Abuelo y nieta – nuestra primera cogida
Quería comenzar relatándoles mi bella relación sexual con mi
nieta Carolina, contando lo qué hicimos y cómo gozamos el día de mi cumpleaños
67, hace poco, en enero de este año. Carolina, que coge conmigo ya 4 años y
medio, tiene idéntica afición por el sexo, como lo tenía en vida mi esposa
Juanita, o Juani, como familiarmente sigue llamándose, porque sabemis que,
aunque físicamente ya no está aquí, desde alguna parte está con nosotros y goza
tan intensamente con nosotros dos nuestras atrevidas aventuras sexuales, porque
a ella también le encantaba el sexo loco.
Tengo prácticamente escrito el relato de las recurrentes
cogidas que Caro me regaló para mi cumpleaños, y cómo yo se las devolví con
creces. Tengo escrita, a poco de terminar, la historia de nuestra sexualidad sin
tabúes, la de nuestra familia, quiero decir, que arranca allá por la mitad de la
década de los 1960, cuando Juani y yo nos conocimos en una infernal orgía
post-carnaval.
Pero creo que para no desorientarlos, mejor empecemos por
este título, cuando Carolina, de 18 años entonces, me pidió por primera vez que
la poseyera sexualmente. Así que, ahí va:
Poco después de la muerte de Juani, Carolina entró definitiva
y raudamente en mi vida y le dio nueva alegría y nuevo sentido.
Carolina, Carito, es mi nieta mayor. Se parece muchísimo a
Juani, física y psíquicamente. En lo físico es de la misma estatura como fue mi
Juanita, más o menos 1,65 metro, las mismas caderas anchas y el culito redondo,
respingadito, generoso. Hermosas piernas, una cinturita bien chiquita y unos
buenos, opulentos, duritos pechos. Los de Carolina hasta son un poco más
voluminosos y tentadores que los que tenía mi extinta esposa. Caro es igual de
alegre, igual de fogosa e impulsiva, con un carácter quizá hasta un poco más
fuerte aun que la finada abuela Juani.
Desde que Carolina nació, siempre hubo la mejor onda entre
ella y mí, su abuelo, o simplemente "Henry", como ella me puso de apodo hace
mucho tiempo. Una, porque fue la primera nieta, con la que siempre los abuelos
suelen "chochear" más. Pero no sólo eso. Siempre... Desde bebé que aun no
caminaba, siempre hubo una gran afinidad entre nosotros dos. Bastaba una mirada,
que nuestros ojos se cruzaran y ya estábamos de acuerdo. Transmisión de
pensamientos, comunión de ideas, como quieran. En sus juegos de criatura, en
nuestras comunes travesuras, en darle yo sus gustos, sin que eso significara que
yo la malcriaba. Pero había siempre una hermosa unidad de ideas, de criterios
entre nosotros dos. Ya más grande Carolina, cuando se hablaba en familia de
algún tema y Carolina opinaba, muchas veces me ganaba de mano, – me gana aun hoy
– diciendo exactamente lo que yo pensaba, lo que yo estaba a punto de decir.
Entonces yo la miro, ella me mira a mí... y una mutua sonrisa confirma nuestra
afinidad.
Durante la primera infancia de Carito aun vivíamos todos en
el campo y ella pasaba mucho tiempo con Juani y conmigo. De bebé dormía en
nuestra cama, entre Juani y yo. Y la corríamos a un costadito o la poníamos unas
horas en su cunita cuando cogíamos, durante nuestras constantes orgías de loco
sexo. Al principio, Carolina bebé, ella no sabía qué pasaba con "Juani y Henry"
y por qué estaban tan contentos y felices. Y por qué, si Henry la "pinchaba
tanto con su pito", Juani aullaba de contenta.. Ya a partir de sus 3 añitos,
cuantas veces no nos ponía en algún aprieto cuando contaba a todo el mundo con
su infantil ingenuidad, "cómo y cuánto se amaban los abuelos". Por suerte, a mi
hija y mi yerno les encanta coger con el mismo desenfreno y la falta de tabúes
como nos gustaba a mi y a Juani cuando ella vivía. Y por eso también, Carolina
pasaba largas temporadas en nuestra casa, en especial cuando ya nos habíamos
mudado a la ciudad de Salta, cuando mi hija ya tenía varios hijos. Porque, como
ella, la mamá de Carolina, es tan adicta al sexo, cuando está embarazada, ella
no puede parar de coger y casi no tiene tiempo de atender los chicos. Basta que
mi yerno esté en la casa, ya mi hija quiere coger. No sé que "fiebre" le da en
su vagina, pero apenas se embaraza, se pone impresionantemente caliente. Y
entonces mi yerno, que tampoco quiere desaprovechar ese estado de
transfiguración, delega la mayoría del trabajo del campo en sus asistentes,
mandaba a Carito, la mayor, a nuestra casa, y los dos se pasan días enteros en
su cama, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Es maravilloso y contagiante, escuchar
los gemidos de mi hija en ese estado a través de la puerta que pocas veces está
cerrada. Cuantas veces, de visita en su casa, Juani y yo nos echamos un rico
polvo, contagiados del ambiente de calentura que, cogiendo, creaba mi hija.
En ese ambiente se crió Carolina. El desenfreno sexual de los
abuelos y de mami y papi, para ella era algo natural, conocido y acostumbrado. Y
la ponía feliz y contenta, sentirse rodeada siempre por tanto sincero, genuino y
ardiente amor.
Cuando Caro terminó la escuela primaria, vino a casa, a
Salta, para asistir al colegio secundario, que obviamente no voy a decir cual
es, para que algún salteño, compañero de escuela de aquel tiempo y casual
compañero de Universidad de ahora – porque los hay varios – cuando lea este
relato, no empiece a querer descubrir, de qué Carolina se trata. Porque en mi
relato, la mayoría de los hechos más calientes son reales.
Los fines de semana, Carito los pasaba en el pueblo, en la
finca de sus padres. Hace unos 6 años atrás, cuando Carito tenía 15, ella tuvo
un romance de niña con un chico del pueblo, algo mayor que ella. Fue cuando tuvo
su iniciación sexual. Pero al poco tiempo ella vio que la cosa no funcionaba y
decidió terminar. Como el chico no lo tomó de la mejor forma y reaccionó mal,
Carolina decidió, por un tiempo, no volver los fines de semana al pueblo.
Inclusive, en esos frecuentes momentos de comunión intelectual que ya les conté
que tenemos, propios de Carolina y yo, ella alguna vez me confesó: "Henry,
cuando íbamos a la cama y hacíamos el amor, yo hacía lo imposible, pero de él
nunca hubo ese fuego que hay entre vos y la abuela o entre mamá y papá cuando
hacen el amor".
Al poco tiempo sobrevino la inesperada muerte de Juani. Yo
quedé realmente destruido, casi sin ganas de seguir viviendo. Para qué
aburrirlos con mi estado de ánimo, si resulta fácil darse cuenta de cómo puede
sentirse un activísimo "cogedor" de toda la vida, al que de golpe lo expulsan
violentamente del paraíso sexual. Fin. Punto. Se terminó.
Carolina también se puso mal, de verme tan deprimido. Hizo
muchos esfuerzos para ayudarme a superar mi estado, para recuperar mi ánimo
normal. Fue en esas circunstancias, que Caro tomó cabal conciencia de que, ante
todo, ella ya era una mujer. Y que yo, "también ante todo", era un hombre. Y que
lo de nieta y abuelo era pura casualidad
Como a Caro también le encantaba el campo y la agronomía –
entonces tenía 18 años y recién cursaba el tercer años de los cinco de la
clásica secundaria argentina – en las vacaciones de invierno del 2003 me
acompañó a nuestra otra finca, en Lajitas, departamento de Anta, donde
producimos soja y estábamos en plena cosecha. Cabe decir aquí, que yo soy
ingeniero agrónomo y productor agropecuario en la provincia argentina de Salta
Durnate los 10 días de invierno que pasamos allá, hacía un
frío de aquellos. De día pasábamos en el campo, yo, supervisando la cosecha. Y
Carolina no me perdía pisada, siempre al lado mío, preguntando todo, porque eso
la apasiona. Muchas veces, riendo, me abrazaba y me decía "Henry, que
lindo...esto me fascina". "Es que somos el uno como el otro, Carito,... somos
como el uno para el otro" le dije yo. "Ay, Henry, abuelito, cómo te quiero",
sonrió ella, sus dos brazos alrededor de mi cintura, mientras mi brazo derecho
la apretaba con fuerza contra mi costado. Habré hecho una mueca de dolor, mis
pensamientos vagando por mi perdida felicidad, que la nena me dijo "Henry, no
pienses en la abuela, viví el presente, sí?" Y me convenció. Y de reojo, la
miraba, la admiraba a Caro. Es que ese cuerpito joven, ese físico era realmente
admirable. Cada vez se parecía más a Juani, a Juani que a esa precisa edad que
ahora tenía mi nieta, a los 16, se metió primero en mi cama y después y hasta su
muerte, en mi vida. Ese envidiable y portentoso culo que Caro había desarrollado
en los últimos tiempos y que luchaba por salir de la prisión de sus ajustados
jeans, ese par de divinas tetas, que toda la ropa de invierno y el amplio
pullover no lograban disimular. Un verdadero encanto de joven mujer, mi adorada
nietita!
Una tarde empezó a lloviznar y hubo que parar la cosecha. El
frío calaba los huesos. Volvimos a la casa. Yo avivé el fuego de leña en el gran
hogar para calentar el ambiente.
Carito fue a la cocina, a preparar un chocolate humeante, de
esos que te queman la garganta. Ideal para el frío que hacía.
"Caro, yo me acuesto, me voy a la cama. A ver si así entro un
poco en calor" le dije. Me quité la ropa y me metí debajo de las mullidas
frazadas. Aquí cabe acotar que siempre duermo desnudo. Tanto Juani como yo, toda
la vida dormimos así. Es que así se encendía la pasión con más ardor.
Llegó Carolina con 2 tazas de chocolate humeante. Se sentó en
el borde de la cama y yo me incorporé un poco. Charlamos de todo un poco, como
nos gustaba charlar siempre. Ese lindo ambiente de mutuo entendimiento y
comunión que los dos amábamos, desde casi el nacimiento de Caro. Hablamos de la
cosecha, de la soja, del mal estado del pavimento de la ruta 5. Hasta que volví
a hacer una involuntaria mención de la abuela fallecida. Caro hizo una mueca de
fastidio y me acarició la cabeza: "Ay abuelo! Otra vez... déjala ya en paz a la
abuelita!" Dame tu taza, las llevo a la cocina. Y después me acuesto a tu lado,
como lo hacía de chica, dale? – Así los dos nos damos calor.
Desapareció con las tazas y al minuto volvió. La miré y no
podía decir nada. Se había soltado el pelo. Tenía puesto nada más que uno de sus
cortitos camisoncitos transparentes. Ni corpiño ni bombacha se notaban debajo.
Una rayita oscura debajo de su ombligo insinuaba que se depilaba parcialmente su
conchita. Unos regios pezones acompañaban el baile de sus liberadas tetas cuando
se fue acercando a la cama. Levantó las sábanas y frazadas y de un salto se
metió adentro. Ella sabía perfectamente que yo estaba completamente desnudo.
Igualmente se apretó contar mi costado, me abrazó y dijo: "Brrrrrrrrrrrrrrrr,
que frío, abue, abrazame que tengo frío... que calentito ya estás, abue, qué
lindo". Puse mi brazo izquierdo debajo de su cabeza y la atraje hacia mi. Con la
mano derecha le friccioné enérgicamente sus piernas para que entrara más
rápidamente en calor. "Estás helada, mi amor. No te me vas a engripar" le dije,
mientras que la frotaba. "No, Henry, no. Haceme masajes así, uy, que lindo! Qué
calentito! Qué calentito estas, abue!"
"Vení, chiquita, acercate más a mi costado, así te caliento"
le dije.
Me dí un poco vuelta hacia ella y la acerqué más a mi. Para
eso, sus piernas, sus muslos carnosos, ya varias veces habían rozado mi pija. Yo
no pensaba en nada, estaba como en trance. Y la situación me gustaba. Al diablo
con los prejuicios, los tabúes, qué nieta ni qué abuelo! Cuánto hacía, desde la
muerte de Juani, que no estaba así con una deliciosa mujer!
Estuvimos así un largo rato, apretados, calentándonos, sin
hablar. Saboreábamos en un silencio más elocuente que 1000 palabras, como se
unían nuestras almas como nunca antes habían estado unidas. Insisto en que
siempre hubo mucha onda entre este abuelo y su nietita. Pero nunca como ahora.
Y, como embriagado, yo sentía emocionado, que Caro estaba experimentando lo
mismo. Al rato, casi eché a perder el embrujo extraordinario de ese momento. Me
encantaba el aroma que exhalaba el cuerpo de esta deliciosa mujer, carne de mi
carne. "Que rico perfume" dije. Y no pude decir más.
. Caro acercó su deliciosa boquita a mi cara y con un apenas
perceptible susurro dijo "Shhhhhhhhhhh...no rompas el hechizo!" y me estampó con
fuerza sus carnosos labios sobre los míos. En ese instante me pasó la letra del
bolero por mi mente: "...quiso decir no sé que cosa, pero cerré su boca con mis
besos"...
Y realmente, como continua el bolero... "así pasaron muchas,
muchas horas". Yo me callé la boca, además de que igual no podría haber hablado.
Caro me siguió besando, metiendo su lengua en mi boca. A ella se sumó la mía.
Nuestras lenguas se enfrascaron en un sensual juego erótico que iba en aumento.
Ya nadie pensaba en el frío atroz que hacia fuera. La casa estaba agradable y
bajo las sábanas ardía un fuego infernal. El muslo derecho de Caro descansaba
sobre mi pija dura. Caro ni se inmutaba y seguía besándome y acariciando mi
cara. Entonces yo, que seguía acostado sobre mi espalda, giré sobre mi costado
izquierdo para poder estar frente a Caro. En ese instante ella, con un
rapidísimo golpe de mano se sacó su camisoncito y los dos quedamos uno frente al
otro, totalmente desnudos, por primera vez, y fuerte, íntimamente abrazados.
Carito paró un instante. Apartó su cabecita de la mía y me miró. Siempre
callada, hablando sólo con la mirada, con el hechizo que ella irradiaba. Me miró
seria, fijamente, un buen rato. Luego, mientras que se acomodaba, mientras
acomodaba mi dura pija entre sus muslos y la apretaba contra sus labios
vaginales, se le escapó en un suspiro, un "aaahhhhhhhhh, hace cuanto que yo
esperaba esto, cuánto soñé con este momento!". Yo, medio muerto de felicidad, a
la vez de sorpresa y por qué no asombro y desconcierto, sólo atiné a decir un
"mi amor, mi dulce chiquita".
"De ahora en más, Henry, mi amor, te pido, te ordeno una
cosa. Nunca compares. Nunca digas un "como lo hacía la abuela. Yo soy yo. Quiero
que me ames a mí, que me quieras, que me mimes, que me lleves hacia el séptimo
cielo de los más explosivos orgasmos, prometido, mi amor?"
Como un autómata dije un "si" que me pareció lejano y ni yo
lo entendía. Qué estaba haciendo yo con mi nieta?
Pero un nuevo empujoncito de Carolina me sacó de mis
pensamientos. Por la presión que ella hacia sobre mi pija, consiguió separar los
labios vaginales y meter el glande en su conchita. Noté que estaba totalmente
mojada y muy tibia...qué placer...No podía ser real... yo, cogiéndome a mi
nieta? Más movimientos de Caro y mi pija entró un poco más. Caro empezó a gemir
despacito de placer. Y ahí explotó. Casi a los gritos, con desesperación, me
imploró: "Cogeme, abuelo, por dios te lo pido, cogeme, cogeme, por favor".
Como en trance traté de darme vuelta, despacito, para que la
cabeza de mi miembro no escapara de su dorada prisión. Quedé sobre ella, sobre
su barriguita. Un rápido pero enérgico movimiento de sus potentes muslos
pulposos, y me rodeó por atrás con sus piernas. Las cruzó detrás de mis nalgas e
hizo presión, empujándome dentro de su ardiente y mojada cuevita de amor,
lanzando un fuerte aullido de placer. "Acostate en mis tetas, abue, quiero
sentirte encima de mí". Me perdí en esas tetas de mi niña-mujer, empujé un poco
más y toda mi pija se hundió en su sexo, haciendo contacto con el fondo de su
vagina. Un nuevo suspiro de placer. Así nos quedmos inmóviles por un instante.
Nuestras caras enfrentadas, nuestros ojos enfrentados, nos mirábamos fijamente,
miradas de hondo gozo, de inmenso placer, de íntima comunión, de sentirnos los
dos uno solo, como muchas veces nos habíamos sentido, pero nunca con tanta,
infinita profundidad. "Te quiero, abuelo, como a nadie" susurró ella, sin
siquiera una sonrisa en los labios. Con una expresión tan seria en su cara, que
reforzaba por mil el inmenso placer que ella estaba sintiendo. Le di un beso en
su boca y le dije "desde tu nacimiento te amo, mi chiquita. Pero nunca, ni en
mis más locos pensamientos, imaginé que esto pudiera darse. Gracias, mi amor.
Simplemente eso...gracias"
Fue ella, la que comenzó a moverse. Entre suspiros de gozo,
su cadera empezó a girar suavemente. Buscaba exponer cada milímetro del interior
de su vagina a la presión de mi pene duro. Apretaba los muslos como para
aumentar la presión, aumentar la sensación de placer que le producía nuestro
maravilloso coito. "Cogeme" suspiró con ansias..."Dale"
Muy despacio empecé a bombear.
Afuera...adentro...afuera...adentro. Sus jadeos se hicieron más rápidos y más
intensos. No iba a hacer comparaciones, mucho menos con la finada abuelita de
Carolina, mi esposa... Pero en casi 40 años de intensísimo y super-frecuente
sexo con Juanita, algo, que digo, muchísimo, bah...todo, me lo había enseñada
ella. Y la infinita práctica. Si algo sé casi a la perfección, es nuestra propia
versión del Kama Sutra, la de Juani y mía. Y esto se lo quería regalar a mi
querida nieta, al menos esa sorpresa. Ya que tanto decía que le gustaba el sexo,
le iba a regalar tanta intensidad que ella ni se podía imaginar.
Fui aumentando el ritmo del coito, de a poquito, siempre un
poco más rápido. De la misma manera se fueron haciendo más intensos los jadeos
de Carolina. Sus muslos me apretaban en lo que ya casi era un espasmo. Sus uñas
se clavaban en mi espalda. Al ritmo creciente de nuestra cogida iba exclamando,
entrecortado, Henry...abue...abueloooo!...dale... dale..... más...más
fuerte......ah...ahhhhh....ahhhhhhhhhhhh!. Entonces retiré mi pene casi por
completo, casi salí de ella y me detuve un instante para provocar su ansiedad,
que no tardó en manifestarla. Me miró expectante, como preguntándome: "¿y
ahora?"... pero me anticipé a su ruego...fulminante, como un rayo, como un
misil, mi pene la penetró desde sus labios hasta el último fondo de su vagina.
Una exclamación. Un grito que denotaba máximo placer, a la vez que sorpresa, fue
su respuesta. Y volvía a salir de ella, ahora por completo, con la velocidad de
la luz. Y de nuevo hasta el fondo. Con ese vigor siguió nuestra fenomenal
cogida, afuera del todo yo, y de nuevo, un tremendo flechazo hasta el fondo del
alma de Carolina. Y a toda velocidad, a toda máquina. Yo transpiraba como loco,
a pesar del frío que hacía fuera de la casa. Ahí sí, Carito empezó a gemir y
jadear, a balbucear sonidos incomprensibles que le surgían de lo más hondo. Y yo
seguía, seguía, seguía. Ese es uno de mis secretos, mis habilidades. Lo
practicamos tanto con Juani, durante casi 40 años de incansable y frecuente
sexo. Lograr yo el máximo aguante, nada de eyaculación precoz. Lograr el máximo
autocontrol. Y vaya si lo habré aprendido!
Al ratito, Carolina llegó al paroxismo, al máximo de su
placer. Una fuerte contracción sobre mi pija que volaba para afuera y adentro de
ella, me confirmó su primer e intenso orgasmo. Yo diría que la mayoría de los
hombres en idéntica situación, con máxima excitación, cuando el orgasmo de su
mujer les presiona tanto el pene, ya pierden el control y también se pierden en
un maravilloso orgasmo. Pero yo aprendí a demorar el mío por bastante tiempo,
para gozar cómo mi cogida la lleva a la mujer a la cresta de una larga ola de
recurrentes orgasmos, orgasmo múltiple, el sueño de toda mujer, que en la
mayoría de las mujeres nunca pasa de eso: un sueño. Después, mucho después,
Carito me dijo que había creído que ahí terminaba todo por ese día, que yo
también me vendría, que los dos después íbamos a gozar abrazados la hermosa
cogida que habíamos tenido. Pero nada de eso. Cuando sus fuertes gemidos
orgásticos se hicieron un poco más suaves, yo interpreté la señal, querida y
familiar señal aprendida de la abuela Juani, que el orgasmo declinaba. Ahí
arremetí con más fuerza y vigor, cambiando un poco el estilo, sacando bastante
mi pene y excitándole su clítoris con mi glande, un cambio para ella imprevisto
pero excitante, que al instante reavivó su placer y le regaló el segundo clímax
orgásmico. Después invertí el estilo de cogida, metí mi pija hasta el fondo de
su dulce cuevita y con mi culo haciendo movimientos de la danza del vientre de
las odaliscas árabes, mi pija entró en rabioso contacto con toda la periferia de
su vagina, el glande, apoyado como destornillador en el fondo de la vagina. Una
nueva explosión fue la respuesta. Caro estaba fuera de sí, se revolcaba
gimiendo, solo gimiendo y jadeando, moviendo su pubis con total frenesí. Volví
luego al mete-ponga total del comienzo, todo afuera-todo adentro. Y gozaba como
antes con Juani con esa larga, casi interminable cadena de orgasmos que Carolina
gozaba. Así estuvimos cogiendo como posesionados por más de una hora, hasta que
noté que Caro estaba prácticamente exhausta, al límite de sus fuerzas y en el
máximo absoluto del placer. Entonces, con unas certeras estocadas, como el
torero español después de una brava lucha con su animal, decidí acompañar a
Carolina en un último orgasmo y me vine dentro de ella en fuertes chorros de
semen. Ella sintió muy fuerte el estímulo de mis chorros en su vagina super-sensibilizada,
porque ese orgasmo fue como el doble de fuerte, gritó de placer, "aaaaaaaaaaaayyyyyyyyyyyyyyy!!!!!!!!!!!!!",
en medio de tremendas convulsiones. Y se dejó caer semimuerta y feliz en la
cama. Y yo, también tan exhausto como ella, sobre su pecho, sus divinas tetas
bañadas en sudor.
Habremos estado fácilmente 10 minutos, jadeando los dos,
abrazados, acollarados con mi pija, ya más fláccida, pero siempre profundamente
dentro de ella. En ese instante, Caro me conmovió. Sentí que estaba llorando.
Llorando en silencio, llorando de felicidad! La baracé más fuerte. La besé. Me
incorporé un poco en la cama y la cobijé en mis brazos, la acariciaba y besaba!
Mi chiquita, mi nietita, mi dulce mujercita. Fue tanto el placer, la felicidad,
me dijo, que la emoción la venció. ¡Y lloró de alegría y felicidad! Por fin
despertamos de esa locura. "Abuelo querido, mi hombre, mi macho, abuelito!...no
lo puedo creer. Esto fue increíble. Ahora comprendo a la abuela, su felicidad...
ay abue, gracias, gracias, no se, no tengo palabras..."
Le di un fuerte y prolongado beso de lengua que ella
correspondió con pasión. Siempre mi pija en su rajita chorreante. "Cuando
quieras, mi nietita del alma, lo hacemos de nuevo. Para vos tengo todo el amor
que me queda en lo que me reste de vida."
Si les gusta, si quieren que les siga relatando, me avisan
qué les pareció, a mi dirección
henry1940ar2@yahoo.com.ar
"Chupame, abuelo", me contestó, mientras que nos
desacoplábamos. Se acomodó en posición de 69, tomó mi pene semiduro y mojado y
lo saboreó con placer y gusto. "Gusto a vos y gusto a mi, abue" dijo, mientras
que yo hundía mi cara y mi lengua dentro de su caldera del diablo. Estabamos los
dos tan inmensamente felices y a la vez físicamente rendidos. Carito se fue
durmiento con mi pija ya fláccida en su boca, cerca de su boquita glotona, ya
dando aisladas lamidas, hasta que se quedó totalmente dormida. Su dulce carita
de criatura de 18 años, así, dormida, irradiaba una preciosa mezcla de ternura,
de felicidad, de placer, de gozo y de profunda satisfacción. Ese fue para mi, el
regalo de Carito. Saber cuan feliz yo la había hecho a mi nieta, cuánto se habia
consolidado nuestra comunión que venía desde la cuna