Hace poco cumplí los 53 y soy una mujer casada, sin complicaciones. Una de las tareas diarias es llevar a mi nieta Agus al Caif donde está haciendo sus primeros añitos de escuela.
Agus tiene 3 añitos y es uno de los placeres de esta vida caminar con ella contándole cosas y escuchar en su media lengua relatos de sus sueños de niña.
El centro de estudios es lugar de reunión en la puerta de todos los padres y madres que llevamos a los niños a diario.
Mi viaje de regreso, siempre lo hago acompañada de un padre de un compañerito de Agus que vive a pocas cuadras de mi casa.
Es un joven (33) muy culto y con un trabajo en un banco de Montevideo. Como tiene la mañana libre siempre charlamos de diferentes temas, deportes, política, recetas de cocina, etc.
A su sugerencia nos quedamos conversando en una pequeña plaza pública, con hermosa vegetación y sombra para las calurosas mañana uruguayas.
Jorge, así se llama, es un típico treintañero alegre, sonriente y con cara de pícaro.
Desde hace un tiempo ha empezado a coquetear conmigo y por diversión le seguí la corriente al principio, pero ya le puse algunas barreras.
Desde hace un tiempo, sube hasta la puerta de mi apartamento en el piso 6 y se despide con un beso provocador en cada mejilla.
Cada día avanzaba más en el contacto físico y comenzó a tomarme de la mano al despedirse. En realidad, me pareció un gesto muy dulce y cargado de una sensualidad que me conmovió.
Es mentira si les digo que no me gusta, que espero encontrarlo al llegar al colegio y que me pregunte si puede acompañarme al regreso a casa.
Una mañana, como muchas, me acompañó hasta la puerta de mi casa y al despedirse, me tomó de la mano como siempre, pero esta vez no me soltó, la dejó retenida por unos segundos. Eso me obligó a mirarlo a los ojos, preguntarle que le pasa y sólo recibí un acercamiento como para besarme. Le dije que estaba loco, que podía ser su madre por la diferencia de edades y que ambos estábamos felizmente casados y mil motivos más por lo cual no debería insistir en esa postura.
Pareció sentirse mal por mi rechazo y eso me conmovió más. Le traté de hacerlo entender que a pesar de que nos sentíamos bien el uno con el otro, una posible relación era imposible.
Me habló de atracción, de pasarla bien y de conocernos mas íntimamente.
Todo mi cuerpo temblaba de emoción y alegría al sentirme seducida por un chico tan lindo y tan agradable, pero mi mente se oponía a dar ese paso tan trascendental.
Seguimos hablando tomados de la mano y pocas veces me sentí tan cómoda hablando de cosas banales tomada de la mano de un hombre tan seductor.
La escena se repitió a la mañana siguiente y al otro día.
Comencé a soñar con él por las noches y hasta alguna vez me satisfice sola mientras me duchaba.
Poco a poco mis barreras se iban derrumbando, hasta que una mañana nos despedimos con un roce de labios que me hizo volar por las nubes. Me sentí perpleja por haber avanzado de esa manera, pero verlo me recordaba las noches que pensaba con lujurias con él y otra vez mi cuerpo se volvía a estremecer.
Le dije “hasta mañana” y comencé a cerrar mi puerta, cuando su mano se interpuso en mi acción y su rostro apareció en ella. Empujó la puerta con fuerza y ésta cedió dejándonos cara acara y en el umbral de mi departamento.
Ël sabía que mi esposo trabaja todo el día en su negocio rural y que rara vez vuelve a casa antes del anochecer. Estábamos solos y ambos lo sabíamos.
Hubo unos segundos de silencio, mientras él cerraba la puerta con el taco de su zapato, nuestros ojos irradiaban fuego y nuestras bocas se buscaban sabiendo el desenlace cercano.
Le ofrecí mis labios y los tomó impunemente, con fervor, con pasión, con calor.
Nos besamos desenfrenadamente, chocamos contra el sillón del living, después contra la mesa del comedor y terminamos contra una pared que sostenía un cuadro que viendo el rigor de dos cuerpos entrelazados terminó en piso.
Mis senos explotaban y sus manos hacían el trabajo de recorrerlos minuciosamente. Mi camisa cedió a sus embates y mi sostén era lo único que se interponía entre sus deseos y el resto de mi poca resistencia.
Rápidamente mis senos lograron su libertad y así expuestos fueron el festín de una boca que los deseaba. Levant5ó mi falda hasta la cintura y sus manos hurgaban en mi vientre húmedo y deseoso de ser explorado.
Mis manos no se quedaban atrás, mientras nuestras bocas echaban fuego, ellas buscaban en su pantalón el tesoro al cual me había negado tanto tiempo.
Extraje ese tesoro y como un hierro caliente me quemó las manos. Sentir esa brasa caliente en mis manos luego de años de matrimonio clásico, sin sorpresas, sin pasión, era una aventura que me estaba apasionando.
Mi falda cayó al piso y sus jeans hicieron lo mismo, dejando libre toda su pasión y mi lujuria.
Me tomó levemente de los hombros incitando me a agacharme delante de él.
Obedecí como una quinceañera y quedó a la altura de mis ojos un manjar dispuesto a que lo saboreara. Sin dudarlo le hice mis mejores caricias, mimos y desde allí, mirándolo a los ojos como pidiéndole autorización lo fui introduciendo lentamente en mi boca. Apliqué todos mis conocimientos y pasión a satisfacerlo y rápidamente llegó el desenlace. La sacó de mi boca en el preciso momento donde explotaba su contenido y me bañaba los senos y parte de mi barbilla con su con semen.
“Ahora soy tuyo” me dijo, “quiero que seas mía también”. Yo no podía expresar palabra debido a mi excitación, sabiéndome a escasos segundos de haber saboreado algo que nunca pasó en mi vida, que era que un hombre terminara su acto de amor en mi boca.
Nuestras bocas se volvieron a buscar y a continuar su intento de mimetizarse una con la otra, cuando de repente mi giró y me puso de espaldas a él y me hizo apoyar contra la pared.
Así, de espaldas, buscó con su miembro mi cueva húmeda y deseosa y con la ayuda de ambos encontró la puerta mágica que conducía al placer.
Sus manos en mi cadera hacían de pivot en nuestros movimientos sexuales y la brasa caliente quemaba una vez más.
Tuve dos, tres, como mil orgasmos y él no parecía parar nunca. Otra vez de espaldas en el sillón y por último me dio su carga apoyada en la mesada de la cocina. Fue como un tour sexual por toda mi casa.
La historia se repitió por 3 días seguidos.
El cuarto día llegó el pedido especial, quería algo que a todos los hombres los apasiona pero yo nunca lo había hecho, hacer el amor por detrás.
No me podía negar, sabía que dolía, pero era su obsesión ahora.
Insistió en hacerlo en mi dormitorio, con las fotos con mi marido mirándonos, esto me llenó de morbo y me encantó la idea.
Allí fuimos en medio de una lucha infernal de besos caricias y toqueteos.
Otra vez desnudos, otra vez hirviendo de ganas, me depositó boca abajo en la cama y levantándome desde mi vientre mi situó en 4 patas. Yo tenía preparado un arsenal de cremas y calmantes en mi mesa de luz y así expuesta comenzó su trabajo de besos y caricias.
Primero fue su lengua y después un dedo, después dos, yo ardía de placer y de ganas. Se hizo una pausa para mostrarme como estaba de erguido y rígido su miembro y acercándolo a la gruta prohibida empezó a jugar en su entorno. Milímetro a milímetro mi cuerpo iba cediendo y un hermoso dolor se apoderaba de mi. Cada respiración dolía mas, cada movimiento anunciaba un dolor más grande, pero también anunciaba que era inminente la perdida de mi virginidad anal, 53 años después de haber nacido. Y yo quería que fuera con él.
Su glande atravesó la barrera de entrada y sentí un alivio increíble, me sentía ocupada, llena, me sentía que era propiedad de ese hombre y que satisfacerlo era mi única necesidad.
Lloraba de dolor y de placer, cuando me pidió algo inusual y atrevido., que llamar a mi marido en esas condiciones. Agregando más morbo a la situación.
Lo llamé y busque una excusa simple, como que quería de cenar, mientras mi dueño empujaba cada vez más. Yo contenía mis lágrimas y mi sufrimiento en un manto de gozo increíble. Hablamos con mi marido sin que notara nada hasta que los movimientos comenzaron a ser más continuos y sentía que estábamos en un punto de no retorno.
Así fue, apenas corté se apoderó de mis unas enormes ganas de ser poseída y apuré la eyaculación contorneándome hasta que no poder aguantar más. Él tampoco pudo aguantar más y descargo su contenido con un grito animal, haciendome llorar como nunca había llorado, mezcla de dolor intenso y de sensación de pertenecer en cuerpo al alguien más.
Pero esto no terminó ahí, pero esa es otra historia…