¡POBRE CHANCHO! - FLOR. (17).
Sin avisarle a las mujeres me fui a caminar por los galpones y otras instalaciones, pero pasé de ellos, recordé que había visto un pequeño arroyo cuando paseábamos a caballo y se me dio por darme una vuelta por allí. Eran como las cinco de la tarde y no había movimientos de gente, las tardes en el campo tienen una especie de quietud especial, todo el movimiento de las primeras horas parece aquietarse, hasta los pájaros se toman su respiro con el canto. El sol que se hacía sentir y la brisa proveniente del norte lo hacían un poco más agobiante, si a eso le agregamos que las distancias del campo no parecían llevarse bien conmigo, era peor.
Lo que había calculado como a unos doscientos metros terminó estirándose como a seiscientos, la trocha de un camino hecho por las camionetas o las máquinas me llevaba y, aunque me venía bien porque me ayudaba por la meditación, el bosquecito por el que pasaba el arroyo parecía una especie de espejismo en medio de un desierto. El “ahisito nomás” propio de la gente de campo para indicarte un determinado lugar me sonaba a joda dirigida a un citadino, como fuere, acabé por llegar y el sonido del agua corriendo en medio de árboles y pastizales fue más relajante de lo esperado.
No tenía más de tres metros de ancho y el sonido era causado por una cascadita empedrada de unos sesenta centímetros de alto. Apoyé mi espalda en el tronco de un árbol cercano a la orilla y mis ejercicios respiratorios junto a mis pensamientos me relajaron totalmente. Ni idea del tiempo que había pasado, el relajo había sido tal que se unió con cierta modorra y me olvidé del mundo. Volví en mí, totalmente excitado y fui abriendo los ojos de un modo lento pues cerca de mí escuchaba a lo que se podría denominar como un polvo ciertamente animal. Gruñidos y lo que parecían exclamaciones de placer sonaban cerca de mí, todo mi cuerpo se puso en tensión y giré la cabeza tratando de observar. No iba a poder moverme, un enorme jabalí padrillo se estaba dando un festín con tres chanchas apenas un poco más pequeñas en tamaño y había unos diez chanchitos todos rayados que pululaban alrededor. ¡Me cago con el mirón!, si hacía algún movimiento alertaría a la piara y al grandote no le iba a gustar que le interrumpiera la “fiesta”.
Lo poco que sabía de esos animales versaba en su carácter irascible y que, de encararte, se vendrían todos encima de mí, por lo pronto, los colmillos que tenían no eran para hacerles la vista gorda. La negra bestia, bufaba mientras salía de una y entraba en otra de sus hembras o, por lo menos, era lo que a mí me parecía, no podía verlo bien, pero, como quien dice, parecía “de tiro corto”, un par de rempujones en una chancha y a buscar a la otra que parecía esperar su turno como sumisa esperando por las estocadas de su macho.
Calculé que estaban como a unos diez metros de mi árbol y no se me movía ni un pelo, mientras me asombraba de la agilidad del padrillo quien, a pesar de su cuerpo voluminoso y su pene de más de veinte centímetros con forma de espiral o sacacorchos no parecía embocar bien a las hembras, esto hasta que lo logró con una y su bufido fue como de satisfacción, la hembra acusó el ingreso y lanzó una especie de grito, aunque no pareció desagradarle. Las dos chanchas restantes se desentendieron como diciendo “no nos toca” y se apartaron un poco, algo que no me hizo mucha gracia porque se acercaban al árbol detrás del cual estaba oculto.
Olfateaban el piso dando resoplidos con sonidos raros, parecían comer pasto o vaya a saber qué y la nota, cuando no, la dio uno de los chachitos rayados pues apareció y mi lado y salió corriendo y a los gritos como si hubiera visto al Diablo de los Jabalíes. Actué casi por reflejo, de un salto me colgué de la rama del árbol y trepé lo más que pude. Imaginé la bronca del padrillo por haberle cortado el polvo y la de las hembras por haber invadido su intimidad, daba para reírse, pero ver al animal tratando de subirse en dos patas al tronco del árbol o embestir enfurecido contra éste mientras las hembras giraban en derredor, no daba para ninguna risa. Había oído historias de cazadores que se tenían que pasar día y noche arriba de un árbol para que los chanchos se cansaran y se fueran o peor aún, que les socavaran las raíces del árbol para derribarlo. Si hubiese tenido una pistola, los moradores de la Estancia comerían cerdo y cochinillos por un rato largo, pero lo único que tenía a mano era el celular y crucé los dedos para que hubiera señal. ¡Bingo!, Karina no tardó en contestar preguntando por dónde andaba, “luego te digo, dame por favor con Alfredo”, -le contesté-…
Le expliqué la situación y le di la referencia de la cascada en el arroyo, “sé dónde es, quédese quieto allí, enseguida voy con la camioneta”, -expresó y creí notar un cierto sarcasmo en su voz-. Unos diez minutos después escuché que venía la camioneta, frenó, quedó parada como a unos veinte metros del árbol y sonaron dos disparos casi al unísono, esos los individualicé en el acto, uno de un rifle potente y el otro de una escopeta del calibre 12. Una de las chanchas acusó un disparo en la paleta y quedó muerta en el lugar, el escopetazo impactó en uno de los chanchitos rayados, era el más grande de ellos y dio dos vueltas hacía el costado antes de quedar tieso. Los demás desaparecieron como por arte de magia.
Era Alfredo con uno de los trabajadores fijos de la Estancia. Bajé del árbol mientras el trabajador, un hombre de una edad similar a la del padre de Mercedes, le clavó un cuchillo enorme debajo de la paleta a la jabalí, “con estos chanchos nunca se sabe”, -expresó y le di las gracias-. “Ni lo diga mocito, esto va a ser un festín para nosotros”, -contestó riendo-. Alfredo giró la camioneta para arrimarla de culata y entre los tres subimos al animal de unos cien kilos a la camioneta. Dejamos los animales en la vivienda de ellos y Alfredo les pidió que le prepararan el cochinillo, luego nos fuimos para la casa.
“Estos chanchos son una plaga y peligrosos, nos joden mucho en los sembrados, haber sabido que salía le hubiese dicho que llevara algún tipo de armas”, -expresó-, le contesté que estaba bien y le conté entre risas que le había malogrado el “polvo” al pobre padrillo y que por eso se había enojado. Las lágrimas por la risa le caían por el rostro a Alfredo cuando entramos en la casa y otro tanto fue cuando se los conté a las mujeres. Eran pasadas las ocho y media de la noche y cenamos pastas. Flor pidió que el café lo tomáramos en el living y ella se quedó en la cocina para prepararlo.
Faltaba poco para las diez de la noche y a Flor le brillaban los ojitos viendo como comenzaban a abundar los bostezos, “tomar ese poco de sol aquí en el campo me dejó de cama”, -expresó Karina que mostraba el rostro y los brazos colorados por la exposición-. “Yo estoy igual”, -dijo Mercedes-. Ninguno de los tres tuvo empacho para decir que se iban a acostar porque no podía aguantar el sueño, yo estaba empalmadísimo mirando el guiño y luego el culo de Flor que se movía llevando las tazas para la cocina. Tenía ganas de ir detrás de ella y apoyarla mientras le apretaba las tetas, pero preferí esperar, ella sabría cómo manejar los tiempos y/o cuanto tardaban en hacer efecto las gotas que, seguramente, había puesto en el café. “Esperá un segundo, enseguida regreso”, -dijo saliendo de la cocina y enfiló para las habitaciones-. Al rato regresó diciendo: “No tuvieron tiempo ni de abrir la cama”, -al escucharla giré para mirarla y una hermosa hembra de piel cetrina, cabello renegrido, ojos pícaros y vestida solamente con una tanga blanca, me esperaba apoyada en el marco de una puerta.
Me faltó aullar como el lobo de los dibujos animados, pero no lo demostré, me levanté despacio y me fui acercando mientras me sacaba la remera, gimió quedamente cuando apoyó las manos en mi pecho y alzó el rostro buscando que le comiera la boca. Y sí, se la comí, esos labios eran más que tentadores y, aunque no quiso quedarse atrás, mi lengua marcó el ritmo, el pezón de su teta izquierda parecía querer perforar la palma de mi mano derecha y mis dedos apretaban la dureza de toda su redondez. Mi otra mano recorría su nuca y luego su espalda, no quería apretar sus nalgas porque, si lo hacía, sentía que me iría en seco, los dos estábamos recalientes.
Nos separamos del beso y no perdió tiempo, la puerta en que estaba apoyada pertenecía a la primera habitación de la casa y no tardó en abrirla para tomarme de la mano y hacerme entrar detrás de ella. No bien cerró la puerta se apoyó en ella con las manos y las tetas, a la vez que paraba el culo incitándome a tomarla de parado. “Dame gusto José María, nunca lo hice así y lo vi en una película”, -dijo torciendo la cara-, no le pedí permiso, ella era alta y apenas tuve que agacharme un poco para encarar el glande en su hueco empapado. El pantalón y el bóxer me molestaban y con un par de movimientos quedaron en mis tobillos.
Costó nada ir pisándolos para sacar mis piernas y pronto estuve listo nuevamente para hacer lo que deseaba y esto era, entrar despacio para sentir todas sus rugosidades y para que ella gozara poco a poco todo mi tronco. Gimió profundo cuando el glande comenzó a abrirse camino, yo sabía que estaría un poco estrecha por la falta de uso, pero nunca pensé que tanto, lubricación sobraba, más ese centímetro a centímetros me dolía tanto como a ella. “Esperá, esperá, es enorme, tu pija es enorme, una cosa es verla y otra sentirla, eso, eso, seguí”, -me decía-, yo no hablaba, sólo quería que disfrutara.
Cuando estuve todo adentro de ella, me quedé quieto oyéndola resoplar y el pequeño orgasmo que la asaltó sirvió a los fines de una mejor lubricación. Fue sentir sus jugos y comenzar con el vaivén, menos mal que todos en la casa dormían drogados porque no se controló con sus gemidos, tampoco con sus exclamaciones que se asemejaban a los de una camionera desbocada… “Sí, así, rompeme la concha a pijazos, quiero ser tu puta, ¡qué polvo, por Dios, qué polvo!”, -decía y no podía negar nada, sus jugos expulsados bajaban por mis muslos-.
Me encantó que tuviera ese orgasmo y sin sacarla la tomé fuerte de la cintura y la llevé a la cama, mientras reía feliz y pedía más verga, “dame más verga, metela más”, -expresaba moviéndose-, traté de no empujarla, la apoyé sobre las sábanas y quedó en el borde con el culito parado y allí sí, se le quedaron los pedidos atragantados, el ¡ayyyyy! fue sonoro cuando le mandé todo el tronco haciendo que el glande chocara con su interior. La posición era distinta y yo ya quería perforarla. Otro orgasmo un poco más violento sucedió mientras entraba y salía, pero esta vez me apretó con sus músculos vaginales, fue impensado y lo entendí como una reacción natural ante el orgasmo.
De todos modos, por más que lo entendí, tuve que hacer un esfuerzo para que no me llevara con ella, el apretón al tronco fue inesperado y creo que hasta pensé en el jabalí para contener mi eyaculación. Lo logré y me sonreí para mí mismo, “ahora agarrate Catalina…”, -pensé- y gozó mucho con las penetraciones hasta que pidió, “no más, no más”, faltó poco para sacar humo por el roce, menos mal que ella seguía con sus jugos, de lo contrario me la hubiera pelado como una banana. Salí de ella y la giré para tenerla de frente, su boca y sus tetas me esperaban. Volvimos a besarnos profundo mientras apretaba sus pezones y luego dejé su boca para ocuparme de esos pitones duros como piedras. Besé, lamí, chupé, apreté, acaricié esos montes que hacía tiempo que nadie exploraba y, lo reconozco, lograr que tuviera un par de orgasmos casi eléctricos nada más que con el trabajo en sus tetas, me incentivaba como si me dieran cuerda. Lo mejor fue cuando dejé sus tetas y continué el camino descendente, Flor no podía dejar de temblar y se le escapó débilmente un “por favor”, al que no le di ni cinco de pelota.
Degusté sus jugos y me embriagué con su sabor, estaba totalmente enfrascado en ella, en su entrepierna y su vagina y sólo la escuchaba gemir y contraerse, a la par que sus temblores parecían atacar todo su cuerpo, el summun fue hacerme dueño de su clítoris, la lamí y cuando lo absorbí noté como sus jugos me salpicaban la pera y parte del cuello, el gemido fue casi inaudible, contrajo todo su cuerpo y luego se aflojó, me incorporé sonriente ante este orgasmo y vi que estaba laxa sobre la cama, sus brazos se abrían en cruz, de su boca colgaba una baba transparente y sus ojos estaban abiertos, pero completamente blancos. Me di un susto de muerte y me olvidé de todo, me puse a su lado dispuesto a hacerle RCP, aunque recordé antes tomar el pulso en su carótida, allí me quedé tranquilo.
El pulso era acompasado y tranquilo, Flor no había podido aguantar la catarata de orgasmos a la que no estaba acostumbrada y se desconectó cual si fuera una muñeca. Mis huevos me dolían y parecían hervir, el “amigo” se había muerto y aunque lo recuperara, en esas condiciones no podría hacer nada con ella y como estaba grande para “pajas”, la acomodé, la tapé con las sábanas y recogiendo mis ropas, me fui a la habitación que compartía con Karina. Ésta estaba vestida y tirada boca abajo en la cama, pensé que Mercedes estaría en las mismas condiciones y opté por un baño de agua fría. Algo subsané con esto.
Al final, el plan urdido por Flor sólo le había servido a ella, pero no estaba mal por eso, al contrario, si alguien tenía culpa era precisamente yo por haber pensado que ella tendría el mismo training que la hija o Karina. Veríamos que pasaba en el transcurso del día, ese culo no me podía quedar como pendiente, lo tenía entre ceja y ceja y de no ser allí, Flor debería viajar a la capital en la brevedad. Pensando en eso me dormí y, a fin de cuento, mi salud agradecida porque la “colo”, al estar bien dormida, despertó temprano, con mimos para regalar y no iba a hacerla desear.
Aparecimos en la cocina como a las diez de la mañana, Flor me tenía unos mates preparados, desayunamos junto con Alfredo que todavía tenía la almohada pegada y ella me miraba de reojo, bajando los ojos y mordiéndose los labios para encontrar el momento de hablar algo conmigo. Me divertía eso y no le di oportunidad de hablar, no bien terminamos de desayunar le dije a Karina de ir a dar una vuelta por el pueblo, los dos solos, mi novia se prendió enseguida a la posibilidad y, como Mercedes aún dormía, les dijimos a Flor y a Alfredo que no volveríamos para almorzar. Tenía ganas de ir a un buen restaurant y me vino justo.
Comimos en un restaurant de lo mejor, nos atendieron de maravillas y luego paseamos por varios lugares. La llevaba a Karina abrazada con un brazo sobre sus hombros y me miraba embelesada, a ella le hacía falta esa demostración y yo me sentía cómodo con eso. Era como ejercer un cierto sentido de pertenencia que a los dos nos venía como anillo al dedo, “nunca me sentí así”, -dijo y la miré como interrogando-, “así, abrazada, querida, protegida, segura, posiblemente no lo entiendas” … Claro que lo entendía, a mí me pasaba igual, nunca había experimentado algo similar, pero, quizás porque siempre ocultaba cosas, no se lo dije.
Regresamos riendo por no sé qué pavada que se nos había ocurrido y Mercedes nos abrazó no bien entramos a la casa, “voy a confesarles algo a ambos, un poquito los envidio, pero me siento muy feliz de verlos bien y, por otro lado, estamos solos, mamá y papá se fueron a una reunión-merienda en la sede de la Sociedad Rural, ya se imaginan lo que me gustaría” … No hubo mucho que hablar, Karina se prendía enseguida, Mercedes tenía ganas de que su culito echara humo y yo venía con ganas atrasadas.
En menos tiempo de lo que se cuenta, estábamos los tres en pelotas en medio del living y mis manos no daban abasto para acariciarlas, me obligaron a sentarme en un sofá grande y se alternaron las dos para darme unas mamadas de antología, ellas mismas se cogían las bocas, alternándose y haciéndome cosquillas con su nariz en el vientre, esto hasta que Karina se paró frente a mí apoyando los pies en los costados de mis caderas y me acercó su entrepierna, una aspiraba el tronco como queriendo arrancarlo y la otra dejaba que yo aspirara su clítoris mientras temblaba y me apretaba la cabeza con sus dos manos en ella.
No sé cuál fue la comunicación que existió en las dos amigas, pero de pronto tuve a Karina sentada en el tronco, mojándome con sus jugos todos los huevos. Mercedes, parada como antes la “colo”, me apuntaba con el culo en la cara y se agachaba para besarla. Ese culo me encantaba y jugué con dos dedos en él, a la par que “Mecha” que mojaba toda la cara. De pronto, después de que Karina tuvo otro orgasmo, se incorporó y nos dijo que esperáramos. Fue y volvió de la cocina, traía un paquete en la mano y los ojos le brillaban.
- Me gustaría que me hagas realidad una fantasía, haceme la cola poniéndome manteca, yo me estiro en el piso y vos te ponés atrás, como en la película.
- En esa posición te va a doler más, -le expresó Karina-.
- No importa, aunque me duela, pero vos filmame la cara, vas a ver, esa actriz quedara a la altura de un poroto, -le pidió alcanzándole el celular-.
Yo no decía nada, en la casa parecían tener fijaciones con las posiciones de las películas, allá ella con su fantasía, a mí su culo me encantaba y no dejaría pasar la oportunidad. Karina se puso a filmarla desde que comencé a untar su culo usando mis dedos y tal como había hecho M.M. en la película, se la metí de una. No sé el tamaño que tendría el actor, pero Mercedes acusó el pijazo y la estocada profunda gritando como si la estuvieran despellejando viva e hizo movimientos para zafar, ¡minga iba a zafar!, la tenía aprisionada con mis manos de sus caderas y tampoco esperé a que se acostumbrara.
Mi sadismo llegó hasta ahí, muy pronto ese culito poco usado y su dueña comenzaron a moverse como si fueran coctelera, los gemidos y las puteadas por la rotura de culo se sucedieron sin descanso, pero el goce era inconfundible de parte de los dos. Karina estaba ensimismada, trataba de mantener el celular enfocado, aunque, como tenía sus dedos ocupados en ella misma, le costaba el doble. Aguanté más de lo que me imaginaba y como ya no podía más, la inundé entrando lo más profundo que podía. Esto la potenció y su orgasmo junto con el grito y los temblores fue apoteótico.
Me quedé tirado sobre su espalda, mientras mi novia le sacaba los pelos de la cara a la amiga y me besaba. “Vamos a bañarnos”, -le dijo a Mercedes-, “a mí también me hizo la cola con manteca, es lindo, pero te queda un enchastre y todo grasoso”. La ayudó a levantarse, las dos se fueron riendo abrazadas y mirando lo filmado en el celular, yo me estiré boca arriba sobre el piso, había sido un “señor polvo”, pero, quedaba un pendiente familiar y yo tenía resto. A como diera lugar, en esa casa, sólo se salvaría el culo de Alfredo.
El matrimonio llegó a la casa alrededor de las ocho de la noche y previendo el tema de la cena, Flor había comprado comida hecha, esta vez fueron agñolottis rellenos y luego de un golpe de horno, nos matamos hasta pasar el pan al plato. Tal como lo habíamos hablado con Karina, les hicimos saber que esa era la última noche en que nos quedaríamos allí, de hecho, dijimos que nos habían tratado de maravillas, pero que teníamos que atender nuestras obligaciones. Flor nos preguntó a qué hora nos iríamos y al responderle que lo haríamos cerca del mediodía, contestó: “Bueno, tomemos un último café juntos”. Le dije que la ayudaría y fui con ella a la cocina, allí le pregunté:
- ¿Qué es lo que vas a hacer?... -Su respuesta no tardó en llegar-…
- Me siento muy mal por lo de anoche, vos no te merecías eso y pienso redimirme esta última noche.
- No es necesario el apuro, gozar gozaste y es lo que me importaba, de última, podés venir a la capital la semana entrante.
- No, por favor José María, deseo que antes de irte me rompas toda, las gotas son naturales y no le hará mal a ninguno, anoche gocé lo que nunca y siento que me pasé toda una vida esperando por esto.
No le contesté nada, sería demasiado hipócrita, yo también quería tener ese “señor culo” a disposición. Era una oportunidad y no la iba a desaprovechar, eso sí, me metí en la cabeza que no existirían florituras, las cosas por su nombre, “al pan, pan y al vino, vino” o, en su defecto, “al culo pedigüeño, pija exigente”. Me volví al living riendo solo, el refrán no existía tal como yo lo pensaba, pero adaptarlo no costaba nada, además, la cara como de súplica de Flor, ya me había puesto en situación. Sucedió todo tal cual la noche anterior y cuando comenzó el contagioso concierto de bostezos, me aparté un poco para atender el teléfono, intrigado porque el que llamaba era Miguel, el dueño de la financiera. Estaba en eso y los “somnolientos” me saludaron con la mano antes de irse a la habitación, devolví el saludo y seguí con lo mío…
- Hola Miguel, ¿qué es lo que sucede?
- Ah, sí, hola José María, bueno, miré, lo llamaba para decirle que anoche el socio de mi yerno sufrió un grave accidente con el auto, parece ser que había tomado unas copas, se salió del camino y volcó su coche en un barranco, no era profundo, pero quedó volcado y se incendió por el combustible derramado, ni él ni la mujer pudieron salir del auto, quedaron atados con sus cinturones de seguridad y, de acuerdo con los peritajes se catalogó todo como accidente de tránsito sin injerencia de terceros.
- ¡Pobre tipo!, que desgracia, ¿su yerno cómo está?...
- Está bastante “golpeado” por toda la situación, pero ya decidió irse un tiempo al exterior y dejar el estudio en manos de una Abogada que me merece la mejor de las confianzas, lógicamente se iría con mi hija que parece que siempre lo seguía en todo. Dadas las circunstancias es lo que debería haber hecho yo y él también, respecto a mi hija, lo que le quería pedir…
- No me diga nada por este medio, ya está ya pasó, usted tomó decisiones y yo seguiré siendo su inversor, para mí está todo bien.
- Gracias José María, no esperaba menos de usted, disculpe las molestias.
Corté la comunicación luego de saludarlo y sabiendo que me había sacado un problema de encima, el hombre había tomado las decisiones como para hacer saber que con él no se jodía y el yerno se salvaba junto a la hija, solamente como para no ensuciarse con sangre de su sangre, quedaba algo así como “stand by”, pero el mensaje estaba dado en todo el submundo de las financieras que operaban “bajo cuerda” aunque con fachada legal. Al regresar al interior de la casa la vi a Flor, totalmente desnuda y parada al lado de la misma puerta de la noche anterior, en esta ocasión, me mostraba un tubito en la mano que imaginé de lubricante íntimo. Las noticias recibidas habían sido buenas y mi empalme fue casi instantáneo. Seguramente la mamá de Mercedes iba a gritar como descocida, quizás más de lo que lo había hecho la hija, aunque yo iba a tratar de no obnubilarme para que no se pasara de rosca.
CULITO DE FLOR - EL PLAN. (18).
La morocha “veterana” estaba completamente entregada y cuando la abracé para besarla se trepó a mí cruzando las piernas en mi cintura y los brazos en mi cuello, jamás hubiese esperado una reacción así, pero no me disgustó, me costó un poco más llevarla hasta la cama porque tenía que torcer la cabeza para mirar por donde caminaba. “Cerrá la puerta, por favor”, -pidió cuando la apoyé en las sábanas, así lo hice y cuando me giré nuevamente a mirarla estaba en cuatro sobre el borde del tálamo, con la cara ladeada y, con una posición rara en el brazo, me sonreía y me alcanzaba el tubito del lubricante.
Me agarraron todas las prisas y casi me caigo de bruces cuando pretendí sacarme rápido el pantalón, encima del apuro por el tropezón, me “sobraba” moviendo el culito y diciendo, “no te apures, yo no me voy a ir”, le seguí la broma, pero, a la vez que abría el tubito, sin avisar, le mandé medio tronco por la vagina, ya no estaba tan apretada y las risitas se le terminaron de golpe cuando me moví entrando y saliendo, tampoco me entretuve demasiado con el tubito, metí la punta en su orificio más chiquito y lo apreté, lubricación no iba a faltar, luego acomodé algo de crema con los dedos y seguí machacando y esperando que tuviera su primer orgasmo.
Al contraerse y comenzar a temblar, cambié de lugar el glande y empujé haciendo una fuerza moderada, ya no estaba tan receptiva, se notaban sus temores, pero el orgasmo la aflojó y eso, sumado a la lubricación, hizo que más de medio tronco del ariete se instalara cómodo en su interior. Por más que tuvo la precaución de morder las sábanas, el grito se hizo sentir y, aunque, después de eso, pensaba llevarlo despacio porque me había dado cuenta de la penetración brusca, el aflojamiento de sus rodillas y el dejarse caer sobre la cama motivo que me fuera detrás de ella y bueno, basta imaginarse…
Flor golpeaba la cama con los puños y no se entendía lo que decía porque hablaba sobre las sábanas, pero no hizo intención de salirse. Yo no había sentido nada que se rompiera, aunque el pijazo fue brutal, mucho más para quien no estaba acostumbrada y opté por quedarme quieto, no escuchaba llantos, aunque no se privó de tragar mucosidad y aspirar fuerte por la nariz. Estuve un rato instalado profundamente en ella y salvo algunos besos en la espalda y la nuca, no hice ningún otro movimiento, es más, ni siquiera lo hice cuando ella comenzó a moverse lentamente.
Esperé a que fuera intensificando sus movimientos y cuando ya elevaba sus caderas traté de acompasar con mis entradas y salidas. Con lubricación y todo, era una delicia sentir como me apretaba las paredes del tronco, ni siquiera eran contracciones musculares, era pura estrechez y luego de un rato comenzó con orgasmos que eran distintos a los de siempre, estos eran como repetitivos y más cortos, lo que ayudó a que se desatara y comenzara a pedir más y más. Y le di más, claro que le di más, pero para hacerla completa, alterné sus oquedades mientras apretaba sus tetas estirando mi cuerpo.
Contracciones, temblores y gemidos se sucedían y cuando escuché que decía, “ya no más, por favor, no más”, me quedé quieto para que los dos nos recuperáramos de a poco. Despacio y tranquilo, regulando las entradas y salidas creo que pasaron más de treinta minutos, los dos transpirábamos hasta de los ojos y los dolores iniciales habían pasado al olvido. Flor tardó poco con su “ya no más”, estaba enloquecida, me lo demostraba con los movimientos, alternaba los suaves con los furiosos y yo le seguía el tren. Me había aguantado un polvo al principio, fue de milagro y algo se escapó, pero pude retener el resto y en ese momento mis huevos me pedían a gritos una descarga. No quise ni preguntar, sus tripas recibieron toda mi simiente y el ¡ahhhhh” de Flor fue prolongado cuando sintió el líquido caliente en su interior. Yo me sentí. Como quien dice, “realizado”, me había dado un gusto esperado y ella había quedado más que satisfecha. El “gracias” que expresó fue sentido cuando el miembro se escapó vencido de su “chiquito”.
Luego de esto fueron mimos, besos y abrazos, que hicieron que nos sintiéramos muy bien los dos. No hubo sustos y después de un rato de descanso nos fuimos a bañar al baño privado de esa habitación. Allí trató de esmerarse para tragarse todo el rabo por la boca, pero sólo lo logró mientras estuvo flojo, aun así, tuvo arcadas y al crecer desistió de la idea. No me importaba tanto, ella estaba feliz con el intento y me gustó esa actitud. Nos despedimos con un piquito cuando desnuda se dirigió a su habitación, yo, con sólo el bóxer puesto, me fui a dormí al lado de Karina que estaba en el séptimo sueño. Estábamos todos pasados de sueño, unos por las famosas “gotitas”, otra por el ejercicio desacostumbrado y yo porque, aunque me encantaba, no había parado con el “traka-traka”, de todos modos, lo tenía claro, “sarna con gusto, no pica” y, mientras el cuerpo aguantara… Después del consabido baño lleno de mimos con Karina, nos fuimos para la cocina, ya estaban todos allí, la que mejor se veía, por lejos, era Flor, nos cebó unos mates con la sonrisa a flor de piel y nos preguntó que queríamos almorzar.
Concordamos todos que debería ser algo sencillo y Mercedes aprovechó para pedirnos de irse con nosotros porque tenía que arreglar algunos asuntos en el departamento que alquilaba, lógicamente, no hubo ningún “pero” al respecto, viajaríamos los tres. Alfredo me invitó a volver para organizar una batida buscando jabalíes, “eso si te animas a disparar unos tiros, pues no sé si te gustan las armas”, -dijo tuteándome y como sobrando la situación-. Karina se atragantó con el mate tratando de no reírse, pero se hizo la tonta y el papá de Mercedes siguió…
- No te rías Karina, tu novio no tiene pinta de ser un gran cazador, igual no hay nada que temer, yo tengo un rifle para prestarle y le enseño a tirar.
- Me interesa y me gustaría tener un rifle para cazar, me voy a comprar uno, practicaré algunos tiros y cuando sea el momento me avisa, miedo no me da para salir, menos si es con usted que vaya de guía.
- Listo, yo te aviso, confía en mí, te voy a sacar bueno, jajaja.
Yo ponía cara de boludo total y la “cola” esbozaba una sonrisa sarcástica que sólo entendía una persona. Ella sabía de la colección de armas que yo tenía en casa y creo que imaginaba que las sabría usar sin necesidad de instructores improvisados. “A mí ni me mire Alfredo, arregle con él, yo tengo pánico de andar por el campo y de armas no entiendo nada”, -expresó mi novia-. Yo cambié la conversación preguntándole a Mercedes que es lo que pensaba hacer desde ahora en más…
- Ya lo hablé con papá y mamá, la semana que viene, luego de arreglar todo lo mío, me vengo a vivir con ellos, hay que apurar la limpieza de los campos “alquilados” que mi papá tenía algo “escondidos”, ararlos y plantar lo mejor por la temporada.
- Bueno, no te enojes, esa era una sorpresa que les quería dar a las dos y con la ayuda que nos dio José María, todo va a ser con ganancias, -respondió el padre sonrojándose-.
- Chicos, -pidió Flor-, para nosotros sería genial que se viniera al campo, pero hay que convencerla para que termine sus estudios, es una pena que deje todo a pasos de recibirse.
- En eso no podemos meternos Flor, pero estoy seguro de que Mercedes puede arreglar todo por Internet y sorprendernos, hoy por hoy no es tan necesario pasarse todo el día en la Facultad. De última, si se recibe venimos todos y hacemos una fiesta, jajaja, -contesté-.
Mercedes se “moría” por abrir la boca, pero, ella sabría porque no lo hacía, Karina y yo habíamos prometido guardarle el secreto de su Título y no hablaríamos de más. Salimos de Nueve de Julio como a las dos de la tarde, el regreso se hizo corto y luego de dejarla a Mercedes en la casa, encaramos para la nuestra.
Después del consabido control antes de ingresar, estuvimos en el “dulce hogar”, yo ya lo había experimentado, podía andar por cualquier parte del Mundo y alojarme en los mejores lugares, pero regresar a “mí” casa me producía una especie de sentimiento especial, a Karina le sucedía igual y luego de dejar los bolsos se puso a recorrer las dependencias viendo como estaba todo, a mí con el sofá me alcanzaba. Habíamos llegado como a las seis de la tarde y sobre ese mismo sofá me entregué a los brazos de Morfeo, mi novia, sabiendo que cuando yo quería dormir, lo hacía sin que nadie importara, no solo no me molestó, sino que me tapó con una pequeña manta y, como en la casa no había nada que hacer, aprovechó la cama y se durmió también una buena siesta.
Me desperté como a las nueve de la noche escuchándola caminar cuando pasó para la cocina y no bien la llamé se acercó para tirarse encima de mí y comerme a besos. “Los días de campo y el viaje nos sacaron de todos los esquemas, hacía tiempo que no me dormía una regia siesta, ¿te dije que te amo?”, -expresó besándome el cuello-. Le respondí abrazándola y le metí manos por dónde se me ocurrió, Karina no tardó en entrar en la misma sintonía, pero más que pasional, la cosa pasaba por cosquillas y risas. Mi teléfono vibrando nos sacó de nuestros juegos, miré la pantalla y vi que era Julia, imaginé que ya estaría en su casa y no quise contestar. “Si contestó será para responderle sobre algunas dudas y estoy ocupado con las cosquillas a mi novia”, -le dije a la “colo” que se sonrió con cierta suficiencia, que las tengas en cuenta les encanta a las mujeres y, tras cartón fue ella la que rompió la magia, “qué vamos a cenar vida, en la heladera no hay nada preparado” …
Tienen una facilidad tremenda para salirse por las ramas como si importara sólo lo que ellas están pensando en ese momento, podés estar hablando de los colores que vas a elegir para pintar las paredes y, aunque en un principio parecen prestarte atención, te pueden llegar a salir con un “hay que llamar al jardinero porque hay plantas que se están secando” o “creo que el lavavajilla no está funcionando bien” o “tengo que pedir un turno en la manicura”. Con mi madre pasaba igual y aunque era la única referencia que yo tenía de una mujer cercana, estaba convencido de que todas o la gran mayoría actúa igual. Piensan en montones de cosas a la vez, no se enfocan en una sola cosa y terminan encarajinando todo. “Bien, como no te interesa seguir con las cosquillas, vamos a ver qué hacemos con la comida, mejor, en un rato, vamos a comer afuera” … No quería entrar en discusiones con ella, yo sabía que sería taxativo si le contestaba, pero no fue necesario decirle más, se dio perfecta cuenta que había actuado de forma no conveniente…
“Bueno amor, disculpame, justo se me cruzó eso por la cabeza”, -expresó un tanto compungida-… “No hay problemas mi cielo, recordá lo de pensar antes de hablar, no siempre voy a estar de buen humor para contestarte cuando salís con alguna boludez que no tiene que ver con lo que hacemos o hablamos” … No dije más nada, no bien se fue al dormitorio, me metí en el cuarto “secreto”, quería ver la información que tenía desordenada sobre los jefes de Julia.
No me llevó tanto, no estuve con eso más de quince minutos y no me cupieron dudas de que el tipo tenía ingresos relacionados con el narcotráfico, es más, la relación la tenía directamente con quien manejaba todo eso desde una villa de emergencia de la zona. Un par de mensajes de texto que leí lo dejaban expuesto. Los mensajes provenían de un teléfono y el apelativo o alias “Rubio” o “el Rubio” lo individualizaban como tal. Ya tenía la punta del ovillo para masacrar a quien había mandado a golpear a Julia y tenía a quien “cargarle el fardo”.
Me había resultado bastante fácil saber todo eso, cualquier operador de Informática de las Fuerzas Policiales le podría haber hecho, pero… y aquí el “pero” era enorme… Estos delincuentes corruptos actuaban con total impunidad porque nadie se metería a investigarlos, la propia Justicia, las Leyes y la puta “legalidad” ponían escollos por doquier para hacérselos fácil. Para más, éste era el Jefe de Homicidios y también estaba en el tema el Jefe de Drogas Peligrosas y varios que los rodeaban, entre ellos, como si fueran bomberos, no se “pisaban la manguera”. Las denuncias que pudieran aparecer tendían a ser dejadas de lado y no existía un Organismo que se ocupara de una investigación interna minuciosa, tal que, la famosa División de Asuntos Internos figuraba sólo como una fachada, tenían presupuestos y efectivos para cumplir con tal tarea, pero, en la práctica, no funcionaba como tal o solamente funcionaba para los agentes o bajos rangos. Los Jefes de la llamada A.I. (Asuntos Internos) eran amigos o compañeros de promoción de los Jefes de las otras Divisiones, ergo: otra vez el tema de los bomberos y la manguera, cuando no que miraban para otro lado debido a sobres con dinero “por debajo de la mesa”.
No quise darme más “manija”, salí a cenar con Karina, lo pasamos bien, aunque yo tenía la cabeza en la elección de “objetivos”. Tenía claro que no podría hacer un rejunte y apilarlos en una hoguera a todos, pero, con cuatro o cinco de ellos podría originar una indignación total y una caza con visos de venganza, dirigida a asesinos de policías, en la cual se verían involucrados los delincuentes que ponían el dinero para hacer, de cierta forma, legal lo, a todas luces, ilegal. Está instalado en cualquier cuerpo policial del Mundo que el asesinato de un miembro del Cuerpo Policial se paga con sangre y Fiscales o Jueces “garantistas” dejan de importar tanto. “Hechas las Leyes, hechas las trampas” y los policías conocían todas para “taparse” entre ellos. No importaba que tan corrupto hubiese sido el asesinado, era como una cuestión de honor, algo muy peculiar, pero, si lo utilizaba bien, serviría a mis fines. Lo único que tenía que hacer era jugar bien mis cartas y dejar a la vista las suficientes pruebas como para que las venganzas estuvieran dirigidas a determinados objetivos, llámense bandas del narco o jefes de éstas.
De regreso de la cena, dejé a Karina en su departamento porque ella había dejado su coche allí, le expliqué que me había llegado una notificación y debía trabajar hasta tarde, que no sabía cuándo me desocuparía y no pensaba ir al colegio en un par de días más, que ella debería seguir su vida normal. No opinó al respecto, “llamame cuando ya estés desocupado”, -fue lo único que acotó al saludarme con besos y abrazos-. De regreso a casa ya tenía todos mis sentidos a mil, pues, para que todo saliera bien, debía urdir un plan que no tuviera fallas y lo primero era sacar a flote en un 100% al alumno de Raúl.
Whisky con hielo de por medio, me puse a ver todos los datos, Raúl siempre había hecho hincapié que quitar una vida es sencillo, pero lo que más les dolía a los “objetivos” y a su entorno era la posibilidad de perder el sustento económico que esa vida corrupta les había deparado. Generar la desesperación por hacer que se encontraran sin ese sustento o que perdieran todo lo logrado era como provocar varias muertes en una, además, como todo lo que los rodeaba estaba mayormente degradado o podrido, ante pruebas debidamente plantadas, no tendrían fondos para “endulzar” sentencias de parte de los integrantes de la Justicia y aspirar a la libertad.
La falta de libertad de estos tipos que, a la postre, eran meras arandelas o tornillos en la intricada maquinaria del Narcotráfico provocaba temores y resquemores en los que manejaban esa maquinaria, ergo: Aun tras las rejas pasaban a correr peligro sus vidas y no sólo la de ellos, su entorno familiar tampoco tenía respaldo, sin contar que no había lugar en el Mundo dónde ocultarse de esos brazos tan largos. No nos engañemos, un Jefe del Narcotráfico con algo de renombre, aun encerrado, tenía prerrogativas, custodios y comodidades, sus “negocios” seguían funcionando y el dinero que generaba compraba aliados y voluntades, con un idiota útil a sus intereses que se había quedado sin libertad y sin dinero no pasaba igual, era totalmente descartable y el “por si las moscas” actuaba para silenciarlo.
En virtud de esto, lo primero que tenía que averiguar era cuanta era la disponibilidad de efectivo que los cuatro o cinco que me interesaban podía tener en alguno de los paraísos fiscales e incluso en las cuentas bancarias nacionales. No era sencillo porque podían estar a nombre de familiares o testaferros, pero no era tan difícil de llegar a eso. El plan original que se me había ocurrido era el de hacer una masacre con varios policías corruptos, pero, pensándolo mejor, con sólo dos de los Jefes muertos alborotaría el avispero, agitaría la venganza y varios integrantes de las bandas de delincuentes perderían la vida por esto, además, sembraría pruebas en contra de los subalternos sucios de esos Jefes para que fueran detenidos y, desde allí en más, que los propios narcos se encargaran.
No era tan simple como escribir un guión y adaptarlo para hacer una película, primero tenía que agotar las instancias con los datos que se obtendrían, recopilar pruebas por medio de la Informática y las escuchas telefónicas y con todo eso en mi poder actuar contra los dos Jefes policiales a la vez, hacer el sembrado ante la Justicia y la Prensa y esperar sentado a que se mataran entre ellos. Mientras mi cabeza trabajaba pensando en esto y mis máquinas hacían el trabajo de búsqueda, mi excitación iba ganando enteros y se me cruzó que, en la tarde tendría que hacerle una visita a Julia, la “poli” golpeada no estaría para ningún “jueguito de manos”, pero… estaba seguro que Marta no se negaría a salir a tomar un café conmigo…
GUILLEOSC - Continuará… Se agradecen comentarios y valoraciones.