La sensación de estar conviviendo dentro de una tentación constante, no disminuía cuando por la tarde regresaban mis hijos junto con mi esposo. Incluso podría decir que era aún peor, pues en parte, me sentía culpable sin que en realidad hubiera pasado nada. Pero podía sentir su hermosa y caliente mirada, mientras cenábamos todos juntos en la cocina, sin que mi marido, como de costumbre, se percatara absolutamente de nada.
Alex no sospechaba lo más mínimo, de que su querido y amado sobrino estuviera deseando, y haciendo todo lo posible para meterse en la cama con su esposa. Igualmente, que jamás había desconfiado de ninguno de sus amigos, de su propio padre, o de los demás hombres que pasaron por mi vida.
Precisamente, ese viernes por la noche, fue mi esposo el que propuso irnos a la mañana siguiente, todos juntos, a una especie de casa rural al sur de Francia. Lugar donde habíamos estado en varias ocasiones. Esa misma noche, llamó por teléfono para saber si estaba libre.
—¿Te hace ilusión? —Le pregunté a Leo, cuando terminamos de cenar y todos salieron huyendo de la cocina, menos él y yo.
Sentí como el fuego que desprendía su mirada, atravesaba mi cuerpo, a pesar de que evitaba vestir tan ligera de ropa, como solía estar normalmente en casa.
—Claro, pero sería aún mejor si fuéramos tú y yo solos.
—¡Qué cosas dices…! —Exclamé, tomándome a broma, su impertinente comentario, al mismo tiempo que introducía los platos de la cena en el lavavajillas.
—Tía, me gustas mucho. Desde que llegué a España estoy obsesionado contigo —indicó, poniéndome una mano sobre la cintura.
—¡Leo! —Lo reprendí—. ¡Ya basta! Puedo entender que a tu edad tengas las hormonas disparadas, y que estás, no te dejen pensar con claridad. Todos hemos pasado por eso… Pero tienes que contenerte o nuestra convivencia en esta casa será imposible y, lamentándolo mucho, me veré obligada a tener que llamar a tu madre, enterándose de todo tu tío, —lo amenacé, sin poderlo mirar a la cara. Había preparado el discurso esa misma tarde.
Pareció achicarse un momento, pues la presión de su mano sobre mi cintura, cesó durante unos breves segundos.
—Es verte con estos leggings, ahí medio agachada colocando los platos, y ya se me ha puesto dura. No puedo evitarlo. Me encanta como se te marcan los cachetes.
La mano de Leo resbaló lentamente desde mi cintura, hasta uno de mis glúteos. No hice nada, seguí realizando mi tarea como si tal cosa, permitiéndole que me tocara. Desde la cocina, podía escuchar el sonido de la televisión, donde estarían mi esposo y mi hijo pequeño. Por el contrario, Carlos estaba en su habitación jugando a la consola.
—Leo, si no te apartas tendré que llamar a mi esposo, —reiteré mi amenaza. Pero en mi fuero interno, deseaba que esa mano fuera aún más expeditiva.
Mi sobrino se abalanzó sobre mi cuerpo, pegándose a mí como una lapa. Entonces pude sentir sus manos en mi cadera, su aliento sobre mi cuello y su fuerte erección, rozándome el culo.
—Tía, me paso la noche viendo videos de mujeres maduras que se me parecen a ti, practicando sexo con chicos de mi edad. Al mismo tiempo que intento escuchar lo que acontece en tu habitación, con la esperanza de poder oírte gemir. Sé que no vas a querer nunca follar conmigo, y eso me entristece enormemente. Pero, ¿harías al menos eso por mí?
Como pude me deshice de su abrazo, habían sido solo unos segundos, pero me había puesto tremendamente cachonda.
—¿A qué te refieres? —Pregunté, cerrando la puerta del lavavajillas. Dándome la vuelta, me apoyé de espaldas a la encimera.
—Me gustaría poder escucharte. Poder oírte jadear… Sería como imaginarme que estoy contigo. ¿Lo harías por mí? —Me preguntó, con la dulzura de un niño.
—Cariño, aunque quisiera hacerlo, no podría, —expresé, acariciando una de sus mejillas—. Tu tío es muy respetuoso para esas cosas y más, sabiendo que tú estás al otro lado.
—Dile que duermo con los auriculares puestos, y que siempre tengo la música sonando a todo volumen.
Solté una pequeña carcajada, sin darme cuenta de que inconscientemente estaba entrando en su insolente juego.
—Se nota que no conoces a tu tío… —Aseguré riéndome, al tiempo que abandonaba la cocina en dirección al salón.
Pero esa noche, cuando me metí en la cama con mi esposo, la parte más morbosa y obscena de mí misma, tomo el control de mis emociones. Reconozco que no le costó demasiado hacerlo, ya que llevaba todo el día, excitada. De repente, me pareció una buena idea que mi sobrino, pudiera oír mis gemidos más íntimos. Esos que solo le regalas a un buen amante. Todo, mientras se masturbaba fantaseando, con que era él, quien me estaba follando.
Me incliné hacia mi esposo, que permanecía acostado boca arriba y comencé a besar, sutil y suavemente, su tórax. Mientras que mi mano se deslizaba sin más preámbulo, hasta su entrepierna. Entonces palpé su miembro sobre la tela de los calzoncillos, percibiendo como empezaba a endurecerse.
—¿Qué te ocurre? —Preguntó riéndose—. ¿Te excita volver a esa casa rural?
Yo ronroneé como una gatita en celo, metiendo mi mano por debajo de su ropa interior, para coger su pene y comenzar a masturbarlo.
—Aún puedo recordar el polvo que me echaste por la noche en la piscina, mientras los chicos dormían arriba.
Poco a poco, su polla comenzó a coger cierta consistencia.
—¡Es verdad! —Exclamó recordándolo—. Lástima que en esta ocasión no podamos hacerlo, estando Leo.
Precisamente que me hablara del chico, incrementó aún más mi excitación. Siempre me han gustado ese tipo de juegos.
—¿Crees que se iba a asustar si nos viera desde la ventana de su cuarto? —Pregunté, colocándome encima de mi esposo.
—Seguro que no. Pero pensaría que ya no tenemos edad para hacer ese tipo de locuras.
Agarré su polla y la coloqué frente a mi vagina, dejándome caer sobre ella.
—¡Ah…! —Gemí, deseosa de que Leo pudiera haberme escuchado. Sintiendo por ello un fuerte incremento de mi propia excitación.
Inmediatamente, sentí una de las manos de mi esposo, tapándome la boca.
—¡Cállate! ¡Estás loca…! Leo está en la habitación de al lado, debemos de ser mucho más comedidos.
Entonces recordé sus palabras.
—Te aseguro que no puede oírnos, tu sobrino siempre lleva los auriculares puestos. Vive en su mundo. Esta tarde, cada vez que he tenido que decirle algo, me tocó entrar a su habitación, pues no me escuchaba. Él mismo me comentó que duerme con la música a todo volumen.
Mi esposo sonrió, como si mi argumento lo hubiera convencido, por lo tanto, me permitió moverme sobre él, con algo más de brío.
—Eres realmente hermosa, —me piropeó, apoderándose de mis grandes pechos, que comenzaban a balancearse al ritmo de mi cabalgada.
—¡Ah…! ¡Ah…! ¡Qué bien te siento dentro de mí! ¡Me pasaría el día follándote!
Él pareció aceptar mis gemidos, cerrando los ojos para poder concentrarse en no correrse, demasiado pronto. Temeroso, de dejarme a medias. Algo que él sabía que siempre me enfadaba profundamente.
Mi galopada, hacía que el colchón y el somier se quejaran, emitiendo una especie de chasquido, que yo sabía que haría encender, más aún, la calenturienta mente de mi sobrino. Imaginándome, que era él, quien estaba debajo de mí.
—Te quiero, Olivia. Te quiero —expresaba mi marido, para quien las palabras romanticismo y sexo, deben de ir siempre en la misma frase. Creo que, debido a eso, siempre me han dado algo de grima los hombres demasiado empalagosos.
—¡Qué dura la noto! ¡Joder, cómo me gusta! ¡Ah…! ¡Ah…! ¡La quiero toda, quiero sentirla más dentro! ¡Dame polla, dámela toda! —Exclamaba fuera de mí, sintiendo la llegada de un brutal orgasmo— ¡Me corro! ¡Me corro! ¡Sí…! ¡Ah…! —Bramé, imaginándome a Leo masturbándose en su habitación, descargando una copiosa corrida sobre su mano.
Creo que esa noche los tres nos sincronizamos al mismo tiempo. Quedé exhausta, dejando caer mi cuerpo, al lado del de mi esposo. Un minuto después, perdí la consciencia, quedándome profundamente dormida, con el semen de mi marido dentro de mi vagina.
Pero por la mañana, me arrepentí de haber entrado en su morboso juego, cuando al entrar en la cocina me encontré a Leo tomándose un café, con una radiante sonrisa, que desplegó al verme.
—¿A qué hora nos vamos? —Me preguntó jovial.
—Tu tío se está duchando, y yo tengo que despertar aún a Carlos y a Javi. Mínimo hasta dentro de una hora.
Me acerqué hasta la cafetera, embriagándome con el aroma de su perfume. Leo estaba ya vestido. Como siempre impoluto, con una camisa blanca perfectamente planchada, y unos ajustados pantalones vaqueros.
—Gracias, —Me indicó, dándome la sensación de que incluso me había guiñado un ojo. No pensaba entrar en su juego, estaba decidida a mostrarme firme, pero su socarrona sonrisa consiguió inquietarme.
—¿Gracias? —Pregunté arqueando las cejas— ¿Por qué me las das?
—Ya sabes…. —Respondió con ese tono de insolencia que acostumbraba—. Por el espectáculo que te marcaste anoche con el tío. Estuviste fantástica.
Simulé no saber de qué me estaba hablando.
—No sé a qué te refieres. Pero te aseguro, que yo no hago shows.
—Me hiciste sentir que estaba allí contigo, que era mi verga la que te estaba haciendo gozar. Seguro que tú también lo pensabas…
Intenté aparentar estar enfadada, aunque en realidad sabía que me lo tenía merecido. Yo misma me había dejado llevar y había provocado esos comentarios.
—No sé lo que pudiste escuchar, pero te aseguro que no fue ningún espectáculo en tu honor. Son cosas de pareja. Los matrimonios hacen el amor habitualmente.
—Creo que me hice la mejor paja de toda mi vida, me corrí sobre la pantalla de la Tablet.
—Por favor, Leo. No me incumbe saber como te masturbas. Es un tema incómodo y desagradable para mí. No me hagas vomitar el café.
—Te saqué alguna foto ayer, caminando con esos tacones y ese ajustado y corto vestido blanco. No te imaginas como me calientas, —indicó cogiéndome una mano y posándosela sobre el paquete, que marcaba sus ajustados pantalones. Presionó mi mano sobre su bulto, haciéndome sentir su pertinaz erección mañanera—. ¿Has visto cómo me pones?
—Yo no he hecho nada. Te pones así, tú solito —indiqué, retirando la mano.
—Me corrí sobre la Tablet mirando tus fotos, escuchándote gemir. Me faltó únicamente unas bragas usadas tuyas, para poder olerte al mismo tiempo. Tienes que dármelas… —Añadió esto último, casi como una especie de exigencia.
—¿Estás loco? —Interpelé con desprecio—. No pienso darte nada, y menos aún mis bragas usadas. ¡Qué vergüenza…! Eres una especie de degenerado.
—Sé que te pone cachonda todo esto.
—No es cierto, —lo interrumpí, cada vez más excitada y nerviosa—. Me resulta muy incómodo todo esto que me dices, es una absoluta falta de respeto hacia mí. Soy tu tía —le recordé.
—¿Cómo te corriste? Te imaginé de todas las posturas posibles.
—Eso no te incumbe, —indiqué incapaz de mirarlo a los ojos.
—Cuéntamelo, necesito saberlo… En que postura lo hiciste…
—Está bien, te lo diré. Pero prométeme que luego me dejarás en paz. —Él movió afirmativamente la cabeza—. Para no hacer demasiado ruido, me coloqué yo encima de tu tío.
Él me miró un instante, y luego cerró un segundo los ojos, como si estuviera tratando de figurarse la escena.
—No puedo ni siquiera imaginarme lo deliciosa que debías de estar, tiene que ser algo inolvidable ver tus tetas rebotando en cada movimiento, mientras te mueves gimiendo…
Yo me reí, no sé por qué lo hice, pero podía sentir mi diminuto tanga mojado y clavado en mi sexo, como si mis labios hubieras embebido la tela.
—¿Ya has llamado a los niños? —Preguntó Alex, entrando en ese momento en la cocina.
Noté como mi corazón daba un bote dentro de mi pecho. Sintiéndome avergonzada de mí mismas, por estar flirteando con el muchacho.
—Iba a hacerlo justo ahora, en cuanto termine el café —contesté, dando el último sorbo.
—Las mujeres siempre son las últimas en arreglarse. Tú y yo ya estamos duchados y vestidos, y ella aún no ha comenzado a prepararse —respondió, dirigiéndose a su sobrino, justo cuando yo abandonaba la cocina— Parecen no tener nunca prisa, ya lo comprobarás por ti mismo cuando tengas más años.
El trayecto transcurrió tranquilo. Yo conduciendo con mi esposo al lado, y Leo atrás con mis dos hijos, que hicieron como siempre todo el trayecto dormidos. Nada más llegar, distribuimos las habitaciones. En la más grande y única, con cama de matrimonio, nos instalamos mi esposo y yo. También situada en la planta superior, estaba el dormitorio que compartían Javi y Carlos. Dejando la de abajo para Leo, intentando que tuviera algo más de intimidad.
—¿No te bañas? —Me preguntó, saliendo de su dormitorio con el traje de baño ya puesto.
Observé unos segundos su juvenil y perfecto cuerpo, digno de ser besado y acariciado, ruborizándome casi al instante, por no poder evitar sentirlo.
—Quizás lo haga más tarde, —respondí, intentando retirar mis ojos de su escultural cuerpo—. Pero te aviso que aquí, el agua está bastante fría.
—Seguro que, entre los dos, haremos que la piscina parezca un jacuzzi —respondió, con total descaro.
En ese momento pasó Javi corriendo en medio de ambos, zambulléndose de golpe en el agua, momento en el que aproveché para alejarme de él, e ir a la habitación a deshacer la maleta. Justo en ese momento me topé con mi esposo, ya cambiado de ropa en bermudas y con unas sandalias.
—Voy al pueblo a comprar un par de botellas de vino. ¿Necesitas algo?
Moví la cabeza negativamente.
—Luego iré yo a comprar algunas provisiones a la tienda.
No habían pasado ni dos minutos, cuando volvió a abrirse la puerta. Juro que pensé que debía de ser Alex, a buscar algo que se abría olvidado, tal vez, las llaves de coche o la cartera con el dinero. Pero al levantar la vista, observé nerviosa que era Leo. Él debió de notar mi temor, porque sonriendo me preguntó:
—Tía, parece que has visto un fantasma, ¿es que no te alegras de verme? —Preguntó, acercándose hasta mí, igual que una pantera se acerca a su presa.
Continué sacando la poca ropa que habíamos traído para el fin de semana, de la maleta, intentando mostrarme más serena y confiada. Entonces percibí como se situaba detrás de mí, tan cerca, que podía notar el calor de su cuerpo.
—Tu tío ha ido a comprar vino, le gusta leer relajadamente en el jardín, tomándose una copa.
—Eso me ha dicho antes de irse, por eso he aprovechado para subir a verte, ¿queda muy lejos el pueblo?
—Está ahí mismo, —mentí—. Ya debe de estar casi de vuelta.
En esos momentos, cogió un diminuto tanga de color negro de dentro de la maleta.
—No quiero ni imaginarme como debes de estar, solo con esto —comentó, agitándolo como si fuera una especie de banderín.
Yo se lo quité de un manotazo, como si me molestara que jugara con mi ropa interior.
—No sigas por ahí… Hemos venido a pasar el fin de semana en familia. No agotes la confianza que te hemos dado, —lo reprendí con dureza.
Fue entonces cuando sentí sus manos rodeándome por la cintura, pegándose completamente a mí. Percibí su entrepierna, rozándose obscenamente contra mis glúteos, como si tratara de encajarse en medio de ellos; noté su boca, acercándose peligrosamente a mi cuello. «No puede estar pasando», pensé, cuando sus labios comenzaron a besarme la nuca. No tuve fuerza para intentar zafarse de su abrazo. Estaba derretida a esos contactos, vencida la poca sensatez que había intentado mostrar en un primer momento.
—Estoy totalmente obsesionado contigo, Olivia. —Me llamó por mi nombre, rozándome el lóbulo de la oreja—. Me gustaste desde que te vi en el aeropuerto. Desde ese momento, solo he deseado poder hacerte esto.
—Por favor, Leo —expresé, intentando recuperar la cordura—. Mis hijos están abajo y tu tío, está casi a punto de llegar. No te empeñes en estropear el fin de semana.
—Olivia, —repitió mi nombre—. Sé que lo estás deseando igual que yo. Te lo noto por cómo me miras. Te pongo cachonda, ¿no es cierto?
No pensaba responder a esa grosera pregunta. «Por supuesto que no lo haría».
—Tan solo eres un crío para mí… —Traté de minar su ego masculino—. Un incómodo niñato, que piensa que ya es todo un hombre.
—¿De verdad solo soy un crío para ti? —Me preguntó, sin perder un ápice su aplomo, al tiempo que sus manos bajaban por mis muslos, perdiéndose debajo de mi falda.
Notar el calor de sus dedos, tan cerca ya de mi sexo, hizo que inconscientemente echara mi cuerpo hacia atrás, buscando la lasciva erección de su entrepierna, rozándose indecorosamente contra mis nalgas.
—Leo, —dije con dificultad—. Eres mi sobrino, no está bien que consienta que me toques.
Con esfuerzo me di la vuelta poniéndome frente a él, y debido a mi espontáneo movimiento se vio obligado a retirar las manos de debajo de mi vestido. Lo miré a los ojos y me pareció guapísimo. Casi un ser irresistible. Un joven y sexy príncipe de cuerpo perfecto, de tez morena, con abundante cabellera negra y ojos azules, como dos zafiros brillantes. Miré su cara barbilampiña y angulosa, fijándome en el rictus de sus finos labios, que siempre parecían señalar una sonrisa un tanto arrogante y burlesca, como si él estuviera por encima de todo. Recordándome, nuevamente, a mi querido y casi reverenciado suegro.
Cogí su rostro entre mis manos y me lancé a besarlo desesperadamente. Mi boca absorbió sus labios, como queriéndome impregnar de toda su esencia. Nos besamos como dos amantes, desesperados y deseosos de arder juntos en la misma hoguera.
—Qué bien besas, —me alabó susurrante. Mientras mis manos, expeditivas y deseosas, acariciaron el bulto que se ocultaba debajo de su ajustado bañador.
Me sentía imperiosamente necesitada de poder contemplar su sexo. Reconozco que siempre siento una innata curiosidad, en saber como es el pene del hombre, con el que me estoy besando. Pero es su caso, esa intriga pasaba a convertirse en toda una necesidad. Tenía que comprobar que mi sobrino, ese chico que yo había tenido en mis brazos a las pocas horas de haber nacido, ya no era un niño.
—¡Veamos que tienes aquí! —Indiqué divertida, ya metida de lleno en mi papel de hembra amante. Despreocupándome, por un momento, de que mis hijos estuvieran jugando abajo en la piscina. Desde mi dormitorio podía escuchar el griterío que provocaban sus inocentes juegos. Olvidándome, de que tenía un marido, y que estaría casi a punto de llegar a casa.
Acaricié su polla directamente por primera vez, pudiendo sentir toda la virilidad de su insultante juventud, en su fuerte y compacta erección. Su polla era muy voluminosa, maravillosamente gruesa. Moví mi mano, por todo su tronco, hasta abarcar sus testículos, casi hasta llegar a su escroto. En esa primera inspección, pude notar su epidídimo y sus conductos deferentes hinchados de esperma, deseosos de poder eyacular.
—¡Ah…! —dejó escapar, cerrando por un momento los ojos—. ¡Joder, tía! ¡Cómo me estás poniendo de verraco!
—Mírame a los ojos, —indiqué. Él obedeció, expectante por mi siguiente paso—. No tenemos tiempo, amor. Tu tío estará casi a punto de llegar, pero quiero que te corras —indiqué, poniéndome de rodillas en el suelo.
—¿Y tú? ¡Quiero follarte!
Sonreí por sus muestras de querer complacerme.
—Tendrá que ser en otro momento. Ahora te la quiero besar, —respondí, guiñándole un ojo, al tiempo que acercaba mis labios hasta su brillante glande.
Probar su esencia de hombre, por primera vez, me llevo a sentir un fuerte cosquilleo directamente en el centro de mi sexo. En cualquier otra circunstancia me hubiera quitado las bragas y el vestido, y tumbándome en la cama, le hubiera abierto mis piernas, suplicándole para que me follara.
—Qué bien la chupas, tía. Veo que eres toda una experta.
Yo seguí mamando, intentando que se corriera lo antes posible. Sabedora del escándalo que se formaría, si en ese momento mi esposo o uno de mis hijos abría inoportunamente la puerta.
—Dame tu leche, la quiero toda en mi boca, —intenté estimularlo.
Noté sus manos cogiéndome la cabeza, al tiempo que comenzaba a mover sus caderas hacia mí, intentando ahondar lo más posible dentro de mi boca.
—¡Me corro! ¡Me corro…! —Gritó. Asiéndome con más firmeza por la cabeza, como si quisiera asegurarse de que no me apartaría—. ¡Tómala!
En ese momento, noté la primera sacudida de esperma eyaculando con fuerza, luego hubo una segunda y a continuación, una tercera y cuarta vez… Pero su corrida fue tan abundante, que no me dio tiempo a tragármela toda. Escurriendo una buena parte de ella, mezclada con mi propia saliva por la comisura de mis labios. Manchándome indecorosamente el vestido.
Justo cuando me estaba incorporando, notando mis rodillas entumecidas debido a la postura, escuché el sonido del motor del coche.
—¡Es tu tío! —Exclamé asustada, limpiándome la boca con el dorso de la mano—. Vamos, tienes que irte. Deprisa.
Ni siquiera hubo una despedida, como Dios manda. Un segundo después, estaba de nuevo sola en la habitación. Miré mi vestido, mi escote estaba lleno de babas y de esperma. Desprendiéndome de él, como sí que me quemara. Escondiéndolo como si fuera el arma de un crimen, debajo de la cama. Podía sentir el latido de mi corazón, como si quisiera escapárseme del pecho. Escuché claramente el sonido de las escaleras de madera, que daban acceso a la primera planta, consciente de que sería mi esposo. Observé mis bragas, estaban empapadas, producto de mi enorme calentura. No me dio tiempo a quitármelas, en ese momento se abrió la puerta de mi dormitorio. Era mi marido, con una sonrisa radiante en el rostro. Reflejando, la felicidad de un buen cornudo, ignorante de los tejemanejes de su esposa.
—Bonita visión, me encuentro a mi regreso, —dijo recreándose con mi desnudo cuerpo.
—Voy a ducharme, —manifesté, girándome hasta el baño—. Hace un día estupendo y quiero ponerme el bikini, pero me he dado cuenta de que se me ha olvidado depilarme, —mentí.
Mi esposo se acercó hasta mí, y cogiéndome por la cintura comenzó a besar mi espalda. Verme así desnuda le había excitado. Yo le sonreí, de alguna forma continuaba caliente como una perra.
—Estás para comerte, —indicó, cogiendo mis grandes pechos en sus manos—. Leo y los niños se están bañando en la piscina, —me anunció con picardía.
—Ven, —manifesté cogiéndole la mano. Llevándolo hasta el baño y cerrando la puerta—. Siéntate ahí, voy a follarte.
Alex sonrió satisfecho por mi disponibilidad para complacerlo. Quitándose los pantalones se sentó en el retrete. Efectivamente, estaba empalmado. Yo me desprendí por fin de las bragas y me acerqué hasta él, y dejándolo en medio de mis piernas, agarré su polla y me dejé caer sobre mi marido. Sintiendo como entraba dentro de mí, cerré los ojos y pensé en Leo.
Comencé a moverme, notando la boca de Alex, devorando y besando mis pechos.
—¡Qué buena estás, cariño! Eres un espectáculo de mujer.
—Shhh… Lo mandé callar, poniendo uno de mis dedos, sobre sus labios. Intentando que su voz no me sacara de la fantasía, de que estaba follando con mi sobrino.
Le había sido infiel tantas veces a lo largo de los años, que pensé, que una vez más no le haría daño. «La infidelidad está tan sobrevalorada», me repetí.
Un rato después, cuando bajé al jardín vestida con un diminuto bikini tipo tanga, pude notar la ardiente y lasciva mirada del muchacho, recorriendo con enorme deseo mi voluptuoso cuerpo. Pasé junto a mi esposo, que leía el periódico sentado junto a la piscina, con una copa de vino en la mano. Lo había dejado tan complacido en el baño, que ahora permanecía ya absorto a todo lo que acontecía a su alrededor.
Leo estaba bañándose con mis hijos, lanzándose una pelota dentro del agua en un improvisado partido de waterpolo. Caminé de espaldas a él, al borde de la piscina. Ofreciéndole en todo momento una buena perspectiva, del efecto que causaba el tanga de mi bikini, perdido y hundido entre mis poderosas nalgas.
—¿Está fría el agua? —Le pregunté, girándome cuando llegué a su lado, mirándolo y manteniendo una cómplice sonrisa en mis labios. Queriéndole dejar claro, que ese cuerpo que tanto deseaba pronto sería suyo.
—Está caliente. Muy caliente —respondió con sarcasmo—. Báñate con nosotros —añadió sonriendo.
Miré hacia mi esposo, que permanecía a unos metros concentrado, disfrutando de la lectura del periódico. Deseosa de sentir las manos de Leo sobre mí, disimuladamente bajo el agua, bajé las escaleras de las piscinas, una a una. Sintiendo el frescor del agua sobre mi encendido cuerpo.
(Continuará)
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Deva Nandiny