras”

El click de la cerradura automática se oyó, abrió la puerta unos diez centímetros y la mano quedó inmóvil apretando el apoyabrazos de la puerta, “ni en pedo, yo no bajo y vos tampoco, toca bocina, si aparece una víbora me muero y si te pincha, te pica o te muerde no sé qué puedo hacer” …  La cara que dejaba ver el interior iluminado del auto, cuya intensidad yo modulaba a placer, me mostraba una suma de miedo y terror junto a ganas de sobreponerse y no demostrarlo, fue imposible, no me pude aguantar la carcajada y bajé del auto para abrir la tranquera.  “Muerden, mi vida, muerden, las víboras no tienen pico para picar como las aves”, -le dije riendo cuando caminé hacía la puerta rectangular de maderas entrecruzadas-.  Estaba en esto escuchando los chillidos de Karina que decía: “Mirá dónde pisás, tené cuidado, te tendrías que haber traído botas” y no sé qué otras cosas más, cuando una lechuza gris, de no más de quince o veinte centímetros se posó sobre el palo más alto que sostenía la tranquera.

Seguramente el ave se mostró curiosa por las luces encendidas del auto y desde allí nos miró, “lechuza, lechuza, hay una lechuza tené cuidado José María, hija de puta, la puta madre que te parió, dicen que hay que putearlas para que no te hagan mal”, -gritó desde el auto con voz chillona-.  Lo admito, no conocía esa faceta asustadiza y citadina de mi novia y por un rato no pude entrar al auto, mis risas atronaban en la noche y las lágrimas me caían por las mejillas.  Apoyado en la puerta del auto dejé que esa explosión de hilaridad fluyera libremente, hacía mucho tiempo que no me reía así y, de verdad, no me vino nada mal.  “No te rías, me ponés más nerviosa, no estoy acostumbrada al campo”, -decía Karina como pidiendo ayuda-…

Finalmente entré al auto secándome las lágrimas y al explicarle a mi novia que era una broma, noté que una luz nos hacía señales desde lejos y se la mostré a Karina diciéndole que esa era “la luz mala”, lógicamente, seguido de otra carcajada porque estaba tentadísimo.  En esa no “entró al trapo”, “tonto, es una linterna, alguien nos está haciendo luces”, contestó a la par que ella también se ponía a reír.

Doscientos metros más allá el camino hacía una pequeña curva y rodeada de árboles, estaba la casa principal, el casco de la Estancia que le dicen y verdaderamente parecía una casa que había cumplido desde siempre esas funciones.  Mercedes al ver el resplandor de las luces del auto se había apartado un poco de la casa y nos hacía señales con una linterna de esas de largo alcance.  Recorrí unos doscientos metros conduciendo todavía tentado y, finalmente, las dos mujeres se abrazaron cuando estacioné al frente de la casa, la saludé a Mercedes que se enteraba por la amiga de lo acontecido en la tranquera y ya fuimos tres los que nos reíamos, de inmediato se arrimaron Alfredo y Flor, padre y madre de Mercedes a los que saludamos con efusividad.

Los saludé con el mejor ánimo, les agradecí que nos recibieran y los felicité por la casa, las aberturas abovedadas tipo colonial, las grandes ventanas con rejas y la enorme galería llena de macetas con flores, algunos cómodos asientos y toda la iluminación que parecía rodear a la casa propiamente dicha, le daban una prestancia regia y un aire señorial a la propiedad en sí.  El frente tenía casi treinta metros e imaginé que hacia el fondo tendría más del doble, aunque en eso no me fijé.

Alfredo era un tipo grandote, medía casi un metro con noventa, con cara de bonachón, pero al que no me gustaría ver enojado, le encantó que le sostuviera el fuerte apretón de manos que me dio, me miró profundo a los ojos y me dijo, “usted me salvo la vida y la de mi familia, haga de cuenta que mi casa es suya” …  “Agradézcale a su hija y a que hubo varias circunstancias que ayudaron, luego lo hablamos porque siento olor a asado y si todavía falta un poco, me gustaría tomar unos mates, hace tiempo que no lo hago y como es un vicio instalado, se extraña”.

La terminé de completar, a Alfredo le brillaron los ojos y Flor salió disparada hacia la cocina para preparar todo, “eso nunca falta acá”, -dijo haciéndose acompañar por las chicas-.  Nosotros nos fuimos para el lado de la parrilla que se encontraba en un lugar semi cubierto y me contó que no tenía suficiente carne y, no bien Mercedes le dijo que nos quedaríamos a cenar, había puesto a la parrilla un par de pollos y un cochinillo chico que tenía guardado.  Ameritaba acercarse a la parrilla y allí me asombré, había comida como para tres días y se lo hice notar en un tono jocoso.  Me respondió del mismo modo, “no se preocupe Don José María, acá nada se tira, todo se transforma y “la” Flor es capaz de darnos de comer lo mismo durante tres días, pero con gustos diferentes, jajaja”.

Me encantaba estar en ese lugar y con esa gente, por otro lado, también tengo que decirlo, el shorcito de jeans que tenía puesto Mercedes y que dejaba al descubierto la parte baja de sus nalgas, me había alborotado los ratones, ni hablar del culo que se gastaba la madre y de todo el resto de sus físicos, amén de sus miradas.  Acostumbrado como estaba, a mirar sin que el observado se percatara de esto, no me resultó difícil hacer una especie de paneo por las dos mujeres y el resultado satisfactorio se notó sólo en el pequeño tironcito que experimenté en mi entrepierna.

Me mordí para no abrir la boca y alabar un poco de su belleza, no por Karina que ya me conocía, sino por Alfredo, pues no sabía cómo lo podía tomar y para mí el respeto y la ubicación tenía un papel fundamental.  Claro está que, tampoco pude dejar de notar que la mirada de Flor fue de cierta admiración y no le resulté para nada indiferente.  La voz del padre de Mercedes me sacó de esos pensamientos…  ¿Y cómo fue la charla con la gente de la financiera?, -preguntó Alfredo que se salía de la vaina por averiguar sobre el tema de la deuda-.

  • Sucede que conozco desde hace años al dueño, además soy uno de sus mejores inversores, sumado a eso, le “destapé” el negociado que hacía el Abogado en beneficio propio usando el nombre de la financiera y si eso se supiera iría a la quiebra.  Es un hombre derecho y llegamos a un arreglo, el condonaba su deuda y yo no lo denunciaba.
  • Él había hablado conmigo para refinanciarla y lo del Abogado me tomó por sorpresa, además me pedía un dineral.
  • Lo sé, él me contó todo lo hablado con usted, además, la deuda no era tanta, me mostró todos los papeles de la deuda original.  Tomé, este es un certificado de libre deuda, por el cual queda explicitado que usted no debe ni un centavo en ese lugar, -junto con esto le alcancé el papel firmado, que leyó con cierto apuro mientras los ojos se le llenaban de lágrimas-.
  • ¿Qué pasó con el hijo de puta del chupasangre del Abogado?, -preguntó como para canalizar la angustia por la lectura del libre-deuda-.
  • Mire Alfredo, a ese nivel, no creo que aparezca más y ni yo me animo a preguntar qué pasará con él, hizo cosas que no debía y usted no debe ser el único al que perjudicó o quiso perjudicar.  Mejor no saber, por otro lado, mañana llamaré por teléfono para que retiren sus Escrituras, ya me prometió que me las devolvería, no las traje porque estaban en el Estudio, pero con este certificado no tienen de donde agarrarse.
  • No sé cómo pagarle esto que hizo, usted no se da cuenta, pero salvó a toda mi familia de la ruina y todos los años de trabajo que me costó levantar todo esto.
  • A mí ni siquiera tiene que darme gracias, agradézcale a su hija, todo fue gracias a su pedido y a su don de gente.
  • Ya se lo dije a ella y mi mujer está de acuerdo, quedamos en que se iba a hacer cargo de todo, dándole otro nivel y yo la iba a ayudar, se los debo por haber sido tan cabeza dura.
  • Bueno, yo en los arreglos familiares no me meto, me doy por bien pagado con el cochinillo y las achuras que voy a disfrutar, ¿usted me va a hacer la segunda o tiene que cuidar la salud?...
  • Claro que lo voy a acompañar, el doctor me dijo que no me hiciera tantos problemas, pero no me prohibió nada, salvando el problema de próstata que tengo, con este papel en la mano se me curaron todos los males.

La conversación se cortó porque volvieron las mujeres con las cosas del mate y Alfredo se siguió ocupando de la parrilla.  Los mates estaban riquísimos y ante la cara de ansiedad de Flor para que hiciera una acotación sobre los mates que me daba, no me pude aguantar…  “Los mates están exquisitos y, con todo respeto, si no estuviera Alfredo, Mercedes o mi novia al lado diría que tan exquisitos como la cebadora”.  Lo largué de una con mi mejor cara de póker, a Flor se le notó la falta de costumbre para recibir piropos y se le encendieron las mejillas, atinó apenas a bajar los ojos ante la exclamación risueña de Mercedes que no se cortó, “¡esoooo!, esa sí que no te la esperabas, viejita”.  El que nos sorprendió a todos fue Alfredo porque se había acercado a la mesa y aportó lo suyo…

“Se me ha quedado muy corto amigo, “Florcita” es algo exquisito para todo, a ella también le pedí perdón por ser tan marrano y no darle cabida en muchas cosas.  Tomá mi vida, lee lo que nos ha traído José María, con este papel se acabaron los problemas que nos desangraban, a partir de ahora vas a poder dormir más tranquila”, -le alcanzó el libre-deuda y Mercedes se arrimó para leerlo conjuntamente con la madre-.

Lo que siguió a continuación fue una especie de explosión, madre e hija se pusieron a llorar y me abrazaron las dos, Flor por delante y Mercedes por detrás, ergo: en mi pecho y en mi espalda sentí la dureza de sus tetas, imposible adivinar cuales eran más duras, aun sin tocarlas supe que eran naturales, hice verdaderos esfuerzos para que el ariete no se descontrolara y disimulaba mirándolos a Karina y a Alfredo como pidiendo que me ayudaran, pero lo único que lograba es que los dos se rieran a mandíbula batiente.  Como fuere, en ningún momento perdí la línea.

En el momento de la cena, tanto Alfredo como Flor se desvivieron para atendernos, los pollos ni se tocaron, pero le entramos a las achuras, a las tiras de asado y al cochinillo como si fuera la última cena del condenado (jajaja, esto apenas es un decir, no creo que ningún condenado tenga hambre momentos antes de morir).  Para los cafés, Alfredo cabeceaba y mientras Karina y Mercedes cuchicheaban paseando por el parque, Flor lo mandó a dormir al marido y luego me habló tomándome una mano con las dos suyas…

  • José María, no sé cómo pagarte este enorme favor que me hiciste a mí y a toda la familia.
  • Te voy a decir lo mismo que le contesté a Alfredo, no quiero, no necesito, ni vine a buscar agradecimientos, es a Mercedes a quien se los deberían dar.
  • Yo sé cómo se mantenía Mercedes estando lejos de nosotros, ¿por eso sos allegado a ella?
  • Nunca te diría ni un sí ni un no respecto a la vida de tu hija, igualmente, no es eso lo que me llama de ella, se acercó a pedirme un favor, podía hacérselo y punto, no tiene otra connotación.  ¿Por qué lo preguntás?
  • Porque si ese fuera el caso, yo estoy dispuesta a pagarte con la misma moneda, -tragó saliva y lo largó de una-.
  • En todo caso, yo no lo aceptaría, me sentiría muy poco hombre aceptando algo así, -noté que se puso mal-.
  • Disculpá José María, yo creo que soy una hermosa mujer y mis necesidades me están jugando una mala pasada.
  • No sólo sos una hermosa mujer, sino que tenés algo más que a mí me revoluciona la cabeza, al ser mayor destilás un incentivo superior, es como que se junta todo con un poco de experiencia y ganas más maduras, pero mucho más placenteras.
  • De experiencia nada, mi único hombre siempre fue mi marido, no me cuadra ir a buscar a nadie más, pero las ganas están intactas como cuando era una jovencita.  Alfredo hace tiempo que “no funciona” y desde que te vi, la cabeza me hizo un click.  Por favor, no me rechaces, no me siento muy cómoda contándote esto.
  • Ni estando loco de atar lo haría, me siento más que honrado, pero acá va a ser imposible, Karina me la tiene “jurada” y no sé qué estarán tramando con tu hija, se me hace que esta noche voy a estar muy ocupado.
  • ¿Vos decís que…?, no te creo…
  • Mi relación con Karina, además de los sentimientos, es de lealtad y muy liberal respecto a mujeres y a mí no me afecta si la cosa se cuadra.  Eso sí, le brindo todo lo que esté a mi alcance y los dos sabemos que no es poco, aunque, hay dos condiciones ineludibles, nada a mis espaldas y cero hombres o pierde todo.  Podrá parecerte egoísta, pero… es lo que hay.
  • Yo no creo que pueda hacer algo así estando mi hija en el medio, pero estoy recali… bueno, entre nubes, por decir algo sutil, ¿por qué no se quedan un par de días más y buscamos el modo?
  • Vos me interesás y ahora más que hace un rato, pero…  ¿Se podrá?
  • Dejalo por mi cuenta, Alfredo, en el café, toma unas gotas muy fuertes para dormir, mañana en la siesta o en la noche, hay tres que van a dormir por tres o cuatro horas, como decimos en el campo, “a pata suelta” …

Flor estaba desatada y yo tenía una erección enorme que me molestaba por lo apretado del jeans, la iba a “poner al día” a la mamá de Mercedes y tenía el morbo a mil, pero, por lo inmediato, tendría que “atender” a mis dos chicas preferidas.  Los gestos y las miradas las denunciaban, me jugaba la cabeza respecto a que Mercedes le había pedido autorización a Karina para dormir conmigo y la única manera en que mi novia transaría con eso, sería con la condición de estar presente, ¡madre mía, esas dos me iba a pegar una cogida monumental!, en fin, todo sería por el placer y el ego...

Por si había alguna duda, se acercaron las dos y Karina me dijo que, después, cuando nos fuéramos a acostar, quería hablar conmigo, Mercedes no abría la boca, Flor las miró a las dos, luego me miró a mí y le dijo a mi novia que la acompañara que le mostraría la habitación, se fueron las tres y me vino genial para acomodarme el “paquete”.  Dos o tres días en el campo me iban a venir de maravillas, pero mucho me temía que volvería a la ciudad más cansado que antes…

TRÍO EN LA ESTANCIA - “RATONES”. (16).

Entré por las mías al living-comedor de la casa y me admiré, los ambientes amplios, de techos altos y paredes anchas dejaban a las claras que la construcción era antigua y de época, pero estaba conservada de maravilla, marcos, maderos y tirantes de madera dura perfectamente barnizados, pintura aplicada por verdaderos profesionales y detalles rurales en la decoración confraternizando con las ventajas de lo moderno, lugares frescos, ventilados y no exentos de cierta calidez, convertían el interior en algo para disfrutar, además, era evidente la mano y el gusto de la mujer en todo eso.

Hasta un patio interior iluminado con un aljibe en el medio de la casa había y no me pude resistir a llegarme hasta allí.  Lo que otrora cumplía las funciones de abastecer de agua fresca a la gente de la casa, ahora era meramente decorativo y en todo se hacía notar el buen gusto.  Las distintas puertas que rodeaban ese patio interior estaban cerradas y pensé en que allí, aparte de habitaciones para el personal de la servidumbre, podría haber depósitos, algún privado que servía como oficina, imaginar podía imaginar cualquier cosa, ya vería en la mañana de recorrer ese lugar porque, aun con la modernidad, había historia pura en toda esa casa.

Comparaba parte de esa edificación con lo que conocía del Palacio San José, el casco de la lujosa Estancia que perteneciera al General Justo José de Urquiza, donde fuera asesinado el antiguo militar entrerriano, líder del llamado, en ese entonces Partido Federal, varias veces Gobernador de la Provincia de Entre Ríos y Presidente de la Nación a mediados del 1800, casi un señor feudal.  El llamado de Karina me sacó de mis pensamientos, se acercó a mí y abrazándose mimosa me dijo que la habitación ya estaba lista y me pidió que no me enojara, pero que, Mercedes le había pedido de dormir con nosotros y no había podido decirle que no.

  • Sabés que no tengo inconvenientes, menos si esa tercera persona es Mercedes, pero…  ¿No habrá sido que, “Mecha” quería dormir conmigo?...  ¿Te pidió permiso y vos aceptaste sólo si compartías? ...
  • Y bueno, sí, no pretendía engañarte, sería muy tonta si lo intentara, ella tiene muchas ganas y estando yo de por medio, no se animaba.
  • ¿No te era más fácil, decírmelo sin vueltas?...
  • Sí, no te enojes, voy aprendiendo.
  • ¿Cómo vamos a hacer con la madre?
  • La habitación está en la esquina más alejada de la casa y ella vendría después de que la madre se fuera a dormir.
  • Está bien, pero, como una especie de castigo, no me vas a tocar hasta que Mercedes no aparezca.
  • Bueno, lo acepto, aunque sos muy malo, me voy a licuar toda mientras espero y pienso.

Fuimos a la habitación y de pasada las saludé a la madre y a la hija, deseándonos recíprocas buenas noches.  Al cuarto no le faltaba nada, con baño privado, era digna del mejor hotel, la cama era como para cuatro, tenía buena iluminación, así y todo, conservaba el espíritu y la decoración de una verdadera habitación colonial.  Primero fue una ducha rápida y no quise que Karina la compartiera conmigo, lo tuvo que aceptar a regañadientes, pero a mí me venía bien para no pasarme de calentura, mi “película” también estaba rodando.

Con la tenue luz del velador de su mesa de noche, tapado con la sábana hasta la cabeza, la pude espiar a Karina cuando salía del baño con un toallón envolviendo su cuerpo y ¡a la mierda con lo de aguantar!, en cuanto me dio la espalda para dejar su toallón sobre el respaldo de un sillón, la “ataqué” saltando sobre la cama y la aprisioné pasando los brazos sobre su torso, al elevarla un poco, el ariete calzó justito en su entrepierna y el gritito nervioso, pero netamente placentero se aunó con el abandono de todo su cuerpo.

No daba para ponerla boca abajo sobre la cama y retrocediendo un par de pasos, me dejé caer de espaldas sobre las sábanas sin soltarla.  La risa de la “colo” se escuchó cristalina y me contagió más cuando noté como movía sus caderas para que el glande se colara por su abertura que, rápidamente estuvo empapada, “dejame a mí, loco, dejame a mí”, -pedía jadeando y como queriendo embocarse como un balero.  En ese metiers nos encontró Mercedes, su cuerpo desnudo fue como una aparición y se arrojó sobre Karina para besarla, a la vez que su mano actuó aferrando el tronco y cual “mamporrera”, calzó el glande en el lugar indicado.

Bastó un movimiento de mi pelvis y el ¡agggg! que mi novia profirió al sentirse llena de mi carne fue como un disparo de largada.  La posición no ayudaba mucho para moverme cómodo, pero solté mis brazos para, con una mano, apretar sus tetas y con la otra apretar la tersa piel de la espalda de la morocha.  No fue mucho el tiempo en que estuvimos en esa posición y cuando salí de debajo de sus cuerpos, “Mecha” giró el suyo y se enfrascaron las dos en un “69” de antología.  Los gemidos me enervaron y colocándome detrás del culo casi perfecto de la morocha favorita, entré despacio en su agujero “natural”, despacio y decidido haciendo que sintiera toda la penetración.

Karina aprovechaba para lamer el tronco que se movía entrando y saliendo y alternaba las lamidas tratando de tragar el “botón mágico” de su amiga.  Poco pudo hacer Mercedes para aguantar, pero tuvo el tino de gritar con su boca pegada a la vagina de Karina cuando el orgasmo la asaltó.  Se movía, temblaba, se contraía y gemía por su placer y como el ariete semejaba ser un émbolo que no se detenía en sus entradas y salidas, su vagina parecía escupir sus fluidos que mojaban mis testículos y la cara de Karina que, además cerraba los ojos y movía las piernas por el placer que también su propio orgasmo le proporcionaba.

Las dos mejores hembras todas para mi disfrute y, si me pude aguantar ese “cimbronazo” y no me llevaron con ellas en esa acabada en conjunto, estuve seguro que aguantaría lo que fuera para dejarlas de cama a las dos.  De hecho, me salió mejor de lo que pensaba, no perdoné ninguno de sus agujeros, mis manos y mi boca se multiplicaron, gozaron, ahogaron los gritos para no alterar la tranquilidad y el silencio de la casa, pidieron más y con un cierto sadismo, gocé las lágrimas de Mercedes cuando su culito se tragó toda mi “carne en barra”.

Llegó un momento en que Karina no pudo más, quedó como desmayada, boca abajo y con los brazos recogidos, la cabeza sobre la almohada y el resto de su cuerpo estirado a lo largo.  Yo estaba “pasado de rosca” y la tenía a Mercedes en cuatro con la cabeza sumergida en la otra almohada, apenas si respondía, pero su culo recibía “carne” sin chistar, parecía que yo no podría terminar, mis huevos explotaban y el espejo de cuerpo entero que había a un costado de la habitación me devolvió una imagen que activó todo mi morbo.

La puerta entreabierta dejaba ver la cara desencajada de Flor, de forma difusa pude notar que estaba desnuda y arrodillada, tenía la boca abierta en un gesto de asombro y, por momentos, se mordía los labios y dejaba de mirarnos para elevar la cara al techo, cerraba los ojos y me resultaba evidente que sus orgasmos se sucedían merced a sus dedos que no me costó imaginar.  “Cartón lleno”, “basta para mí”, literalmente, exploté y ni las tripas ni el culo en sí de Mercedes pudieron contener toda mi acabada.  Fue como un “cuatro en uno” y hasta se me nubló la vista, Mecha se desplomó en la cama y yo salí de ella, giré y ya no recuerdo más hasta que me despertó la claridad del sol entrando por una ventana.

El celular acusaba las seis y media de la mañana, los tres desnudos, con la transpiración que se había secado en nuestros cuerpos y el fresco de la mañana, no daba para observar ningún amanecer campero, “fresquito para chomba”, diríamos en el barrio.  Atiné a tapar a las chicas con el cubrecama, fui al baño a orinar, me lavé “las partes” en el lavatorio y volví a la cama a ocupar la misma posición en que estaba antes, sólo que ya, más abrigado.  Me despertó Mercedes tratando de pasar por sobre mi cuerpo para ir al baño, la dejé y al regresar me dijo: “Estoy destruida, no pude volver a mi habitación, voy a tratar de llegar sin que mi mamá se dé cuenta”, me dio un piquito prolongado y salió tratando de no hacer ruido.

Faltaban diez minutos para las diez de la mañana y ya debajo de la ducha me reía solo por el comentario de Mercedes, “sin que mi mamá se dé cuenta” había dicho y mi risa tenía que ver por lo de imaginar la cara de circunstancia de Flor cuando Mercedes le dijera que había dormido como un lirón o algo parecido.  “Buen día amor, báñame vos, no puedo ni moverme”, -me pidió Karina, más mimosa que cansada, metiéndose en la bañera-.  Le di el gusto, la besé, la enjaboné y la recorrí entera, pero ninguno de los dos estábamos para más.

Bajamos a desayunar cerca de las once de la mañana y Flor se sonrojaba al mirarme, pero sus ojos brillaban de un modo distinto y me la imaginé en una cama totalmente desatada.  El tironcito en la entrepierna existió, pero, por la actividad anterior, me sonó a cachetazo y preferí tomar el teléfono para llamar a un conocido que tenía una empresa de retiros y entregas de pedidos, le pedí que enviara un mensajero a retirar una carpeta a tal financiera y que me la guardara él en persona, luego de cortar con esa comunicación, lo llamé a Miguel

  • Buen día Miguel, en cualquier momento llega el mensajero para retirar las escrituras de las cuales hablamos, espero que ya las tenga en su poder.
  • Sí, sí José María, quédese tranquilo, tengo todo preparado, resultó todo tal como usted decía…
  • Espero que no falte ningún papel y ya veré lo que hago, esto no puede quedar simplemente así, pero mejor no usemos este medio, mañana o pasado lo veo.
  • Perfecto, sólo quiero que sepa que estoy a su disposición.

La hice corta con el dueño de la financiera, una porque no tenía ganas de hablar de más y otra, porque utilizaba su temor o lo que él imaginaba para su integridad física.  Se me ocurrió algo más y volví a llamar al de la empresa de mensajería, “Gerardo, ¿qué posibilidades hay para que esa carpeta que mandé a buscar, me sea entregada en la Localidad de 9 de Julio a la brevedad?” …  “No hay ningún inconveniente, decime dónde querés que la entreguen y calculá unas dos horas o un poquito más desde que yo te aviso que sale para allí”.  Me puse de acuerdo con él para esperar al motociclista en la entrada del pueblo, le di los datos del auto, el número de patente y le pregunté el importe que tenía que abonar.  Con esto terminaba de cerrar el círculo, tipo tres de la tarde tendría que ir a esperar la entrega de esos papeles y, de paso, estiraba para la noche el, casi seguro “encontronazo” con Flor.  Yo me tenía fe, pero al cuerpo había que darle una mano y la mamá de Mercedes entendió lo mismo porque, cuando pudo, se acercó a mí y me dijo:

  • Lo de la siesta no va a poder ser, anoche me viste y casi me mato sola “a dedos”, de paso aprovechamos para recuperarnos los dos, -la risa de los dos fue incontenible y apareció Mercedes para preguntar el motivo-.  Tu amigo quiere ir a dar una vuelta al campo montando a caballo y no le veo pinta de jinete, jajaja, -contestó pícara-
  • Si te animás, vamos los tres, yo le pido a uno de los muchachos que nos prepare los caballos, -dijo “Mecha”-.
  • Dale, hace mucho que no monto y me vendría bien, -ante esta respuesta, la cara de las mujeres pareció iluminarse y cada una de ellas se mordió para no opinar-.

Karina no sabía mucho de andar a caballo, pero se defendió bastante bien.  La recorrida fue excelente y extensa, vimos parte de la hacienda, fuimos a los campos de siembra, saludamos a Alfredo que se encontraba dirigiendo a una decena de operarios y Mercedes nos contaba de todo lo nuevo que quería implementar en poco tiempo.  Allí nos enteramos, ya había rendido la tesis y estaba recibida de Ingeniero Agrónoma, sólo le faltaba oficializar el título.  “No les digan a mis padres, los quiero sorprender el mes que viene cuando venga con el Título en la mano”, -pidió- y, lógicamente, luego de las felicitaciones sinceras y cariñosas, aceptamos su pedido.

Después pasamos por toda la parte de los corrales y las instalaciones del tambo automatizado.  Nos mostró los galpones dónde vivían unos seis trabajadores rurales que llevaban tiempo trabajando para el padre y donde se guardaban todas las maquinarias utilizadas para la siembra y la siega.  A la par que nos mostraba dos silos grandes para guardar el producido de la siembra, nos contó que pensaba mandar a construir otro porque pensaba hacer producir unas sesenta hectáreas de campos vecinos que estaban semi abandonados, “nos sale más barato alquilarlos que comprarlos y es tierra que está virgen esperando por semillas”, -acotó entusiasmada-.

Regresamos a la casa “empapados” de campo y contentos porque, además de ver todo aquello que me encantaba, Mercedes nos dijo que dejaría definitivamente la capital y se dedicaría al campo y a plasmar los conocimientos de sus estudios, algo que le serviría mucho más para su propio futuro y el de su familia, “en una de esas, “siento cabeza”, me busco un buen partido y me caso, claro que, como fuere, José María y Karina siempre serán “especiales” y bienvenidos”.  Todavía nos reíamos y en parte estábamos emocionados cuando llegamos y Flor no esperaba con la comida preparada.

Ya sentados a la mesa, le dije a Karina que debíamos ir a buscar unos papeles a la entrada del pueblo, luego, mirando a Alfredo, le expresé: “Son las Escrituras que pedí que me mandaran, así me quedo tranquilo”.  El matrimonio se miró, estaban emocionados y no articularon palabras, fue Mercedes la que saltó y dijo que iríamos nosotros tres, “después lo llevo a pasear un rato por el pueblo, nosotros no somos de dormir la siesta” …  Me vi tentado a contestar que yo sí lo era, pero lo dejé pasar, estando Karina, sólo lo practicaba los fines de semana, eso mientras no se pusiera mimosa…

Tenía razón Alfredo, fue comida fría, ensalada y carne de pollo junto a la que había sobrado del lechón, el tema fue que nos volvimos a comer hasta los platos porque estaba todo para chuparse los dedos.  La idea era que el muchacho de la moto llegara a eso de las tres de la tarde y allí estuvimos los tres esperando con el auto estacionado a un costado de la entrada que nos llevaba hasta el pueblo.  No esperaba que fuera puntual, pero… no habían pasado más de cinco minutos de espera y una moto de alta cilindrada se estacionó delante del auto.

Me bajé para recibir al conductor que se sacaba el casco, me entregó la carpeta y le di una buena propina de casi una tercera parte de la factura que me extendió junto con todo lo demás.  Me agradeció, saludó y dijo que pegaría la vuelta rápido y que estaba haciendo un buen tiempo, me habló de una hora y cincuenta para llegar a la empresa y a mí me dio escalofríos, no me veía arriba de esos bólidos, apenas si alguna vez llegué a tener un ciclomotor de 50 c.c.  Le di la carpeta a Mercedes para que controlara y me pidió que entrara al pueblo para ir a tomar un café frente a la plaza principal.

Como no podía ser menos, la belleza, la tranquilidad y la paz de los pueblos o ciudades del interior de la Provincia de Buenos Aires, en cierto modo, es similar en el resto del país, esos lugares tienen un “algo” que es difícil de explicar, lógicamente influye el momento de cada uno para verlo mejor o regular, aunque soy un convencido de que la impresión nunca será mala.  La plaza principal es enorme, ocupa dos manzanas, tiene una hermosa fuente en el medio y veredas anchas que parten desde esa fuente hacia dos de sus costados hasta el límite, los otros dos costados están surcados por tres veredas más angostas que salen, una hacia el medio y las otras dos hacía los vértices de la calle lateral.

Se notaba un claro inmenso rodeando la fuente, con bancos de plaza y flores por doquier, pero, luego de ese claro el lugar estaba adornado por distintos árboles de variados tamaños, lo que, junto con el tamizado del parque, le daba distintas tonalidades de verde al lugar.  No pude dejar de comparar esa plaza con la de mi pueblo o ciudad natal, el trazado era similar y parecían haber sido hechas todas siguiendo un mismo modelo.  Calles anchas y asfaltadas que rodeaban la plaza, veredas anchas rodeadas de árboles, el Palacio Municipal, en este caso con claras reminiscencias francesas, la iglesia principal por un lado y casas y comercios bordeando los otros lados.

Los coches estacionados rodeando la plaza dejaban notar la prosperidad agro-ganadera de la zona, eran muy pocos los que no se movilizaban en autos de alta gama o en camionetas 4x4.  Viendo esto se me ocurrió preguntarle a Mercedes el porqué de la falta de un vehículo personal…  “En los galpones tengo una camioneta que es de mi propiedad, es de unos tres años atrás y está muy poco usada, me fue siempre más cómodo moverme en taxis por la capital, con la camioneta me volvería loca”, -contestó riendo-, era verdad, el tránsito de la ciudad capital podía llegar a ser infernal.  Tomando un café en una coqueta confitería de la zona aledaña a la plaza, se puso a mirar los papeles que contenía la carpeta y se asombró con esto, se alteró diría…

  • Pero, pero, mi papá es un completo id…, no sé ni cómo llamarlo, aquí veo que les había firmado a esos tipos la cesión de todas las propiedades, incluidos esos campos que, ¡minga de alquilar!, los había comprado antes, ¡la puta madre!, nos hubiésemos quedado en pelotas, con razón dice que nos salvaste la vida.
  • Yo ni sabía del total de la posible estafa, de todos modos, no te calentés, ya pasó, borrón y cuenta nueva.
  • Lo que sí es seguro es que no le vamos a dejar tocar un solo papel más y en cuanto a vos, si antes te estaba eternamente agradecida, ahora no sé qué decir, mi amiga se puede enojar, jajaja.
  • ¡“Sensa joda amiga” !, yo accedo a compartirlo, pero, desde ahí en más, fagocito a mordiscones a quien sea, jajaja.
  • Esto es genial, me encanta que me tengan tan en cuenta para sus ganas, mejor vamos a caminar un rato que me dijeron que hay un parque inmenso con una laguna en plena ciudad.

Riendo y abrazando a las dos, nos fuimos a caminar por el parque General San Martín y allí la paz, a pesar de que estaba lleno de gente paseando, tomando un mate frente a la laguna, corriendo o pescando, se hacía sentir de otra manera.  Es lo que suele pasar cuando el agua, junto a la naturaleza, acompaña los momentos, parece que se hicieran más agradables y te provocaran más ganas de compartir.  Luego dimos un par de vueltas con el auto y regresamos a la casa.  Flor nos esperaba expectante, ¿y Alfredo?, no hizo falta preguntar, “está durmiendo” nos dijo mirándonos.

Flor se había puesto un shorcito de jeans de Mecha y una remera blanca que resaltaba sus tetas, tan buenas como las de la hija, apenas un poco caídas y ya el cimbronazo en mi entrepierna no me pareció desagradable ni me sentí cansado.  Cara de póker total y pedí permiso para servirme un whisquicito que había sobre una repisa que hacía las veces de barcito.  Flor me dijo que lo hiciera como si fuera mi casa y preguntó si quería hielo, le dije que sí y me fui a la galería de la casa, ellas tres se fueron para la cocina, enseguida regresó sola con un pote lleno de hielo y al dejarlo sobre una mesita me preguntó si me gustaba el short.

  • El shorcito está hermoso, pero tu culito es espectacular, ni te quiero contar lo que me imagino.
  • Está casi cero km, pero quiero que me lo rompas como a Mercedes, quiero quedar destruida como ella, aunque las únicas lágrimas que vas a lograr de mí, serán de felicidad.
  • ¿Qué me cuenta la señora hacendada?, parecés totalmente desatada.
  • ¿Desatada?, puede ser, yo creo que estoy emputecida.  Nunca me pasó, me siento en una nube y las envidio a “Mecha” y a Karina.
  • ¡Uff, ya estoy temiendo por los hombres de la zona!...
  • ¡Ni loca!, con vos es especial, a lo sumo viajaré un par de veces por mes a la capital, eso sí, un tal José María quiere recibirme.
  • Es un trato y no hago tratos que no pueda cumplir.

La calentura de Flor se notaba a flor de piel, por lo menos, yo lo notaba y me pasaba como con Estela, quería hacerla disfrutar del sexo para que ella misma me pidiera determinadas variantes.  Dijo que se iba a hablar con las chicas y me vino bien, se me estaba por “salir la cadena”, la prestancia, el físico, el buen hablar y la soltura que estaba demostrando la mamá de Mercedes me hacía “volar los pájaros”.  Ya vería como “pintaba” el tema, por lo pronto, mis “ratones” estaban alborotados.

GUILLEOSC - Continuará…  Se agradecen comentarios y valoraciones.

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