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Un par de días después de aquella extraña noche y la sorprendente llamada de Ana, Mario no había hecho nada nuevo con Lucía, ya que ambos habían tenido que trabajar y atender otros asuntos. A ver, tampoco nos engañemos, que Mario seguía abusando de su posición y no había día en que como mínimo no hiciera que Lucía se la chupara, pero a esas alturas aquello ya podía considerarse como "lo normal".
Una tarde Mario regresó a casa y subió la escalera para ir a ver a Lucía... cuando un grito lo sobresaltó.
—¡¡ME CAGO EN TU PUTA MADRE!!
Se asomó en silencio a la habitación de su esclava. Lucía estaba sentada frente al ordenador, cinturón colocado y jugando al Skirim altamente modificado. Con gesto de incomodidad se llevó una mano al pecho, ya que tenía unas pinzas en los pezones que iban enganchadas a un pequeño aparato electrónico con sendas cadenas y habían empezado a vibrar. Era un añadido que Mario había incluido hacía un par de noches: iban conectadas al juego, al igual que los vibradores, y podían apretarse, aflojarse o vibrar automáticamente.* Lucía evitó quitárselas, sabía que eso solo sumaría más tiempo al juego, y tomó el gran falo que usaba para simular las mamadas.
—Como no me aten cuando terminen... —murmuró con tono de frustrada amenaza antes de meterse el aparato hasta la garganta.
Mario decidió dejarla sola mientras iba a cambiarse. Poco después los sonidos y gemidos del juego cambiaron a la música de combate que fue coreada con un sonoro "¡FUS-RO-DAH!". No, los enemigos que habían sometido temporalmente a la Doh-Va-Kiin no la habían atado, un grave error. La risotada de Lucía respondió al sonido de las espadas y los gritos de sus enemigos.
—¡¡MORID HIJOS DE PERRA!!
—Santo Dios, creo que me estoy enamorando —murmuró Mario desde su habitación con una sonrisa divertida.
Casi una hora después, Lucía suspiró con alivio y Mario escuchó cómo se quitaba el metálico cinturón; cuando llegó con ella, la muchacha acababa de ponerse otra vez la bata.
—Oh, ¡amo! No le había oído llegar.
—No pasa nada, vi que estabas ocupada. ¿Qué tal el juego?
—Hace un rato capturé a Odahviing, pero luego me ha hecho jugar casi tres horas más —dijo, y luego señaló a las pinzas electrónicas que había en la mesa—. ¿Podríamos bajar la fuerza máxima de estas cosas? A veces duelen demasiado.
—No. Pero te voy a dar permiso para desactivar alguna función de los mods del juego.
—¡El de rendirse cuando me desarman, por favor!
—Muy bien. Mañana no trabajas, ¿verdad? —ella afirmó que estaba libre—. Bien, ahora me vas a hacer una mamada y luego puedes descansar todo el día. Esta noche tenemos planes.
—¿Qué tipo de planes?
—Una cena en la que vas a conocer a alguien.
—¿Una cena? ¿Con quién...?
—De rodillas. Ahora.
Ella lo hizo y, sin decir una palabra más, le practicó una felación con una maestría que estaba puliendo a pasos agigantados aquel día.
Mario solo le indicó que se "pusiera guapa y elegante" sin dar más detalles. Hacía calor aquellos días, así que Lucía escogió un traje verde ajustado cuya falda llegaba hasta las rodillas y con un escote sugerente, pero no demasiado exagerado. Lo remarcó todo con maquillaje y unos pendientes de plata que raramente se ponía. Mario, por su parte, iba también de traje y camisa, aunque sin corbata, y llevaba un maletín en una mano. Él la miró de arriba a abajo evidentemente satisfecho.
—Falta una cosa, olvidé decírtelo —fue a la mesa de Lucía y tomó las susodichas pinzas electrónicas—. Póntelas. Puede que necesites un Bra para disimularlas.
La cara de cruz de Lucía fue un poema al cogerlas y bajarse el vestido. ¿Ir solo a un cena, sin trucos ni movidas con el depravado de Mario? Pues claro que era imposible. Las pinzas en cuestión eran pequeñas y bajo el bra pasaban desapercibidas completamente. El diminuto aparato electrónico que las controlaba quedaba colgando entre sus pechos y sujeto por la propia goma del bra para que no se moviera. Estaba bien pensado el aparato en cuestión y, con la presión al mínimo, al cabo de poco Lucía ya se había acostumbrado a llevarlas sin que le causaran molestia. Claro que el nerviosismo seguía ahí de que en cualquier momento Mario las hiciera apretar hasta que ella tuviera que aguantar quejarse, o que las hiciera vibrar para ponerla cachonda en público.
Decidió ponerse un abrigo encima del conjunto, sintiéndose más segura en público.
Subieron a un taxi y, como si fueran amantes, se sentaron juntos en la parte de atrás, ella acurrucada sobre el brazo de Mario. Pensó que irían al centro de la ciudad, pero Lucía no tardó en darse cuenta de que iban a un barrio de la periferia, una zona residencial. Le preguntó que a dónde iban, y Mario respondió que "a casa de una amiga".
Nada más llegar, Lucía supo dónde estaban.
—¡¿Estamos en casa de Ana?! ¿Qué hacemos aquí?
—Confía en mi. Esta noche puedes usar "Gris" como palabra de seguridad.
Ella dudó. El chico activó un control que llevaba oculto en el bolsillo y ella soltó un chillido cuando las pinzas se apretaron súbitamente. Sumisa, se agarró a su brazo y caminaron a la entrada. Era un adosado de dos pisos de arquitectura clásica típica de la ciudad; llamaron al timbre y, al momento, una chica salió a recibirlos.
Ana estaba preciosa: su largo pelo rubio y lacio caía sobre sus hombros, llevaba la figura resaltada con un traje ajustado y un sutil maquillaje resaltaba sus hermosas y redondeadas facciones. El aroma de un perfume de camomila llegó hasta Lucía cuando la puerta se abrió.
—¡Bienvenidos! Pasad, pasad. Lucía, estás preciosa.
Entraron en la casa, Ana había preparado una cena ligera, con vino y algunos chupitos. Lucía permaneció más callada que de costumbre: tenía una buena relación con Ana, pero no la consideraba una amiga realmente. Compañera de trabajo, alguien con quien había salido algunas veces de marcha, pero no eran cercanas. No tardaron ambos en darse cuenta de la intranquilidad de Lucía, pero esperaron a llevar ya un par de copas de vino antes de abordar el tema.
—Bueno, ya te hemos torturado bastante, pequeña. Ana sabe cuál es tu situación, pero no debes preocuparte: no tiene acceso a la carpeta roja ni lo tendrá.
—Joder, Mario...
—Primero, recuerda que soy "tu amo". Y segundo, sabes que podría ser muchísimo más cruel, no te quejes.
—Sí... amo.
Lucía bajó la mirada. Todavía recordaba el castigo por haberse corrido sin permiso.
—Mario me ha contado que estás intentando liberarte, ¿conseguir una contraseña, cierto? —dijo ella con voz pícara—. Así que le he propuesto un juego para que puedas conseguir otra pista. ¿Qué te parece?
—Que tiene truco —respondió la esclava directamente, provocando una carcajada de ambos.
—Por supuesto que lo tiene. Jugaremos al Mario Kart.
Lucía la miró con cara de odio. Zorra. Una vez le había contado que ese juego no le gustaba nada.
—Jugaremos los tres una liga de diez carreras, si logras quedar la primera, conseguirás la pista de la contraseña.
—¿Y qué pasa cuando pierda?
—Si cualquiera de los dos quedamos por delante de ti en cada carrera, te haremos "algo" antes de empezar la siguiente. No te conviene quedar la última o tendrás que aguantar nuestras perversiones de dos en dos.
La esclava meditó durante unos segundos, a pesar de la situación era una jugadora apasionada y le gustaba entender las condiciones del juego. Además, Mario no iba a darle mucha opción (siempre podía usar la palabra de seguridad, pero no quería hacerlo). El juego significaba que, salvo que quedara la primera, Mario, Ana o los dos a la vez podrían torturarla a su antojo tras cada carrera. Ella no obtenía nada con cada victoria salvo que, claro está, quedara en primera posición al acabar la liga.
No, aquel juego no le convencía.
—Quiero poner unas condiciones, amo.
—¿Desde cuándo una esclava replica...?
—Ana, cállate —respondió tajante Mario—. Lucía no es tu esclava y las condiciones las pongo yo, ¿ha quedado claro?
Ana asintió y Lucía notó que estaba bajaba sutilmente la posición de ligera altanería y dominancia que había mantenido. "Qué interesante...". Mario se volvió a dirigir a ella.
—¿Qué condiciones?
—Si gano a Lucía quiero poder hacerle algo.
—¿Qué tienes en mente?
—Desnudarla. Atarla. Usar algún juguete. Hacer que le chupe la polla o, si usted lo permite, que me coma el coño...
Mario asintió satisfecho. Ana se había sonrojado sutilmente.
—¿Algo más?
—Sí. Quiero que Ana se haga una carpeta roja y la ponga en juego. Si gano la liga, obtendré la pista y la carpeta.
—¿Cómo? Estás loca, ¿por qué haría algo así?
—Porque sabes que no sé jugar al Mario Kart, que me vas a ganar cien veces antes de que tenga una sola oportunidad, y porque si dices que no no podrás seguir abusando de mi. Sin riesgo no hay beneficio, guapa.
Ambas discutieron un poco más del tema, mientras Mario observaba la escena divertido y alucinado. ¿Qué clase de dios pervertido le había sonreído aquel año?
—Bueno, Ana —intercedió finalmente—. Esas son las condiciones de este juego. Lo tomas o lo dejas, tú decides.
—Me... pensaré lo de la carpeta roja, pero esta noche no. Acepto el resto de condiciones.
—Fantástico. Esclava, como Ana ha sido tan buena anfitriona vamos a dejar que te conozca. Ponte en pie, manos a la nuca.
Lucía obedeció al instante. Mario puso el maletín sobre la mesa; antes de hacer que se girara, Lucía llegó a ver algunos objetos: al menos unas pinzas, una fusta y un vibrador que ya había usado antes. Pronto toda posibilidad de ver le fue arrebatada cuando le vendaron los ojos. "Toda tuya", dijo, y al momento sintió las finas y frías manos de Ana recorriendo un anatomía. Primero por encima del traje, pero enseguida lo tomó y lo bajó hasta dejar el bra al descubierto, que tampoco tardó en ser retirado. Esto hizo que las pinzas se movieran, haciendo que Lucía gimiera ligeramente.
—¿Y esto?
—Descúbrelo tú —dijo Mario, pasándole el mando.
Ana lo accionó y Lucía gimió entre dientes cuando las pinzas se apretaron a la máxima potencia. Tras un rato de disfurtar del espectáculo que ofrecía Ana al abusar de aquel perverso aparato, Mario decidió que era un buen momento para tomarle las manos a su esclava y esposarlas por encima de la cabeza aprovechando la barandilla de la escalera.
—Os dejaré un rato para que os conozcáis, luego empezaremos el torneo.
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Cuatro horas después, en el taxi de vuelta, Lucía se aguantó un gemido cuando el plug anal que llevaba empezó a vibrar. Sintió el brazo de Mario abrazarla, y ella intentó moverse, incómoda y excitada. Todo ello quedaba oculto de la vista del taxista bajo el grueso abrigo que llevaba.
Cuando llegaron a suj destino, Mario la ayudó a salir del vehículo, emulando un gesto de anticuada galantería. Una vez en casa, él le quitó el abrigo, revelando la realidad de la situación: Lucía estaba completamente desnuda a excepción de un tanga bajo el abrigo; sus brazos, cruzados a su espalda a la altura de las lumbares, estaban inmovilizados con una combinación de cuerdas y esposas de cuero. Ya no llevaba las pinzas, pero su blanca piel estaba marcada por algunos golpes de fusta, y la rojez de sus nalgas remarcaba donde había recibido el mayor castigo.
—Ve frente al sofá y ponte de rodillas.
Hizo como le ordenaron y, mientras se arrodillaba, el plug anal se activó. Ana, desde su casa, seguía torturándola. Mario tardó varios minutos en volver; habiéndose abierto una cerveza y quitado los zapatos, se sentó frente a su esclava.
—¿Ana se está divirtiendo? —cuestionó al escuchar el sutil zumbido del vibrador.
—Sí... es una sádica.
—¿Más que yo?
—No... puso el listón muy alto cuando me castigó por correrme sin permiso, amo.
—Aun así me sorprende que no usaras la palabra de seguridad esta noche. Estuvo casi media hora follándote con el vibrador grande.
—Y luego la... ¡Ah! Joder, lo ha puesto en turbo...
—Lo siento, pero si te lo quito no te dirá su parte de la contraseña.
—Lo... sé... dios... —casi un minuto después, el aparato volvió a bajar de intensidad—. Y luego la fusta... creo que perdí la cuenta en... ¿sesenta?
—Setenta y cinco —corrigió Mario—. Ahí se pasó bastante, ¿no quisiste usar la palabra ahí?
—No... es que... ha caído en mi trampa. Accederá a la carpeta roja.
—Pero incluso si accede a ponerla en juego, hoy no has ganado ni una sola carrera, Lucía. ¿Cómo vas a...?
—Vaya a mi Facebook. Busque en la carpeta "Grandes momentos" una foto de agosto de 2010.
Mario lo hizo y, al poco una sonrisa se dibujó en su cara, seguida de una sonora carcajada.
—¡Eres la mejor!
—He aguantado todo esto por usted, por supuesto —dijo ella, entre jadeos truncados por las vibraciones del aparato—. ¿Cree que podría...?
—¿Soltarte y darte la parte de la contraseña de Ana? Oh, no, ella quiere que estés toda la noche atada y con el plug bajo su control, si quieres quitártelo no tendrás contraseña —él se bajó el pantalón, exponiendo su pene erecto—. Ahora ven aquí, llevo toda la noche viendo a Ana abusando de ti y estoy cachondísimo.
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Dos días después, alguien llamó a la puerta y Mario fue a abrir. Fue recibido por Ana, quien vestía un sencillo conjunto de top y pantalón, siendo el primero lo bastante ajustado para resaltar los pechos de la rubia. Ella sonrió y mostró un pendrive en la mano.
—Aquí está la famosa carpeta roja.
—Muy bien. Pasa y vamos a comprobarla.
Conectaron el USB a un portátil y Mario pudo ver todo el contenido del mismo: fotografías desde eróticas a pornográficas, un vídeo en el que ella salía masturbándose y mostrando su DNI a la cámara, dando permiso al poseedor del vídeo para distribuirlo como quisiera... e incluso varios vídeos en los que Ana salía montándose un trío con dos hombres.
—Diantres Ana, esto es digno de película profesional.
—Ya... fue idea de un ex-novio, pero me quedé con el vídeo de... recuerdo, supongo.
—Perfecto —dijo él, desconectando el USB y guardándolo en su bolsillo—. Vamos, Lucía nos está esperando.
Fueron al salón donde, junto a la televisión, una desnuda Lucía cabalgaba poco a pobo un gran dildo pegado con una ventosa al suelo. Parecía agotada.
—Tal como pediste, lleva dos horas así, sin correrse tampoco. ¿Te apetece echar otra partida?
—Como mi amo... lo ordene.
—Sí, te apetece —ordenó Mario—. No dejes de cabalgar el dildo.
—Sí, amo. ¿Se lo puede enseñar ya?
—¿Enseñarme el qué?
Mario sacó el móvil y se lo pasó a Ana, quien ya tenía el mando de la videoconsola en la mano. Había una foto de una joven Lucía, que sonreía mostrando los aparatos dentales que llevó de niña, mientras sostenía un trofeo de plata en sus pequeñas manos. Ana tardó unos momentos en entender lo que veía, hasta que leyó el cartel sobre ella: "Japan Weekend 2010: campeonato de Mario Kart 64".
—Te dije que no me gustaba el Mario Kart... porque lo jugué de forma profesional. Para mi no es un juego.
Ana palideció.
Lucía sonrió y se crujió los nudillos. Desafiante y excitada, bajó completamente dejando que el dildo la penetrara completamente.
Mario se apartó para ver el espectáculo.
La tele dijo: "Let's-a-go!"
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Onorio García entró en la casa de Mario y Lucía. Nada más pasar a la cocina, se encontró no una, si no dos jóvenes desnudas. Lucía se levantó y lo saludó cortesmente. Ana permaneció sentada y algo sonrojada. Frente a ella, un portátil mostraba el contenido de su "carpeta roja".
—Mario, tiene usted que contarme su secreto.
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NOTA DEL AUTOR:
Bueno, ha pasado tiempo, pero ahí tenéis otra entrega. A todo esto, pronto empezaré a publicar la serie "Marla", una serie de Sadomaso y No-Consentido que he escrito bajo comisión por una de mis lectoras. ¡Ole!
*Sí, estas pinzas existen de verdad. Me dio por buscar al escribir estos relatos y mira, no soy tan original como pensaba. Espero un día estar con alguna mujer que quiera probar estas perversiones...