Continuación de TRES PAJAS (1ª-2ª); ahora el marido contempla, por fin, cómo follan a su mujer. |
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3ª
Me despertó el reloj despertador sonando en
nuestro dormitorio. Salté de la cama, la arreglé deprisa y me escondí
debajo de la misma, no fuera a entrar Berta a ventilar. Oí los
habituales ruidos del cuarto de baño, luego los de la cocina y, tras un
tiempo que se me hizo interminable, el cierre de la puerta del piso. Me
tomé las cosas con tranquilidad y dormí hasta las nueve, me aseé
procurando no dejar huella de mi presencia y descendí directamente al
aparcamiento, saliendo a la calle después de dejar la maleta en el
coche. Desayuné en una cafetería y, a las diez y media me hallaba
sentado en el salón de casa. Telefoneé con el móvil a Berta.
- Berta, ¿qué tal, amor mío?
- Hola, cariño, buenos días.
- Bien, hemos hecho una pausa para tomar un café. Bueno… ¿qué me cuentas?
- Pues… bien. Espera un poco.
Oí sus pasos y cerrarse una puerta.
- Perdona, es que estaba la puerta abierta.
- Bueno, cuéntame.
- Pues… ¡ya!.
- Ya ¿qué?
- Pues ya lo sabes, que estuve con Celso.
- ¿Y?
- ¡No seas tonto!, ya lo sabes.
- ¿Qué jodiste con él? No me lo creo.
- Allá tú.
- ¿De verdad? Ya era hora de que te decidieras.
- ¿Qué piensas?
- Pues que me parece muy bien. Y tú ¿qué piensas ahora?
- Pues… nada. Llevabas razón. Solo que estoy un poco nerviosa y excitada.
- ¿Ves cómo no pasaba nada? Venga cuéntame todo. ¿Te gustó?¿Te corriste
bien?
- Sí, estaba muy caliente.
- Venga, dame detalles.
- Fuimos a cenar al Dantzari y después tomamos una copa en el bar del
Meliá Princesa que es donde se aloja y me propuso que subiéramos a su
habitación, Le dije que mejor si me llevaba a casa, así que fuimos a casa.
- Pero… ¿no re metió mano, ni nada?
- Sí, claro, ¡ya lo creo!. En el coche. Se sacó la polla y se la meneé.
- ¿Qué tal polla tiene?
- Muy hermosa.
- ¿Le diste una mamada?
- No.
- No me lo puedo creer, con lo que te gusta… Sigue.
- Llegamos a casa y jodimos en nuestra cama.
- Y ¿bien, bien?
- Sí, señor. Estaba yo muy caliente y me corrí mucho. Folla muy bien, se
ve que tiene experiencia. Y besa muy bien.
- ¿Sabes que me has puesto la polla tiesa?
- Hazte una paja.
- No, que me quiero reservar para cuando te eche la mano encima.
- Si tú te recobras enseguida… Cariño, ¿me quieres?
- Ya sabes que sí.
- ¿Aunque te ponga los cuernos?
- Todos los que quieras, que me gustas muy golfa. ¿Te gustó sentir que te
metían otra polla?
Tardó un momento en responder.
- Cariño, estaba tan caliente que el chocho me daba bocados, necesitaba
una polla dentro –
calló otro momento y añadió – y sí, me gustó
follar con otro. En ese momento lo necesitaba. Tú lo sabes: que de repente
me vuelvo loca y ya no sé si follo contigo ni con quien
- Ya me hubiera gustado estar delante y ver cómo te la metía.
- A mí también me hubiera gustado hacerlo delante de tí.
- ¿Has quedado hoy con él?
- A las nueve va a venir a casa.
- Pues, esta vez, hazle una mamada, que la haces muy bien y además te pone
disparada. Ya me contarás. Hasta mañana, putilla mía, que te quiero mucho..
- Yo también te quiero.
Me pregunté cómo habría reaccionado si le
hubiera dicho que había estado presente. Bueno, posiblemente jamás se lo
diría.
Estuve el resto de la mañana deambulando
por Madrid, comí en un restaurante que encontré de paso, perdí después
el tiempo en una cafetería, me metí en un minicine, aunque apenas presté
atención a la película, paseé otro poco y me fui acercando a casa. Entré
en un sex-shop en el cual acostumbraba alquilar películas; esta vez, le
compré a Berta unas pequeñas braguitas rojas con una generosa abertura
delantera, con la seguridad de que habrían de gustarle… a ella y a quien
estuviera delante de ella; me aseguré de que las envolvían en un papel
sin indicación alguna, pues le diría que se las traía de Sevilla.
A las ocho y medía entraba en el
aparcamiento de casa, recogí la maleta, en la que introduje el paquetito
con el regalo y subí al piso.
- ¡Hola, cariño! ¿donde andas? –
dije en voz alta, al cerrar la puerta
de entrada, caminando hacia el interior camino del dormitorio.
- Pe… pero ¿cuándo has venido?
– apareció Berta con expresión de
asombro procedente del cuarto de baño; envuelta en una toalla de baño y con
el pelo mojado.
- Pues acabé mi parte en el asunto y me he venido en el primer tren que
había.
La abracé y nos besamos largamente.
- ¡Uy! Que te voy a empapar, que acabo de salir de la ducha –
exclamó
separándose.
- No importa, me gusta abrazarte cuando estás húmeda.
- Qué poca vergüenza tienes, siempre pensando en lo mismo.
- Tú tienes la culpa con los cuernos que me has puesto
– la atraje
hacia mí y le solté la toalla que cayó al suelo.
- No sigas
– exclamo al cogerle las tetas – no empecemos ahora, que
Celso está a punto de llegar. ¿Qué hacemos? – añadió.
- Nada, sobre la marcha
; si quieres te vas con él y yo me quedo
esperándote.
En ese momento sonó el telefonillo.
- Ya ha llegado.
- Hablando del rey de Roma… Contesta tú.
- ¿Qué le digo?
- Nada, ábrele el portal.
Berta se dirigió al vestíbulo, tras recoger
la toalla y me quedé contemplando su espalda y su culo. Siempre me ha
atraído verla así, sobre todo el generoso hueco entre sus muslos, bajo
el coño. Me quité la chaqueta y la corbata. Volvió Berta y le sugerí:
- Cariño, acaba de arreglarte –
me miró dudosa – ya le abro yo,
¡Ah!, por cierto, te he traído un regalito… muy útil para algunas
circunstancias.
Abrí la maleta y le alargué el paquetito.
Lo abrió y sacó la braguita. Me miró sonriendo.
- Esto será para que ejerza de puta.
- Es para dar facilidades. Estrénala esta noche.
Se puso la prenda, que tenía la cintura
alta, de la que descendía la tela, con el borde ondulado, formando un
triángulo delante y otro detrás, dejando los muslos desnudos; por la
abertura frontal asomaba el vello púbico. Le pasé los dedos acariciando
el vello y comprobé que la abertura de la braguita se prolongaba para
dejar todo el coño accesible.
- Vas a poder joder muy cómodamente.
Sonó el timbre del piso.
Abrí la puerta y el tal Celso, bastante
alto, con aspecto agradable, se me quedó mirando perplejo.
- Perdón, creo que…
- ¿Celso? Soy el marido de Berta –
le ofrecí la mano, que estrechó
mecánicamente, sin que desapareciera de su cara la perplejidad – pasa que
está terminando de arreglarse.
Pasamos al salón y le señalé el sofá
invitándole a sentarse.
- ¿Quieres una copa? ¿Un cuba libre? No creo que Berta tarde mucho.
Preparé tres vasos añadiendo a la coca-cola
una más que generosa cantidad de ron y me senté al lado de Celso. La
verdad que yo estaba un poco nervioso.
- Yo no sabía que hubieras venido, así que te ruego me perdones y, bueno,
quizá debo irme…
- No, no, si no pasa nada, no te sientas incómodo. Para dejar las cosas
claras… yo estoy muy enamorado de mi mujer, pero somos muy abiertos, nos
gusta mucho el sexo y deseo es que Berta disfrute todo lo que pueda. No sé
si soy eso que se llama marido consentidor, cornudo complaciente o qué, pero
me trae sin cuidado; reconozco que soy morboso y que me gusta, nos gusta, el
sexo.
- ¡Ya! A vosotros y a muchas parejas. ¿A quien no le gusta follar? A mí
también me gusta. Y sinceridad por sinceridad, tengo una amiga en Gijón, con
la que convivo y a los dos nos va la marcha; somos eso que se dice una
pareja liberal. Es más, antes Melita fue pareja de un amigo mío y a menudo
sale con él, cuando yo no estoy. Incluso a veces nos reunimos los tres.
- ¿Para follar en plan trío? –
reí
- Sí, claro.
- Mejor para ella.
- ¡Y tanto! La verdad es que me gusta darla caña, es todo un espectáculo
verla correrse. Es una mujer muy caliente.
- Oye, ya que ha surgido esto, si te parece bien, claro, te propongo
quedamos en casa; es una oportunidad para Berta; me gustaría mucho que
disfrutara con los dos. Por otra parte, algo habrá para cenar aquí y coger
fuerzas. Vamos, si quieres.
- Bueno, por mí, estupendo. Ya he participado unas cuantas veces con
parejas.
- Pues te lo agradezco, ya habrás visto que mi mujer es muy caliente.
En ese momento apareció Berta: estaba
espectacular, con un vestido rojo que yo no conocía, sujeto detrás del
cuello, dejaba los hombros, brazos y buena parte de la espalda al aire,
con un escote en uve bastante profundo que dejada ver el canalillo entre
los pechos; la parte inferior del vestido, bastante cortp, le llegaba
hasta un punto que era lo justo para enseñar las piernas sin llegar a la
cortedad exagerada.
Nos levantamos Celso y yo y Berta y él se
dieron un beso a medias entre el clásico beso en la mejilla y el beso en
la boca, es decir, en las comisuras. Supuse que ese beso a medias sería
por mi presencia.
- Vaya beso más tonto –
dije – debierais repetir como se debe.
- Pues sí, tienes razón –
Celso acercó la cara a Berta y se besaron en
los labios unos segundos. Berta se puso colorada.
- Ven, siéntate aquí, entre los dos. Te he preparado un cubalibre.
Berta se acomodó. Su vestido, al sentarse,
se subió y mostró buena parte de sus muslos. Tomó el vaso, bebiendo un
sorbo.
- Está muy cargado.
- Un poco. Cariño, hemos pensado que nos quedamos los tres en casa.
Supongo que algo habrá de picar como cena.
- Si, claro que hay –
Berta me miró fijamente a los ojos, como
intentando averiguar mis intenciones, aunque supuse que lo sospechaba.
- ¿Pongo una peli?
Pensé que, por si acaso, convenía animar la
cosa; no hubo respuesta por parte de ninguno de los dos, me levanté y me
dirigí al televisor, a cuyo pie teníamos el último par de películas que
había alquilado. Elegí la que mostraba una fiesta en la que, al final,
la dueña de la casa se lo montaba con cinco tíos; Berta se había
excitado mucho con las imágenes y se había masturbado viendo el
numerito.
Estaba yo bastante nervioso, pero decidí
disimular y aparentar una normalidad como si estuviera habituado a que
jodieran a mi mujer delante de mí; el nerviosismo habría de desaparecer
al cabo de unos cuantos polvos, aunque hasta el momento en que escribo
esto me hayan desaparecido el morbo y la excitación al ver los polvos de
Berta con un buen número de tíos.
Coloqué el DVD y comenzamos a ver la
película, dando algunos sorbos a los vasos. Al rato, pasé el brazo
izquierdo por los hombros de Berta que, como respuesta, volvió su cara
hacia mí y nos besamos; introduje mi mano derecha por el escote y le
acaricié una de las tetas. Mi mujer, de repente, dio un pequeño gemido,
sin dejar de besarme, y su pierna se apretó contra mí. Miré de reojo y
ví la mano de Celso entre los muslos de mi mujer que, enseguida, separó
las piernas del todo, montándolas sobre las de Celso y las mías. Dejé de
acariciarle las tetas y, separando mi cara, con la mano en su mandíbula
le giré la cabeza hacia Celso, el cual abalanzo su boca a los labios de
Berta que respondió besándolo desesperadamente, mientras emitía ya
gemidos continuamente. Volví a acariciarle las tetas.
- ¡Dale al coño que yo le estrujo las tetas!
– exclamé completamente
excitado.
Al cabo d un rato, sin que volviéramos a
hacer caso de la televisión, de la que llegaban gemidos y ayes, Berta
nos besaba alternativamente, con los ojos cerrados, corriéndose un par
de veces. Me puse de pié y me desnudé rápidamente. Celso me imitó y
Berta miraba a una y a otra polla completamente tiesas. Yo estaba que
estallaba y Celso parecía igual: no pude por menos que observar su
polla, de larga más o menos como la mía, unos 18 cms., pero si yo tenía
un prepucio muy grueso, diferenciándose del resto del pene, Celso la
tenía uniforme de gorda, una polla bien maciza. Él también había
observado mi polla y exclamó:
- ¡Joder! Ya la tienes armada, vamos a hacerla un regalito a tu mujer.
- Anda, cariño, póntelas más duras: danos una mamada, que te gusta mucho.
Me puse de rodillas en el sofá, imitándome
Celso al otro lado de Berta, la cual alargó las manos y, asiendo las dos
pollas, las pajeó a la vez.
- Ay qué buenas – dijo con voz
excitada.
Sin más, se metió en la boca la polla de
Celso, mientras seguía pajeando la mía. Así contemplé por primera vez a
mi mujer mamándole la polla a otro con evidente placer, lo que terminó
por ponerme al borde de correrme. Berta cambió, metiéndose mi polla en
la boca y pajeando a Celso.
- ¡Coño! Qué bien lo hace. Estarás contento con una mujer así.
- Pues sí, es toda una viciosa que le gusta follar como un putón ¿verdad,
cariño?.
- Sí, me gustan las pollas –
se separó de mí – ahora, el pollón de
Celso. ¿Te gusta, marido?
Entendí la pregunta que, obviamente, no se
refería a mi placer físico, si no a que si me gustaba que se la mamara
al otro.
Como ya no aguantaba más, les dije:
- Vamos a la cama a follar como es debido.
Fuimos los tres al dormitorio y Berta se
quitó el vestido y le pedí que se dejara la braguita roja, cuya raja,
con los magreos, estaba bien abierta, mostrando el vello y los labios
hinchados y abiertos: era excitante la estampa. Se tumbó en la cama y
Celso y yo a los lados. Nos cogió las pollas y una mano de él y otra mía
se encontraron acariciando el coño, que estaba mojadísimo. Enseguida los
tres estábamos gimiendo y balbuceando con las respiraciones alteradas.
- Así, así, sobadme bien las tetas, que me gustan estas dos pollas, dadle
al coño, cabrones, que me voy a correr mucho.
- Córrete, putón, ¿te gusta, cariño?, - ¡así me gustas de zorra! – menuda
calentorra de mujer.
Con esas expresiones entrecortadas y el
manoseo, Berta tuvo algunos de esos orgasmos previos que preceden a los
auténticamente salvajes. De repente gritó:
- ¡¡Metedme la polla!! No aguanto más.
Pasé mi brazo por debajo de la pierna de
Berta, alzándola la rodilla y atrayéndola hacia mí.
- Abre bien las piernas, cariño. Venga, tío, métela la polla… ya se sabe
el camino… fóllatela hasta que reviente.
- Allá va –
se colocó entre las piernas y yo, medio incorporado,
contemplé, con evidente morbo, cómo una polla que no era la mía, la primera
de una larga serie, se metía en el coño de mi mujer, la cual soltó un ¡ay! y
siguió gimiendo con los embates que recibía, mientras su mano,
mecánicamente, me meneaba la polla. Viendo aquello, me puse excitadísimo.
- Dame, dame, que me gusta follar.
- ¿Has visto alguna puta como ésta?
- ¡La zorra de mi novia! – exclamó Celso, sacando y metiendo la polla
con furia – que es más puta que ésta.
- Si es tan puta, tráetela para que la folle.
- Cuando quieras. Te la tiras y yo te follo ésta a la vez.
- Pues jódela ahora bien jodida.
- ¿Has oído, zorra? Toma polla – Celso la daba empellones acompañados
de jadeos - ¿te vas a correr como una zorra, que te gusta ponerle buenos
cuernos a tu marido ¿verdad?
Berta gemía casi a gritos y alcanzaba un
orgasmo tras otro; los tres balbuceábamos palabrotas hasta que mi mujer
me soltó la polla y abrazó a Celso. Éste aumentó la velocidad de sus
embates y Berta arqueó su cuerpo, su cabeza se movió a un lado y otro,
sus ojos casi cerrados los tenía en blanco y, pegando un alarido,
alcanzó un orgasmo salvaje.
Me cogí la polla y meneándomela
fuertemente, me incorporé ligeramente hasta apuntar las caras juntas de
los folladores y, cuando ambos, convulsos, terminaban los espasmos,
vacié los cojones con unos chorros que les pringaron las cabezas.
Quedamos los tres sobre la cama, recobrando la respiración.
A partir de ahí, cambió la vida sexual de
nuestro matrimonio, sobre todo la de Berta.
FIN (quizá)
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