Sin la ayuda de Jim para pagar la otra mitad del arriendo, la comida y los gastos de cada mes, así como mis preciadas hormonas, las cuales no eran precisamente económicas desde que Norah dejó de conseguirlas para mí y que definitivamente no podía dejar de tomar por ninguna razón, no me quedaba otra opción que regresar a vivir en The Velvet Room. Aún conservaba la esperanza de que la habitación que compartía con mi mejor amiga aún siguiera disponible después de 5 meses de haberme ido a vivir con mi supuesto y amado esposo.
Me veía necesitada, desesperada, arruinada y despechada. Mi cara cambió de la felicidad a la desolación, la traición no solo me dejó con el corazón devastado y sin arreglo, sino también en la pobreza y necesidad. Mi madre seguía creyendo que vivía cómodamente en The Velvet Room mientras cumplía mi sueño de dedicarme a la confección de glamorosos atuendos que usaba en los shows y las pasarelas del cabaré. Nada sabía sobre mi noviazgo fallido que me llevó a la quiebra y a la depresión, pues nunca se lo quise contar. Más que nada por la promesa que me había hecho conmigo misma y con mi madre, de evitar a los hombres hasta que tuviera la edad y la madurez emocional y mental necesarias para poder juntarme con al menos uno de aquellos pretendientes que a menudo me intentaban cortejar.
Aunque cuando Jim me abandonó, había algunos que más que intentar cortejarme, querían aprovecharse de mi despecho y la situación desesperada en la que estaba con tal de probar al menos un poco de mí. Tal como el caso del propietario del pequeño apartamento que había alquilado con mi ex novio en Queens. Robert, un viejo de unos 70 años si es que no tenía más, feo, panzón y horriblemente desfachatado quien me proponía dejarme seguir viviendo allí bajo la única condición de que el pago no fuera en dinero, sino con mi propio cuerpo.
No tenía pruebas pero tampoco dudaba ni una pizca de que si a Robert le hubiera constado que yo no tenía las partes privadas que usualmente tiene una mujer, en lugar de echarse para atrás, eso solo hubiera logrado alimentar su lujuria en un mil por ciento. Era un hecho confirmado por mi misma más adelante, que a todos los hombres sin excepción eso les volaba la cabeza y parecia excitarles más que cualquier otra cosa. El viejo de Robert quizá hasta me hubiese entregado las escrituras del apartamento a cambio de un simple beso en la mejilla, pues bastaba con verme subir las escaleras, entrar o salir del edificio para que botara la baba como perro hambriento. Sin embargo yo era más que consciente que yo trascendia por mucho el valor de esas cuatro vetustas paredes que por si fuera poco tenían como dueño al hombre más aborrecible que mis ojos hayan visto jamás.
En conclusión, mi única salida era regresar con mucha vergüenza a The Velvet Room e intentar hacer como si nada hubiese pasado, fingir que me encontraba bien cuando en realidad estaba hecha añicos. Obviamente sabía que no iba a ser bien recibida y que las víboras no desaprovecharían la oportunidad de arremeter en mi contra lastimando mis heridas abiertas. Y eso fue justo lo que pasó.
"Oye Sophia, ¿es cierto que tu noviecito te cambió por una vagina?"; "¿Qué pasó, qué no dijiste que no ibas a volver a vivir más aquí?"; "No importa cuán bonita sea la travesti, ellos nunca te amarán". "Te crees la más bella pero no eres una mujer después de todo".
Perder la dignidad era poco a comparación de ser lanzada al tortuoso abismo de la realidad por perras que nadie podía negar que tenían más experiencia que yo. Esas palabras calaron dentro de mí como una ráfaga de dagas, asesinando mi orgullo y mi propio valor como ser humano. Llegué a creer que incluso el viejo apartamento de Robert valía más que mí misma. Si la depresión se veía como estar atrapada al fondo de un pozo, entonces yo estaba refundida en uno tan profundo que ni siquiera era capaz de ver un haz de luz en mi oscuridad.
La ausencia de Nora empeoraba mi desdicha pues en mi soledad no había quién me consolase y escuchase mi tristeza envuelta en llanto. Resulta que mi mejor amiga y mentora se había despedido del cabaré para comenzar una nueva vida en otra ciudad que no quiso mencionar para no ser encontrada. Fue la señora Christine quien me dio la noticia cuando volví, intentó hacerme sentir mejor los primeros días, pero era una persona tan ocupada que escasamente tenía tiempo para otras cosas que no fueran administrar su casa-bar.
Con 44 años de edad, 5 años de haber vivido en The Velvet Room, y toda una vida pasando de lugar en lugar, siendo menospreciada y mal tratada desde que fue desterrada de su casa a los 15 años, Nora decidió que era su momento de abandonar el escenario y su ocupación como mujer trans de la vida galante, que era por aquella época, junto a la peluquería, las únicas opciones para muchas de nosotras, siendo esta última la labor que Nora decidiria ejercer desde ese momento en adelante.
Inspirada en mi audacia por haberme ido a vivir con un hombre que yo decía ser mi marido siendo tan solo una joven e inexperta chica trans de pueblo, mi mejor amiga y mentora decidió dejar atrás todo lo que me enseñó para conquistar una vida similar a la que tenían las mujeres con el privilegio de haber nacido mujeres. Ella creyó que yo había conseguido esa vida tan solo a mis 17 años, pero no había nada más alejado de la realidad. Si tan solo hubiera podido advertirle así como lo hizo ella tantas veces conmigo, le hubiera dicho que tenía toda la razón cuando me decía que no confiara en ningún hombre pues todos eran sacados de la misma ralea.
No me quedaba de otra que desearle a mi mejor amiga la mejor de las suertes en dónde quiera que estuviese y con quien fuera que viviese para cumplir ese sueño que alguna vez yo pensé estar cumpliendo en los brazos de Jim.
Haber amado a ese hombre como una loca enamorada hasta los huesos, incluso hasta mucho tiempo después de que desapareció aquella noche, fue el punto de quiebre que cambió mi vida y me condujo al inmisericorde camino de lo prohibido y los excesos. Sin la cabeza fría de Nora para guiarme en mi descarriada vida de adolescente solitaria, mis decisiones empezaron a tornarse cada vez más erráticas, con la probabilidad de dañarme inminentemente y perecer en cualquier momento. Empecé a buscar refugio en el alcohol, los cigarrillos y seguidamente en el sexo que mi cuerpo clamaba a gritos después de haberse acostumbrado a lo que me daba ese hombre que amé y odié con mi alma adolorida.
Las botellas de vino no cesaron de llegar e irse, consumiéndose una tras otra a medida que los hombres pasaban voraces a mi habitación y las colillas de cigarrillo se apagaban en el cenicero igual que mis sueños. No quise regalarme a ellos solo con el propósito de saciar mi necesidad de polla, pues ya suficiente había rebajado mi valor como para no sacar algo de provecho. Obviamente cobraba, y era bastante pues mi atractivo y mi edad me lo permitían. El dinero iba destinado para comprar más alcohol, más hormonas e incluso un implante de pechos que terminó por ser las cerezas de un pastel llamado Sophia. Un delicioso pastel que todos deseaban probar y repartirse sin siquiera conocer el trasfondo de cómo había sido hecho.
Aunque hiciera mis shows borracha, había triplicado el número de hombres que asistían a verme y que deseaban pasar una noche conmigo. Y ni siquiera era una noche, muchos lo daban todo por una sola hora de mi tiempo. Llegué a darme cuenta que la cantidad y el arquetipo de varones que gustaban de las mujeres con pene era inimaginable. Aunque bien es cierto que para muchos de ellos no eran las mujeres con pene lo que les atraía, sino yo en particular. Muchos me ofrecían el cielo y la tierra, bajarme la luna, casarse y amarme por siempre, llevarme a lujosos viajes a través del mundo, darme la casa de mis sueños, pasearme solo en los mejores carros, pero yo ya no le creia nada a los hombres y mucho menos sabiendo que todos prometían y prometían estando borrachos. Atrás había quedado la Sophia ingenua y enamoradiza. Aprendí a ser astuta y a aprovecharme de los hombres, pues controlarlos siendo una hermosa muñeca de diecisiete años era más que fácil. Ellos creían que me tenían a mí a su servicio por ser una prostituta, pero lo que no se daban cuenta es que era yo quien los tenía a mis pies exprimiendoles hasta el ultimo centavo y después haciendome la niña inocente. Era eso lo que se merecían los hombres, no me servían para nada más que saciar mi sed de verga.
Llegó un punto en el que el vino, los hombres y su dinero se convirtieron en mis mayores adicciones. Adicciones tan fuertes que ya me era imposible escapar de ellas, como drogas instauradas en mis necesidades físicas. Y como toda droga, eran efímeras. Tanto las botellas como los hombres quedaban vacíos después de pasar por mi boca, ni una sola gota quedaba.
Todo era culpa de Jim, él fue quien me convirtió en eso, en una ninfómana. Pasé de ser una talentosa costurera, bailarina y artista escénica de cabaré a ser una prostituta que ofrecia sus servicios en The Velvet Room. No me sentía orgullosa, pero al menos me consolaba el hecho de saber que era la más deseada y cara entre todas las que estábamos metidas en ese gremio.
Si quiero ser completamente honesta, tengo que admitir que no era solo un consuelo, sino que en realidad era el factor detrás de estar cada vez más metida en la prostitución. La calentura del alcohol en el cuerpo, más el coqueteo, más el juego sexual, la dominación (a veces hasta agresiva) del macho sobre mí, la penetración impetuosa en mi culito y boca, la sensual lencería que embellecia mi silueta, mis bailes sexys, mis senos recien operados, placenteras posturas, gemidos, el olor a sexo en la habitación, todo ello combinado con el hecho de saber que al final del acto recibiría sin falta una generosa cantidad de dinero dado que yo era la mejor chica que esos hombres habían tenido alguna vez en su vida, era la razón por la que mis orgasmos se sentían como la maldita gloria.
Y no era yo la que aseguraba egocentricamente ser la mejor amante que aquellos hombres habían tenido, pues eran ellos quienes lo decían satisfechos y decididos a volver conmigo. Que si sus mujeres en casa eran unas mojigatas que no los complacian como yo, que si yo era mil veces más sexy, hermosa y atrevida que las demás mujeres con las que habian estado, que si les excitaba el hecho de que “yo era, pero a la vez no era” mujer. Esto ultimo me seguia doliendo, pero intentaba mitigar ese sufrimiento con más alcohol.
"Te crees la más bella pero no eres una mujer después de todo", fue lo que habia dicho una de esas perras que a menudo intentaba robarse a mis clientes sin lograrlo nunca, pues ellos sabian que la mejor en ese lugar era yo. Aunque cabe aclarar que yo no recibia a cualquier mamarracho por mas dinero que estuviese dispuesto a pagarme, de todas maneras me sobraban los clientes y por lo tanto el dinero. Yo elegia a los más guapos, a los que yo sabia que eran bien dotados, a los que poseian gran estatus y dominancia, los verdaderos machos alfa. Mis compañeras se quedaban con los que sobraban y no había más que pudieran hacer.
En mi santuario de la lujuria llegaban guapos empresarios, jugadores de fútbol americano, beisbolistas, constructores, bomberos, policías, politicos y hasta incluso tipos malos como mafiosos o pandilleros. Pero lo que tenían en común todos ellos es que olían a pura testosterona, eran machos masculinos y con poder que me volvían una completa perra en la cama. Los hombres casados y con familia me excitaban mucho al saber que me metía con lo prohibido, pero era los tipos rudos y que pertenecían a pandillas o mafias quienes despertaban en mí una adrenalina digna de sacar la zorra que siempre fui.
Desde blancos, afroamericanos, extranjeros, musculosos, atleticos, tatuados, velludos, barbones, mal encarados, guapos, de verga larga, o de verga gruesa, o de ambas cosas, hombres que me doblaban, triplicaban o hasta cuatriplicaban mi edad, todos exploraban mi culito uno tras otro hasta intentar partirme en dos. No voy a negar que terminaba demasiado agotada y con un dolor severo en mi ano, pero ahi es cuando usaba mi boca para mamar y mamar penes hasta que me doliera la mandibula.
Ninguno de esos hombres se imaginó que algún día estarían follando una transexual en un bar de travestis y trans. Era inconcebible que hombres tan masculinos fueran vistos saliendo de un lugar como The Velvet Room, era incluso hasta mortal para los pandilleros o mafiosos pues sus mismos clanes los asesinarian por "maricas", cuando de maricas no tenian nada pues me follaban como autenticas bestias embobados por la feminidad, sensualidad, lascivia exacerbada y curvas que yo poseia.
Los políticos, deportistas o empresarios, por otro lado tenían que mantener una reputación que podía verse sumamente afectada si se llegaba a descubrir que follaban con una transexual. Muchos de ellos además eran casados y tenian hijos, por lo que lo ponian todo en riesgo con tal de pasar un buen rato conmigo. Era por eso que casi todos me pedían que cogieramos de manera reservada en moteles o lugares discretos, pero mi respuesta era siempre que no, pues no queria salir de mi zona de confort, aunque al final terminé aceptando con tal de seguir follando como la auténtica ninfómana en la que me había convertido. Me di cuenta despues, de que era mil veces mas excitante ser cogida en un bosque, en una casa rodante en medio de la carretera, en un camion, en un motel, en la cocina de un departamento lujosisimo, en la piscina de una mansion ubicada a las afueras de Nueva York, en un jacuzzi en el ultimo piso de un rascacielos con vista a la ciudad y muchos otros lugares que nunca me imagine que reemplazarian una cama para follar.