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TODORELATOS » LÉSBICOS » ROMA DE ROJO | CAPÍTULO 3
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Fecha: 21-Nov-23 « Anterior | Siguiente » en Lésbicos

Roma De Rojo | Capítulo 3

KarahG
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Capítulo 3 |

—Quisiera saber cuándo fue la última vez que dormiste o comiste bien Sabrina—me dice mientras Gianzo cierra la puerta detrás de mí.

Mierda. Nunca cambia.

—Hola Kaiara, sí, es bueno verte también.

—No estoy para tus bromas ahora. Respóndeme—sus ojos llamean como el mismísimo infierno.

Madre mía.

—He sobrevivido a base de café y sopas instantáneas. Estoy haciendo tres veces a la semana doble turno, así que no tengo mucho tiempo de dormir.

—¿Cuándo fue la última vez que una chef de tu altura se sentó a cenar algo decente y durmió más de ocho horas? —pregunta ásperamente.

Gianzo se desliza en el asiento del conductor y enciende el auto, y nos pone en el tráfico. Miro hacia arriba y veo a Sandro ondeando una mano hacia mí. Como si pudiera verme a través del vidrio oscuro, no sé. Ondeo una mano de vuelta por puro compromiso.

—¿Quién es ese idiota? —me pregunta Kaiara.

Alzo una ceja. ¿Idiota? Sonrío.

—Es mi jefe—le respondo sin más.

Ella aprisiona su boca en una dura línea. No está feliz. Eso se le nota.

—¿Y bien? Responde lo que pregunté.

—Kaiara, eso realmente ya no es de tu importancia—murmuro, sintiéndome extraordinariamente valiente.

Lo hice. La acabo de desafiar.

—Todo lo que hagas, hasta el aire que respiras me importa. Dime y ten cuidado con lo próximo que vayas a responder.

Dios. No, ya no te importo. Me digo a mí misma, rodando mis ojos hacia el cielo, y Kaiara entrecierra los ojos. Y por primera vez en mucho tiempo, quiero reír. Trato fuertemente de contener la risa nerviosa que trata de escaparse de mi boca. El rostro de Kaiara se suaviza mientras hago un esfuerzo sobrehumano por mantener el rostro serio, y veo un trazo de sonrisa escondido en sus labios.

—¿Y bien? —pregunta, en un tono más relajado.

—No duermo más de tres horas y tampoco he cenado nada decente en días—susurro.

Cierra los ojos mientras la furia y posiblemente remordimiento, barren a través de su rostro.

—Se nota—dice, su voz inexpresiva—. Has perdido más de tres kilos desde la última vez que te vi. Debes comer Sabrina, por favor. Come, por favor—me reprende.

Miro fijamente mis dedos entrelazados en mis muslos. ¿Por qué siempre me hace sentir como si fuera una niña pequeña incapaz de cuidarse? Ella cambia de posición y se gira hacia mí.

—¿Cómo estás? —pregunta, su voz aún es suave.

Como la mierda, pero bien. Trago saliva.

—No he estado bien…

Inhala bruscamente.

—Yo tampoco—murmura, se acerca y toma mi mano—. Te extraño demasiado—agrega.

Oh no maldición. Piel contra piel. Sus ojos suplicantes. Rayos no me hagas esto, me vas a matar.

—Kaiara yo…

—Sabes que necesitamos hablar.

Voy a llorar. Aquí y ahora. No.

—Kaiara por favor, ya he llorado mucho, no más—murmuro, tratando de contener mis emociones a flor de piel.

—No, pequeña, no, nunca quise eso—jala mi mano, y antes de que me de cuenta, estoy sobre su regazo. Tiene sus brazos a mi alrededor, y su nariz está en mi cabello—. Te he extrañado como no tienes idea, Sabrina—respira.

Quiero forcejear fuera de su agarre, mantener alguna distancia, pero sus brazos están envueltos alrededor de mí. Me presiona contra su pecho. Me derrito. Oh, mierda, aquí es dónde quiero estar.

Descanso mi cabeza junto a la suya, y ella besa mi cabello repetidamente. Este es mi hogar, es ella. No tengo duda alguna. A pesar de todo, es mi único lugar seguro. Huele a perfume, suavizante, gel de baño y mi aroma favorito, Kaiara. Por un instante me permito la ilusión de que todo va a estar bien, y eso alivia mi alma devastada.

Algunos minutos más tarde Gianzo se detiene en el borde de la acera, aunque aún no hemos llegado a dónde Luca.

—Vamos. Quiero que veas algo—Kaiara me mueve fuera de su regazo—. Lo necesitas y yo también.

¿Qué?

—Iremos un momento a mi apartamento. Solo será un instante.

Por supuesto. Quiere sexo. ¿Por qué más me buscaría? Frunzo el ceño, pero me dejo llevar por ella. Veremos si estoy equivocada. Gianzo abre la puerta y me deslizo fuera. Me da una sonrisa cálida, como la de un tío que hace que te sientas segura. Le sonrío de vuelta.

—Debería devolverte el pañuelo.

—Oh no señorita Moretti. Consérvelo por favor.

Me sonrojo mientras Kaiara viene alrededor del auto y toma mi mano. Mira enigmáticamente a Gianzo, quien le devuelve la mirada impasible, sin revelar nada.

—¿En una hora? —le dice Kaiara.

—Si, señora.

Kaiara asiente mientras gira y me conduce a través de las puertas dobles dentro del grandioso vestíbulo que conozco de sobra. Reparo en la sensación de sus grandes manos y sus largos—y expertos dedos—, curvados alrededor de la mía. Siento la presión. Estoy atraída, como la polilla a la luz, como la madera al fuego, me he quemado ya, y aun así, aquí estoy nuevamente.

Alcanzando los elevadores, presiona el botón de llamada. Doy una mirada hacia ella, y está vistiendo su enigmática media sonrisa. Mientras las puertas se abren, suelta mi mano y me conduce dentro. Las puertas se cierran y me arriesgo dándole una segunda mirada. Ella mira hacia mí, vivos ojos verdes, y ahí en el aire entre nosotras, está otra vez esa maldita electricidad que me enciende. Es palpable, puedo sentirla. Incluso probarla.

—Oh mi…—jadeo mientras me deleito en lo primitivo de esta atracción.

—Lo siento también—dice, con sus ojos nublados e intensos—. Pero no hemos venido a eso.

¿No? Vaya. Sorpresa enorme para mí.

El deseo pulsa sobre mi ingle. Toma mi mano y rosa mis nudillos con su pulgar, y todos mis músculos se contraen, tensándose, deliciosa y profundamente en mi interior.

Por todo lo que existe. ¿Cómo es que esta mujer logra hacerme esto?

—Por favor. No te muerdas el labio ahora—susurra.

Miro hacia ella, liberando mi labio. La deseo. Aquí, ahora, en el elevador. ¿Cómo no podría?

—Sabes lo que me gusta que hagas eso—murmura.

Oh, dato interesante. Sigue afectándole en el lado bueno que haga eso. Abruptamente la puerta se abre, rompiendo el hechizo, y estamos a metros de la entrada del apartamento. Kaiara pone su brazo a mi alrededor, jalándome a su lado y nos apresuramos en cruzar el umbral de la puerta principal.

Un hombre alto, rubio, de mandíbula cuadrada y prominente nariz, en un traje oscuro brinca fuera, inclinándose reverencialmente, lentamente se aproxima hasta nosotras. Estrechando sus manos con Kaiara, habla en tono tranquilo.

—Todo está listo tal y como solicitó.

—¿Las verificaciones están hechas?

—Sí, señora.

—¿Has hablado con nuestro contacto en Milán?

—Sí, señora.

—Gianzo está abajo esperando por ti.

—Gracias señora Di Marco. Excelente noche para usted. Señorita—me saluda; sin soltarme Kaiara asiente, y me conduce hasta el enorme sofá de la sala.

La última vez que estuve aquí, un encolerizado homicida, intentó asesinarme, empujándome contra el suelo y apuntando el cañón de su pistola directamente a mi cabeza, amenazando con volarme los sesos si no le decía dónde estaba la señora Di Marco. Son imágenes que difícilmente podré olvidar, fotogramas de recuerdos que me envían de vuelta a la realidad. No pertenezco aquí, pero tampoco puedo estar sin ella. ¿Qué hago? Suspiro acomodándome en una esquina del sofá. Cruzo las piernas.

Kaiara se sirve un trago sin hielo. Eso despierta mi curiosidad, sé que bebe, pero a juzgar por la cantidad enorme de botellas vacías que veo, su hígado pide a gritos un pare. Alzo una ceja mirándola, sin disimular el disgusto.

—Creo que deberías dejar de beber—ella bebe de un sorbo su trago y me mira; le sostengo la mirada—. Hablo en serio Kaiara.

—Es mi forma…

—Una muy mala, por cierto—chasqueo.

Olvido por un instante que estoy hablando con la gran señora Di Marco.

—No siempre encontramos las mejores maneras—contesta indiferente.

—Al parecer esa es tu especialidad.

—¿Cuál? —me pregunta y veo como se dibuja el rastro de una sonrisa.

—Escoger las decisiones desacertadas.

Se encoje de hombros.

—Nunca dije que fuera buena en eso.

¿A qué se refiere? ¿Tener la vida que lleva fue acaso su elección propia? Suspiro.

—No se trata de ser buena o mala. No se puede vivir así.

—Ni siquiera debería vivir Sabrina.

Enmudezco.

—No digas esas cosas. Al menos no así.

—Acostúmbrate.

—No tengo porque hacerlo.

—¿Ah no? —me pregunta arqueando una ceja.

—Rompimos Kaiara, ¿lo recuerdas?

—Lo sé. Pero aún puedo decirte lo que pienso—me mira encolerizada.

Tú y tus cambios de humor.

Sacudo mi cabeza, y me sonrojo, bajando un poco la guardia, buscando en mi interior un método menos confrontacional para llevar esta charla.

—Es impresionante que seas incapaz de estar a la defensiva.

—¿Halagos de usted señorita Moretti? Que le puedo decir. Soy una mujer arraigada a sus creencias.

—Idiota. Eso es lo que es usted señora Di Marco.

—Estoy completamente segura de que sí señorita Moretti.

Gira y me sonríe, y por primera vez en días, me relajo un poco. Quizás después de todo su personalidad desagradable no sea tan mala. Así la conocí y así… me enamoró.

—¿Cómo te va en el trabajo?

—Bien, gracias. 

—¿Y cómo es el jefecito saludón?

Oh, sigue con Sandro en su mente.

—Bien, es un jefe normal—contesto breve, mierda, ¿cómo puedo decirle a Kaiara que me siento incómoda con él tras mis pasos? Ella se gira otra vez, se sirve otro trago y me mira con sus ojos verdes atentamente.

¡Carajo!

—¿Qué es lo que está mal con él? —pregunta.

—Aparte de lo obvio, nada.

—¿Lo obvio?

Arquea una ceja. Está molesta y si no lo sabe, lo sospecha que es peor.

—A veces eres muy obtusa.

—¿Obtusa? ¿Yo? No estoy segura de apreciar en buena manera su tono señorita Moretti.

—Bien, entonces no me hagas preguntas de las cuales no quieres saber las respuestas.

Sus labios se curvan en una sonrisa. ¿Qué?

—He extrañado lo sagaz de tu rebeldía.

Jadeo y quiero gritar: ¡Yo te extrañé! —todo de ti—. No solamente tu rebeldía. Pero me callo y miro fijamente a su rostro haciéndome la ofendida, mientras ella camina por el vestíbulo con un sobre amarillo en sus manos. Hay dos hombres ubicados a nuestra derecha, están armados—y como siempre—, aparecieron de la nada. Resplandeciendo con un brillante naranja, están las llamas abrazadoras ardiendo en la chimenea.

—Quiero que veas esto, por ti misma—me dice extendiéndome el sobre.

Lo abro rasgando el papel por la parte superior. Varias fotografías mías caen como una lluvia de meteoritos frente a mis ojos. ¿Qué es todo esto? Entrecierro los ojos, y hay algo, o más bien, alguien que capta toda mi atención. Una silueta masculina repetitiva, básicamente con el mismo atuendo, que me hace sombra, en cada uno de los diferentes escenarios en los que aparezco. ¿Kaiara me ha estado vigilando todo este tiempo? No. Esas fotos, los lugares. Son de mucho antes de nuestra ruptura. No sé con certeza. Estoy confundida.

Me muevo nerviosa en el sofá, haciéndome un espacio para expandir las fotos y verlas con más detalle aún. La catedral que visité con Camila. Mi encuentro en la galería con Luca. Yo, esperando el autobús. Sentada en la estación del subterráneo. Dejo de respirar y miro aturdida a Kaiara, que se agacha frente a mí con gesto redentor.

—Sergi Mustellani—me dice señalando al hombre fantasma en una de las fotos y enciende un cigarrillo—. Agente activo del UDYCO que trabaja junto a la DEA. 

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