El principio de los primeros cuernos consentidos y alentados por el marido en una pareja enamorada pero, evidentemente, muy morbosa y de fuerte sexualidad. |
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TRES PAJAS
1ª
Fue un miércoles del mes de Mayo de hace
cuatro años. Berta y yo llevábamos tres años casados civilmente, después
de dos de convivencia. Cuando nos conocimos, Berta había tenido
relaciones con algunos hombres, pero, inexplicablemente, era virgen: se
había sobado con ellos y hasta les había y le habían hecho pajas, pero
ninguno la había desvirgado. Ese honor me correspondió a mí a los dos
meses de conocernos y, debo decirlo, de enamorarnos locamente.
Nuestra vida había transcurrido feliz y
apasionada, follando tanto como era yo capaz (la mujer, en general, lo
es mucho más, como bien se sabe, si bien Berta completaba sus apetencias
masturbándose, conmigo y sin mí, utilizando los juguetes eróticos que yo
le había comprado), pero éramos capaces de pasar largos ratos sin
hablarnos apenas, estando a gusto el uno junto al otro.
Naturalmente, nuestra actividad sexual
comprendía todo lo que una pareja heterosexual puede hacer, incluyendo
las fantasías y las infidelidades mentales a las que yo animaba a Berta,
dejándonos llevar por el morbo. Nada, pues, fuera de lo normal y tan
corriente en muchas parejas.
Dicho lo anterior, que deja clara nuestra
relación sexual hasta ese momento, paso a relatar lo que ese citado día
sucedió o, mejor dicho, empezó a suceder. En ese momento, dos menos que
yo, Berta tenía 31 años, con un cuerpo espléndido, facciones regulares y
algo exóticas y, sobre todo, tenía y sigue teniendo ese "algo" que atrae
a los hombres: sex-appeal, dicen por allá.
Ese día me tuve que quedar en la empresa en
la que trabajo (soy ingeniero) hasta tarde, preparando unos proyectos
para presentarlos al día siguiente a los directivos de una fábrica de
Sevilla, por lo que no pude asistir a un cóctel ofrecido por la empresa
en la cual trabajaba y trabaja Berta.
Cuando estaba a punto de terminar, mi mujer
me telefoneó para decirme que la fiesta estaba ya finalizando, por lo
que me ahorrara el hacer el trayecto para recogerla; así que me dirigí
directamente a casa. Me puse el pijama como acostumbro, para estar
cómodo y, cuando me disponía a salir del dormitorio, llegó Berta a eso
de las diez y media.
Entró en la habitación y nos besamos.
Llevaba un vestido negro que me gustaba mucho: ceñido, le llegaba hasta
unos dedos por encima de las rodillas y tenía un escote en uve bastante
profundo que mostraba el canalillo y algo de sus redondas, altas, juntas
y firmes tetas (casi siempre iba sin sujetador, sobre todo en épocas de
calor).
- Estás para comerte
– dije a la vez que le acariciaba un pecho
pasando las yemas de los dedos sobre el pezón; noté cómo enseguida se
hinchaba y se ponía duro.
- Como me toques… Vengo muy caliente, cariño, y con ganas
.
- Y ¿eso
?
- Me-ha-tra-í-do-un-hom-bre
– dijo con parsimonia, separando las
sílabas.
- ¡Ah! ¿sí?, cuéntame….–
pedí, sentándome en la cama y dando unas
palmadas en la colcha para que se sentara a mi lado.
- Lo he conocido en el cóctel, se llama Celso y es cliente nuestro. De
Asturias, de Gijón.
- ¿Y?
- Bueno, se ha ofrecido a traerme y me he calentado.
- Pero, ¿así por las buenas?
Alguna vez le había excitado, más o menos,
la proximidad o la conversación con algún hombre; ya se sabe que unos
días se está más o menos predispuesto a ello, tanto hombres como
mujeres.
- Pues sí; es muy atractivo, como… muy hombre. No es que sea guapo-guapo,
pero atrae. Es educado, agradable y simpático.
- ¿Te ha metido mano?
- ¡Nooo!, Ha sido… no sé, por estar a su lado. Sólo cuando hemos llegado a
la puerta, abajo, me ha puesto la mano en la pierna y me ha pedido que
saliéramos mañana.
- ¡Uy! Y tú ¿qué le has dicho?.
- Pues… que gracias, pero que estaba casada y... Pero me ha dicho que, por
si cambiaba de opinión, me llamaría mañana al trabajo, que le gustaría
invitarme a cenar.
Metí la mano entre sus piernas y la subí
hasta el coño: tenía las bragas empapadas.
- ¡Cómo estás!, ¿seguro que no te ha metido mano?
- Me he puesto caliente viniendo en el coche; me atraía mucho, sin querer;
si llega a meterme mano… pues no sé.
- ¿Sabes que se me está poniendo la polla tiesa?
.
Seguía yo con la mano en su entrepierna y
acaricié su raja; inmediatamente dejó escapar un gemido.
- Sigue que estoy muy caliente y me voy a correr mucho.
- Faltaría más, y te lo vas a montar con él; quítate el vestido – la
ayudé tirando hacia los lados las tiras del vestido que pasaban por sus
hombros, dejando al aire sus pechos. Se puso de pie abriendo la cremallera
que ajustaba el traje a la cintura y cayó el vestido a sus pies. Tiré de las
braguitas hacia abajo dejándola desnuda; se tumbó en la cama y abriendo las
piernas, se acarició el coño. Me desnudé todo lo rápidamente que pude y me
tendí a su lado.
- ¡Uy1 cómo la tienes –
me cogió la polla y empezó a pajearme.
Le pasé la mano por las tetas y las lamí
después; mi mano le acarició el coño, que estaba mojadísimo.
- Sigue, sigue ¡ay!, que gusto –
su respiración era ya jadeante y
gemía.
- Te ha gustado el tío ¿eh?, te ha puesto cachonda.
- Sí, me ha puesto muy caliente.
- ¿Te gustaría follar con él? ¿no tenías ganas de probar otra?
- Sí… no sé.
- Si tanto te atrae, date el gustazo.
- ¿No te importa que te ponga los cuernos?
- Estoy deseando, cachonda,¿ no has visto cómo se me ha puesto la polla?
- ¿De verdad quieres que folle con otro?
- Si se me ha puesto la polla así, sin que haya pasado nada, imagínate
cómo se me iba a poner si te la meten.
- ¿Seguro que me quieres? ¿De verdad quieres que folle con otro?
-
repitió
- ¡Qué pesada! No sé cómo decírtelo. Prueba de una vez y saldrás de duda.
- ¡Ay!, sí cariño, sigue, sigue dándome, que me voy a correr mucho, que
estoy muy caliente.
Mientras me movía la polla, yo le
acariciaba el clítoris y, de repente, como siempre, me soltó la picha y,
gimiendo, se agarró y manoseó las tetas.
- Sigue, dame bien, ¡méteme algo, cabrón!
- me gritó.
- Así me gusta, córrete con él, puta, ponme bien los cuernos.
- Sí, te gusta que te los ponga, ¿eh?
- Cógete el coño y date un poco tú, que cojo el pollón.
Alargué la mano hasta su mesilla y saqué
del cajón un consolador al que llamamos pollón por su grosor, que era su
preferido para correrse pensando en otro (no he entendido porqué
solamente me ponía los cuernos mentalmente cuando estábamos juntos,
nunca cuando se masturbaba estando ella sola).
Le metí despacio el artilugio en el coño
que se fue acomodando al grosor, mientras sus gemidos crecían (Berta
tiene unos orgasmos realmente escandalosos).
- Déjame a mí sola -
me pidió, como casi siempre - date tú
mientras me corro, hazte una buena paja.
- Sí, cielo; córrete bien con él.
Me puse a los pies de la cama, enfrente de
sus piernas abiertas y de su coño en el que el gordo consolador entraba
y salía, mientras Berta gemía con la respiración forzada y mascullando:
Así, así, quiero meterme muchas pollas
gordas, quiero que me jodan, quiero ser muy puta.
Yo me pajeaba oyendo sus gemidos y
aguantando para no correrme, mientras Berta conseguía un orgasmo tras
otro (es multi), hasta que, al cabo de un rato, sus balbuceos y gemidos
se convirtieron en un largo grito, su cuerpo se arqueó agitándose y
moviendo la cabeza de un lado a otro violentamente; sus ojos
entreabiertos estaban en blanco. Me dí más fuerte y saltó mi semen como
un surtidor llegando mi leche hasta sus muslos y vientre.
2ª
A la mañana siguiente me levanté muy
temprano, pues debía viajar en el AVE a Sevilla. Berta quiso prepararme
el desayuno, pero le pedí que continuara en la cama. Me despedí de ella
dándola un largo beso y cogiendo y sopesando sus pechos, una caricia
habitual.
- Que lo pases bien, ya me contarás –
le dije intencionadamente.
- Anda, no seas tonto; a lo mejor, ni llama.
- No creo que un tío pase de largo una señora tan estupenda.
- Además, no me atrae ir a ningún hotel, ni a ningún sitio raro, por bueno
que sea.
- Pues que te traiga a casa, le invitas a subir y ya está. Bueno, me voy,
a ver si encuentro un taxi.
Desayuné en la estación y me reuní con el
compañero que portaba los documentos preparados en el día anterior.
En Sevilla, en un rato que, a media mañana,
interrumpimos los trabajos, desde la empresa telefoneé a Berta.
- ¡Hola! amor mío ¿qué tal?
- Bien,¿Qué tal el viaje?.
- Muy bien, ¿No te ha llamado el asturiano?
- No, señor: ese ni se acuerda; siento que te decepciones.
- Y tú. Bueno, pero si lama, aprovecha y… sé moderna.
- Qué pesado eres.
- ¿Pesado? Eres tú la que repite que quieres probar otra. Así que si te
llama…
- Que sí, pesado, que te daré gusto.
- ¿Prometido?
- Sí, te lo prometo, pero ya verás cómo no llama.
Yo seguí el resto de la mañana en la
reunión y, a la hora de comer, habíamos aclarado casi todo el proyecto a
los directivos sevillanos.
Volví a telefonear a Berta, un tanto
impaciente.
- ¡Hola!, cielo ¿ya estás comiendo?
- No, dentro de un rato.
- ¿Te ha llamado el mozo?
- Sí, a poco de hablar contigo.
- ¿Y…?
- Pues… he quedado a las nueve para ir a cenar.
- ¡Bieeen! Espero que te portes. Y ¡échale naturalidad!
Hubo un pequeño silencio.
- Cariño, ¿estás seguro?
- Segurísimo, ya sabes que sí.
- Bueno, luego no vengas con que si soy una tirada y que si patatín y
patatán.
- Ya sabes que quiero que folles… sin obligarte, siempre que tú quieras, y
tú me has dicho muchas veces que te gustaría probar otra, ¿estás decidida?
- Te daré gusto.
- Es a él al que tienes que dar gusto y espero que él te haga tener buenos
orgasmos.
- No sé qué planes tendrá.
- Supongo que querrá llevarte a su hotel. Lo que te he dicho, que te lleve
a casa, le invitas a subir y mejor en tu propia cama.
- Que es la tuya.
- Yo lo prefiero, resulta más morboso. Y no te pongas nerviosa.
- Ya lo estoy.
- Bueno, cariño, ya me contarás y que disfrutes mucho.
- Sí, cielo, te quiero.
De repente pensé en variar los planes del
viaje; habíamos programado, prudentemente dormir un par de noches en
Sevilla, pero era muy posible que, en un par de horas llegáramos a un
acuerdo. En efecto, bastó ese tiempo por la tarde para definir y aclarar
todo el meollo técnico del proyecto, así que le dije a mi colega y
ayudante que finalizara él los flecos que quedaban y se quedara hasta el
viernes, día en el que aparecería nuestro director financiero para
acordar los costos y pagos.
Cogí el AVE y a las nueve y media entré en
casa. En el cuarto de baño olí el perfume de Berta. Dejé la maleta y
decidí cenar en la cafetería cercana, no era cosa de dejar huellas de mi
presencia en la cocina. Volví a casa, cerrando bien la cerradura desde
debtro y me dispuse a dejar pasar el tiempo, con la esperanza de que
vinieran a casa y no que se fueran al hotel o a otro sitio. Cogí la
maleta y me aposenté en el dormitorio de invitados, desnudándome y
poniéndome el pijama que llevaba en el equipaje. Deslicé la maleta bajo
una de las dos camas y me tumbé sobre la otra. Tenía la polla tiesa y no
pocas ganas de hacerme una paja, pero me aguanté pensando que era mejor
estar dispuesto para lo que fuese.
Me despertó la puerta de la casa al
cerrarse y rápidamente alisé la colcha y la almohada, ocultándome debajo
de la cama, no fuera Berta a echar un vistazo o, incluso, a que se
metieran en ese dormitorio a echar el polvo.
Oí sus voces en el salón, pero no entendí
lo que hablaban; al cabo de un momento su hablar era jadeante y les oí
por el pasillo y que se metían en nuestro dormitorio. Salí de debajo de
la cama y abriendo la puerta con mucho cuidado, salí al pasillo, apenas
iluminado por un resplandor de una lámpara del salón. En el suelo,
delante de la puerta, de donde a través de la puerta llegaban sonidos de
palabras y gemidos, ví las braguitas de Berta en el suelo y, en el
umbral del salón, un slip de hombre: supuse que dentro del salón estaría
el resto de sus ropas.
Después de dudar unos instantes, me decidí
y atisbé por la rendija que había quedado al no estar cerrada del todo
la puerta del dormitorio: a la luz de las lámparas de las mesillas, los
cuerpos desnudos de Berta y su acompañante, éste entre las piernas de
Berta follándola, mientras con las manos le magreaba llas tetas a mi
mujer; Berta gemía con los embates que recibía. ¡Gorda polla tenía el
tío! Pensé que mi mujer tenía suerte en su reestreno.
En ese momento yo tuve sentimientos
encontrados, pues el ver a mi mujer jodiendo con otro me excitaba, pero,
por otro lado…
Berta aumentó sus gemidos:
- Así, cabrón, métemela bien – estas palabras eran bien conocidas por
mí, pero oír a Berta decírselas a otro, hizo que se me pusiera la polla a
reventar, de tal manera que hasta me producía dolor.
- Te gusta follar, ¿verdad, golfa?
- Sí, dame fuerte, que me da mucho gusto, que me voy a correr mucho.
- Me gusta lo puta que eres. Que te voy a joder a tope para que le pongas
unos buenos cuernos a tu marido.
Casi sin darme cuenta, me saqué la polla
por la abertura del pantalón del pijama y comencé a hacerme una paja.
Los veía a los dos retorciéndose y gimiendo y, por un momento, pensé en
unirme a Berta y su amante, apenas consiguiendo detenerme. Aumentaban
los ayes de Berta cada vez que alcanzaba un orgasmo. Desde luego, ese
individuo sabía follar y tenía un buen aguante. Arreciaron los gritos de
mi mujer y ví su cuerpo arquearse, por lo que supe que se aproximaba el
final. Me agaché, cogí la braguita de Berta, cuya parte baja estaba
empapada, y me la puse delante de la polla y me hice una desesperada
paja; salió disparado todo lo que tenía en los huevos, mientras
acompañando el alarido de Berta su follador soltaba un fuerte ¡ayyyyy!.
Solté las bragas de Berta, ahora empapadas
del todo y, silenciosamente, volví a la habitación de invitados,
cerrando la puerta tras de mí. Me eché sobre la cama y aguardé hasta
que, al cabo de un buen rato, les oí salir al pasillo; hablaban pero no
entendía la conversación; después sentí la puerta de la casa y los pasos
de mi mujer que, dando a los interruptores, llegó a nuestro dormitorio y
cerró la puerta. Estuve tentado de ir con ella, pero decidí no hacerlo.
(continua en TRES PAJAS (3ª)
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