Sinopsis |

Un amor… Dos corazones… Y una herencia sangrienta.

Sabrina Moretti, queda insólita y decide alejarse de Kaiara Di Marco, la mujer que ama. Al descubrir los oscuros secretos que esta oculta tras su refinado apellido.

Pero Kaiara ama con tanta fuerza a Sabrina, que está dispuesta a renunciar a su vida, con tal de mantener cerca a su amada. Sabrina, indecisa, no puede poner resistencia a la propuesta de Kaiara y deciden emprender un camino juntas, plagado de odio, venganza y traición. Que las llevará, a descubrir los secretos familiares más desgarradores y repugnantes vinculados a la mafia italiana en todo su esplendor.   

Mientras Kaiara lucha con sus demonios del pasado, Sabrina debe despojarse de su inocencia y tomar la decisión más importante de su vida.

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Prólogo |

—¡Herida de bala! ¡Se desangra! ¡Ayuda por favor! —se escuchan los gritos despavoridos de una voz ronca invadiendo la sala de emergencias del hospital.

Me gusta el caos.

No puedo decir otra cosa en mi defensa.

Quizás como nunca he vivido en medio de la paz, el tormento es el único camino con final feliz que conozco. Las verdades a medias camuflajeadas con mentiras piadosas. El cruel destino lamiéndome lascivo el cuello. El mismísimo infierno frente a mis ojos y no bajo mis pies. No le temo al castigo ni a la muerte, siento horror de la vida y de sus piedades gloriosas. Soy un alma en pena que vaga plácidamente por el olvido en un mundo con una única regla que cumplir: sobrevivir.

—¡Preparen el quirófano ya! —vocifera uno de los médicos trasladando a toda velocidad la camilla por el angosto pasillo blanco.

Todos somos nada, pobres de esos desgraciados que no entiendan el concepto antes de pisar la tumba. Incluso hasta en el más allá—si de verdad hay vida—, vivirán como lo que son: idólatras idiotas con filosofías arcaicas.                                                             

Cuando vengo aquí, siempre encuentro la paz que busco, quizás porque no hay leyes ni personas que me juzgan esperando mi indulgente transformación. Soy lo que soy, y por mucho que corra de mis demonios, ellos no dejarán de perseguirme a dónde quiera que vaya. Creo que es momento para dejar de correr y aceptarme de una buena vez y por todas. No es que merezca un destino redentor, solo que, para continuar con mi existencia, necesito adaptarme a esto. Puede que no sea una vida, pero es lo más cercano a una que tengo.

—No veo la maldita bala—musita nervioso el cirujano empujando a un lado las gasas dentro del abdomen de la chica—. Necesito succión aquí. Es demasiada la sangre. Estoy a ciegas. 

Me agacho para colocar otra rosa blanca en la misma fría y poco colorida lápida. Ahí está escrito mi nombre hace años—o bueno—, desde que tengo uso de razón, siempre suelo celebrar mi cumpleaños en el cementerio. Rodeada de cadáveres y huesos polvorientos. Una forma tétrica de recordarme que lo más importarte es imperceptible a los ojos. Lo que puede hacer un apellido, el dinero y… las balas. Es insolente tenerle miedo a la muerte cuando hay tantas promesas de reencarnaciones divinas ondeando flameantes por todo el mundo. Las incoherencias del ser humano en todo su esplendor. La conquista nos sigue desvelando como cuando los reyes querían gobernar todo el alrededor y en su propio castillo, la supuesta mano derecha, se cogía en las caballerizas a su—honorable y respetada—reina, engendrando un montón de bastardos destinados a cargar con el peso de ser la escoria real no deseada. Sonrío. Que locura de mundo y tan simple a la vez. El amor haciendo eco en lo más sombrío de la oscuridad. Matices que la mayoría del tiempo ignoramos. ¿Y si esa reina amaba con locura a alguien que no era el rey? Bueno… la ambición existe desde el inicio de los tiempos y se hizo justamente, para aplastar sin dolor al amor. Una pena que mi madre no haya analizado eso al darme la vida. Si es que se le puede llamar así.

—¡La estamos perdiendo demonios! ¡La saturación ha bajado demasiado! ¡Va a entrar en paro! —habla alterado y con ojos frenéticos el anestesista.

—Solo un poco más. Aguanta un poco más chica. Ya casi la tengo—le dice el cirujano al cuerpo intubado y moribundo de la joven.  

Han intentado asesinarme desde que era un valiente espermatozoide—luchando por fertilizar el óvulo—, no me querían dar la oportunidad de crecer, de ser un alguien equis. Les molestaba tanto que un simple don nadie como mi padre se enamorara de la hija del jefe, que la sola idea de que tuviera el mismo apellido les causó un desvelo mortal. No descansaron hasta que vieron el acta de defunción que dictaminó mi muerte a los ocho meses de nacida. Pero las fuerzas divinas en su constante disputa con el mal y Fabricio—mi tío—, me dieron la oportunidad de respirar el aire podrido de la humanidad, viendo como año tras año, puedo pararme sonriente frente a este estúpido sepulcro hecho en mi honor.

—Uno… dos… tres… ¡Despejen! —grita el cirujano y todos dejan de tocar el cuerpo de la chica, para así poder aplicarle shocks eléctricos que le devuelvan el ritmo cardíaco y la vida.

Moraleja.

Antes de llevarle flores a un muerto, primero asegúrense de que lo esté.

—¡Tengo pulso! ¡La tenemos de vuelta! —indica uno de los médicos señalando el monitor de signos vitales.