Por el amor de mi hijo.
Una madre sucumbe a la tentación de hacerlo con su propio
hijo....(Incluye Foto y Sexo anal).
Queridos amigos:
Soy una joven madre de 36 años. Tuve a mi hijo Valentín, con
tan sólo 16, ahora él tiene 20 y es mi amante. No sé como ha podido suceder
esto, pero... Creo que lo mejor es que cuente toda la historia desde el
principio.
Yo tenía sólo 16 años cuando conocí a Ricardo, que entonces
tenía 19 años; fue una noche de verano en una discoteca. Me quedé prendada de él
nada más verle, y él me sacó a bailar inmediatamente. Empezamos a intimar y al
tercer día acabamos en la cama. Para mí fue el primer hombre de mi vida y él
único hasta hace poco. A los dos meses de aquella primera vez, descubrí que
estaba embarazada y tuvimos que casarnos, a pesar de la oposición de mis padres,
que evidentemente deseaban algo mejor para su hija, ya que Ricardo era un simple
mecánico que trabajaba en un pequeño taller de motos.
Como pudimos, y a pesar de los problemas, iniciamos nuestra
vida en común y a los nueve meses de aquella primera vez tuve a mi pequeño
Valentín.
Ya desde el principio mi vida se convirtió en la aburrida
vida de una infeliz ama de casa que tuvo que cuidar a sus hijos, mientras mi
marido me ponía los cuernos con cualquier pelandusca que se le pusiera a tiro.
Después de Valentín, tuve a Africa, que ahora tiene 15 años y
a Montse de 13. Durante 17 años soporté las infidelidades de marido, siempre
poniendo como excusa a mis hijos, pero reconozco que jamás le amé, no como creo
que se deben amar un hombre y una mujer... Sin embargo hace tres años decidí
terminar con mi amarga vida y buscar algo mejor; así que me separé, busqué un
trabajo y empecé una nueva vida.
No sé como empecé a sentirme atraída por mi hijo, pero si
recuerdo el momento en que comencé a sentir que lo deseaba. Fue una tarde de
verano, él acababa de llegar del gimnasio. El calor era insoportable. Aquella
tarde África y Montse habían salido con unos amigos y no volverían hasta la hora
de cenar, así que estaba sola cuando mi hijo llegó del gimnasio.
¡Hola mamá! – Me saludo al entrar al comedor.
Yo estaba sentada en el sofá doblando la ropa, frente al
ventilador. Valentín se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla, yo también
le besé a él en la mejilla y noté la humedad del sudor sobre su piel.
¡Hola hijo! ¡Puagh, estás sudado! ¡Anda dúchate!.
Sí, hace un calor insoportable, ahora mismo voy.
Realmente el calor era insufrible aquel verano, tan húmedo y
pesado. Era lo malo de vivir en una ciudad costera.
Mi hijo marchó hacía su habitación. Yo seguí con mi trabajo,
mientras miraba la televisión y dejaba que el aire del ventilador me refrescara.
Oí como Valentín dejaba sus cosas en el cuarto y luego entraba en el baño.
Terminé de doblar la ropa, me levanté, cogí la ropa entre mis
brazos y me dirigí hacía las habitaciones para guardarla. Primero entré en la
habitación de mis hijas, y dejé sus prendas sobre la cama; luego seguí hacía mi
habitación y al pasar frente al baño, vi que la puerta estaba ligeramente
abierta. Iba a cerrarla cuando vi a mi hijo bajo la ducha, completamente
desnudo, masturbándose. Estaba a punto de cerrar la puerta, cuando oí:
Sí, mamá. Chúpamela así, sí.
Me quedé helada, la ropa que llevaba entre los brazos se me
cayó. Cerré la puerta cuidadosamente para que mi hijo no se diera cuenta, recogí
la ropa y desorientada me dirigí a mi habitación. Me sentía desfallecida; las
piernas me flaqueaban y tuve que sentarme sobre la cama. ¿Cómo podía ser, que mi
hijo, mi propio hijo, sangre de mi sangre, aquel al que había parido con tanto
dolor 20 años atrás, me deseara e imaginara que yo le mamaba la polla mientras
se masturbaba?. Pensé que tenía que hablar con él, decirle que aquello no era
correcto, pero no sabía como hacerlo. Además ya tenía 20 años y en el fondo, al
verle y oírle, yo misma me había imaginado chupando aquel erecto y excelso pene
y me había excitado. Tenía la entrepierna húmeda, igual que mis braguitas, y los
pezones erectos. ¿Cómo podía tener aquellos pensamientos tan aberrantes?.

Aquel día traté de olvidar el asunto y dejé pasar unos días;
creyendo o tratando de convencerme a mí misma que sólo había sido un hecho
aislado, que aquello no tenía porque ser siempre así. Pero a pesar de eso,
sentía curiosidad por saber que llevaba a mi hijo a tener aquellas fantasías y
sobre todo por saber si seguiría teniéndolas.
Por eso una noche en que no podía dormir por el asfixiante
calor me levanté, y sigilosamente me dirigí a la habitación de mi hijo. Me quedé
junto a la puerta, que estaba entreabierta, ya que mi hijo nunca la cerraba para
tener un poco de corriente de aire, y traté de escuchar. Enseguida oí los
gemidos de Valentín, y luego aquella frase:
¡Oh, sí mamá, así, vamos! ¡Dame tu culito!
Evidentemente se estaba masturbando de nuevo, mientras me
imaginaba entre sus brazos. Y esta vez tampoco pude evitar el imaginarme desnuda
ante él, sobre la cama, a gatas, mostrándole mi culo y sintiendo como aquella
larga, gruesa y joven verga se acercaba a mi virgen agujero anal... Estaba
inmersa en esos pensamientos, sintiendo el deseo entre mis piernas, cuando oí un
ruido procedente de la habitación de mis hijas; salí corriendo hacía mi
habitación y me quedé quieta tras la puerta. Oí como una de las niñas entraba en
el baño y luego salía. Yo sentía un enorme deseo, un fuego irrefrenable en mi
sexo. Me acosté en mi cama y me desnudé, empecé a acariciarme los senos, me
pellizqué los pezones y tratando de imaginar que eran las manos de mi hijo las
que me acariciaban. Llevé mi mano derecha hasta mi sexo y comencé a hurgar en mi
clítoris, en pocos segundos estaba gimiendo, gozando, sintiendo como mis dedos
entraban y salían de mí:
¡Ah, sí, hijo, fóllame así! – Gemí imaginando que era mi
hijo el que me follaba.
Cuando llegué al orgasmo y mi cuerpo dejó de convulsionarse
sentí una gran culpa y no pude evitar echarme a llorar. ¿Qué locura estaba
cometiendo?.
A pesar de los remordimientos, durante las siguientes noches,
volví a masturbarme después de ver como lo hacía mi hijo e imaginando como me lo
hacía. Era algo que no podía evitar, era como una droga que necesitaba, sino lo
hacía no podía dormirme y si lo hacía me pesaba en el alma más que nada en el
mundo.
Una noche en que el insoportable calor no me dejaba dormir,
empecé a dar vueltas en mi cama. Deseaba masturbarme como cada noche, pensando
en mi hijo, pero a la vez me castigaba a mí misma por la aberración que eso me
suponía. Cuando de repente oí que alguien llamaba a la puerta de mi habitación:
Mamá, ¿puedo entrar? – Era mi hijo – Es que con este calor
no puedo dormir y en tu habitación entra más aire fresco.
Tenía razón, mi habitación tenía una gran balconera de 2m x
2m totalmente abierta y en su habitación sólo tenía una pequeña ventana de 1m x
1m
Está bien, pasa.
Valentín entró en la habitación y se acostó a mi lado.
¿Tú tampoco puedes dormir por el calor, mamá? – Me
preguntó.
No, anda vamos a dormir, hijo.
Me giré de espaldas a él e intenté dormir. Al ratito sentí
que se acercaba a mí, pegando su cuerpo al mío, a los pocos segundos sentí como
su pene empezaba a crecer al notar el contacto de mi cuerpo con el suyo. Intenté
apartarme, pero él me sujetaba por la cintura.
Mamá, sé que me desea, y sé que tú sabes que yo también te
deseo, te he oído como cada noche me observas mientras me masturbo y luego
corres hasta aquí para hacerlo tu también. – Me susurró al oído.
¿Pero que estás diciendo, hijo?. – Traté de negarle.
Mamá no finjas, sé que es así, además ahora mismo puedo
sentir la excitación que te produce mi cuerpo pegado al tuyo. Sé que deseas
que te folle, que te haga mía, que te la meta por el culo y te deje rendida.
Tenía toda la razón, a pesar de que quería resistirme a aquel
deseo, era algo inevitable; y más cuando su mano empezó a deslizarse hacía mi
seno por debajo de la corta camiseta que llevaba. Sus dedos calientes tocaron mi
piel suavemente, hasta alcanzar mi seno derecho, que acarició con delicadeza.
Inevitablemente me dejé llevar por aquella caricia, que lejos de molestarme, me
hizo desear más. Su verga erecta entre mis nalgas estaba haciendo que mi sexo se
humedeciera. Valentín pellizcó mi pezón y un pequeño gemido de excitación escapó
de mi boca. Le deseaba, como hacía años que no deseaba a un hombre; así que
finalmente me dejé vencer por mi pasión y me giré hacía mi hijo diciéndole:
Sí, sí, te deseo y quiero que me hagas tuya.
A partir de ese momento aquella cama se convirtió en una
batalla campal. Mis manos quitándole a mi hijo el corto pantalón del pijama, las
suyas quitándome la camiseta, nuestras lenguas explorando la boca del contrario,
las manos de Valentín quitándome la braguitas y hundiéndose en mi clítoris,
mientras las mías acariciaban su pene y sus huevos.
Ambos empezamos a gemir excitados, creo que en aquel momento
los dos olvidamos que éramos madre e hijo. Nuestros cuerpos actuaban como el de
un hombre y una mujer. Sentí sus dedos penetrando mi húmeda vagina y un fuerte
estremecimiento atravesó mi cuerpo. Mi mano se movía frenética sobre su erecta
verga.
¡Para mamá, o me voy a correr! – Me suplicó.
Lo hice y entonces mi hijo empezó a besarme suavemente el
cuello, descendió lamiendo hasta mis senos, y los chupó y mordió, volviéndome
loca de deseo. Cuando mis senos estuvieron totalmente excitados y erectos,
Valentín descendió por mi tórax, deteniéndose en mi ombligo donde introdujo su
lengua, haciéndome estremecer. Siguió descendiendo hasta mi sexo, entreabrí las
piernas y sentí su lengua húmeda recorriendo mis labios vaginales; mi hijo movió
muy diestramente su lengua, introduciéndola en mi vagina y usándola como si
fuera un pequeño pene. Luego, dirigió su boca a mi clítoris y se puso a lamerlo
trazando círculos alrededor, lo chupeteó, mordió y saboreó haciendo que mi
cuerpo se convulsionara sin remedio y alcanzara el primer orgasmo de la noche.
Tras eso, Valentín se puso sobre mí, guió su erecta verga
hacía mi húmeda cueva y me penetró de un solo empujón. Durante unos segundos
permanecimos quietos, abrazados, sintiendo el calor de nuestros cuerpos, luego
Valentín empezó a moverse despacio, mientras me miraba fijamente a los ojos.
Nuestros oscuros deseos se estaban haciendo realidad sobre aquella cama.
Poco a poco Valentín fue aumentando el ritmo de las
embestidas, empujando cada vez con más fuerza, haciendo que su verga entrara en
mí más y más profundamente. Estaba apunto de tener un segundo orgasmo cuando mi
hijo me susurró al oído:
Mamá, quiero metértela por el culo.
Yo no sabía que decirle, nunca me lo habían hecho por ahí y
sentía cierto miedo al dolor, pero por otra parte, sabía que aquella era un de
las fantasías que compartía con mi hijo.
Está bien, – acepté finalmente – pero ten cuidado, soy
virgen por ahí.
Así, mi hijo me hizo poner en cuatro sobre la cama. Primero
empezó lamiendo el estrecho agujero, introduciendo su lengua. Después poco a
poco, metió un dedo tratando de relajar mi ano, lo acarició suavemente, movió el
dedo como un pene, metiéndolo y sacándolo y cuando vió que estaba
suficientemente relajado metió un segundo dedo. Poco a poco fui sintiendo el
placer de aquellas caricias, hasta el punto de que empecé a gemir excitada.
Sentía como mi ano deseoso, se contraía, tratando de tragar más y más de
aquellos ya tres dedos que mi hijo había introducido en mi estrecho agujero.
Cuando creyó que estaba convenientemente preparada, cogió el tubo de crema de
manos que tenía sobre la mesita y untó un poco en mi virgen agujero y otro poco
en su polla, luego la dirigió hacía el estrecho orificio y muy despacio la fue
introduciendo. Primero sólo la punta:
¿Te duele mamá? – Me preguntó.
No, hijo, sigue, sigue.
Continuó introduciendo su falo, despacio, hasta que lo tuvo
totalmente dentro de mí ano. Se quedó un rato inmóvil, recostándose sobre mi
espalda. Sin moverse, acarició mis senos, los amasó, mientras besaba mi nuca.
¡Me pones a mil, mamá! – Me susurró al oído – Hoy quiero
disfrutarte y que me disfrutes, que acabemos rendidos de placer.
No dije nada, no me atrevía, pero yo también estaba
disfrutando como una perra, así que me quedé inmóvil gozando sus caricias.
Valentín deslizó sus manos hasta mi sexo y empezó a acariciar mi clítoris,
mientras comenzaba también a moverse despacio, haciendo que su sexo entrara y
saliera de mi ano.
¡ Aaaaahhhh! – Un gemido escapó de mi garganta.
¿Te gusta mamá?
Sí, sí. – Tuve que admitir.
El placer que sentía era increíble, algo que jamás
anteriormente había sentido. Cerré los ojos y me dejé llevar por las
sensaciones. Valentín se incorporó y sujetándome por las caderas fue aumentando
el ritmo poco a poco, le oí gemir:
¡Toma, mamá, toma mi polla! ¡Siéntela en tu culito!.
Aquellas palabras hicieron que la excitación aumentara en mí
y empecé a empujar hacía él mientras yo también imploraba:
¡Sí, sí, dame así, hijo!
La habitación se llenaba del fuego de nuestro deseo y la cama
se convertía en el testigo mudo de aquella locura.
Durante unos cinco minutos Valentín siguió empujando,
mientras profería guarradas una tras otra, logrando que cada vez me excitara más
y más. En aquel momento ya no era mi hijo, ni yo su madre, éramos un hombre y
una mujer disfrutando del sexo, del deseo, del placer. Llegamos al orgasmo al
unísono y caímos rendidos sobre la cama, y entonces me dijo:
Mamá, te amo.
Me sentí tan culpable en aquel momento que hubiera deseado
echarle de mi cama, pero no podía, en el fondo yo también le amaba; así que le
abracé y nos quedamos dormidos.
Cuando despertamos, por la mañana, volvimos a hacerlo otra
vez, y desde entonces, lo hicimos cada noche, y lo peor de todo, es que nunca
tomamos precauciones y ahora me encuentro en esta terrible situación.
Hoy mismo el doctor me ha dado los resultados: estoy
embarazada del que será el hijo de mi hijo. Por eso no puedo seguir con esta
vida, no puedo. Esta es la última carta que escribo antes de terminar con mi
vida; porque creo que será lo mejor, antes de que esta locura se convierta en el
peor de los pecados que he cometido en mi vida.
A mi hijo quiero decirle que cuide de sus hermanas, que le
quiero mucho, pero que esta barbaridad es demasiado inmensa para poder seguir
soportándola. A mis hijas, quiero decirles que me perdonen, primero por el
terrible error que he cometido y segundo por dejarlas solas, pero no tengo otra
alternativa. Os quiero mucho a los tres. Un beso.
Mamá.
Erotikakarenc (del grupo de autores de TR y autora TR de TR)
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